Negocios y moral: El dilema del camello y la aguja
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¿Qué dice Jesucristo sobre la actividad económica, el trabajo, las riquezas?
¿Cómo y con qué criterios valorar moralmente la actividad empresarial, los beneficios y las finanzas? ¿Cómo invertir éticamente? ¿Cómo saber si un salario es justo? ¿El consumismo es hijo del capitalismo?
¿Qué piensa la Iglesia de la ayuda al desarrollo o de la deuda externa de los países pobres?
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Negocios y moral - Gregorio Guitián Crespo
tratados.
1. Comprendiendo la economía
Dice Gregory Mankiw, conocido autor de uno de los manuales de economía más famosos del momento, que la economía «no es más que un grupo de personas que se interrelacionan en su vida diaria». Tan sencillo como eso, pero tan complejo y profundo a la vez.
Nuestra condición corpóreo-espiritual implica muchas cosas, entre ellas, algunas limitaciones. No podemos conseguir todo lo que queremos con un mero acto de pensamiento; no sabemos todo, ni todo está a nuestro alcance. Necesitamos ciertos bienes materiales y otros propios de nuestro ser espiritual para poder vivir de manera acorde a la categoría del ser humano. Necesitamos alimento, vestido, un lugar donde refugiarnos, cierta salud, educación, trabajo y descanso… y cada uno no puede procurarse todas estas cosas por sí mismo debido a la limitación del propio conocimiento, del tiempo tantas veces, de los recursos necesarios para ello, etc. Por eso, y también por otros motivos más profundos, contamos con los demás, nos apoyamos en ellos, convivimos y colaboramos con ellos, poniendo de nuestra parte lo que está a nuestro alcance.
La economía es la respuesta de una sociedad ante las necesidades, sobre todo materiales, que experimentamos las personas. La economía trata de administrar de manera razonable los recursos limitados de que disponemos para dar respuesta a las necesidades que tenemos. Por eso, Mankiw puede decir que la economía trata fundamentalmente de relaciones cotidianas entre personas, entre muchas personas.
Sin embargo, la economía no se ocupa de todo género de interrelaciones personales, ni de todos los tipos de bienes que satisfacen necesidades. Suele decirse que se centra en los bienes económicos, es decir, aquellos que son escasos y que, efectivamente, sirven para satisfacer alguna necesidad.
A efectos prácticos, la economía tiene por finalidad producir de manera razonable los bienes y servicios necesarios para la sociedad y distribuir, también de manera razonable, esa riqueza generada. No sería razonable, por ejemplo, producir un determinado bien derrochando despreocupadamente recursos naturales, energéticos, etc.; o que el valor económico generado por las actividades empresariales estuviera distribuido de tal manera que apenas hubiera quien tuviera capacidad adquisitiva para comprar esos bienes o servicios. Recurriendo a una conocida imagen, la economía se ocupa de cómo hacer que la tarta de los bienes y servicios útiles, con la riqueza que generan, sea lo más grande posible, y de cómo distribuirla también de la mejor manera.
Para ello, los economistas estudian cómo las personas, familias, empresas o los estados toman sus decisiones económicas y tratan de extraer las constantes del comportamiento humano en ese ámbito. Esas regularidades permiten orientar el esfuerzo para conseguir los fines de la economía.
El ejemplo clásico es la ley de la oferta y la demanda. Cuando aumenta la demanda de un determinado bien o servicio, el precio de ese bien tiende a subir y cuando lo que aumenta es la oferta de ese bien o servicio (la cantidad disponible), su precio tiende a bajar. Así, hasta que la cantidad que se demanda sea igual a la que se ofrece. Si este año mi pueblo está lleno a rebosar de naranjos, las naranjas valdrán menos, porque las hay por todas partes; pero si la población se triplica porque vienen muchas personas atraídas por las naranjas de mi pueblo, el precio de la naranja tenderá a subir. Por lo demás, seguramente también subirá el precio si talan muchos naranjos para hacer campos de fútbol de hierba artificial, poner farolas, termómetros o pantallas publicitarias, porque entonces habrá menos naranjas disponibles.
Hoy, cuando pensamos en la actividad económica, lo que nos viene a la cabeza es el capitalismo. O mejor dicho, nos viene la crisis económica que padecemos en el seno de una economía de tipo –así lo llamamos– capitalista. Para ser más exactos, en el plano teórico se trata más bien de una economía de libre mercado. Millones de personas, familias, empresas, etc., deciden libremente (de manera descentralizada) qué bienes y servicios necesitan, qué bienes y servicios producir, cómo hacerlo y, poniéndose de acuerdo entre ellos, a qué precio.
De manera simplificada (pero incompleta) se puede explicar la actividad económica recurriendo a un esquema sencillo:
Todas las personas necesitamos ciertos bienes y servicios, por lo que, en este sentido, todos somos consumidores. Por otra parte, las empresas producen los bienes y servicios que demandamos, aunque lo hacen a cambio de un precio. Pero estas empresas no podrían producir esos bienes si nadie trabajara para tal fin. Precisamente, quienes proporcionan ese trabajo tan necesario son las personas, familias, etc., que demandan bienes y servicios, aunque también ellas lo hacen a cambio de un precio, que en este caso es el salario.
En este marco, las empresas, que deben hacer una inversión en fábricas, maquinaria, etc., para poder producir los bienes y servicios, necesitan financiación para adelantar esos gastos de inversión. Los bancos (las entidades financieras) proporcionan por adelantado esos recursos, pero lo hacen también a cambio de un interés. Sucede, sin embargo, que el dinero que adelantan los bancos procede a su vez de los ahorros que depositan en los bancos, también a cambio de un interés, las personas, las familias, etc.
Naturalmente, estas relaciones también se dan en sentido inverso porque las empresas, a su vez, depositan sus ahorros en los bancos y perciben intereses por ello; y también las personas, las familias, piden créditos e hipotecas a los bancos, pagando por ello un interés.
Todavía habría que añadir que los ahorradores, a través de las entidades financieras, invierten en acciones (que son títulos de propiedad de las empresas), pudiendo percibir a cambio, de tanto en tanto, una cantidad de dinero (dividendo).
Como se ve, en el conjunto de la economía hay un flujo de bienes y servicios (productos varios, trabajo, servicios) y otro flujo monetario (precios, salarios, intereses).
En el desarrollo del proceso económico que acabamos de describir muy brevemente, se produce un elemento muy importante para la economía: la llamada riqueza o valor añadido.
Pensemos en una fábrica de neveras. Por una parte, la empresa se abastece de materias primas tales como aluminio, plásticos, componentes para los compresores, condensadores o gas para el circuito de refrigeración. Sobre esas materias primas se trabaja aunque, para ello, hace falta contar con los instrumentos adecuados: instalaciones, maquinaria... Esos bienes se llaman bienes de inversión (también «bienes de capital» o, sencillamente, «capital»). En todo caso, la empresa debe contar con ellos antes de producir la primera nevera. Pero, además de los bienes de capital, en la compañía también es necesario el trabajo de las personas. Con todo, al final se obtiene una nevera lista para ser puesta a la venta.
Pues bien, la diferencia entre el valor final de la nevera y el valor de las materias primas que se adquirieron inicialmente es la riqueza o valor añadido generado por esa empresa. Esa riqueza o valor añadido se distribuirá entre los trabajadores, los propietarios de la empresa, los inversores, etc.
Además, la suma del valor añadido o riqueza generada por todas las empresas de un país constituye el famoso producto interior bruto (PIB), que es el indicador más utilizado para «medir» la riqueza de un país.
Como se puede advertir, una buena organización de la actividad económica se antoja clave para conseguir generar riqueza. Pero también es muy importante distribuirla bien. Es necesario fijar bien los precios, los salarios, los intereses, etc., pues, como hemos visto en el esquema de la economía, actúan como mecanismo de distribución de la riqueza. Ahora bien, si no se generara riqueza no habría nada que repartir. Por todo ello:
Eficiencia en la producción y equidad en la distribución son dos conceptos fundamentales para la actividad económica.
Y en este contexto, los fines de la economía en una sociedad son los siguientes:
• La razonable producción de bienes y servicios.
• Su adecuada distribución.
El comportamiento económico
Dentro de este esquema, ¿cómo funciona la economía? ¿Hay leyes económicas como las que rigen en la física?
Hablar de economía es hablar del comportamiento de las personas. La economía se ocupa de un tipo de acciones humanas, las que tienen que ver con el modo en que solucionamos las necesidades que se satisfacen con recursos limitados. Para ello, se fija en algunos criterios relacionados con los fines de la economía. Vamos a señalar aquí dos principios básicos:
a) La eficiencia
Si de lo que se tratara fuera de derrochar medios para satisfacer las necesidades de una sociedad, la economía estaría totalmente fuera de lugar… ¡Produzcamos a lo loco! Por el contrario, buscamos producir y distribuir los bienes necesarios de la manera más racional posible. Y aquí entra en juego el concepto de eficiencia:
Eficiencia es aprovechar los recursos que tenemos de la mejor manera posible. A efectos prácticos, aplicada al mundo de la empresa, eficiencia significa conseguir los objetivos