Otra educación básica es posible
Por Gabriel Cámara
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Otra educación básica es posible - Gabriel Cámara
educación
OTRA EDUCACIÓN BÁSICA
ES POSIBLE
por
GABRIEL CÁMARA
siglo xxi editores, s.a. de c.v.
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310, MÉXICO, D.F.
siglo xxi editores, s.a.
TUCUMÁN 1621, 7° N, C1050AAG, BUENOS AIRES, ARGENTINA
siglo xxi de españa editores, s.a.
MENÉNDEZ PIDAL 3 BIS, 28036, MADRID, ESPAÑA
LB1033
C35
2008 Cámara, Gabriel
Otra educación básica es posible / por Gabriel Cámara. — México : Siglo XXI, 2008.
223 p. — (Sociología y política)
eISBN: 978-607-03-0636-5
1. Relaciones — maestro-estudiante. 2. Investigación-acción en la educación — México. 3. Educación básica — Investigación — México. I. t. II. Ser.
fotografía de portada: susie fitzhugh
primera edición, 2008
© siglo xxi editores, s.a. de c.v.
primera edición digital, 2014
© siglo xxi editores, s.a. de c.v.
eISBN: 978-607-03-0636-5
derechos reservados conforme a la ley
AGRADECIMIENTOS
Una de las tareas que me gusta hacer en Convivencia Educativa es leer los reportes que envían los compañeros después de cada estadía de trabajo en las comunidades. Estos reportes periódicos se circulan y comentan entre asesores, maestros y en ocasiones, hasta entre alumnos. Lo que nos interesa registrar en los reportes es el proceso con el que las capacitaciones que damos en relación tutora logran aumentar la seguridad profesional de los maestros de educación básica y despiertan el interés de aprender en cada estudiante.
En los reportes se recoge lo mejor de nuestro aprendizaje, al reflexionar sus autores sobre lo que sucedió realmente en las escuelas, lo que se logró y lo que falta y lo que conviene intentar. En estos reportes baso las consideraciones que hago a lo largo del texto para demostrar que otra educación básica es posible, tan posible que ya se está dando, como lo prueban los hechos y testimonios que cito. Presento a mi modo lo que aprendimos en Convivencia Educativa estos dos últimos años, pero los verdaderos autores son los estudiantes, los maestros y los asesores que produjeron los cambios y presentan las evidencias en las que baso mi análisis. Al apoyar y promover decididamente el cambio las autoridades educativas de los estados donde trabajamos son también autores de lo que aquí se argumenta. A todos debo dar crédito y enfatizar que aun cuando nuestros intercambios son constantes y el borrador del libro se circuló entre todos, soy el único responsable de la selección de textos y su interpretación. La construcción del argumento es particular, pero la empresa que está demostrando que otra educación básica es posible es común a todos los que promovemos las comunidades de aprendizaje.
Agradezco a quienes revisaron el texto y me ayudaron a mejorarlo; en particular a Álvaro de Ávila, Clara Bargellini, Luis Gerardo Cisneros, Daniel Flores, Sara Morán y Santiago Rincón Gallardo Shimada. A los compañeros autores de los reportes no hace falta mencionarlos, porque sus nombres aparecen reiterativamente en el texto.
INTRODUCCIÓN
Pues sí: soy huésped de un sanatorio.
GÜNTER GRASS
Con esta frase empieza Günter Grass su novela El tambor de hojalata que en los años cincuenta le dio segura entrada al mundo literario y que ahora cobra nueva dimensión en su reciente obra autobiográfica Pelando la cebolla. Yo tomo la frase y la aplico a mi situación dentro del sistema educativo donde vengo trabajando desde hace muchos años. Me da pie a ello el hecho de que el premio Nobel de literatura (1999) por su experiencia en la niñez y juventud se incomoda con la educación que llamamos formal, escolarizada y obligatoria. Como el Oscar Matzerath de su novela, confieso sentirme en un sanatorio; situación indeseable, pero soportable de alguna manera porque hay esperanza de sanar. Uno puede asimilar la andanada de críticas que se hacen a la educación básica en México, ponderarlas, darles crédito, a condición de reconocer que lo que llamamos sistema de educación es hechura nuestra, no designio de la naturaleza. En muchos sentidos la situación es lamentable, pero la esperanza de sanar se basa en saber distinguir lo desechable de lo que resulta imprescindible y debemos conservar para el bien común. El problema es que en abstracto, desde la teoría, aun manejando datos cuantitativos, investigaciones rigurosas y experiencias personales no es fácil distinguir lo que sobra y lo que es necesario mantener, lo que se puede cambiar y lo que conviene resignadamente aceptar. Sobre todo cuando el juicio se hace mediando la distancia que genera el poder, existe el peligro comprobado de arrancar la mala hierba junto con la buena planta. No es agradable ver reformas diseñadas desde lo alto que logran, si no lo opuesto de lo que se proponen, sí un gran desperdicio y mucho desaliento. Distinto es el caso de quienes diagnostican el sistema desde el propio trabajo docente, para administrarse ellos mismos el remedio que juzgan que los sana. Ésta es la perspectiva y el lugar desde los que en Convivencia Educativa, A.C. (CEAC) hemos venido buscando el diagnóstico y el remedio desde hace ya varios años y podemos probar con hechos locales, con sanaciones reales, que otra educación básica es posible. Una razón que se puede adelantar para sostener el valor de los diagnósticos y cambios a la base es que como en todo organismo, independientemente de los factores que intervienen en su funcionamiento, la salud no viene sino en el momento en el que la parte afectada sana. El mal no puede actuarse sino en la particularidad de cada escuela, en las relaciones que cada maestro establece con sus alumnos y en las relaciones que éstos establecen entre sí. El bien, la salud, por lo tanto no puede realizarse sino en esas mismas particularidades.
Uno puede buscar la salud del sistema educativo apoyándose más en la teoría o más en la práctica. Es cuestión de temperamento, circunstancia y decisión personal. Sabemos que ni la teoría ni la práctica valen por sí solas. Como decía Paul Goodman, tanto la buena ciencia como la buena filosofía salen del concreto. La teoría y la práctica se necesitan, aunque vulgarmente se las separa y jerarquiza. La teoría, por lo general, produce mayor admiración entre los educadores que se consideran simples consumidores de las políticas que decide la autoridad o los discursos que elaboran los teóricos de la educación. Esta supuesta oposición entre teoría y práctica, una con valor casi universal y otra aferrada a casos particulares alienta la desconfianza en lo que se hace a la base, no por lo que vale en sí, ya que muchas veces se aplaude, sino por su limitado alcance para arrastrar al resto del sistema. La teoría, en cambio, mantiene en su campo de visión a todo el conjunto, porque lo que le interesa es el cambio general, decidido para todos, si fuera posible simultáneo; una revolución educativa¹ como se ha proclamado tantas veces. Una justificación obvia sería que desde el punto de vista político el deber de la autoridad es atender a todos y desde el punto de vista teórico un beneficio será tanto más valioso cuanto más universal sea su alcance. Este libro busca equilibrar la visión que tenemos del cambio porque en nuestro trabajo vemos el desperdicio y la frustración que genera en maestros y alumnos la unilateralidad con la que se favorecen las reformas estándar y se descuida el cambio local, autogestivo, independiente. Frecuentemente tengo que defender el valor de estos cambios a la base ante funcionarios públicos y privados que otorgan contratos de trabajo y (o) donativos para realizar proyectos innovadores. Aceptan otorgar un recurso extraordinario por la esperanza de obtener pronto un modelo que sea replicable
y pueda generalizarse al resto. Es obvio que todos debemos desear que prácticas que demuestran su bondad se generalicen; lo que objeto es que se piense en estandarizar el cambio imitando un modelo particular. La generalización del cambio no podrá venir de modelos estándar sino de transformaciones personales, porque el aprendizaje intencional consiste en eso, en relaciones personales de aprendiz y maestro que por fincarse en la libertad y desarrollarse en una inimaginable variedad de situaciones, desbordan cualquier modelo estándar. La consecuencia es que en vez de modelos estándar lo que tenemos que propiciar, como funcionarios públicos, teóricos educativos o prácticos docentes es sentar las condiciones que propician el encuentro personal de quienes saben y quienes quieren aprender algo. En principio, como se lee en cualquier declaración educativa, eso es lo que se busca en educación básica, lo que justifica la estructura del sistema; pero mientras no aseguremos efectivamente un entorno propicio al encuentro libre de aprendiz y maestro, el ideario educativo no pasará de ser expresión pública sin contenido real.
Es claro que mi aporte al cambio viene decididamente del lado de la práctica. Más aún, viene del empeño constante por propiciar relaciones personales entre aprendiz y tutor, en libertad, con resultados que satisfagan plenamente, sin formalismos. Compañeros de estudios o trabajo admiran con benevolencia —y bastante escepticismo— la terquedad con la que he optado por promover cambios a partir de proyectos singulares, o de proyectos generales cuya ejecución local debe ser autónoma. Adoptan la perspectiva cimera de quien elabora o decide políticas de alcance general. Creen poco en la eficacia de acciones particulares; ni creen por lo mismo en que el cambio puede generarse a la base, propagarse en forma autónoma y permear el sistema. Reconozco que es cuestión de creencias y que éstas corresponden a experiencias de vida. La mía me lleva a promover en educación relaciones personales. Crecí en la ciudad de México, en la delegación de Atzcapotzalco en tiempos de intolerancia religiosa. Los dos primeros años de primaria los cursé clandestinamente en mi casa donde mis padres dieron refugio a dos monjitas dedicadas a la docencia. Junto con otros chicos del vecindario continuamos estudiando la primaria en diversas casas, en ocasiones saltando bardas para no ser sorprendidos por el inspector de la Secretaría de Educación Pública. Mi certificado de primaria, por supuesto, es falso; de una escuela de Guadalajara donde yo jamás estuve, pero donde las monjitas, quién sabe cómo, tenían una escuela primaria con reconocimiento oficial. La informalidad y laxitud de este entorno educativo y mi propia maldad me hicieron flojo. Al final del cuarto y quinto de primaria las religiosas, por deferencia a mis padres, anunciaban que me pasaban de año a condición de que fuera todas las tardes durante las vacaciones a estudiar a su casa. No recuerdo haber repuesto mucho de lo no aprendido, pero siempre me pasaron de año y así llegué al final de la primaria con un título espurio. Como la superiora de las monjitas era pariente del jesuita director del colegio Bachilleratos en Tacubaya, tuve pase automático a la secundaria. Con mi antecedente escolar y mis malos hábitos la secundaria se convirtió en carrera de obstáculos. Al final del primer año tuve que presentar examen extraordinario de una materia, matemáticas; al final del segundo, tres (matemáticas, inglés y civismo) y a título de suficiencia
, porque las notas en los exámenes finales ordinarios no daban para más. Parecía destinado a tolerar un régimen escolar que no quería, dispuesto a echarme la pinta durante el año, a esquivar las preguntas, falsificar justificantes y sobre todo copiar en los exámenes, solo o con ayuda de otros compañeros. Mis vacaciones, como en la primaria, quedaban hipotecadas con clases extraordinarias para reponer materias.
Fue en las vacaciones de 1944 cuando cambió mi destino. Jorge Elizalde y yo habíamos crecido en Atzcapotzalco casa de por medio y compartíamos todo lo que en la adolescencia se comparte, juegos, fiestas, largas pláticas y sobre todo desmanes en el barrio. Jorge iba un año adelante de mí en la misma escuela y acababa de terminar la secundaria. Con la naturalidad con la que discurríamos hacer algo, propuso enseñarme geometría. Él la acababa de llevar en tercero y me mostró un libro de pastas café Geometría plana y del espacio de Wentworth y Smith. Jorge había disfrutado especialmente las demostraciones del libro, porque bastaba entender bien unos cuantos axiomas y postulados para sin estudio adicional, como quien resuelve un acertijo, llegar al final de cada teorema, al L.C.Q.D. (Lo Cual Queríamos Demostrar). Me fascinó aprender a demostrar teoremas de geometría plana. Semanas después inicié el tercero de secundaria. El profesor de matemáticas que nos daría geometría era el Agustín Silva que ya antes me había reprobado. El profesor Silva tenía la costumbre de llamar aleatoriamente a tres alumnos, uno por uno, al principio de la clase para demostrar en público lo que habíamos aprendido en clases anteriores. Pronto me tocó a mí pasar al pizarrón. Ya arriba en el estrado y enfrente de él, Silva me pidió demostrar ante toda la clase que la suma de los ángulos internos de un triángulo suman 180 grados. Hice con gis los trazos indispensables mientras sentía el silencio de la clase. Empecé a demostrar calmadamente, sin las formalidades habituales, sin escribir algebraicamente las distancias y los ángulos, sino señalando con el dedo los trazos, que los ángulos internos sumaban 180 grados. Recuerdo que se acentuó el silencio como si el maestro y los alumnos, incrédulos, necesitaran ponderar lo sucedido. Silva dijo que pasara a mi lugar y justo cuando bajaba de la tarima escuché que le decía al grupo, no a mí, lo que nunca antes había oído ni me imaginaba: éste va a ser bueno para geometría
.
Quizá pasó tiempo antes que cayera cabalmente en la cuenta de lo que me había sucedido, pero lo cierto es que desde ese momento cambió la escuela. Giró los 180 grados de mi teorema. Estudié con gusto las otras materias, me hice aplicado, conversaba con los maestros, gozaba la asistencia a clases. No había ya lugar para la indignidad y el cinismo con los que fingía aprender. Lo más notable era la facilidad con la que súbitamente había quedado atrás el pasado. El cambio había sido instantáneo. La clave había sido una relación de aprendizaje distinta. Jorge Elizalde me ofreció aprender algo que a él lo entusiasmaba, me animó y libremente acepté el reto. Aprendí a demostrar teoremas en diálogo directo con Jorge, consciente en todo momento de mi avance, cuándo procedía solo y cuándo me rendía para pedir ayuda. Ambos invertíamos el tiempo necesario hasta quedar satisfechos. No había obligación, no había horario, y sin embargo nunca antes me había empeñado en estudiar algo como ahora estudiaba geometría.
Mirando al pasado me pregunto por qué tardó tanto en darse un encuentro como el que se dio con Jorge. Obviamente tuve antes del tercero de secundaria maestros dispuestos a ayudarme a aprender; obviamente deben haber salido en clase temas que me interesaban, pero no se dio el encuentro personal que se dio con Jorge en las vacaciones de 1944. Se entiende entonces que mi interés en educación sea asegurar estos encuentros, por sobre temas y tiempos, formalidades y títulos, grados y niveles. Lo que Agustín Silva dijo al resto de la clase cuando yo volvía a mi lugar selló la transformación que Jorge provocó en mí, libre y generosamente. Por amistad. Selló también mi deseo de hacer lo posible para evitar que otros habiten el inframundo que para mí fue la escuela durante tantos años. Más apremiante aún que evitar incómodos y vergüenzas, deseo hacer ver a la gente lo que puede; provocar que se sorprendan, como yo, reprobado consuetudinario, me sorprendí un día al descubrir que era capaz de aprender y gozar el aprendizaje. Así explico yo la terquedad con la que he buscado en mi vida profesional propiciar relaciones personales para evitar el absurdo de pasar años en la escuela fingiendo aprender a la vista de maestros que no se dan cuenta o no saben cómo parar el deterioro académico y moral. En vez de la masificación de una clase tradicional, buscamos que el estudiante descubra en el repertorio de conocimientos y competencias manifiestas en los docentes lo que a él le interesaría estudiar; que pueda elegir tema y tiempos y que pueda recibir la atención personal que necesita un buen aprendiz. Lo que se presenta ahora es la estrategia a la que llegamos después de muchos ensayos y errores y que nos permite afirmar, basados en logros reales, que es posible asegurar en educación básica relaciones entusiastas de trabajo entre maestros y estudiantes.
El contenido del libro se hilvana y teje con ejemplos de las relaciones personales que se han logrado establecer en escuelas ordinarias, entre maestro y alumnos y entre los mismos alumnos. Relaciones tutoras, las llamamos, para aclarar que es el encuentro de quien desea aprender una competencia concreta con quien posee esa competencia y pone lo necesario para que el otro la asimile. Esta relación tutora es para nosotros la clave capaz de transformar a la base el sistema de educación básica, en cuanto que produce aprendizajes de calidad y satisfacción en los maestros. En la medida que se demuestran los avances, la generalización del cambio en educación básica vendrá, confiamos nosotros, de los mismos maestros. Son ellos los operadores del cambio al contagiar su entusiasmo a otros compañeros, a los Asesores Técnico Pedagógicos, a los Supervisores y así hasta los funcionarios más altos. Contagiar la satisfacción implica vivir la experiencia y ésta no es otra que la multiplicación de la relación tutora. El entramado de estas relaciones tiene el efecto de extender y consolidar lo que en nuestro trabajo llamamos comunidad de aprendizaje. Así como la relación tutora es la clave del cambio, la unidad del mismo es la comunidad de aprendizaje en el salón de clase, en cada escuela, entre colegas. El desafío central para nosotros es ayudar a transformar el salón de clase ordinario en comunidad de aprendizaje, por los mismos maestros, los Asesores Técnico Pedagógicos y los Supervisores.
La relación tutora es medio de transformación a la base y a la vez criterio de calidad y equidad educativa, porque permite diagnosticar con notable precisión dos necesidades sentidas por los maestros en cualquier nivel del sistema: la inseguridad con la que manejan muchos de ellos los contenidos del programa y la imposibilidad práctica de atender individualmente a cada estudiante sin que haya rezagados. La relación tutora nos ha permitido apreciar el grado en el que estas necesidades son recurrentes y el deterioro irremediable del servicio cuando no se atienden. Mucho más certeramente que los resultados de pruebas estándar, la relación tutora permite detectar deficiencias internas, no sólo síntomas externos, y al mismo tiempo poner el remedio. Como se expondrá después, la relación tutora descubre el mal y al hacerlo necesariamente aplica el remedio. No es diagnóstico y remedio a largo plazo, sino reconocimiento de un mal que por el hecho de reconocerse se cura, como sucede en un cambio de conciencia. Convencido de la nueva orientación el maestro y sus alumnos aprenderán con mayor o menor presteza a ejercitar las nuevas relaciones de enseñanza-aprendizaje, pero el camino queda allanado para la transformación del grupo.
Este libro se suma a dos anteriores en los que hemos presentado evidencias del valor de la relación tutora y su consecuencia, la comunidad de aprendizaje, para restituir la seguridad profesional de los docentes y alentar el interés de los estudiantes. El propósito de estas presentaciones es demostrar lo acertado del diagnóstico, la efectividad del remedio y la viabilidad de la propuesta en las condiciones normales en las que operan las escuelas de educación básica en el país. La fuerza del argumento es el valor de los resultados que CEAC documenta y explica en un número creciente de escuelas, en distintos lugares del país y en diferentes modalidades. Las voces que se transcriben son de los asesores de CEAC que pasan semanas completas en los centros capacitando a los maestros y ayudando a formar comunidades de aprendizaje, pero también de los mismos maestros y de los alumnos. Las evidencias muestran los procesos de aprendizaje en relación tutora y sus efectos, pero también incluyen resultados de pruebas estándar, paso a niveles superiores y movimiento de alumnos. Más novedoso resulta esgrimir argumentos en favor de la relación tutora que subrayan su alcance educativo y lo explican por la simplicidad con la que toca aspectos fundamentales del cambio, como se mencionó antes. Los casos que aparecen en este libro tuvieron lugar desde el preescolar hasta la universidad, pasando por la primaria, la secundaria, la preparatoria y la normal. Se trata de escuelas urbanas y rurales, públicas y privadas, indígenas y para mestizos, programas regulares y especiales como los del Consejo Nacional de Fomento Educativo y los de Institutos para la Educación de Adultos. Finalmente, el argumento que nos parece más convincente para probar la fuerza de la relación tutora para el cambio educativo es la difusión que hacen de ella los mismos maestros y los supervisores, desde la base, en buena medida con sus propios medios y en forma autónoma. La aceptación es tanto más valiosa cuanto la comunidad de aprendizaje no se impone, sino que se ofrece voluntariamente, aun cuando se ha contado siempre con la anuencia de la autoridad. Se empiezan así a formar núcleos de maestros que se apoyan entre sí, difunden la manera de trabajar que les entusiasma y sugieren nuevas direcciones de política educativa.
Una política educativa fundamental sería crear las condiciones externas para que se den capacitaciones locales según lo que los maestros necesiten, adecuadas a los tiempos que tienen disponibles y con la continuidad necesaria para lograr cabalmente el propósito que les da origen. La experiencia de trabajo con comunidades de aprendizaje no exige que se cambien programas y textos, que se elaboren nuevos manuales y menos que se equipen las escuelas con tecnologías costosas. Los textos y materiales con los que cuenta la mayoría de las escuelas han sido hasta ahora suficientes, y los equipos electrónicos, cuando existen se aprovechan, son útiles, pero no han sido indispensables. Más importante es repensar la organización tradicional de las escuelas en niveles separados por edad y programa. La comunidad de aprendizaje rompe necesariamente las barreras artificiales en las que se ha venido acotando el aprendizaje. Las experiencias en aulas multigrado, aulas compartidas (preescolar y primaria) o telesecundarias unitarias o bidocentes llevan a repensar que la formación de un maestro de educación básica debe ser polivalente, y los grupos multigrado, si es que esperamos que los egresados de este nivel básico sean a su vez polivalentes en las competencias académicas básicas que trascienden las dosificaciones programáticas.
La práctica de relaciones tutoras y la conformación de comunidades de aprendizaje cristalizó en el Consejo Nacional de Fomento Educativo (CONAFE) cuando los miembros de CEAC nos encargamos del diseño y la operación de los centros de Posprimaria. La necesidad de llevar educación secundaria con jóvenes instructores egresados de secundaria o, a lo más, de preparatoria, a grupos multigrado en pequeñas comunidades rurales, obligó a concentrarse en lo indispensable, lo posible y lo que garantizaba eficacia.² Después, al dejar el CONAFE, el grupo empezó a probar la misma estrategia en escuelas regulares periféricas donde circunstancias análogas a las de la Posprimaria, disponían a maestros y autoridades a intentar el cambio. Después de tres ciclos escolares a partir del 2004-2005 se puede constatar que las necesidades que atiende y resuelve la relación tutora son las mismas que enfrentó en el CONAFE y se atienden eficazmente con el mismo remedio. Para indicar a dónde hemos llegado presento en los capítulos II y III dos casos, uno en el estado de Zacatecas y otro en Chihuahua en la sierra Tarahumara. No constituyen el tope, sino la avanzada de lo que es posible lograr en un buen entorno educativo. También aparece en estos ejemplos algo de lo mucho que falta para lograr lo que desearíamos en educación básica. En el capítulo IV expongo lo que para nosotros es la relación tutora, eje de todo lo que vendrá después en los siguientes capítulos: criterio de aprendizaje (capítulo V), orientada a adquirir la competencia lectora en educación básica (capítulo VI), entorno en el que se viven valores deseables (capítulo VII), transformadora de la práctica docente (capítulo VIII) y factor del cambio educativo (capítulo IX). De esta manera quiero compartir lo que la relación tutora permite transformar, lo que esclarece y lo que señala como posibilidad deseable al alcance de cualquier maestro. Lo decisivo será siempre la seguridad profesional que recobre el maestro y la conciencia del valor de su servicio. Para lograr otra educación básica como deseamos, lo fundamental es que el maestro encuentre satisfacción en su trabajo y proceda con el margen de autonomía que necesita. Con el mismo presupuesto, en las instalaciones ordinarias, con los mismos cuerpos técnicos que tiene el sistema educativo, otra educación básica es posible, si los maestros lo quieren, cada