Espíritu de Dios
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Espíritu de Dios - Diego Jaramillo Cuartas
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ISBN: ISBN: 978-958-735-181-1
Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio
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PRESENTACIÓN
Las siguientes reflexiones sobre el Espíritu Santo han sido presentadas a lo largo de varios años en los programas televisados de El Minuto de Dios. Eso explica la reiteración en algunos de sus temas y la posible alusión a tiempos determinados, lo mismo que la ausencia de algunos aspectos doctrinales, infaltables en una reflexión sistemática.
Pedimos al Señor que esas semillas de la Palabra, que quizá hayan sido recogidas en algunos corazones, abonadas con los textos que ahora se publican, alcancen a dar abundante fruto, como acaeció al Sembrador de que hablan los evangelios, que esparció la simiente por doquiera en el campo, hubiera piedras, malezas o tierra de excelente calidad.
LA MEMORIA DE LA IGLESIA
Todos sabemos lo que significa para un estudiante enfrentarse con la preparación de los exámenes: clavarse sobre los libros; aprender fórmulas, nociones y fechas; y luego, en el momento de la prueba, rehacer, con un esfuerzo mental, lo que decían los textos, para obtener una buena nota que reconozca su esfuerzo. Entonces se da uno cuenta del valor de la memoria.
Todos sabemos lo que significa sumergirse en el pasado, revivir acontecimientos, ver con la imaginación a personas queridas, que viven lejos o que ya murieron.
Si no fuese por la memoria, los hombres estaríamos muy solos, porque ella nos permite recordar, revivir, hacer presente el pasado, serle fieles, no olvidar lo que archivamos en el fichero de la mente, sabiendo que lo necesitaríamos más tarde.
Quien olvida falla en algo, no puede comprometerse. Se le considera distraído o poco dotado intelectualmente.
La Iglesia que formamos es como un cuerpo vivo, dotado de una memoria prodigiosa. En veinte siglos que lleva vividos, no ha olvidado ni podrá nunca olvidar ciertas experiencias que desde el principio consideró fundamentales.
Por eso sigue celebrando con el mismo entusiasmo que en el siglo primero la resurrección del señor Jesús y la venida del Espíritu Santo. Por eso sigue recordando el Evangelio que Cristo predicó.
Es posible que a veces la Iglesia no viva plenamente ese Evangelio, porque el pecado pesa, pero entonces tendrá conciencia de su culpa y se arrepentirá al comparar los procederes diarios con el ideal que le trazó Jesús.
Esta memoria viva de la Iglesia se llama Espíritu Santo. Él es quien hace imposible que la Iglesia olvide lo fundamental. Su misión es recordarnos lo que Jesús proclamó y conducirnos hasta que lo comprendamos plenamente.
Por esta acción del Espíritu Santo, la Iglesia se acuerda de Jesús, continúa siendo su familia, viviendo en su casa.
Si no fuera por el Espíritu, en veinte siglos de historia los hombres habríamos transformado la Iglesia, habríamos olvidado nuestros orígenes, habríamos cambiado la casa que nos edificó Dios, para irnos a vivir a una mansión diferente, edificada por manos de los hombres.
Pero el Espíritu nos recuerda que sólo en la casa construida por Jesucristo cabe la familia humana; que todas las demás le resultan estrechas. La Iglesia revive allí, en la casa familiar, los acontecimientos de la familia; no los puede olvidar, sabe que de ellos depende su vida.
Tal es la acción del Espíritu, la memoria viva de la Iglesia, la que le impide padecer cualquier amnesia fundamental.
LA HERENCIA DE CRISTO
Cuando el cuarto evangelio narra la muerte de Jesús, emplea una expresión diferente a la usada por los tres primeros evangelistas. Estos dicen que Jesús expiró
, mientras que san Juan afirma que el Señor entregó el espíritu
.
Aparentemente las dos expresiones aluden a la misma realidad, pero la forma usada por san Juan entraña un sentido más profundo, pues no sólo significaría la muerte de Jesús, sino que también podría evocar la entrega del Espíritu Santo a la Iglesia, conseguida por la muerte del Señor en el Calvario.
Al respecto, podemos recordar la escena del evangelio, cuando María de Betania llegó hasta Jesús y quebró un frasco lleno de perfume para ungir el cuerpo del Señor. El aroma del bálsamo que contenía ese frasco llenó la casa en donde estaba cenando Jesús (cfJn 12, 3).
Parecido a ese pomo de perfume fue el cuerpo del Señor. Destrozado por los azotes, perforado por los clavos, herido por la lanza, murió en la cruz, y entonces entregó el espíritu
, el aroma del que se encontraba embebido, que era el aceite con que había sido ungido cuando su cuerpo empezó a formarse en las entrañas purísimas de María, o el óleo que se derramó sobre Él, cuando el Espíritu divino descendió como una paloma que se posó y permaneció en Él.
Entregó el Espíritu
. Esa fue la más preciada herencia que los discípulos recibieron de Jesús, lo más personal, lo más íntimo que les podía dar.
En María y en el discípulo amado estábamos representados todos los creyentes. A todos nosotros se nos entrega el Espíritu de Jesús; por eso, la narración que hace Juan se puede considerar como un Pentecostés.
Como en este día, también en la cruz, Jesús derrama sobre la Iglesia su Espíritu. Por eso se suele decir que la Iglesia nace en el Calvario y se manifiesta en Pentecostés.
Es la misma realidad, narrada desde dos perspectivas: la de Juan y la de Lucas; pero siempre es Jesús el dador, la misma es la dádiva del Espíritu, y