SIN LÍMITES
VÍCTIMAS DE LOS ZOMBIS
Es mi primer día en Haití, el país del vudú y una de las naciones más pobres del planeta. Está cayendo el sol, y detengo el destartalado todoterreno que he alquilado esa mañana en un pequeño pueblo, cerca de Hinche, en las montañas, donde me han dicho que habita un importante bokor: un brujo del vudú haitiano experto en magia negra. Todas las personas con las que he podido hablar y se han atrevido a charlar conmigo sobre la religión más potente y oculta del mundo, me dicen que en estas montañas habitan los bokor más poderosos, aquellos que conocen todos los secretos de la zombificación.
Entro en lo que parece una especie de bar con las paredes rezumando verdín mohoso y una bombilla cubierta de insectos, que han ido perdiendo la vida uno a uno sobre el calor de la misma. El bar, por llamarlo de alguna manera, no tiene más que una nevera con la pintura tan rayada y llena de óxido que a duras penas puedo leer el letrero de Pepsi en aquel residuo de la modernidad. Solo la historia de cómo ha llegado allí aquel refrigerador sería digno de una novela negra. Dos pequeñas mesas metálicas de terraza terminan la decoración del lugar que, como todo en el país, es escasa, pero lo suficiente para poder seguir viviendo. Una economía de subsistencia pura y dura.
El local está vacío y me siento en una de las mesas, la más cercana a la puerta, por si acaso. Veré quién entra y, si hay que huir corriendo, siempre tendré la salida al lado. En cuanto tomo una silla parece que atraigo a la clientela del local como la miel a las moscas. No he acabado de sentarme y la gente del pueblo comienza a entrar por la puerta, todos mirándome descaradamente; desde luego, no disimulan que lo que les atrae hacia el interior de la casa no es el adquirir viandas o tomar un trago, yo soy la atracción, el extranjero loco. Las gentes se apoyan en la pared mirándome en la penumbra de la habitación, aquello no es nada agradable, pero nadie dijo que este viaje lo sería, y debo manejar la situación lo mejor que pueda. Pido una cerveza a una oronda señora que parece ser la que manda allí. Me mira de reojo
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