WASHINGTON IRVING

AFINALES DEL SIGLO XVIII EL DOC-TOR SAMUEL JOHNSON (1709-1789) HABÍA AFIRMADO QUE EL ÚNICO OBJETIVO QUE TENÍA VIAJAR ERA LLEGAR HASTA EL MEDITERRÁNEO. En su cuenca se hallaban algunos de los lugares sobresalientes del Gran Tour de Europa, que durante siglos fue el viaje imprescindible para aquilatar la cultura de los jóvenes aristócratas europeos. Hasta ese momento la mítica Grecia y la voluptuosa Italia habían sido destinos ineludibles, pero a partir del siglo XIX la Península ibérica apareció como una decidida rival por su exotismo oriental. España era entonces considerada un país de salvajes, cuyas regiones solo se habían atrevido a transitar los viajeros más intrépidos, lo que resultó de lo más atractivo para los espíritus románticos ávidos de aventuras y de belleza para la ensoñación.

En el arranque del siglo, el alemán –aún a caballo entre dos mentalidades– ya informaba de que en el sur peninsular proliferaban los bandoleros, que eran bandidos que no hacían nada, ¡indudablemente siempre que se estuviera dispuesto a entregarles dinero y objetos valiosos! Aunque su nivel de vida presumimos que era desahogado, la fonda andaluza, como la del resto de España, le pareció cara y poco aseada. El cambio de siglo sorprendió a Humboldt cruzando los Despeñaperros con su esposa, sus tres hijos y el dibujante –que llegaría a ser embajador de Austria–. Frío y analítico en su discurso, este berlinés no empeñó en su crónica de viajes ni un ápice del corazón. De Sevilla le espantaron sus calles estrechas, de Córdoba el barrizal