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Cuando nos quebramos
Cuando nos quebramos
Cuando nos quebramos
Libro electrónico302 páginas4 horas

Cuando nos quebramos

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Información de este libro electrónico

Estoy flotando sobre ella, volando. Consumido por Colby Harlowe de una manera que he deseado desde esa tarde en Kona.

Hasta esta noche, no creí que sucediera. Juré que no lo permitiría.

"¿Porqué tomó tanto tiempo?", Susurra ella.

De repente, no tengo ni idea.

COLBY:

Orion Walker es muchas cosas.

Asombroso. Atractivo. Una fuerza silenciosa pero imparable, que me acerca cada vez más.

Diseñador gráfico. Padre soltero. Uno de los muchos que vivió porque mi prima no lo hizo.

La noche que murió, aprendí una lección imperativa: la necesidad de mantener mi estúpida boca cerrada.

La gente me ha dicho  toda mi vida que soy demasiado directa, socialmente inepta. Tal vez es hora de que escuche.

Tal vez entonces tenga una oportunidad con el tipo que me odió a primera vista.

ORION:

Colby Harlowe tiene muchos problemas.

Demasiado contundente. No sabe cómo hablar con la gente. Altera mis nervios como si alguien le estuviera pagando para que lo hiciera.

Pero, Dios, ella es hermosa. Dulce, gracioso. Brutalmente honesto, una cualidad que odio y admiro. Si solo fuera yo, la perseguiría en un latido del corazón.

Pero no soy solo yo. Mi hija es la Prioridad Uno.

No estoy buscando una novia. Estoy buscando a la nueva mamá de London. El día que nos conocimos, supe que la búsqueda no podría terminar con Colby.

Luego nos encontramos de nuevo. Y cuanto más se acerca a mí, más se acerca a mi hija ... o, tal vez, al revés.

Ella no es en absoluto lo que estoy buscando.

Es exactamente por eso que no puedo mantenerme alejado.

* * *

When We Break es un romance independiente de combustión lenta con un Felices Por Siempre. Es el último libro de la serie Love in Kona de Piper Lennox, que puede leerse en cualquier orden.

Amor en la serie Kona:

Tirame debajo

Estrellarse a mí alrededor

Cuando nos rompamos

Tenga en cuenta que: esta novela contiene escenas íntimas que algunos lectores pueden no encontrar adecuadas

IdiomaEspañol
EditorialPiper Lennox
Fecha de lanzamiento22 feb 2019
ISBN9781547573776
Cuando nos quebramos

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    Cuando nos quebramos - Piper Lennox

    Para las piezas más importantes de mi corazón.

    Capítulo 1

    Colby

    Tan solo lo digo como lo veo: esto es horripilante.

    Notado, susurra mi madre, sonriendo con sus dientes apretados mientras el proveedor se acerca. Me escabullo para alejarme. Esta es mi oportunidad, y probablemente no tenga otra hasta que esta fiesta termine.

    Fuera de la sala del evento, estudio el retrato. Es enorme y granulado, montado en un marco sobre un caballete. Recordada con Amor  está garabateado con brillantina debajo del nombre de Eden.

    Las fechas hacen arder mis ojos. Demasiada proximidad.

    Hola, ¿este es el lugar correcto?

    Salto frente al tacto de una mano en mi hombro. Es otro periodista. Ya hay tres: dos de periódicos locales y un presentador de noticias. Hay un rumor de que venderán sus notas y el seguimiento a diversas fuentes nacionales, y yo lo creo. Las personas aman las historias de buenas tragedias.

    Si, Le respondo, A través de estas puertas.

    Ella me agradece y se apresura al interior.

    Es gracioso: ella ni siquiera echó un vistazo a la foto de Eden.

    De hecho, esa es la peor parte de estar aquí. Hay fotos de Eden por todas partes, apoyadas sobre caballetes y dispersadas sobre las mesas. No había notado que nadie se sintiera alterado frente a esas imágenes. Todos parecían felices frente al recuerdo. Incluso las lágrimas que presencié fueron singulares y entre sonrisas.

    Aún es una tragedia, pero una vieja.

    Yo, mientras tanto, tengo un enjambre de mariposas de alas afiladas revoloteando en mi estómago. Desde el ombligo hasta el pecho. Mi dolor aparentemente vive dentro de algún órgano abdominal que jamás se vacía por completo.

    Basta.

    Miro la foto de vuelta. Es el retrato de Eden del último año de colegio, antes de las perforaciones y el tatuaje en el cuello. La tía Rochelle eligió esta para engrandecer la imagen de su hija: en su mente era suficientemente malo el que se haya mudado a California para convertirse en actriz. Renunciar a la actuación, perforar sus hoyuelos, y grabarse en la piel una calavera colorida rodeada de algodón de azúcar con tinta, era algo completamente inconcebible.

    Pero esa era mi prima. Valiente, audaz y llena de sorpresas. Capaz de cualquier cosa. Especialmente de lo menos pensado.

    Basta. Ahora.

    Otro sollozo surge. No debería estar llorando. Ya pasó un año.

    Disculpa, Consulta otra voz, esta vez es un hombre, ¿es esta-

    Si, lancé por encima de mi hombro, sin siquiera girarme para verlo. Sentí sus pasos detrás de mí, dudando y arrastrando los pies, antes de virar hacia la habitación.

    La fiesta fue idea de la tía Rochelle. Ella creyó que serviría de catarsis conocer a los receptores de los órganos de Eden, luego de haber leído historias sentimentales en línea acerca de madres viendo a sus hijos a los ojos nuevamente, a través de aquellos que habían recibido sus órganos. O respecto a niños abrazando a desconocidos y escuchando los latidos del corazón de sus padres.

    ¿No piensas que será algo agradable? Me preguntó mi madre en el teléfono, cuando le dije que no quería volar de vuelta a Kona por este espectáculo de porquería. Hasta ahora, tan solo un receptor había confirmado, pero mi familia era optimista de que los demás acudirían al final. Después de todo, ¿quién no querría agradecerle a la familia  cuya gigantesca y despedazante pérdida les había dado una segunda oportunidad en la vida? ¿Quién no querría un viaje gratis a Hawái?

    No. Creo que será raro como la mierda.

    Ni siquiera la proximidad del océano podía apaciguar sus suspiros. Colby. Volverás a casa. Fin de la discusión.

    No puedes obligarme a que vuelva, Me reí.

    Ajam. Fue el sonido con el que respondió mi madre. Tal vez tu no puedes hacernos que paguemos la renta el mes que viene.

    Dios. Un golpe bajo.

    Mamá, en serio, yo solo... Mis excusas temblaron en mi lengua. Tan solo no puedo. Aún la extraño demasiado.

    Aún tengo pesadillas con su cuerpo. El sonido seco cuando ella golpeó el suelo. Aún la odio un poco.

    Significaría mucho para tu tía, Dijo mamá. Solo ven a casa por un fin de semana, ve a la fiesta, y eso es todo.

    Eso es todo, Repetí sarcásticamente.

    Bueno, eso fue todo: Papá pagó una linda cantidad de dinero para arrastrarme fuera de California por un par de días, enviándome el pasaje de avión sin siquiera recibir un saludo a cambio. Estaba decidido.

    El vuelo fue un infierno. Lleno de parejas en su luna de miel ya usando tiaras de flores y camisas floreadas, con algunas turbulencias que casi causan que libere mi desayuno, y un compañero de asiento que pensó que no podía ver los videos pornográficos en su teléfono.

    Todos en Kona estaban eléctricos por las noticias. Los destinatarios de las donaciones de Eden serían tratados como la realeza en la isla, por como todo lucía: las plantaciones de café enviaron muchísimas muestras gratis a nuestra casa, donde la tía Rochelle vivía ahora – ni más ni menos que en mi habitación- y jamás había visto tantas canastas con magdalenas en mi vida.

    Wow. Miré hacía los nueve marcos de fotos que se alineaban sobre la mesa de la cocina y arrojé mi equipaje debajo de ella. Cada uno contenía la misma foto de Eden, sonriendo con la boca abierta con el océano de fondo. Conocía esa foto.  Fue en su primer día en California: Fue su primer día en California: ella nos la había enviado en un mensaje de texto a todos.

    Pensé que a los beneficiarios les podría gustar llevarse una foto, Explicó tía Rochelle. Ella sacudió las hebras de pasto que habían caído sobre sus pantalones desde la canasta que estaba armando y me dio un abrazo. Es lindo verte cariño.

    A ti también. ¿Mamá y papá están aquí?

    Tú mamá está dirigiendo un evento de caridad, respondió ella pensando, y tu papá está... Lentamente sonrió. Oh. Se supone que no debo decírtelo.

    Yo también sonreí. Papá siempre compraba mi helado favorito en la Mantequería Kona cuando iba de visita, y yo siempre pretendía estar sorprendida cuando me lo daba. Una pequeña tradición, pero una que valía la pena mantener.

    Entonces, Dije, sentándome frente a ella y moviendo una canasta fuera de mi vista, ¿Los nueve dijeron que sí?

    Su rostro se desmoronó. Desde que Eden había fallecido, en sus mejores momentos mostraba una sonrisa tentativa – que repentinamente podía quebrarse en sollozos en sus peores momentos – lo cual sucedía cuando fuera que alguien preguntaba algo de forma demasiado directa. Y yo, como usualmente me decían, hablaba demasiado directamente para la mayoría de las susceptibilidades.

    Dos, dijo, con su sonrisa resurgiendo nuevamente, pero falsa esta vez. Pero los otros siete no dijeron que no- ellos tan solo... no respondieron. Entonces veremos.

    "Aguarda, ¿compraste pasajes para los nueve?" La locura de esta fiesta ahora había alcanzado un nuevo límite.

    Diablos, olvida la fiesta: La tía Rotchelle estaba perdiendo la cabeza. Y mamá también, probablemente, ya que estaba segura de que ella había pagado la cuenta.

    Si, Respondió ella, con una voz tranquila, pero a la defensiva. También reservé algunas habitaciones en el hotel. Me dieron un descuento.

    Ahora todo se entendía: todos en la isla le habían estado dando grandes descuentos y cosas gratis a mi tía en el último año. No es que ella no lo mereciera, y francamente, los necesitaba. Había estado tan deprimida que había dejado de ir a trabajar, dejado de pagar su hipoteca. Había dejado todo.

    Por unos breves minutos, me sentí culpable por pensar que la fiesta sería horripilante, extraña y tensa. Aún era todas esas cosas, al menos para mí- pero para mi tía, quizás implicaría cierta clausura.

    Y, a juzgar por la gran montaña de regalos sobre la mesa en frente de nosotras, le había dado un proyecto decente en el que involucrarse.

    ¿Cómo anda Luka? Pregunté, tan solo para cambiar el tema. Veo a su hermano en Santa Barbara algunas veces.

    No lo sé. Su madre arregló algunos descuentos para mi cundo se enteró de la fiesta. Nadie lo ve mucho en estos días.

    Kai dijo que se ha vuelto adicto al trabajo. Quién sabe.

    Oh, no estoy sorprendida de que haya hecho eso. Toda la energía que tenía de pequeño tenía que llevar a alguna parte. Rochelle acercó un portarretratos y aseguró la parte trasera. Espero que todo salga bien.

    Supe, por la forma en que su sonrisa se desvaneció, que estaba hablando de la fiesta otra vez. Estoy segura de que lo hará. Aseguré, sin mucho convencimiento, haciendo rodar una lata de café hacia mí y pasando mi dedo sobre el logo impreso en ella.

    Claro que Rochelle no era consciente de que quería hablar de cualquier otra cosa. Espero que todos hayan recibido las cartas. El programa de donantes dijo que las habían enviado a cualquiera que estuviera habilitado a recibir correspondencia, pero ni siquiera pudieron decirme cuántos fueron.

    Por ahora, incluso el pensar en mi helado favorito me daban ganas de vomitar. Las gracias sociales no eran mi especialidad, pero en comparación con Rochelle, me veía como una maldita empática. Ella haría que esta conversación continuara sin importar cuan cortantes fueran mis respuestas. Incluyendo el ajam que exclamé mientras ella añadía, Sí sé que beneficiarios vienen. Quiero decir, de los dos que respondieron.

    Cuando no pregunté más, supe que ella estaba intentando ingresar en mi cerebro, exhaló profundamente. Su sonrisa fluyó nuevamente. Uno es un chico como de tu edad  - el riñón- y el otro es una mujer. Ella recibió sus ojos.

    Fue instantáneo, el pánico se agitó en mi estómago como si fuera resultado de un tsunami.

    ¿Riñones? Seguro, genial, lo que fuera. No piensas acerca de los riñones. No los ves.

    Pero sus ojos.

    El mirar otra vez dentro de ese verde oscuro, por primera vez en diez meses. Con los párpados de un extraño parpadeando alrededor de ellos.

    Una pieza de su ser, la sangre bombeando, prosperando los pañuelos descartables, incluso aunque Eden ahora tan solo fuera una explosión de cenizas flotando en el océano.

    Enseguida vuelvo. Reservé mis pensamientos para el patio trasero. La mesa se sacudió cuando me fui, aun podía escuchar las canastas golpeando rápidamente la una contra la otra cuando deslicé la puerta del pórtico detrás de mí. Un bosque repleto de mimbre, botín y pasto.

    Los ataques de pánico eran algo nuevo. Los odiaba, por más razones que el dolor en el pecho y la completa pérdida de la lógica mientras mi cerebro se embarcaba en su propia película de terror en miniatura. Era inconveniente, embistiendo justo en el momento en que más necesitaba mantenerme compuesta, era inconsistente, mejorando en pasos agigantados una semana, antes de alcanzar el punto más bajo a la siguiente.

    Más que nada, me hacía sentir débil. Lo que  no me hacía sentir como yo misma.

    Fui y vine a través del patio trasero en círculos, practicando los consejos de respiración que había leído en línea. Luego me hice paso en medio del pánico, ignorando los rápidos pensamientos que no tenían sentido alguno hasta que encontré el que si lo tenia: Tendría que ver a Eden a los ojos nuevamente.

    Puedes hacerlo.

    Sería una cara absolutamente nueva. Una nueva persona. Sin la fiera sonrisa de Eden o su guiño fácil, tal vez sus ojos ni siquiera lucirían como lo solían hacer.

    Es tan solo un día. Sobreviviré.

    He sobrevivido a cosas peores.

    Orion

    Ella era la hija de alguien.

    De hecho llegué a vomitar en mi boca.

    No eran novedades en absoluto. Sé que los órganos no aparecen mágicamente, y lo sabía mucho antes de que arribara la carta. Los donantes no son anónimos. Incluso si nunca te aprendes sus nombres.

    Alguien murió, y yo viví.

    ¿Pero el recibir una prueba real de que ese alguien era más que un Juan Pérez en un fichero? Eso era otra cosa.

    Su madre quería conocerme.

    Un viaje gratis a Hawái Ofreció Walt en la cena, el día que llegó la carta. La deposité en la mesa en frente de nosotros, donde ambos la leímos y releímos sin levantarla.

    No me importa eso.

    A mí me importaría.

    Mi inhalación fue casi eterna y resonó, incluso en mis propios oídos, con demasiado sarcasmo. Por supuesto que Walt se enfocaría en el viaje gratis. Era el modo en que presentaba una visión optimista ante todo: señalando cualquier ganancia personal que pudiera ser obtenida.

    ¡Quiero ir Papi! Gritó alegremente London. Se había pintado la cara cual payaso, solo que con salsa de los tallarines.

    Tú tienes escuela. Arranqué una toalla de papel y se la pasé. No ayudó: tan solo movió la salsa hacia delante y atrás sobre su cara.

    Ella puso mala cara. Walt le acercó su leche con chocolate. Ahoga tus penas niña. Tendremos una fiesta mientras tu papá no está- te llevaré a la casa del té de vuelta.

    London se enderezó y sonrió. Yo lo miré fijamente.

    ¿Qué? Preguntó inocentemente. Las fiestas del té de Walt y London son nuestras.

    Nunca dije que iría, Mis ojos volvieron a aterrizar sobre la carta. No tengo ningún interés en conocer a la familia.

    Seguro. Esa es la razón por la que has tenido la carta allí toda la tarde.

    Mis manos hurgaron con las pinzas en el pan de ajo, hasta que me rendí y lo tomé con las manos, mayoritariamente para irritar su fobia a los gérmenes. "Me siento obligado, pero no quiero ir. Por eso la he tenido allí."

    Los dos sabemos que te sentirás culpable para siempre si no vas. Entonces ve. Serán como unas vacaciones.

    ¿Vacaciones? Conocer a la mujer cuya hija-

    Ambos nos congelamos y echamos un vistazo a London. Ella estaba soplando burbujas con su leche, ignorándolo todo felizmente.

    Yo pienso, Prosiguió Walt, que será bueno para ellos. Y tu tan solo irás a un lugar con caras nuevas. Necesitas socializar.

    Yo socializo un montón.

    Tanto como amo arrastrarte a fiestas y bares, ambos sabemos que ninguno de mis amigos puede darte lo que tú precisas.

    Oh. Te referías a citas. No podía estar en desacuerdo con él en eso: mi socialización estaba bien en lo que refería a amigos. Tenía a Walt y algunos amigos en sus treinta gracias a él. Novias, por otro lado, eran una historia diferente. Una que ni siquiera existía.

    No era como que me había cerrado a las citas. Simplemente me había resignado a unos pocos años más de soledad, hasta que fuera mayor. Lo que quería decir que las chicas de mi edad fueran mayores.

    Nadie quería ser una madrastra a los veintitrés. Y las que usualmente si querían, solían tratar a London como una mueca a la que podían vestir, fotografiar para Facebook para luego alejar cuando fuera que quisieran el tiempo de tan solo nosotros como pareja.

    Walt y sus amigos me molestaban por ser demasiado exigente, pero ellos no entendían. Ninguno de ellos tenía hijos. No estoy tan solo encontrando a alguien para mí, Les dije, una y otra vez. Estoy hallando a alguien para London también. Es fácil hallar a alguien para una cita, pero alguien para ser una mamá... no tanto. No a nuestra edad al menos.

    ¿Quién dice que tiene que ser una mamá? Uno de ellos me fastidiaría con eso, cada vez que surgía la conversación. London podría tener dos papás.

    Llegado ese punto tan solo me reiría de sus burlas. Sus lamentaciones acerca de mi heterosexualidad era una broma usual en el círculo, y las bromas raramente cambiaban. Incluyendo aquellas en las que Walt pretendía ofenderse enormemente: "Um, ¿disculpa? London básicamente tiene dos papás, muchas gracias."

    Y nuevamente yo no lo discutía. Walt había estado para London- para mí- desde el inicio. Dudo que hubiera podido superar lo peor de la enfermedad sin él.

    De hecho, el día en que se mudó, le acababa de comenzar a escribir un correo electrónico a la abuela de London.

    "Tenías razón. Ella necesita más de lo que yo puedo darle."

    Él me había alcanzado justo a tiempo, salvado el correo como un borrador y pedido que lo pensara. Nunca dejaré de estar agradecido por ello. La mayoría de los días, London es la única razón por la que salgo de la cama.

    La carta aleteó ante el impulso del ventilador de techo. La recogí.

    Quizás vaya, Dije tranquilamente. London y Walt chocaron sus palmas.

    Entonces aquí estoy, en el medio de una fiesta a la que aún no estoy seguro si quiero asistir.

    Una mujer en un vestido rojo, rodeada por reporteros, me da un abrazo si siquiera preguntar. Esto es tan... Su susurro lloroso acaba en un suspiro. Supongo que es uno feliz, aunque no tengo ni idea que palabra habría usado para culminar su enunciado. Todo esto es tan...algo. No sé qué, pero es la parte del tan con la cual concuerdo: lo que sea que estoy sintiendo ahora, hay demasiado de ello.

    I, uh...quiero agradecerte, le digo a ella. El resplandor de uno de los fotógrafos- y al menos otros 50 de menor brillo de los celulares de los invitados- nos ciegan. Yo tengo una hija. No puedo imaginar lo que es haber perdido una. Una punzada en mi garganta me paraliza. La aclaro.

    La sonrisa de Rochelle tiembla. Ella me abraza otra vez. Los destellos de las cámaras explotan.

    Por suerte, la atención se aleja de mi en el momento que el otro invitado de honor arriba: Una mujer de unos treinta y algo de Virginia, quien había sido cegada en su infancia. Yo miro desde el otro lado de la habitación mientras Rochelle mira los ojos de la mujer. Los de su hija.

    Me quiebra.

    La multitud es densa, pero me abro paso como si fuera un tanque.

    Afuera encuentro un hueco en los ladrillos exteriores y me siento, con la cabeza sobre mis rodillas, la sangre hirviendo en sus orejas. Pestañeó para alejar el picoteo en mis ojos. Primero mi cara se pone terriblemente caliente, después nauseabundamente fría, como si de intoxicación alimentaria se tratara.

    Componte.

    ¿Quieres uno?

    Levanto mi cabeza tan rápido que golpea el bloque detrás de mí. Uy, carajo,

    Hay una mano estirada frente a mi rostro. Sostiene una lata con mentas. La sacude hacia mí, como si fuera un perro necesitando un bocadillo.

    Son caramelos de rescate, me dice la chica. No me pregunta si estoy herido, incluso mientras froto la parte trasera de mi cabeza y me contraigo de dolor. Para los ataques de pánico. ¿Quieres una?

    Estoy a punto de decirle que esto no es un ataque de pánico -  no es que sepa en realidad pero ella ya ha tomado mi mano. Miro atontadamente mientras ella sacude dos en mi palma.

    Lamelas, no las muerdas, ordena ella, cuando quiebro la primera entre mis muelas.

    Perdón. Um...gracias. Me contraigo contra la pared; ella ha tomado un asiento junto a mí, dejando apenas un par de pulgadas entre los dos.

    Una advertencia justa sería decirte que no se si realmente funcionan. La lata centellea mientras ella la gira, leyendo los ingredientes. ¿Tal vez es solo un efecto placebo? Algo para distraerte hasta que te calmes.

    Sí que me siento distraído, y por lo tanto calmado, pero no puedo decir si es por el caramelo o por ella.

    Entonces. Ella extiende sus piernas delante de su cuerpo. Son bronceadas y suaves, a excepción de un corte en su muslo. Tienes los riñones de mi prima.

    Uh... Muevo mis brazos contra mi cuerpo tan pronto como la rozo. Si,

    Cuídalos,

    Debería de haberme sentido aliviado cuando ella mueve sus pies hacia su cuerpo, usándolos como palanca para levantarse del suelo. En su lugar, con los caramelos de rescate apretándose en mi boca, siento la extraña urgencia de decir algo. Cualquier cosa, solo hacer que se quede.

    Ey, espera un segundo. Ella voltea y me observa luchar para ponerme de pie. Gracias.

    No hay problema. Ella sacude las mentas una última vez antes de dejarlas caer en uno de los bolsillos en su vestido.

    Sacudo las migas de mis pantalones de vestir. No el mejor lugar para sentarse usando ropas formales. No, quiero decir, gracias por...

    Ella frunció su frente. "¿Por...?"

    No lo sé. Separo mis manos, un tanto confundido. ¿No debería de darse cuenta de lo que hablo? ¿En qué más podría pensar? Por eso estoy aquí. Para agradecer a la familia del donante. Y tú eres familia. ¿Cierto?

    Yo no te di sus riñones. Ella me mira largo y tendido, de arriba abajo. Conozco esa cara, me está juzgando. Quiero decir, ni siquiera mi prima te dio sus riñones realmente. Fue coincidencia. Entonces no tienes que agradecerle a nadie.

    Es en ese momento en que la reconozco. Algo acerca de su tono es familiar, la manera en que sonríe no concuerda del todo con lo que dice. Suena agradable, pero sus palabras son casi demasiado brutales.

    Yo te conozco, Digo, lo cual la detiene sobre la marcha. Su mano suelta el pestillo de la puerta de ingreso al evento.

    ¿Qué?

    Yo te conozco, Repito. Mi pie se atora en un arbusto mientras lo piso. Cuando recupero mi equilibrio, tropezando de regreso al sendero, ella se ha girado para enfrentarme.

    Respiro profundamente. Tú eres la chica que no me dio ni mierda por querer reemplazar a mi gato si es que este moría.

    Ella inclina su cabeza y suelta

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