Málaga tiene todo lo que tienen los versos de Edgar Neville: un callejón propicio, una esquina misteriosa y recoleta, un balcón con perfume de labios o una inesperada plazoleta. Málaga tiene la letra del saleroso huapango convertido en banda sonora de Kill Bill 2, la abstracción dislocada de Picasso y el quejío del Niño de Vélez al recordar aquel parque lleno de flores –el de Caleta y El limonar– donde nacen los amores. Málaga es otras muchas cosas, además: la novia de la muerte en la noche del Jueves Santo, la madre de las biznagas y el amor platónico de Antonio Banderas. Málaga es –en suma– la vida, el sueño y el tiempo que le quedan al actor, la Ítaca de este Ulises que todavía imagina nuevas aventuras y que fantasea con atracar en desconocidos puertos porque, desde el infarto sufrido hace casi seis años, despierta todos los días pidiéndole a los dioses que el camino sea muy largo. Aunque Málaga, eso sí, nunca pasará. Siempre estará ahí. Esperándole. Como Penélope.
“En Hollywood ya me conocen y no tengo la necesidad de vivir allí”
EL CORAZÓN DE ANTONIO
Ahora, volver a Málaga –una y otra vez– cobra un sentido especial para él. Aquel joven que soñó desde Málaga con convertirse en actor y que soñó con Málaga cuando ya lo había conseguido casi todo le pide a la vida más tiempo. Tiempo para hacer más cosas, para poner en marcha nuevos proyectos, para tener la oportunidad de vivir tantas vidas como las que ha vivido hasta ahora y que ya quisieran algunos hombres de su generación. Más de 40 años de profesión y un centenar largo de películas no le pesan. Más bien al contrario. Antonio quiere más y lo traslada con esa energía tan contagiosa y tan propia e inocente de las primeras veces. De alguien que un día sintió que había vuelto a nacer: