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Nada más que la verdad: Como defender el evangelio en un mundo esceptico
Nada más que la verdad: Como defender el evangelio en un mundo esceptico
Nada más que la verdad: Como defender el evangelio en un mundo esceptico
Libro electrónico231 páginas5 horas

Nada más que la verdad: Como defender el evangelio en un mundo esceptico

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Información de este libro electrónico

Las Escrituras son claras en cuanto al hecho de que debemos estar preparados para comunicar la verdad del evangelio siempre que se nos presente la oportunidad, y hacerlo con la actitud correcta. Pero incluso cuando su tono es amable y respetuoso, ¿qué debe decir, específicamente, cuando le preguntan o le retan en cuanto a su fe? Y como discípulo de Cristo, ¿cuál es su responsabilidad general para con los que no creen?
Combinando un estudio bíblico del evangelismo, con una defensa racional de las creencias cristianas y un enfoque práctico del testimonio cristiano, este libro le ofrece una perspectiva bien razonada que le puede ayudar a dar respuestas amables y confiadas de la esperanza que usted tiene en Cristo Jesús.

Scripture is clear about the fact that we must be prepared to communicate the truth of the gospel when given the opportunity-and to do it with the right attitude. But even when your tone is gentle and respectful, what, specifically, should you say when asked or confronted about your faith? And what is your overall responsibility to unbelievers as a disciple of Christ?
Combining a biblical study of evangelism, a rational defense of Christian beliefs, and a practical approach to evangelism, this book offers a well-rounded perspective that can help you gently and confidently give an answer for the hope you have in Christ.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ago 2013
ISBN9780825485206
Nada más que la verdad: Como defender el evangelio en un mundo esceptico
Autor

John MacArthur

John MacArthur es pastor y maestro de Grace Community Church en Sun Valley. También es presidente de The Master’s College and Seminary. Es un prolífico autor con muchos éxitos de ventas: El pastor como predicador, El pastor en la cultura actual, El pastor como líder, El pastor como teólogo, El pastor y el Supremo Dios de los cielos, El pastor y la inerrancia bíblica y la Biblia Fortaleza, entre otros.

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    Nada más que la verdad - John MacArthur

    incrédulo.

    PRIMERA PARTE

    LA

    ACTITUD

    PARA

    EVANGELIZAR

    1

    EL DEBER DEL CRISTIANO EN UN MUNDO HOSTIL

    Mientras el mundo de hoy hace la transición para vivir en el siglo XXI, muchas personas aún tienen el lema: Cuanto más cambian las cosas, más siguen igual. Aunque este dicho tiene algo de verdad, necesitamos entender que muchas cosas están cambiando más rápido de lo que pensamos y que el pecado humano es más grave que nunca (2 Ti. 3:13). En nuestra cultura, vemos la espiral descendente que se describe en Romanos 1:18-32 y hemos tocado fondo, hasta llegar a la mente reprobada. Sin embargo, la Gran Comisión (Mt. 28:18-20) y la verdad de las palabras de nuestro Señor no cambian: La mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies (Mt. 9:37-38).

    No obstante, el enfoque de la Iglesia sobre los mandamientos de Cristo para evangelizar se ha vuelto más y más borroso, y muchos creyentes no han sido fieles en testificar a este mundo hostil. Por el contrario, muchos reflejan cada vez más las actitudes de algunas de las iglesias de Asia Menor, como la de Éfeso, a la que Cristo le dijo: Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor (Ap. 2:4). También reprendió con severidad a la iglesia de Laodicea: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca (Ap. 3:15-16). La sociedad se vuelve más hostil y pecaminosa, a medida que cambia con rapidez, y la Iglesia se vuelve más débil y más parecida al mundo, en vez de ser distinta. Bien podríamos adoptar este lema revisado: Cuanto más cambian las cosas en el mundo, más intensa y urgentemente necesitamos proclamar a los no salvos las verdades inmutables del evangelio.

    LA GRAN NECESIDAD DE LA IGLESIA

    Entonces, ¿qué necesita la Iglesia y todos los que profesan ser miembros de esta para ser fieles al mandamiento de Dios de evangelizar? Se necesita un avivamiento espiritual y una renovación en la que los creyentes individuales —capacitados, motivados, y con el poder renovado del Espíritu Santo— centren su atención en la gloria y majestad de Dios y, por amor a Él, se deleiten en cumplir con entusiasmo sus deberes espirituales, y sigan a conciencia el plan divino para la Iglesia. Esto implica cambiar las tendencias que han convertido a la iglesia evangélica en una institución popularizada que elimina todo lo que ofende de su mensaje. Eso significa ministrar, no basándose en el pragmatismo, en la psicología o, simplemente, en cualquier cosa que haga sentir bien al oyente, sino en principios bíblicos. Significa también oponerse a la tendencia de ser un ministerio que busca estimular las emociones al emplear todas las estrategias de mercadotecnia seculares más útiles para tratar de suplir las necesidades sentidas de la cultura actual, y, en consecuencia, afirma la cultura.

    La iglesia contemporánea se siente satisfecha de tener un enfoque que le permite resolver problemas de la manera más fácil y que les permite a las personas estar cómodas, sin desafiarlas seriamente a vivir con rectitud. Tal ambiente favorece la idea de que creer es sencillo (ser cristiano es fácil porque la persona solo necesita aceptar en la mente quién era Jesús y qué hizo, y no necesariamente debe preocuparse por arrepentirse de su pecado ni por obedecer). Por lo tanto, muchos hombres y mujeres que se consideran cristianos evangélicos no son creyentes de verdad. Saben muy poco o nada sobre la adoración que honra a Dios, las aspiraciones santas, la obediencia bíblica o la predicación expositiva con esmero, y tienen pocas expectativas sobre la esperanza futura del cristiano: el regreso de Jesucristo. Están ausentes la fe centrada en Jesucristo y la vida centrada en Dios, las cuales nos permiten soportar las dificultades y hacerle oposición a un mundo hostil, para anunciarle el evangelio con eficacia.

    EL INCENTIVO DEL CREYENTE

    Una de las formas en las que la Iglesia puede recuperar el celo por la evangelización es aceptando un enfoque serio en cuanto a la verdad del regreso de Cristo, que fomente la esperanza de que en cualquier momento seremos arrebatados… en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor (1 Ts. 4:17). A lo largo de la historia, los grandes líderes de la Iglesia han tenido un profundo sentido de reverencia y esperanza al pensar en la segunda venida de Jesucristo. John Newton, autor de Sublime gracia, escribió lo siguiente en las dos primeras estrofas de un himno escrito en 1774:

    ¡Día del juicio! ¡Día de asombro!

    Escuchen el sonido terrible de la trompeta,

    Más fuerte que un millar de truenos,

    Hace temblar a toda la creación.

    ¡Cuánta confusión traerá el llamado al corazón

    del pecador!

    Vean al Juez vestido de nuestra naturaleza,

    Ataviado con majestad divina;

    Ustedes, que anhelan su venida,

    Entonces, dirán: ¡Este es mi Dios!

    Salvador misericordioso, sé mi dueño en aquel día.

    El apóstol Pedro, en su primera carta a los creyentes de Asia Menor que estaban luchando por vivir para Cristo en medio de gran persecución, les recuerda a ellos y nosotros que el fin de los tiempos y el regreso glorioso de Cristo eran inminentes. A continuación Pedro utiliza el incentivo de esa doble verdad para exhortar a los creyentes a vivir de forma fiel, sin importar cuán difíciles fueran las circunstancias: Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración. Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados (1 P. 4:7-8).

    Los últimos tiempos ya están aquí

    Los miembros de la iglesia primitiva, tales como los lectores de Pedro, que en el siglo I d.C. estaban esparcidos por todo el mundo mediterráneo, empezaron a comprender que los últimos días se iniciaron cuando el Mesías vino por primera vez. Además de la afirmación de Pedro, otros escritos del Nuevo Testamento inspirados por el Espíritu hablan con claridad al respecto. El apóstol Pablo lo declaró cuando le advirtió a Timoteo a través de una descripción detallada de los apóstatas que comenzaban a amenazar a la iglesia: También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita (2 Ti. 3:1-5; cp. 1 Ti. 4:1). El apóstol Juan les dijo a sus lectores: Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo (1 Jn. 2:18).

    Los cristianos judíos más perspicaces de la iglesia primitiva también supieron que los últimos días empezaron con la primera venida de Cristo, porque su venida marcó el cumplimiento del pacto con Abraham y la ratificación del nuevo pacto, la clave para el plan redentor de Dios. La muerte del Señor, que ratificó el nuevo pacto, significó necesariamente el fin del sistema sacrificial judío. El sistema del Antiguo Testamento de sacerdotes, rituales, sacrificios y ofrendas se eliminó cuando el Señor Jesús ofreció el sacrificio total y definitivo por el pecado, y todos los creyentes se convirtieron en sacerdotes con acceso directo a Dios. Ese privilegio quedó simbolizado cuando el velo del templo, que separaba el lugar santo del lugar santísimo, se rasgó en dos desde arriba hasta abajo de forma milagrosa (Mt. 27:51; He. 10:14-22; cp. Mt. 24:2; He. 9:26-28).

    La inminencia de la segunda venida

    Cuando Pedro escribió que el fin (gr. telos) estaba cerca (1 P. 4:7), no solo se refería al cese o a la terminación cronológica. En realidad, la palabra significa consumación, un objetivo cumplido o alcanzado. En este contexto, el apóstol habla del regreso de Jesucristo, cuando se consumarán todas las cosas. Al comienzo de la epístola, el apóstol se refiere a este gran suceso cuando asegura a los cristianos que ellos serán protegidos por el poder de Dios para la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero (1:5), cuando sea manifestado Jesucristo (v. 7).

    Pedro identifica el clímax de la historia con la expresión se acerca (1 P. 4:7). El tiempo del verbo en griego denota un proceso terminado, con una cercanía resultante. En este caso, significa que el regreso de Cristo es inminente, lo cual implica que los creyentes deben vivir y servir con expectativa porque la segunda venida del Señor puede suceder en cualquier momento. Tal actitud es señal de fidelidad, como subrayan varios pasajes del Nuevo Testamento.

    El anhelo por el regreso de Cristo fue parte del buen informe que Pablo recibió sobre la iglesia en Tesalónica: Porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesucristo, quien nos libra de la ira venidera (1 Ts. 1:9-10).

    Santiago animó a los creyentes a perseverar a la luz de la certeza de que Cristo volvería antes de lo que pensaban: Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca (Stg. 5:7-8). De nuevo, la expresión se acerca nos recuerda que la venida de Jesús por su Iglesia es algo que deben esperar todos los creyentes de todos los tiempos. Nuestros corazones y nuestras mentes deben centrarse en esa verdad mientras le servimos a diario. El hecho de que Él no regresó durante el tiempo de Santiago no invalida la exhortación del apóstol para los primeros cristianos ni para nosotros.

    Dios, en su soberana sabiduría, decidió no revelarnos cuándo será la segunda venida. Jesús ni siquiera supo durante su encarnación cuál sería la hora establecida de su regreso: Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre (Mt. 24:36). Justo antes de su ascensión, les recordó a los discípulos que no era la voluntad de Dios que supieran cuándo iba a volver a instaurar su reino: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad (Hch. 1:7).

    Es mejor que no sepamos el tiempo exacto del regreso de Jesús. De lo contrario, nuestra motivación podría estar en peligro. Podríamos caer en la complacencia sabiendo que pueden pasar siglos antes de su regreso, o podríamos llenarnos de pánico si sabemos que va a regresar mañana. Sin embargo, vivir con un sentido bíblico de la inminencia elimina los extremos, y nos permite vivir y servir con una actitud expectante.

    ¿Cómo debería afectar a nuestras vidas el regreso inminente de Cristo?

    La verdad de la venida inminente de nuestro Señor debería motivarnos a ser perseguidores devotos y atentos de la rectitud. Tal deseo de agradarle es la marca de cada creyente genuino. Un incentivo importante para obedecerle es comprender que un día nos presentaremos ante su trono de juicio y rendiremos cuentas de nuestras acciones: Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo (2 Co. 5:9-10). Dios no juzgará nuestros pecados en ese momento, porque ya lo hizo en la cruz. Sin embargo, Cristo evaluará la eficacia, la dedicación, la devoción y la utilidad de nuestro servicio a Él (incluso, en el evangelismo). Por lo tanto, deberíamos desear encontrarnos con Él con una seguridad llena de gozo (1 Jn. 2:28) sabiendo que, a los que esperamos su segunda venida, nos aguarda la recompensa divina (2 Ti. 4:8; cp. Fil. 3:14; 1 Jn. 3:2-3).

    Un segundo incentivo es que el mismo Señor advirtió a sus seguidores que debían estar listos. No sabemos cuándo será el momento de su aparición, por lo tanto, es prudente escuchar su advertencia: Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis (Mt. 24:42-44).

    Sin embargo, Jesús compensó esta seria advertencia con la promesa de que Él servirá a aquellos discípulos que estuvieron atentos y preparados para su regreso: Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles (Lc. 12:37). Eso debería ser un incentivo suficiente para vivir con rectitud y hablar a otros sobre Él.

    LAS DIMENSIONES FUNDAMENTALES DE LA VIDA CRISTIANA

    Aunque la esperanza del pronto regreso de Jesucristo es imprescindible, no puede ser nuestra única motivación para dar testimonio de nuestra fe. También necesitamos ejercitarnos a diario en las disciplinas espirituales que forjan en nosotros la fuerza, el valor, la audacia y la madurez espiritual, la cual hace que el evangelio sea creíble. La oración y la asimilación de las Escrituras (mediante la lectura, el estudio, la meditación y la memorización) nos permiten obedecer los revelados en la Palabra de Dios. Solo entonces podremos demostrar el poder de Cristo en nuestras vidas y estaremos listos para poner en práctica la verdad en cualquier situación en la que tengamos oportunidad de testificar.

    Con miras a un testimonio eficaz, el apóstol Pedro quería que los creyentes comprendieran algunas dimensiones específicas del carácter cristiano que ayudan a lograr a diario la excelencia en las disciplinas espirituales. Por esta razón, dijo: Sed, pues, sobrios, y velad en oración (1 P. 4:7).

    Sed sobrios es la traducción de dos palabras griegas que significan tener cuidado y mente. Los creyentes deben guardar sus mentes, y mantenerlas limpias y fijas en las prioridades espirituales. Por eso Pablo dijo: Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra (Col. 3:2).

    Puesto que actuamos según nuestra forma de pensar (Pr. 23:7), es fundamental que protejamos nuestras mentes, y que nos enfoquemos en Dios y en lo que le agrada a Él. De lo contrario, es fácil perder el rumbo y rendirse ante las diversas influencias inmoderadas, engañosas y demoníacas del mundo. Varios versículos bien conocidos del Nuevo Testamento nos dicen cómo podemos evitar caer en esa trampa, proteger nuestras mentes y agradarle al Señor (Fil. 4:8; Col. 3:16; Tit. 2:11-12).

    Someter nuestra mente y nuestros pensamientos al control de Cristo (2 Co. 10:5), y de su Palabra (Jos. 1:8) los mantiene a salvo y nos permite ver las cosas desde el punto de vista de Dios. Así es cómo el Espíritu nos da discernimiento santificado y nos protege de aceptar modas y errores doctrinales, o de ser indiferentes, de forma necia, a la verdad.

    Sin embargo, Pedro insiste en que necesitamos algo más que buen criterio: necesitamos ser sobrios. Eso significa que debemos estar alerta y tomarnos los asuntos espirituales en serio. Jesús usó el mismo término para instar a sus seguidores a velar (Mt. 24:42) y a velar y orar (26:41).

    La combinación de un pensamiento piadoso con un estado de alerta espiritual es fundamental para la vida de cualquier creyente que vela en oración (1 P. 4:7). No podemos tener una vida de oración plena y eficaz si nuestro pensamiento es desordenado, confuso, egocéntrico o si está preocupado por asuntos temporales, en lugar de interesarse por la verdad de Dios y sus propósitos. Solo tendremos una comunión más profunda y satisfactoria con Él cuando pensemos bíblicamente.

    Una comunión continua con Dios conformada por actitudes cristianas (formadas mediante una manera de pensar piadosa) es el fundamento del ministerio fructífero de un cristiano. Cuando somos diligentes en digerir la Palabra de Dios por medio de la lectura, la meditación y el estudio diarios, las respuestas piadosas ante cada reto de nuestras vidas se convertirán en un hábito. Si las tres dimensiones (la sobriedad, el estado de alerta espiritual y la comunión en la oración) están presentes y obran en nuestras vidas, tendremos una sensación poderosa de la presencia de Dios, y manifestaremos el poder espiritual que influirá en otros para que se acerquen a Cristo y dará integridad a nuestro testimonio.

    EL EFECTO DEL AMOR VERDADERO

    Una relación correcta con Dios, como la que acabamos de describir, debería producir un amor sincero por los demás. El apóstol Pedro llega a esa conclusión al escribir: Ante todo, tened entre vosotros ferviente amor, porque el amor cubre multitud de pecados (1 P. 4:8). Aquí, la palabra amor se refiere sobre todo a las relaciones entre creyentes, pero también tiene una relación importante con la evangelización. Jesús enseñó a sus discípulos: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (Jn. 13:35). El amor es el fundamento del testimonio del cristiano ante el mundo.

    Pablo dio mandamientos similares: Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto (Col. 3:14); Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa (Fil. 2:2).

    Pedro llama ferviente al amor que describe, el cual indica el mismo tipo de esfuerzo máximo que hace un corredor para ganar una carrera. Tal

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