Acaso el politólogo con más autoridad para hablar del proceso de liberalización política que América Latina ha sufrido en las últimas tres décadas, Guillermo O’Donnell asevera que en México la democracia aún está en construcción y sus características están por definirse.
Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Yale, O’Donnell, en entrevista para el diario Reforma, no rehuye hablar de López Obrador, ex candidato a la presidencia de México, pero lo hace con mesura, evitando jugar a la futurología: “No se qué hubiera pasado de haber ganado Andrés Manuel López Obrador pero hay muchos casos de candidatos que provocan este tipo de reflexión aterrorizada y que después gobiernan de manera muy sensata”.
El también profesor de la Universidad de Notre Dame descarta que entre los latinoamericanos exista un sentimiento de desilusión por la democracia, prefiere hablar de un engaño, ya que “hemos ganado un régimen de libertades pero muchas veces los liderazgos políticos que vienen del frío de la oposición no están a la altura de las expectativas”.
En este contexto, cabría añadir que el proceso de transición a la democracia impulsa en México la presencia de los rasgos que caracterizan la comunicación política moderna, por ejemplo: elecciones altamente competitivas, profesionalización de las campañas, medición continua de la opinión pública, personalización de los comicios, rendición de cuentas, incremento en el uso de los medios electrónicos de comunicación para la difusión de mensajes y contiendas con alto índice de negatividad.
La transición política mexicana inicia con las reformas electorales de 1977, casi diez años después (en las elecciones presidenciales de 1988) podemos hallar varias de las características arriba enlistadas. En las cinco contiendas electorales subsecuentes (1991, 1994, 1997, 2000 y 2006), los mexicanos hemos sido testigos de los cambios en la lucha por el poder.
Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Yale, O’Donnell, en entrevista para el diario Reforma, no rehuye hablar de López Obrador, ex candidato a la presidencia de México, pero lo hace con mesura, evitando jugar a la futurología: “No se qué hubiera pasado de haber ganado Andrés Manuel López Obrador pero hay muchos casos de candidatos que provocan este tipo de reflexión aterrorizada y que después gobiernan de manera muy sensata”.
El también profesor de la Universidad de Notre Dame descarta que entre los latinoamericanos exista un sentimiento de desilusión por la democracia, prefiere hablar de un engaño, ya que “hemos ganado un régimen de libertades pero muchas veces los liderazgos políticos que vienen del frío de la oposición no están a la altura de las expectativas”.
En este contexto, cabría añadir que el proceso de transición a la democracia impulsa en México la presencia de los rasgos que caracterizan la comunicación política moderna, por ejemplo: elecciones altamente competitivas, profesionalización de las campañas, medición continua de la opinión pública, personalización de los comicios, rendición de cuentas, incremento en el uso de los medios electrónicos de comunicación para la difusión de mensajes y contiendas con alto índice de negatividad.
La transición política mexicana inicia con las reformas electorales de 1977, casi diez años después (en las elecciones presidenciales de 1988) podemos hallar varias de las características arriba enlistadas. En las cinco contiendas electorales subsecuentes (1991, 1994, 1997, 2000 y 2006), los mexicanos hemos sido testigos de los cambios en la lucha por el poder.
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Sugiero leer la entrevista con O'Donnell acompañada del siguiente artículo: "Democratic Deepening in Third Wave Democracies: Experiments with Participation in Mexico City", de Imke Harbers, en Political Studies, 2007, Vol. 55.