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El Arte De Amar Y Matar
El Arte De Amar Y Matar
El Arte De Amar Y Matar
Libro electrónico358 páginas8 horas

El Arte De Amar Y Matar

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Información de este libro electrónico

Los seis cuentos que se incluyen en este libro mantienen al lector fascinado por la capacidad que puede tener el amor para que dos adolescentes puedan sobreponerse a la soledad y al abandono, como es el caso de Aline; para que un hombre logre superar las consecuencias del desamor y una joven mujer sobreponerse al aislamiento producido por una mutilacin y quedar lisiada, como en el caso de Vilma y Vladimir; y para que una mujer madura encuentre en el amor la frmula que la salve del ultraje de la vejez.
Por otra parte, el lector se sentir intrigado por la trama de los otros tres cuentos, cuando descubra cmo la ambicin desmedida puede destruir a un ser humano y a sus seres cercanos, como en Jaque Mate; cmo la ausencia de una vida que valga la pena narrar lleva a una persona a buscar subterfugios y plagios que llegan a ser letales, como en El Usurpador de Identidad; y en fin, siguiendo los pasos del gnero de la as llamada novela negra, cmo un joven inteligente y culto, por las carencias de afecto en su niez y adolescencia, llega a convertirse en un asesino en serie, que es el caso de La Dcima Vctima.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento23 dic 2011
ISBN9781463314408
El Arte De Amar Y Matar
Autor

Dauno Tótoro Nieto

Dauno Tótoro Nieto es mexicano y desde hace muchos años ha incursionado en este fascinante género del cuento. Ha publicado con Palibrio un libro, A Imagen y Semejanza, que ha tenido muy buenos comentarios entre sus lectores y ha recibido una amplia acogida entre los medios de difusión. Ha recorrido el mundo, viviendo en diversos países como Italia, Chile, Canadá, Trinidad y Tobago, la otrora URSS, y otros, en donde se ha embebido de su literatura y costumbres que se reflejan en muchos de sus cuentos.

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    Vista previa del libro

    El Arte De Amar Y Matar - Dauno Tótoro Nieto

    Contents

    Prólogo

    Jaque Mate

    Aline

    El Usurpador de Identidad

    Elena, Siempre Elena

    La Décima Víctima

    Vilma y Vladimir

    Mi amor tiene el ritornelo

    Del agua, que sin cesar,

    En nubes sube hasta el cielo

    Y en lluvia baja hasta el mar.

    Y el agua, aquel ritornelo

    De mi amor, que sin cesar,

    En sueños sube hasta el cielo

    Y en llanto baja hasta el mar.

    León Felipe

    Varios tragos es la vida y un solo trago es la muerte

    Miguel Hernández

    Prólogo

    En este libro se incluyen seis cuentos, algunos de ellos de una extensión que podrían considerarse novelas breves. Pero no es así. En realidad, el cuento no se define tanto por su extensión, sino por su estructura, la que comprende la trama, que puede ser inspirada en la ficción, aunque puede derivarse de hechos reales; además, en ella los hechos se entrelazan, hay una acción de fuerzas opuestas que lleva a un desenlace. Por eso Gabriel García Márquez, en el prólogo de sus extraordinarios Doce Cuentos Peregrinos, dice que el esfuerzo de escribir un cuento corto es tan intenso como empezar una novela. Y que sin desenlace, no hay cuento, a diferencia de la novela.

    En este libro se ofrecen seis cuentos: en tres de ellos la trama se refiere al arte de amar, es decir, como gracias al amor sin prejuicios, sin barreras, es posible sobreponerse a la soledad y al abandono; como, gracias al amor, es posible vencer las consecuencias dolorosas del desamor y el aislamiento, que en una mujer joven provoca el quedar lisiada, mutilada; y como, gracias al amor, es posible encontrar la solución a los ultrajes de la vejez, como decía sor Juana Inés de la Cruz.

    En los otros tres cuentos, uno narra las consecuencias que derivan de una ambición desmedida, hasta convertirse en el camino espinoso y turbulento que mata a los seres cercanos. Otro se refiere a un personaje que debido a la carencia de hechos significativos de su vida que quisiera narrar, debe recurrir a subterfugios y plagios que, sin control, llegan a ser letales. Y por último, se incluye un cuento que podría muy bien considerarse del género de la novela negra, como la define Raymond Chandler, en su obra El Simple Arte de Matar, de 1950. Esta es la narración que se refiere al mundo profesional del crimen. El nombre se debe a que originalmente esta obra fue publicada en la revista Black Mask, en Estados Unidos y en la colección Série Noire de Gallimard, Francia. En el cuento que se incluye en este libro, la división entre el bien y el mal se difumina y sus protagonistas, al fin y al cabo, son individuos derrotados.

    Por ello podríamos decir que en este libro las narraciones van entre El Arte de Amar, de Erich Fromm y el mencionado El Simple Arte de Matar, de Chandler. Podríamos agregar que se presenta la contraposición dinámica entre el Eros, que es el placer que nos impulsa al amor, al disfrute de la vida por sí misma, y Thanatos, que en su raíz lleva la palabra muerte, lo que no significa que nos invite a morir, sino que nos obliga a reconocer la realidad de nuestra condición humana como seres finitos, como dice Roberto Mares en el prólogo del libro El Arte de Amar (Grupo Editorial Tomo), del poeta romano, Publio Ovidio, escrito nada menos que hace dos mil años.

    El autor

    Jaque Mate

    Eran cerca de las doce de una tibia y agradable noche de mediados de abril del 2007, cuando Roger Midas, también conocido como Romi, llegó a su lujosa residencia del Pedregal, estacionó su impecable y poderosa Navigator frente a la entrada del garaje y se dirigió hacia la puerta principal con paso lento. Venía cansado, el cuello de la camisa desabrochado, el nudo de la corbata flojo y a medio pecho, pero contento, con una sonrisa en los labios que no podía contener y que denotaba una gran satisfacción.

    Entró en el lujoso despacho, se quitó el saco y la corbata que arrojó sobre uno de los sillones de cuero, abrió el portafolios que traía con él, sacó una carpeta negra que colocó sobre el escritorio, la abrió en la última página del documento que contenía y la deslizó hacia el extremo opuesto al sillón ejecutivo en el que se dejó caer. Tomó el auricular del intercomunicador interno, aplastó un botón y tras unos segundos dijo con voz recia, autoritaria: Vieja, baja al despacho, te tengo una sorpresa…

    Paola, una mujer de tez blanca y pelo rubio que le caía sobre los hombros, muy atractiva a pesar de acercarse a los cincuenta años y no llevar ni una pizca de maquillaje, llegó en bata y pantuflas de medio tacón, con cara de sueño:

    -Te estaba esperando, pero me dormí –dijo ahogando un bostezo-. ¿Cómo te fue?

    -Mira, aquí está la Escritura, con la firma de Abraham, la mía, la de los testigos y la del Notario. ¡Al fin lo logré! -dijo Roger señalando con el índice de la mano derecha el documento que había puesto precisamente en el borde del escritorio para que su mujer lo viera.

    Paola observaba distraídamente el documento mientras Roger se dirigía al mueble que fungía de bar, servía whisky en dos vasos old fashion de cristal cortado.

    -Soy socio con plenas facultades ejecutivas –exclamó, y tomó de un solo trago todo el whisky que se había servido, y agregó-, por arriba de Abraham. Le dupliqué el capital social de la firma. Oye vieja, pero el asunto no ha terminado. Tienes que seguir viéndolo. Llámalo este fin de semana, a ver que te propone. Si hay algo, si te invita a salir, dile que no hay problema, dile que yo voy a San Antonio, a Miami, por ejemplo, o lo que sea, por tres o cuatro días.

    -Oye, pero ¿aceptó todo, todo? –preguntó Paola como recapacitando.

    -Todo, vieja, todo. Mira, con esto tengo amarrada la construcción de los dos hoteles y del mega mall, el financiamiento total de la obra y la promoción y venta de los locales comerciales y del tiempo compartido de los hoteles. Te lo tienes embrujado. Hiciste un buen trabajo -continuó Roger-. Creo que es tu especialidad convencerlo -y soltó una carcajada a medias, forzada, burlona.

    -No fastidies, Romi –repuso ella con un tono de voz molesto-. Pero yo quisiera hablar contigo de otra cosa, de algo importante, muy serio, de nosotros, por eso te estaba esperando…

    -No hay nada de que hablar, no hay vuelta que darle, hay que seguir con el plan, es absolutamente necesario que lo veas. No tiene que sospechar nada –replicó Roger autoritario-. Muéstrate cariñosa con él como lo has hecho hasta ahora, si quieres hasta le puedes decir que lo amas, te autorizo a que le ablandes el corazón. A ver vieja, tómate eso que te sirvo otro.

    Paola rechazó el whisky que ya le habían servido, se levantó y mientras se dirigía hacia la puerta oyó que Roger le preguntaba, como para no dejar pasar lo que de pronto le vino en mente:

    -¿Dónde está Zita?

    -No ha llegado -respondió Paola-, anda con sus amigas, como siempre.

    black.jpg

    La relación afectiva, peculiar, de Paola con Abraham, amigo de siempre y ahora socio de Roger, había comenzado a principios de ese año de 2007 en forma un tanto ambigua y torcida, inducida deliberadamente por el mismo Roger, pero en realidad se dio por atracción mutua, por sentimientos recíprocos. Roger lo planeó todo con precisión matemática, como si fuera una de sus operaciones financieras.

    Roger conocía a Abraham desde hacía casi treinta años, cuando éste y su padre, propietarios de la empresa Oljovich Arquitectos, una de las más importantes firmas de arquitectos de México, contrataron a la empresa Constructora de Infraestructura y Desarrollo Vial, propiedad de Carlos Midas, para hacer unas excavaciones y cimentación de un conjunto habitacional. Aunque no era propiamente el tipo de trabajo que hacía la Constructora de Carlos Midas, éste llevó a cabo el trabajo pensando que a futuro podría ser útil tener un contacto con una importante firma de arquitectos como ésa. La Constructora de Carlos Midas entonces estaba de lleno dedicada a la manutención, reparación y construcción de carreteras y puentes federales, a lo largo y ancho del país, obteniendo ganancias fabulosas gracias a los jugosos contratos que el señor Midas lograba conseguir en el Gobierno con procedimientos no muy honestos, pero que era la forma común y corriente, en esos tiempos, por todos conocida, de enriquecimiento de políticos y empresarios.

    Cuando Roger y su hermano menor Xavier recibieron en partes iguales la herencia de la próspera empresa constructora y la casa del Pedregal, Roger, que era contador público y conocía el teje y maneje de la empresa, pues trabajaba en ella desde que era estudiante en la Universidad, compró sin dificultades la parte de su hermano, de todo, de la empresa y de la casa. Xavier era abogado y trabajaba en un despacho particular y Roger, como una donación extra que compensaba el buen negocio que había hecho, quitándose a su hermano del camino, le montó su propio despacho. Xavier era una persona bohemia, le gustaba la buena vida y siempre había mostrado poco interés por la Constructora y con gran esfuerzo logró recibirse. Ni siquiera estaba enterado de los fondos que ésta tenía en los bancos ni del valor en libros y mucho menos del complejo y turbio mecanismo mediante el cual se conseguían los contratos millonarios. Aceptó sin chistar lo que le ofreció su hermano y más aún, quedó fascinado al verse de pronto con una cantidad considerable de dinero a su disposición en el banco y además con la esperanza de que su hermano le pasaría todos los asuntos legales relacionados con la empresa Constructora. Pero en realidad Roger estaba aplicando la primera regla de sus principios o código empresarial: nada de negocios con familiares.

    Roger, de una ambición desmedida, asumiendo de lleno su rol de director general de la empresa, a los veintiocho años, no dudó en cortar por lo sano con Verónica, su compañera con quien había convivido por tres años y había sido secretaria de su padre. Había disfrutado con ella los placeres del amor, sobre todo del sexo, pero ahora sentía que le había ofrecido todo lo que podía ofrecerle como mujer y que no podía contar con ella para llevar a cabo los proyectos que comenzaban a surgir en su mente. Fuera de la cama no le era útil y no deseaba simple y sencillamente una mujer para adornar su residencia del Pedregal o que se sintiera dueña y señora de esa casa sin contribuir en una forma u otra a realizar sus ambiciones. Por eso se convenció a sí mismo que Verónica se estaba convirtiendo en una oportunista y no le fue difícil encontrar un buen pretexto para deshacerse de ella. Como segunda regla de su código, nada de mezclar los placeres y sentimientos con los negocios.

    Por otra parte, se sintió con la capacidad suficiente para mantener y ampliar las relaciones con los jerarcas del Gobierno, para conservar y aumentar los contratos de obras públicas, y por ello consideró oportuno expandir la empresa. Con esa convicción, comenzó a adquirir maquinaria y equipo nuevos, con tecnología de punta incorporada, y a buscar financiamiento barato. A través de sus contactos supo de la Financiera y Fondos de Inversión del Norte, ubicada en Monterrey. Visitó esta financiera y se presentó, con una carpeta repleta con documentos que mostraban los antecedentes y proyectos de la Constructora, a su director general, Francisco Sada, quien procedía de una familia muy honorable y de gran prestigio y tradición en la sociedad del Estado de Nuevo León. Gracias a estos antecedentes y a sus propias cualidades de honestidad y conocedor del negocio, el señor Sada manejaba una buena cantidad de dinero de inversionistas particulares y de empresas pequeñas y medianas, a quienes, además de asegurarles el mantenimiento de sus recursos, les ofrecía atractivos rendimientos, pues no tenía gastos de operación considerables, como los bancos comerciales.

    Francisco Sada quedó muy bien impresionado de este joven ejecutivo, de este empresario que en una sociedad en expansión, globalizada, que comenzaba a abrirse hacia los mercados internacionales, reunía todas las condiciones para hacer frente a sus competidores. Roger le mostró los contratos que tenía vigentes, los estados financieros de la empresa y le pidió que le financiara la adquisición de los nuevos equipos. Puntualmente, cuando el señor Sada se lo requiriera, o de acuerdo a lo estipulado en el contrato, pagaría las amortizaciones de capital y los intereses, que resultaban ser mucho más atractivos que los intereses bancarios, que mientras vivía el padre de Roger tuvo que pagar la empresa. Los equipos y los activos de la empresa, después de todo, servirían de garantía más que suficiente para los créditos que la Financiera le concedería.

    El señor Sada estudió los documentos que le presentó Roger Midas y después de unos días le comunicó que aceptaba que hicieran negocios juntos, sin embargo también le sugirió que no descartara la alternativa del leasing, para no endeudarse demasiado. Una mañana, era el 14 de febrero, se reunieron en el despacho del señor Sada y firmaron un contrato mediante el cual la Constructora y la Financiera establecían un vínculo de mutuo beneficio. Como buen norteño, siguiendo la tradición hospitalaria de la familia, para celebrar el convenio el señor Sada invitó a cenar a Roger Midas a su casa, no quería que se reunieran en un ambiente impersonal de un restaurante, sino quería que el pacto estuviera cobijado por la calidez familiar.

    -Pase, pase, señor Midas –le dijo Francisco Sada al recibirlo en su casa esa tarde-, ya lo estaba esperando. Tomémonos una copa mientras baja mi mujer…

    Pocos minutos después se reunieron con ellos Matilde, esposa de don Francisco, una mujer de aspecto elegante, distinguido, joven, y su hija Paola, que desde su aparición dejó sin aliento a Roger. Durante la cena Roger no dejó de mirar a Paola, y de pronto dijo, dirigiéndose directamente a la joven: Con todo el respeto que usted se merece, pero tengo que decirle que es la mujer más hermosa de Monterrey. Lo felicito don Francisco y a usted señora, por favor, hasta parece hermana de su hija.

    -Bueno, fíjese usted –explicó Matilde- que la tuve a los diez y nueve años, tenía dos años menos de los que tiene Paola ahora.

    -Pues sacando cuentas, señorita Paola –dijo Roger-, con sus veintiún años debe usted tener un sinnúmero de pretendientes.

    -Pues fíjese que no –intervino Matilde-, ella es muy de su casa, tiene un novio por ahí, se llama Damián, usted sabe, más bien un amigo de adolescencia, que conoce hace mucho, ¿verdad hija?

    De pronto Roger dijo, sin dejar que Paola pronunciara una palabra: Pues hagamos un brindis por este día tan especial. Por la firma del contrato -y dirigió una mirada complaciente a don Francisco-, por esta hermosa y tan agradable familia y además por ser el día de San Valentín y haber tenido la dicha de que justo hoy he conocido a una muchacha que me ha quitado el aliento. ¡Salud!

    Esa noche, en el hotel, Roger no logró dormir. La imagen de Paola rondaba su mente como una obsesión; su mirada inocente, su belleza extraordinaria lo tenían alucinado. Al día siguiente, antes de regresar a la Ciudad de México, mandó un gran ramo de rosas rojas a Paola y envió también una breve nota a don Francisco y a doña Matilde, agradeciéndoles la hospitalidad y, con una audacia disfrazada de franqueza e inocencia que lo caracterizaba, les mencionaba que había quedado impactado por la belleza y simpatía de su hija y que si él y su señora esposa no tenían inconveniente, deseaba volver a verla en un futuro cercano.

    Desde ese día los ramos de flores con notas insinuantes, haciendo cursis referencias a las diosas del Olimpo y a las bondades de la madre Naturaleza, siguieron llegando al domicilio de los Sada. Roger, en forma meticulosa y calculadora pavimentaba el camino para alcanzar dos objetivos. Por una parte, y sin duda era lo que más le interesaba, deseaba consolidar la relación con don Francisco Sada y asegurarse a futuro el flujo de recursos provenientes de la Financiera, y, por otra parte, Paola había en efecto despertado en él una fuerte atracción y deseaba hacerla suya, más para satisfacer un deseo y consolidar sus aspiraciones que por un sentimiento surgido de las profundidades de su alma. Roger estaba más cerca de las maquinaciones viscerales que del amor. Podría decirse que tras la apariencia de cordero enamorado se ocultaba un lobo feroz y voraz.

    black.jpg

    A fines de ese mes de febrero se presentó de nuevo en el domicilio de los Sada. Preguntó directamente por Paola, quien se sintió sorprendida por esa visita no anunciada, pero viendo la reacción de sus padres, en seguida cayó en la cuenta que había un contubernio familiar. Roger, con voz melosa, arrastrada y mirada directa, le dijo: Paola, he venido desde el Distrito Federal con el único propósito de invitarte a cenar. Espero que aceptes. Me gustaría conocerte más, que tú me conozcas, que platiquemos a solas. Paola inventó cualquier excusa tratando de rehusar la invitación, y después comentó, como última defensa: Es que no sé, si salgo con usted Damián se va a sentir mal…. Roger le comentó, fingiendo una falsa inocencia: No veo por qué, no hay nada de malo que cenes conmigo, yo te respeto mucho y te repito, mi único propósito es que nos conozcamos un poco más. ¿No están de acuerdo conmigo don Francisco, doña Matilde?, dirigiéndose a ellos, quienes estaban presentes y escuchaban todo con cierta sonrisa de complicidad en los labios. Francisco le hizo ver a Paola que Roger había hecho ese viaje desde la capital sólo por ella, que sería de mala educación, una falta de reciprocidad, rechazar esa invitación. Y Paola aceptó.

    Cenaron en El Candil, el mejor restaurante de Monterrey. Roger se explayó hablando de sus negocios, de los viajes que hacía, de que se sentía solo en esa casa del Pedregal, y la describió con lujo de detalles, de las amistades que frecuentaba, de que había tenido una novia de nombre Verónica, con quien vivió tres años, pero con quien había terminado hace tiempo porque era muy frívola, que buscaba formar una familia, y luego, como pretendiendo que se midiera por el mismo rasero de su vida, como mirando desde las alturas de su existencia mundana a esa niña de provincia, dijo: Ahora háblame de ti, Paola, háblame de tu vida, de ese amigo o novio que tienes desde hace muchos años, qué hace, cuáles son los planes que tienen, sin ocultar una sonrisa de superioridad, pero esforzándose al máximo para conservar un gesto inocuo, una mirada de guanaco que pretendía expresar su modestia y su comprensión, siendo en realidad un anzuelo para su conquista.

    Mientras Paola hablaba con su sencillez natural, contándole sus vivencias y le confesaba que había tenido relaciones con Damián, por quien sentía un gran afecto, Roger pensaba: Es preciosa, es una masa intacta de arcilla, como para amoldarla a mi vida, y daba por hecho que lograría su propósito.

    En las semanas siguientes Roger continuó enviando ramos de flores y notas que rebosaban de palabras y expresiones afectuosas, de falsos halagos, llamándola por teléfono para desearle las buenas noches o para preguntarle cualquier cosa cotidiana, asediándola con su cortejo, cerrando lentamente las tenazas como si siguiera una estrategia militar.

    Un día la llamó para hacer una cita formal para ir a cenar de nuevo, diciéndole que necesitaba hablar con ella porque le tenía una sorpresa.

    Paola aceptó y de nuevo El Candil fue el lugar elegido por Roger. Durante la cena, en la que pidió champán, sin preámbulo alguno, a sabiendas que dominaba la situación, le obsequió un anillo de compromiso. Roger quedó un tanto decepcionado porque Paola no tuvo la reacción que él esperaba, no tuvo el efecto de quedar deslumbrada, de que las lagrimas emanaran a borbotones de sus ojos, mirándolo fascinada como a un ídolo. Entonces Roger arremetió con su plan B, siempre tenía un plan complementario, de reserva, y con elocuencia desmedida, gesticulando, le pidió que fuera su esposa. Le prometió que tendría una vida muy holgada, que sería dueña y señora de la casa del Pedregal, con todas las comodidades que quisiera y dos mucamas a su servicio, que conocería gente de sociedad, que viajarían por el mundo, que la capital ofrecía una infinidad de atracciones. Y Paola quedó observándolo, un poco ausente, ofreciéndole una sonrisa de agradecimiento, pero estaba aturdida y deslumbrada.

    Pocos días después, con el decidido apoyo y cierta presión de los padres, Paola aceptó. La boda se realizó ocho meses después, el 30 de noviembre de 1980, en Monterrey. Paola contaba con 21 años y una inocencia provincial y Roger con 30 años y un colmillo de sable similar al de aquellos tigres que un día poblaron este planeta. La luna de miel la pasaron en Hawái, tres días de ajetreo, de recorridos turísticos, de elogios de Roger sobre la opulencia de los hoteles y el buen vivir de los norteamericanos. Todo, sentía Paola, corría muy de prisa, no había algo que ambos pudieran compartir, disfrutar. Veía que Roger lo quería abarcar todo, poseerlo todo, mientras ella deseaba un rincón, un momento de intimidad y de amor. Menos mal que llevaba consigo su querido Diario en el que escribía y leía y releía párrafos de sus años de soltera y los recuerdos le llenaban esa oquedad que ya comenzaba a sentía en el pecho. Después de ese viaje, que no dejó huellas en ninguno de los dos, se trasladaron a la residencia del Pedregal. En los dos o tres años siguientes, Paola, para paliar la nostalgia de su ambiente familiar y asimilar la nueva vida agitada de esposa de empresario, visitó a sus padres con cierta frecuencia, y en una ocasión se encontró con Damián, con quien salió a tomar un café, para recordar viejos tiempos y sueños nunca soñados, pero a quien encontró como si se hubiera estancado en el tiempo.

    Dos años después del matrimonio nació Emilio, que transformó la existencia de Paola convirtiéndola en una mujer feliz y realizada. Y dos años después nació Zita, que vino a colmar aún más la plenitud existencial de Paola. Emilio desde pequeño se mostró reservado, tranquilo, mientras que Zita era vivaracha y físicamente la imagen de la madre.

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    En los años sucesivos la empresa constructora bajo la dirección de Roger prosperó notablemente. Roger lograba renovar con gran habilidad, emulando al padre, los contratos del Gobierno; la nueva maquinaria demostraba ser eficiente y redituable; pero también las deudas con la financiera de Francisco Sada fueron aumentando en forma considerable. Sin embargo, puntualmente Roger cumplía con los compromisos de pagar los intereses de acuerdo a las peticiones que le hacía Francisco o a los plazos estipulados, aunque con cierta frecuencia pedía una reestructuración de la deuda y un aplazamiento para el pago del capital. Roger continuó haciendo determinados trabajos también para Abraham, pero en forma marginal, porque Abraham lo mantenía a distancia, conociendo la ambición, la voracidad desmedida de su amigo.

    En 1990 sorpresivamente falleció Francisco Sada de un infarto. Fue un golpe muy fuerte para Paola y para sus hijos, de apenas ocho y seis años, que sentían un amor profundo por su abuelo, quien los consentía y les daba el afecto que seguramente notaba que les negaba el propio padre. Se deshacía por ellos, cuando lo visitaban en Monterrey o cuando él y Matilde venían al Distrito Federal. Asistieron al funeral en Monterrey muy compungidos. Apareció también Damián, quien expresó su pésame a Paola con un fuerte abrazo y con lágrimas en los ojos.

    Por la noche, después de cenar, luego que los niños y Matilde se retiraran, Roger y Paola quedaron solos, en el silencioso comedor, cada cual con las miradas perdidas en el vacío, ella con su tristeza y él con sus propios pensamientos. De pronto, como si fuera una inquietud que lo asaltara en ese momento, Roger le dijo a Paola: Oye, ¿sabes en lo que me he fijado? Creo que Emilio se parece mucho a este hombre, ¿cómo se llama, el que fue tu novio, el que estuvo hoy en el funeral…?. ¿Dices a Damián?, le aclaró Paola. Sí, a ése, y mira, sacando cuentas tu viniste varias veces a Monterrey poco después de que nos casáramos. ¿No será Emilio hijo de ese noviecito que tuviste? Ahora me doy cuenta que se le parece mucho. Paola le lanzó una mirada inquisitiva, pensando que no había comprendido lo que en ese momento Roger le estaba diciendo, luego sin decir palabra, moviendo la cabeza de un lado para otro, con una expresión de desprecio, ofendida, dejó el comedor y se fue a dormir. No tenía ánimo, en ese momento de tristezas y dolor, de escuchar sandeces. El asunto no se comentó por algún tiempo, pero la acusación, la falta de confianza que le demostraba Roger, quedaron grabadas para siempre en la memoria de Paola.

    Al morir don Francisco Sada la Financiera quedó como herencia a Paola. Roger se hizo cargo de ella de inmediato, nombrándose director general. Se realizó una asamblea con los inversionistas para aclarar cualquier duda que pudieran tener, cualquier inquietud, y el hecho de que quedaba en manos de la misma familia, con gran experiencia empresarial, los tranquilizó. Más aún, poco después Roger les envió una circular informándoles que se abría una financiera hermana en la capital, en la Ciudad de México, la Financiera Inmobiliaria, que ampliaba y fortalecía las actividades y la solidez de la empresa dejada por Francisco Sada. Roger nombró como director general de esta nueva financiera a la propia Paola, sólo de nombre.

    Las financieras, ahora de su propiedad, despertaron y estimularon aún más las ambiciones de Roger. De pronto se vio frente a un horizonte ilimitado. La constructora lo constreñía a los contratos del Gobierno y a la realización de obras concretas y sujetas a supervisión, controles de calidad, plazos que cumplir, y otras medidas similares, pero las financieras lo proyectaban hacia el mundo que ahora se había abierto con los mercados sin límites y descubría las enormes posibilidades que ofrecían las operaciones cibernéticas. Las finanzas son intangibles y sin fronteras, es el mundo de los negocios del mañana, repetía una y otra vez.

    Se acercó a Abraham para ofrecerle financiamiento atractivo para las obras que realizaba el despacho que dirigía ahora que su padre se había retirado, pero Abraham usaba sólo una parte de los recursos que le ofrecía Roger, argumentando que tenía un sistema bien establecido basado en la preventa de lo que construía y que no le atraía mucho endeudarse con bancos u otras fuentes de financiamiento.

    Roger, inspirado y muy motivado con esta nueva actividad, se lanzó en busca de socios y nuevos horizontes. Viajó con frecuencia a Hong Kong y a Miami y logró asociarse con Wing Hang Financial Co. y con Import-Export Financial Co. Con la asesoría de estas corporaciones abrió una filial, la Offshore Fund Co. en Bermudas. Seguido reunía en su despacho de la casa del Pedregal a los ejecutivos bajo sus órdenes y les explicaba cómo debían coordinar las operaciones de estas empresas y las ventajas de la Offshore Fund Co., que no tenía control de cambios ni de flujo de capital por encontrarse en uno de esos paraísos financieros, y si se generaban ganancias en el exterior de las Bermudas, había que transferirlas de inmediato al Offshore Fund Co., porque allá no se pagaban impuestos y por otra parte los fondos, que se manejaban con total privacidad, quedaban protegidos de demandas judiciales promovidas por otras empresas fuera del ese territorio por incumplimiento de contratos u otros motivos legales. Y cerrando de nuevo las tenazas, como un estratega militar, Roger abrió tres empresas promotoras de bienes raíces, una en la Ciudad de México, una en San Antonio y otra en Miami, que operaban como mancuernas y pantallas de las financieras.

    En el año 2000, con el cambio de partido en el Gobierno Federal, de pronto comenzaron a desvanecerse los contratos de obras públicas asignados al margen de las licitaciones oficiales. Roger no lo podía creer. Trataba de acercarse a los nuevos funcionarios que ocupaban los cargos claves para la asignación de contratos, pero no lograba establecer ningún contacto y las puertas se le iban cerrando una a una, debido a los antecedentes turbios de los procedimientos que seguía la Constructora y que eran por todos conocidos. La empresa de inmediato resintió esta situación, había fuertes deudas, la maquinaria moderna a veces estaba parada, los ingresos caían en picada. Roger recordó el consejo de su suegro. Debería haber recurrido más al ‘leasing’ que a la compra de estos equipos, pensaba trastornado. Le preocupaba que las empresas financieras dispusieran de abundantes recursos, de liquidez, cuya procedencia sólo él sabía, pero era absolutamente necesario tener una actividad en el campo de la economía real, productiva, para canalizar esos recursos y justificar las reservas de aquéllas como si fueran ganancias. Hacía esfuerzos desesperados para financiar las actividades de Abraham, quien a cuenta gotas le concedía alguna oportunidad. Lo invitaba repetidamente a su casa, lo colmaba de atenciones e invitaba a Abraham y su esposa Sarah a los cruceros por los países Bálticos o por Alaska, que Abraham amablemente rechazaba. Durante algún tiempo se sintió en la cuerda floja. Llegaban recursos pero su canalización se dificultaba.

    En ese año de inicio de siglo y milenio, Roger, como buen supersticioso, vivía angustiado por los escabrosos presagios sobre las fallas que reportarían las computadoras por el doble cero del año y por consiguiente por el desastre que todo aquello podría significar para sus empresas. Los hijos eran ya unos adolescentes. Emilio había cumplido 18 años, era muy maduro, muy serio, muy preocupado por el medio ambiente, con escasa o nula comunicación, ni afectiva ni de trabajo, con su padre, quien de vez en cuanto, a pesar de los rabietas de

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