Lupe despertó sedienta y tomó de un sorbo el agua que quedaba en la jarra. Estaba nerviosa, por meses estuvo buscando una oportunidad para exhibir sus pinturas y el momento había llegado. Mildred administraba una de las mejores galerías de Nueva York y le había cedido un pequeño espacio gracias a la amistad que tenían, la que nació cuando fue su profesora de arte contemporáneo en el instituto donde estudió.
-No creas que te hago un favor -le dijo, cuando le agradeció por la oportunidad-, tus pinturas son buenas, y estoy segura de que habrá alguien que sabrá apreciarlas. Empezaremos con tres, luego veremos…
Fue difícil escoger entre sus cuadros los que mejor representarían su trabajo. Todos le parecían únicos, quizá porque dejaba en cada trazo la pasión que sentía cuando plasmaba lo que veía en su mente.
Pintaba desde que tenía memoria, y tuvo que pelear con sus padres para seguir sus sueños, ya que ellos preferían que encontrara un traba j o seguro que pagara mensualmente las cuentas, a que soñara con un éxito que muy pocos alcanzaban. ¿Por qué no podría triunfar?, se preguntaba, si estaba segura de lo que hacía, y la exposición sería una vitrina para mostrar su talento.
Volvió a la cama, pero ya no pudo conciliar el sueño, de pronto, las dudas trataron de sabotear su ilusión. ¿Y si nada salía como lo esperaba? ¿Qué pasaría si Mildred le devolvía los cuadros? ¿Alguien más podría darle otra oportunidad como esa?
Se puso un blazer y sus jeans nuevos, y no dejó de mirarse en el espejo.
-¿Qué tanto te miras? -le