Laura siempre fue bonita y simpática, además de muy sencilla, como decían sus amigas. Su madre, en cambio, era calculadora, ambiciosa y egoísta. Eso no hubiera importado si Laura no se hubiera dejado manipular.
Daniel Ocampo era el segundo de los cuatro hijos de Gabino y Albina. El primero era Gabriel, luego él y después llegaron Lilia y Andrea. Formaban una bella familia, bien estructurada, unida y trabajadora. Gabino era un contador muy apreciado que trabajaba en una empresa transnacional, mientras que Albina se dedicaba a labores sociales y a su hogar.
La mayoría de los recursos de Gabino los dedicaban al pago de las escuelas de sus hijos, pues consideraba que sus estudios eran la mejor herencia que les podía dejar.
La mejor amiga de Lilia era Laura, con quien pasaba gran parte de su tiempo. Se conocían desde niñas, pues sus casas se ubicaban cerca, sobre la misma acera del vecindario. Además, eran compañeras en la escuela, en la que compartían estudios, gustos y aficiones. Las dos participaban en el equipo de animación del colegio, les gustaba bailar y eran disciplinadas, lo que las hacía destacar del resto de sus compañeras. Casi siempre andaban juntas y cuando no estaban haciendo tareas, se ponían a escuchar música en la casa de Lilia. Por su parte, Daniel, que asistía a la misma academia sólo dos grados arriba de ellas, también disfrutaba de la compañía de Laura, a la que veía como parte de su familia, pues la estrecha relación que tenía con su hermana la hacía parecer como un miembro más. El joven siempre mostró una gran inclinación por ayudar a los demás, colaboraba con sus compañeros en las tareas escolares y destacaba por su gran inteligencia. Sus maestros lo consideraban el mejor alumno de su grado y sus calificaciones así lo certificaban. Esa preferencia