Evasión y filosofía
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Evasión y filosofía - Javier Luis Peral
© Javier Luis Peral
© EVASIÓN Y FILOSOFÍA
ISBN digital: 978-84-685-0749-1
Editado por Bubok Publishing S.L.
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-...nada que se acerque a El Quijote
; impensable que pueda superarlo.
-Hamlet
.
-Me refería a novela, no a teatro; de hecho creo que Hamlet
es al teatro lo que El Quijote
a la novela. Puede haber obras que, por razones personales, resulten tan valiosas a un lector como las anteriores... se me ocurre La metamorfosis
, pero eso no significa que estén a su altura. Y, habiendo lo que hay, ¿qué sentido tiene escribir?, ¿para qué?, ¿para quién?.
-Se te olvida que, muchas veces, puede ser un fármaco potentísimo.
-¿Como la fluoxetina? –sonríe Pablo-.
-No, no, muchísimo más eficaz –concluye Ernesto-.
Ambos se despiden afectuosamente, ufanos por la sensación que produce coincidir con alguien dando los mismos alaridos. Pablo toma María de Molina hacia Castellana y Ernesto se aleja subiendo Serrano.
***
Se acercaban las Navidades, pero esta vez estaban siendo eclipsadas por unas elecciones que todo el mundo sobrevaloraba como determinantes del futuro del país y con unas posibilidades parlamentarias nuevas pero que no eran más que otra convocatoria solo que con algún matiz adicional, un espectáculo mediático y retórico que servía para entretener e ilusionar a un país agotado por una crisis que parecía no tener fin. Unas frases llamativas, alguna anécdota, gestos apropiados para el medio televisivo y unas cuantas promesas bien o mal situadas en el tiempo llevaban a una composición u otra de un parlamento que era impotente ante las consecuencias de los cambios que tenían lugar en el mundo y cuyo curso era imposible siquiera variar un poco desde el gobierno de un país como España y, probablemente, desde gobierno alguno. Ernesto, como Pablo, como muchos otros, aunque minoría, veían todo este fenómeno como el que ve un partido amistoso de fútbol, eran meros observadores de un espectáculo carente por completo de trascendencia, una función ya conocida sobradamente pero de la cual no podías abstraerte porque lo inundaba todo, desde carteles publicitarios en las farolas hasta conversaciones de ciudadanos anónimos pasando, sobre todo, por la televisión, denostada pero siempre vista. A Ernesto le divertía este periodo repleto de opiniones políticas, naderías sin fondo para nutrir charlas y llenar vacíos entre conocidos y familiares. Ridiculez, como siempre. Según él no había nada más característico del ser humano que la ridiculez, el hombre es grotesco y la vida no se debe vivir con angustia, ni mucho menos ser convertida en una tragedia porque, en condiciones normales es, como su protagonista, algo de escasísimo valor. De manera que el objetivo consistiría en vivir solo, en el sentido profundo y no físico del término, con serenidad, sabedor de lo que está en juego: nada; y dedicar la vida a reírse de lo grotescos que son los seres humanos, empezando por uno mismo y siguiendo por los demás o, mejor, empezando por los demás y cayendo de vez en cuando en la pequeñez propia, para no llegar a tomarse nada, ni a uno mismo, ni la propia muerte, en serio. Y, pensando como pensaba, intentaba que su vida se acercase a lo que quería que fuera, haciendo un esfuerzo por no dejarse vencer por la apatía y por la melancolía y, una vez excluido el acercamiento a sus congéneres, tratar de buscar acomodo en la distancia, encontrar un lugar en que su faceta frívola le permitiera disfrutar un poco de la vida, pero a gran distancia de los demás, con un trato tangencial, que evitara que afloraran todos los gusanos que siempre lleva el hombre dentro y así poder mantener una relación placentera con ellos. Instrumentalizar a las personas para que le dieran respiro, fundamentalmente a las mujeres. Era un gran conocedor de las páginas de contactos de internet, a las cuales se dirigía como el que visita un zoológico, le parecía impensable que hubiera una mujer digna de admiración en aquellas páginas –y quizá en cualquier otro lugar- así que conocía a muchas por este medio, para entretenerse, en busca de un poco de aire, que llegaba en forma de picar algo, tomar una copa, reírse, acostarse con ellas y nunca, por supuesto, tomarse a alguna en serio, lo cual era bien difícil por razones sociales y culturales y, sobre todo porque, como señaló un polémico escritor madrileño, un tipo elevado nunca se enamora.
Si bien su manera de proceder habitual era la anterior, había dos personas con las cuales tenía un vínculo distinto: su prima Cristina y Pablo. Los dos muy diferentes, pero ambos le despertaban algo de afecto. Cristina era la persona que sustituía a su inexistente familia y Pablo, a diferencia del resto de la gente que había conocido, disponía según su opinión de cierta talla intelectual, condición imprescindible para que él considerara a una persona. La relación con su prima era relajada, al no tener hermanos y haber fallecido sus padres cuando él contaba con tan solo veintitrés años, sentía la necesidad de tener algo parecido a una familia y, como las únicas opciones eran los cinco miembros de esta rama familiar paterna, optó por aquél con el que más simpatizaba, Cristina, que tenía muy buen talante, no era nada entrometida y no parecía interesada en sacar alguna ventaja económica de él. Primero con ella soltera, después con ella unida al que sería su marido, más tarde ya casada y, por último, madre de tres hijos, su relación había sido muy satisfactoria. Aunque no podía compartir casi ninguna