GEÓGRAFO Y ESCRITOR
El comunismo no es socialismo. Puede decirse que este último fue concebido como una fase previa del primero
El comunismo es un sueño. Un sueño que antes fue utopía; después, en ocasiones, pesadilla; y, ahora, una ilusión para unos y una tiniebla para otros. Y una amenaza existencial para Estados Unidos—China, con su particular versión—, tal y como siempre fue. Un sueño, en todo caso, que Karl Marx—y Frederic Engels—convirtió en ciencia tras las ensoñaciones utópicas de escritores como Saint-Simon, Owen o Fourier. Un sueño vívido en lugares tan dispares como la Unión Soviética, Corea del Norte, Congo o Baviera. Un sueño que, quizás, jamás tuvo la más mínima oportunidad—el potencial norteamericano tras la Segunda Guerra Mundial quizá le situó en una posición tan dominante que impidió cualquier desarrollo económico, político o social alternativo—, lo que todavía no sabemos a ciencia cierta es el porqué—naturaleza humana, condiciones adversas, defectuosa implementación—. Pero