EN AQUELLOS DÍAS, PARA CONSEGUIR UN COLOR ASÍ SE EMPLEABA TINTE DE RUBIA, UNA PLANTA BIEN EXTENDIDA EN TODO EL ARCO MEDITERRÁNEO (TANTO COMO PARA QUE EN LA PROVINCIA DE SALAMANCA EXIS-TA UN MUNICIPIO CON EL NOMBRE DE VILLASRUBIAS, PRECISAMENTE POR LA ABUNDANCIA DE ESTA FANERÓGAMA). SE OBTENÍA UN ROJO LLAMADO TURCO, QUE SE SUPONÍA EL PRIMERO CAPAZ DE RESISTIR LA EXPOSICIÓN PROLONGADA A LA LUZ SOLAR. Sin embargo, los tintoreros aún tenían un largo camino por recorrer y la realidad era que, con el paso de la campaña, los gallardos legionarios, enfundados en aquel agresivo rojo, acababan vistiendo un monísimo rosa.
Aunque en estos días resulta difícil de asimilar, en tiempos pasados no se podía disponer de paños en cualquier color imaginable. Los tintes eran solo unos pocos, y buena parte solo se conocían localmente. Además, en muchos casos, su calidad era deficiente, o no tan buena como hubiera sido deseable. Era habitual que el paño perdiese gradualmente el color, bien por los lavados o bien por la exposición a los elementos
De ahí que excepciones realmente efectivas fueran apreciadas en cualquier rincón del mundo donde se encontrasen. Como el famoso índigo (también conocido como añil), que llegaría a la vieja Europa a través de lo que habría de conocerse como Ruta de la Seda y que debe su nombre a su lejano origen en la India; indikon se llamaba en griego y Roma lo transformaría en indicum. Y al otro lado del Atlántico, en el Perú que andando el tiempo conquistaría , ya hay evidencias de uso de un tinte de