LOS DOS ARQUEÓLOGOS, ambos exploradores de National Geographic con puestos de investigadores en la Universidad de Tulane, han sumado décadas de trabajo en la selvas de América Central. El extenuante calor y la humedad, así como los encuentros con la mortal vida silvestre y los saqueadores armados fueron una parte inextricable del descubrimiento de los tesoros de los antiguos mayas, una civilización que floreció durante miles de años y que desapareció misteriosamente bajo el tupido bosque.
Parecía algo irónico, casi injusto, que su mayor descubrimiento sucediera mientras se encontraban reunidos frente a una computadora en una oficina en Nueva Orleans. Mientras su colega Francisco Estrada Belli observaba, Marcello Canuto, abría una imagen aérea de un tramo de bosque en el norte de Guatemala. A primera vista, la pantalla solo mostraba las copas de los árboles, pero esta imagen se había hecho con una tecnología llamada Lidar (abreviación de la frase en inglés “detección de luz y alcance”). Los dispositivos Lidar montados en una aeronave lanzaban haces de luces láser hacia el suelo y luego medían los que se reflejaban. La pequeña fracción de pulsos que penetraba el follaje proporcionaba suficientes puntos de información para armar una imagen del suelo selvático.
Con tan solo pulsar unas teclas, Canuto eliminó digitalmente la vegetación y reveló una imagen tridimensional del terreno que se encontraba lejos del centro de otras poblaciones; creían que la región que estudiaban había estado deshabitada la mayor parte del tiempo, incluso durante el apogeo de la civilización maya hace más de 1100 años.
De pronto, lo que parecía una ladera reveló estanques, terrazas para cultivos y canales de irrigación construidos por personas. Unas pequeñas montañas