Santos tirados en el suelo, monjes desnudos, alaridos en el sacrificio; habría fango, imaginamos, y cadáveres flotando en el mar… De este modo nació una nueva forma de rezarle a Dios: “Señor, protégenos de la furia de los hombres del norte”.
Era el 8 de junio del año 793 en el monasterio de Lindisfarne, situado en un territorio insular perteneciente al reino de Northumbria (Inglaterra). En esa fecha, los historiadores datan el inicio de la Era vikinga (793-1066).
Aquel día, los nórdicos entraron en la cultura medieval a sangre y fuego: pillaje, secuestros, pagos de rescates, numerosas batallas… (y comercio). Tenemos múltiples testimonios en las crónicas, los anales, los relatos de viajes y los sermones, de oeste a este, del Atlántico al Mediterráneo oriental. Aparecen, sin embargo, muchas veces de manera telegráfica, en una especie de Twitter del Apocalipsis, como si el temor llevara a la contención. En algunas crónicas y sermones los asocian al “castigo divino”, como en los escritos de Alcuino de York, monje y erudito de la época.
No era la primera vez que desembarcaban en Inglaterra, pero el ataque al monasterio de Lindisfarne fue el gran acto simbólico que sentaría las bases de lo que después sería llamado “el Gran Ejército Pagano” (por ejemplo,) que tomaría Gran Bretaña: los “daneses” que guerrearían contra los siete reinos cristianos de la heptarquía –Essex, East Anglia, Kent, Mercia, Northumbria, Sussex y Wessex– y que perpetrarían así la venganza que cita el poema escáldico o .