En su esencia, el castro era un poblado situado en una posición topográfica dominante, por lo general estratégica, que estaba dotado con defensas y fortificaciones monumentales (murallas y fosos) muy significativas. En su mayor parte fueron erigidos en los siglos previos a la dominación romana de la península ibérica, aunque los hay de mayor antigüedad. Durante los casi 1000 años que transcurrieron entre el final de la Edad de Bronce y la implantación definitiva de los romanos no se conoce, en todo territorio asturiano, otra forma de asentamiento que el fortificado. Es por ello que, a pesar de las diferencias que muestran los distintos enclaves y sus particularidades, los expertos han dado en llamar a este vasto periodo de nuestra historia «Cultura Castreña», muy representativa en la zona noroccidental del país, cuyas excavaciones han revelado datos sorprendentes de sus habitantes, que se organizaron en comunidades autárquicas y que tenían dominio de la construcción, la metalurgia y capacidad artística para la fabricación de joyas, así como de armas, entre otras habilidades.
Estos antiguos pobladores de Asturias competían entre ellos por los recursos de su entorno más inmediato necesarios para la supervivencia, como la caza, las tierras que podían cultivarse, la madera, los yacimientos mineros o posiciones estratégicas cerca de ríos o dominando el mar. En el Principado de Asturias se contabilizan hasta 220 (que han ido saliendo a la luz desde que