SIN LÍMITES
BEETHOVEN UN REVOLUCIONARIO POR LA LIBERTAD
PERIODISTA
No es ninguna novedad que Beethoven, de cuyo nacimiento se celebra este mes el doscientos cincuenta aniversario, fue un compositor revolucionario. Hizo sonar anticuada la música del período clásico, sentó las bases de la del romántico, que dominó el siglo xix, y avanzó esencialismos, disonancias y otros experimentos que solo volverían a escucharse con las vanguardias del xx. En otras palabras, marcó un antes y un después en su arte y significó en sí mismo una revolución.
Hasta que él llegó, una sinfonía era poco más que un divertimento para muchos instrumentos, para que los aristócratas de turno complacieran sus oídos con graciosas melodías de salón. Sus nueve sinfonías, en cambio, y sobre todo la Ter- cera, la Quinta, la Sexta, la Séptima y la Novena, supusieron un estallido expresivo. Se daba la misma distancia entre ellas y todo lo anterior que la que habría más tarde entre los cuadros academicistas, tan impecables como insípidos, y un impresionista, un fauve, un cubista o algún otro hechicero con pincel. De hecho, los grandes sinfonistas del resto del siglo xix, desde Schubert, Mendelssohn y Berlioz hasta Schumann, Brahms y Mahler, no tuvieron más remedio que iniciarse en sus composiciones orquestales siguiendo o rehuyendo esta influencia tan inmensa, intensa e inspiradora como peligrosamente abismal a la hora de desarrollar un estilo propio.
Pero Beethoven, por si fuera poco, escribió, además, obras de otros géneros que también representaron hitos en sus respectivos campos por la complejidad melódica y armónica, los potentes contrastes dinámicos, el dramatismo emocional, la vastedad de los movimientos y, por supuesto, la soberbia belleza del conjunto. Cinco (para violín, violonchelo y piano más la orquesta), numerosos cuartetos de cuerda, la ópera , la y una treintena de sonatas para piano se cuentan entre estas maravillas. Gracias a páginas como estas del compositor, la música dejó de ser simplemente algo bonito que escuchar, a cuyo ritmo bailar o con que exaltar ceremonias religiosas o nacionales para volverse una experiencia trascendente en sí misma.
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