SIN LÍMITES
EN BUSCA DE LAS TUMBAS PERDIDAS
Empezamos nuestro viaje en Italia. Recientemente, medios de comunicación de medio mundo se hacían eco de una noticia que causó asombro entre todos aquellos que sentimos pasión por el estudio de nuestro pasado. Las autoridades locales de la ciudad italiana de Cosenza, conscientes de una antigua tradición cuyo recuerdo se ha perpetuado hasta nuestros días, propusieron a la Cámara de Diputados de Roma, una iniciativa para buscar, utilizando la más moderna tecnología, el que puede considerarse como uno de los más grandes tesoros que aún queda por descubrir. Nos referimos a la tumba de Alarico el Viejo, el gran caudillo del pueblo visigodo.
Para entender su naturaleza, los arqueólogos e historiadores han tenido que retroceder en el tiempo hasta el año 66 d. C., en el que los romanos, cansados de la desafiante actitud de la díscola provincia de Judea, enviaron un potente ejército, compuesto por cuatro legiones, al mando de Tito que, después de una larga lucha, logró destruir la ciudad de Jerusalén y saquear su fastuoso templo. Uno de los testigos que presenciaron estos acontecimientos fue el historiador judío Flavio Josefo, gracias a cuyos escritos sabemos que los romanos capturaron un enorme botín entre los que probablemente destacarían algunos de los objetos de culto más importantes de la religión yahvista: entre la gran cantidad de despojos, los más notables eran los que habían sido hallados en el templo de Jerusalén: la mesa de oro que pesaba varios talentos y el candelabro de oro.
EXTRAÑA MUERTE
Una vez en manos de los legionarios, el tesoro fue trasladado hasta Roma, donde fue testigo del progresivo debilitamiento que a partir del siglo III d. C. sufrió el anteriormente poderoso imperio debido a la crisis económica y a la presión que sobre sus fronteras ejercieron los pueblos bárbaros. La crisis se fue acentuando hasta que, por fin, en los albores del siglo V, ocurrió lo inevitable.
En el año 395 moría el emperador Teodosio. Su última voluntad fue dividir el imperio entre sus dos hijos, Honorio, que se quedó con la parte occidental, y Arcadio, al que le tocó la oriental. El mundo romano quedaba en una situación crítica, fraccionado y enfrentado como consecuencia de la rivalidad entre los
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