Andrés ató las bridas de su caballo a la rama de un árbol y sin delicadeza desabotonó su camisa. Tenía la piel pegajosa y lo único que quería era bañarse en el río. Desde la muerte de Ignacio, el padre de Vania y empleado de la hacienda, apenas podía descansar, por eso agradecía ese momento de relajación después de un duro trabajo. Pero cuando se acercaba a la orilla escuchó un chapoteo que llamó su atención. Nadie se bañaba en esa parte porque estaba dentro de sus tierras.
Se acercó despacio y su corazón latió con fuerza al ver a Vania flotando, quien dejaba al descubierto su feminidad y tentaba a la distancia, llenando sus ojos con un espectaculo sensual que despertó sus sentidos.
Nadie como ella para alterar cada fibra de su ser, nadaba sin preocupación y disfrutando de ese respiro de frescura, sin saber que Andrés observaba cada uno de sus movimientos. Él estaba consciente de que debía hacer algo para hacer notar su presencia, pero se quedó oculto entre la maleza viendo como salía Vania delagua, exhibiendo sucuerpo húmedo que brillaba bajo el sol como el de una diosa: sus formas perfectas, pechos firmes y la pequenez de su cintura, dando vida a sus caderas que terminaban en unas piernas largas y bien formadas.
La vio vestirse y luego desaparecer por el sendero que llevaba a la finca. Sabía que en cualquier momento regresaría, y pensó que estaría preparado cuando la tuviera enfrente, pero jamás imaginó que tras tantos años el impacto del encuentro sería fulminante para sus sentidos y su corazón.
-Por Dios, ¿dónde has estado? -exclamó su madre, preocupada-, los muchachos de la hacienda fueron