Navidad de 1942, Treblinka, Polonia. Franz Stangl, comandante del campo de exterminio nazi, ordena construir una falsa estación de tren que incluya carteles con indicaciones de conexiones ferroviarias a Varsovia, Bialystok y Wolwonice. A menos de un kilómetro de allí, las cámaras gasean por miles a prisioneros judíos que habían pisado ese mismo andén.
Bajo el mando de Stangl, en Treblinka perdieron la vida cerca de un millón de personas. Tras la guerra, el austríaco logró huir a Damasco, desde donde se desplazó a Brasil. Allí permaneció en el anonimato hasta 1968, cuando fue extraditado a Alemania Occidental. Dos años después, un tribunal de Düsseldorf lo sentenciaba por crímenes de guerra. De nada le sirvió culpar durante el juicio a otro oficial nazi de dirigir los campos en los que él mismo había estado al frente: Treblinka y Sobibor. “Aunque no hubiera hecho otra cosa que atrapar a este malvado hombre, mi vida no habría sido en vano”, declararía el famoso cazador de nazis Simón Wiesenthal, quien intervino en su captura y aseguró que su