Laura Pausini se apodera del cuerpo de Ismael Cruz Córdova en una fracción de segundo. No es algo sutil. Es una posesión músico-infernal. Están los ojos en blanco, el cuello estirado como un alazán terco y también los brazos que se izan primero como balizas y luego se agitan hipnóticamente como los de los inquietantes sky dancers. Sería incapaz de decirte qué sonaba antes o qué era lo que sonó después. ¿Una ropa vieja de hip-hop?, ¿éxitos urbanos latinos? Ni idea, qué más da. De repente, comienza a sonar Víveme en el plató donde estamos fotografiando al actor para nuestra portada y, kaboom, Ismael Cruz Córdova comienza a cantar a Pausini como si le fuera la vida en ello. Paladea la letra de la canción. O como diría Ismael con su musical fraseo: “Paalaadeeaa”, así, alargando mucho las vocales. Y pienso que si este puertorriqueño de 35 años del barrio de Sumidero de Aguas Buenas se planteara cambiar de carrera ahora mismo y ofrecer un concierto en el Madison Square Garden dentro de, no sé, dos o tres años, un tiempo prudencial para cambiar de vida, delante de 20.789 personas, daría un concierto en el Madison Square Garden delante de 20.789 seres humanos; ni uno más, ni uno menos. Las gradas estarían abarrotadas. Y no lo digo porque cante especialmente bien, ni especialmente mal. No tiene nada que ver con eso. Te voy a contar por qué he llegado a esta conclusión.
Su padre, Ismael, que le acompaña en el plató junto a Maritza, su madre, padres adolescentes. Pero es que antes le había dicho que algún día iba a participar en una gran franquicia de ciencia ficción, y llegó. Y antes, que tendría éxito en el teatro, y hizo despegar su carrera en Los Ángeles. Y que actuaría en una gran película de época, y vino ... ¿Ves el patrón?