CUERDA FLOJA
DE SALLY AVIGDOR, PARA VANIDADES
licia mira un punto fijo a través de la ventana. Es una manchita roja permanente, inalterable, que ni la lluvia ni el granizo que cayó hace pocos días en la Ciudad de México logró borrar. Mira obsesivamente sin importar la hora del día, no repara en que la vista es siempre idéntica, porque en realidad lo que Alicia hace en esa esquina soleada de la casa es estar consigo misma.
Viene a recobrar el aliento, a refugiarse de todos, a tener un minuto a solas, sin interrupciones, sin exigencias propias ni necesidades ajenas. Se sienta en su sillón blanco, cruza las piernas y simplemente se permite pensar en lo que le da la gana. Al menos por un momento deja de juzgar, de juzgarse, de obligarse a que cada segundo su ‘vida perfecta’ sea una anécdota, una historia o una imagen ideal para el Instagram, una conversación amable, un cuerpo atlético, unos hijos divinos, un marido ideal, una casa de revista. En medio de todos esos regalos que le ha dado la vida, a veces siente unas ganas irrefrenables de salir huyendo de todo para reencontrarse consigo misma.
Mientras se concentra en la manchita roja –que en realidad es un gran edificio color ladrillo–, piensa en el equilibrio, o más bien, en la ausencia del mismo. Imagina, con todo detalle, una gran cuerda floja. Como si se tratara de un gusano gigante y resbaladizo, evoca esa cuerda oscilante por la que tiene que caminar cada día sin caer al vacío. Desde que suena el despertador a las seis de la mañana hasta que
