En 2023 se cumple el 30 aniversario del mayor enfrentamiento entre un gobierno y un grupo de iluminados de una secta apocalíptica: la masacre del rancho Monte Carmelo, en Waco, Texas (EE UU). Aquel asedio que duró 51 agotadoras jornadas, retransmitidas en directo por los medios de comunicación (como si se tratara de un espectáculo al estilo COPS), puso en evidencia las debilidades del Gobierno y provocó un efecto contrario al deseado: la proliferación de millones de armas de fuego, ya que muchos ciudadanos estadounidenses consideraron que el Estado suponía un peligro para su seguridad y sus derechos individuales.
La consecuencia de tal aumento del número de armas revelaría con el paso del tiempo otra terrible realidad: la de los tiroteos masivos que se han convertido en una cuestión de Estado y suponen un verdadero quebradero de cabeza para la Administración Biden: 203 en los últimos cuatro meses, el mayor número registrado jamás.
Cuando Bill Clinton accedió al poder, un ya lejano enero de 1993, se produjo la primera oleada de «virulentos ataques antigubernamentales hechos con milicias paramilitares, rebeldes contra el pago de impuestos y los que se autodenominaban ‘ciudada- nos soberanos’», según recogía en 2009 un informe del Southern Poverty Law Center a raíz de la victoria de Barack Obama, que provocaría un auténtico caos entre las facciones republicanas más radicales. Según el estudio, un pánico irracional que acompaña siempre al país de las barras y estrellas tras las victorias demócratas se incrementó sobremanera con el triunfo del primer candidato afroamericano que aspiraba a ocupar la Casa Blanca.
CAMINO «ESPIRITUAL»
Para sus autores, fue un regreso a los 90, época en que se produjo la masacre de los Davidianos de Waco, pero también los atentados de , el realizado por Timothy Mc-Veigh contra el edificio federal de Oklahoma y la eclosión de teorías conspirativas que alimentaron el terrorismo «doméstico» de corte patriótico y supremacista que, con el auge