Experiencias y testimonios etnohistóricos
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Lingüista, especialista en semántica, lingüística románica y lingüística general. Dirige el proyecto de elaboración del Diccionario del español de México en El Colegio de México desde 1973. Es autor de libros como Teoría del diccionario monolingüe, Ensayos de teoría semántica. Lengua natural y lenguajes científicos, Lengua histórica y normatividad e Historia mínima de la lengua española, así como de más de un centenar de artículos publicados en revistas especializadas. Entre sus reconocimientos destacan el Premio Nacional de Ciencias y Artes (2013) y el Bologna Ragazzi Award (2013). Es miembro de El Colegio Nacional desde el 5 de marzo de 2007.
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5.
PRESENTACIÓN
A veces en pláticas de café, en corrillos, en un bar o una cantina, en una fonda o en un restaurante de postín, en el salón de clases, en un viaje largo, en un descanso durante un trabajo de campo o en alguna otra ocasión o lugar informal, los antropólogos y los historiadores suelen ponerse a platicar cómo llevaron a cabo tal o cual estudio y sus respectivas peripecias y anécdotas vividas. Con mayor formalidad suelen referirse a las influencias intelectuales y vivenciales experimentadas, los maestros que los guiaron o los ayudantes con que contaron.
En cambio, con menor frecuencia relatan lo que ocurre en la privacidad de su gabinete donde procesan la información obtenida en su región de estudio, en las entrevistas con informantes, en la biblioteca, en el archivo, en el laboratorio, en la fonoteca, en la ceramoteca y en otros sitios y fuentes. Más raro aún es que pongan por escrito la historia del libro que redactaron con los resultados de su análisis. Rara vez, pero se ha hecho.
Un instructivo ejemplo es el de la compilación The Historian’s Workshop, cuya versión en español apareció como El taller del historiador.¹ Reúne 16 ensayos de historiadores de habla inglesa que narran cómo llevaron a cabo sus indagaciones y la escritura del libro que resultó en el contexto de sus circunstancias personales, los meandros mentales por los que transitaron, los problemas históricos e intelectuales del momento y el ambiente de su época. En su momento, la edición mexicana resultó un libro novedoso en el medio académico del país, donde este tipo de ejercicios era inusual; incluso en literatura rara vez se llegaba a practicar.
La empresa de dichos autores pudo parecer sólo un ejercicio lúdico de investigadores insidiosos. Es cierto que tomar la pluma o prender la computadora para poner por escrito la memoria personal acerca de una investigación y la confección de la obra respectiva en la que se estuvo enfrascado, resulta de un impulso interno y poco o nada se piensa si sirve para algo. Quien lo hace es para sí mismo. Sin embargo, quien lo lee suele encontrar algún interés en este género minúsculo de escritura porque le revela qué hay tras las bambalinas de un volumen. En el caso de las páginas que tiene a la vista el lector, puede despertarle esa curiosidad pero sobre todo, mostrarle cómo se hace etnología histórica o historia en general. O para decirlo de otra manera, cómo hacen los investigadores su trabajo. De más está mencionar el beneficio que esto tiene para los jóvenes estudiantes, pero incluso para los estudiosos maduros es fuente de reflexión critica acerca de su oficio y de la disciplina científica. Conocer cómo se hace en realidad la investigación suele poner en duda los presupuestos que se aprenden en los manuales.
Entre los problemas científicos que salen a relucir cuando examinamos cómo se estudia el pasado, está la cuestión de si en verdad éste puede conocerse. Así como Akira Kurosawa mostró —en su magistral película Rashomon— la incertidumbre insalvable de todo aquel que intenta dirimirlo, el antropólogo y el historiador terminan aceptando que sólo logran acercarse con reconstrucciones que mucho tienen de hipotéticas y que siempre dejan más dudas que certezas.
Ahora bien, si los lectores pudieran enterarse de lo que sucedió durante las indagaciones de un antropólogo y la redacción de su libro, además de suscitarle consideraciones nuevas o detenidas sobre tal o cual aspecto como el anterior, también le pondría a la vista otros que el investigador nunca desearía darle a conocer y de hecho los omite del todo en su informe final, al cual le da una apariencia impecable. Éste transmite así la impresión de que el estudio se llevó a cabo con coherencia, seriedad, rigor y demás virtudes, lo cual a veces dista de ser cierto porque los errores, los obstáculos, las deficiciencias personales y los demás factores mundanos suelen acompañar las indagaciones antropológicas.
Acaso por ello algunos antropólogos piensan que es una indiscreción inadmisible que sus lectores miren donde no los llamó. A pesar de ello conviene hacerlo de vez en vez como una de las varias formas disponibles para examinar y controlar la naturaleza, la calidad y la veracidad de los productos científicos.
Por tanto, más que reunir anecdotarios, de lo que se trata es de abordar los problemas que afronta el trabajo de investigación científica y de considerar todos los factores académicos y humanos involucrados. Observar cómo responde el investigador a una pregunta y qué hace para poder responderla. De esa manera queda claro, por ejemplo, que primero descubre la pregunta y luego se empeña en obtener la respuesta, así sea hipotética.
Durante una sesión del seminario académico interno de la Dirección de Etnohistoria del Instituto Nacional de Antropología e Historia, los investigadores aceptaron hacer algo semejante escribiendo sobre sus respectivas exploraciones y libros. Cada uno decidió historiar su investigación, desde su propio enfoque, fuera éste conceptual, autobiográfico, metodológico u otro que desde su punto de vista resultara más adecuado. Pase el lector a revisar el resultado…
Carlos García Mora
¹ Varios autores. The Historian’s Workshop. Original Essays by Sixteen Historians, comp. e introd. Lewis Perry Curtis Jr., Nueva York, Alfred A. Knopf, 1970. Editado en español con el título El taller del historiador, trad. Juan José Utrilla, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, 344 pp. (Sección de Obras de Historia).
INTRODUCCIÓN
Todo empezó con una propuesta. Un colega comentó durante una sesión del seminario de la Dirección de Etnohistoria que había leído El taller del historiador, obra coordinada por Lewis Perry Curtis, que contiene un relato de 16 historiadores acerca del origen y desarrollo de sus proyectos de trabajo, las circunstancias, experiencias personales y profesionales por las que pasaron en su elaboración.
Nuestro colega nos invitó a leer el texto con el fin de intentar algo semejante entre nosotros mismos, escribiendo acerca de la forma en que cada quien llevó a cabo un proyecto de investigación. La propuesta fue aceptada y todos nos dimos a la tarea de leer la obra citada y de pensar cómo redactar relatos semejantes.
Una vez realizada la lectura, los integrantes del seminario intercambiamos impresiones acerca del contenido del libro. Entonces decidimos realizar nuestro propio ejercicio acerca del origen y la trayectoria de nuestro trabajo, la manera en que cada uno lo ha abordado, los retos presentados en cada etapa, el análisis y el manejo de la información obtenida. Todo ello nos permitiría exponer aspectos del quehacer antropológico que no siempre salen a la luz.
Para ello convocamos a una reunión académica titulada Diálogos con la etnohistoria
, realizada del 27 al 29 de octubre de 2010 en el auditorio Fray Bernardino de Sahagún del Museo Nacional de Antropología. Ello como parte de los festejos del 70 aniversario del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Dicha reunión fue coordinada por Amalia Attolini Lecón y Perla Valle Pérez † con el apoyo de la Coordinación Nacional de Antropología y la Coordinación Nacional de Difusión del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
La mayoría de los trabajos iniciaron con una autobiografía para ubicar en tiempo y espacio su objeto de estudio. Otros expusieron directamente los resultados de su investigación sin mencionar los antecedentes personales; sin embargo, los artículos se pudieron integrar en tres apartados, a saber, las experiencias con los restos arqueológicos, las experiencias con los documentos y las experiencias con la etnografía.
EXPERIENCIAS CON LOS RESTOS ARQUEOLÓGICOS
En el artículo Mi encuentro con las conchas
, de Lourdes Suárez, la frase Todo encuentro casual es una cita
, bien puede aplicarse a la cita que la autora tenía en la presa del Infiernillo y las 17 000 piezas de concha que la estaban esperando
para que ella sacara a la luz las antiguas evidencias históricas que este material reveló. El reto que enfrentó fue la carencia de estudios antropológicos sobre el mismo, sin embargo, la serie de preguntas y respuestas que se hizo la llevó, en primer lugar, al análisis de las piezas de acuerdo a su taxonomía biológica, luego estudió las técnicas de manufactura y con la clasificación de los objetos formó una tipología arqueológica de la industria de la concha. La consulta que hizo en las fuentes primarias le permitió conocer el uso y el papel que desempeñó el material conquiológico en los contextos religioso, artístico y comercial del México prehispánico.
Amalia Attolini inicia su trabajo con los antecedentes y las motivaciones que la llevaron por los caminos de la antropología. En El jade. Contorno y contenido
, explica el profundo simbolismo de esta piedra semipreciosa y la enorme importancia que tuvo como producto de lujo en la vida y en el comercio de los pueblos prehispánicos. Señala que a través del mapeo de los objetos de este material y siguiendo su huella a través del registro arqueológico, es posible trazar las primeras rutas y caminos olmecas como elementos clave para el establecimiento de las rutas de comercio y sobre todo para la posición de la élite y de su poderío, ya que el jade sólo se ha encontrado en contextos arqueológicos exclusivos de una clase social. El estudio nos muestra cómo el jade se convirtió en un importante marcador cultural al mostrar las vías de migración de pueblos, objetos e ideas en Mesoamérica.
La zona del occidente de México ha sido el objeto de estudio por varios lustros de Beatriz Braniff, quien nos relata sus experiencias estudiantiles y la formación que tuvo como arqueóloga bajo la tutela de Pedro Armillas y Pedro Bosch Gimpera. Su preocupación por aclarar la oscilación de Mesoamérica y de las regiones norteñas dentro de la llamada Gran Chichimeca sigue siendo uno de los puntos centrales en su investigación. En la Nueva visita a la Gran Chichimeca
presenta, a través de mapas y figuras, la región, los límites geográficos y los pueblos que habitaron la Chichimecatlalli. Resulta interesante la relación que plantea entre los chichimecas y los grupos del área que Kirchhoff llamó Mesoamérica, así como el manejo que hace del dato arqueológico y de las fuentes documentales.
El trabajo de María Teresa Neaves sobre La iconografía de las piedras de Tízoc y del ex Arzobispado
expone el simbolismo de un lenguaje petrificado
en dos esculturas que presentan similitudes y diferencias, que pueden contener elementos para traducir un mensaje, indica la autora. Sostiene que hay que analizar el trasfondo de la información adicional que contiene el bajo relieve, con el apoyo de la arqueología y las fuentes etnohistóricas, en especial los códices. Estos tipos de estudios permiten descubrir nueva información sobre elementos iconográficos y simbólicos en dos monolitos que registran aspectos históricos acerca del poderío mexica.
EXPERIENCIAS CON LOS DOCUMENTOS
Con la conquista europea en América, las autoridades novohispanas registraron en forma detallada los acontecimientos sociales, jurídicos, religiosos y económicos que acontecían en el México colonial, en especial los del mundo indígena. Por ello dejaron un universo de documentación que constituye un valioso legado testimonial sobre diversos aspectos de la vida y cultura de los tres siglos del virreinato en Nueva España
El estudio de estos acervos es una de las tareas prioritarias de la investigación etnohistórica. En el siguiente apartado del libro se integran los trabajos cuyas temáticas definieron la consulta de las fuentes documentales respectivas.
La ausencia de estudios sobre el pasado prehispánico del grupo otomí es la preocupación que Rosa Brambila Paz presenta en su artículo Obstáculos para el estudio de la historia prehispánica otomí en Jilotepec
; expresa que los enfoques tradicionales de la arqueología, carecen de herramientas propias para avanzar en el conocimiento de este pueblo. Por lo anterior, la consulta de los códices de Jilotepec y Huichapan fueron las vías para la comprensión de la historia local de Jilotepec. Además, las características aglutinantes de la lengua otomiana al traducirla a caracteres latinos significó un gran desafío para los escribanos novohispanos, de ahí que la autora proponga que en los casos en que se limita el valor de la palabra escrita, las pictografías deberían adquirir especial relevancia para avanzar en investigaciones peculiares.
La aventura alucinatoria
que ha emprendido Dora Sierra sobre el estudio iconográfico de las plantas sagradas o alucinógenas en el mundo mesoamericano y su representación en códices del centro de México está planteada en La iconografía vegetal. Los inicios de una búsqueda alucinante
.
Para interpretar el simbolismo de la representación prehispánica y colonial de esta flora divina, la autora ha incursionado en algunos aspectos de la compleja cosmovisión mesoamericana: nombres de las plantas, propiedades reales y mágico-religiosas, deidades asociadas o personificadas en ellas, y su presencia en las festividades. El punto de partida de este trabajo, que se encuentra en una fase intermedia, fueron los códices Florentino y De la Cruz-Badiano.
Destaca que los psicotrópicos son parte de una herencia ancestral de la tradición religiosa mesoamericana que se ha negado a desaparecer y sigue vigente en pleno siglo XXI, como parte integral de los rituales mágico-religiosos y terapéuticos de diversos grupos étnicos nacionales.
María Teresa Sánchez hace alusión en forma emotiva a la amistad con el doctor Pedro Carrasco en el desarrollo de un proyecto de investigación y, como resultado de ello, su decisión de estudiar Ecatepec, población bajo el dominio mexica en la época prehispánica. El trabajo La dote en la Nueva España. Un caso de la nobleza indígena en el centro de México
nos brinda información sobre Ecatepec y su importancia económica y estratégica por su ubicación geográfica. Gracias a un expediente sobre esta población, encontrado por Emma Pérez-Rocha en el Archivo General de Indias de Sevilla, España, pudo conocer una serie de cartas sobre los derechos señoriales, la familia, las redes de parentesco y la situación de la mujer en esa época, para contextualizar el proceso de la dote femenina, los tipos de dote, las condiciones para otorgarla y las restricciones impuestas con la viudez.
En las Reflexiones acerca de las crónicas coloniales de Nueva Galicia
, Celia Islas menciona su investigación sobre la actividad minera y sus modalidades en la región con el apoyo de la metodología etnohistórica; para ello, destaca la consulta que hizo en archivos parroquiales y civiles de diversos documentos, crónicas, descripción de conquistadores, religiosos y civiles y sobre todo las relaciones geográficas de los siglos XVI y XVIII que contienen información geográfica, económica y social de los pueblos conquistados. Indica que los autores coloniales, entre ellos los visitadores, aportaron valiosos testimonios de lo que vivieron durante el transcurso de la época novogalaica.
Resulta sugerente el planteamiento que hace la autora sobre la validez y la objetividad de las descripciones de los testigos presenciales de una buena parte de los hechos históricos relatados en algunos de los documentos que consultó.
Una serie de lecturas previas orientaron a Emma Pérez-Rocha al estudio de las instituciones indígenas novohispanas; en su artículo Un acercamiento a las fuentes documentales, una experiencia vivida. La villa de Tacuba en el área tepaneca
plantea su experiencia en el acercamiento a los documentos, cómo se abrió paso
en la consulta de archivos y la ayuda que le brindó la diplomacia para lograr su objetivo. La recopilación de materiales para conocer a la antigua Tlacopan y los recorridos en la región de estudio la llevaron a descubrir la carencia de fuentes sobre el centro rector de la región tepaneca. Destaca un recurso metodológico importante: la consulta de fuentes de otras regiones o grupos que dieran cuenta de la población de la villa de Tacuba.
Para reconstruir las configuraciones globales de Coyoacán y San Ángel, Gilda Cubillo Moreno acudió a las fuentes primarias, como el padrón de Coyoacán de 1792 que le permitió restablecer los tipos de asentamiento, la distribución espacial de los grupos domésticos y sociales, así como la estructura ocupacional de los mismos. En el artículo Familias y grupos sociales en Coyoacán y San Ángel, 1779-1812. Visión comparativa. Crónica de un proyecto consumado
, explica el difícil rol de analizar e interpretar los datos estadísticos derivados de dicho padrón, de testamentos, testamentarías y litigios por herencia, para obtener posibles respuestas y hechos probables. La investigación transitó por varias franjas temporales; sus referentes fueron dos familias: los Adalid y los Istolinque.
La autora señala que la distinción de las semejanzas y diferencias en los principios y las prácticas de corresidencia, herencia y sucesión entre los grupos estudiados, contribuyó a la comprensión de las funciones de las normas de parentesco en la reproducción social.
La religión, base fundamental en la vida de los pueblos, es abordada por Teresa Eleazar Serrano a través de una institución eclesiástica española: la cofradía, con fuerte arraigo en las tierras conquistadas por medio de las órdenes religiosas, en este caso los carmelitas descalzos. En su artículo El fervor religioso y las fuentes documentales
, expone las circunstancias que le permitieron conocer el archivo histórico de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, en especial la colección Eulalia Guzmán.
Explica el desarrollo de su investigación desde la necesidad de aprender paleografía, desatar abreviaturas
y contextualizar las fuentes históricas en el momento que fueron producidas, relacionándolas con el entorno institucional. El hilo conductor se centró en las relaciones de identidad, solidaridad y ayuda mutua creadas por la cofradía, que funcionó como un sólido elemento de cohesión social en la sociedad novohispana.
Perla Valle Pérez en Los códices jurídicos, documentos desconocidos en la construcción de la etnohistoria
, explica que estos códices tienen un concepto de justicia diverso al concepto mesoamericano; el estudio que realizó sobre otros documentos de ese género la llevó al análisis etnohistórico del Memorial de Tepetlaóztoc. La metodología empleada en esta investigación se inició reuniendo la bibliografía básica, luego hizo recorridos por el campo tezcocano para conocer la fisiografía del territorio y la lectura de los mapas con los que empieza el Memorial. Entre los problemas específicos que enfrentó estuvo el desorden y confusión entre los jueces indígenas al adaptarse a los cambios impuestos por la administración colonial; sin embargo, la información escrita, mapas e imágenes que contienen los códices jurídicos han aumentado su valor como documentos legales.
La investigación sobre El calendario azteca y su cronografía
y la lectura del relato de la muerte de Chimalpopoca pieza de un gran valor literario, condujeron a Rafael Tena a estudiar náhuatl y paleografía como herramientas indispensables en la consulta de fuentes documentales para lograr la comprensión y traducción de diversas investigaciones que ha realizado. En su trabajo Edición de las obras de Domingo Chimalpáhin
presenta una reseña de su labor detectivesca
de lugares, fechas y autores de los documentos, lo cual le permitió descubrir que la mayoría de los escritos pertenecen al género de los anales históricos de tradición prehispánica.
EXPERIENCIAS CON LA ETNOGRAFÍA
El trabajo de Carlos García Mora Entresijos. Una experiencia de etnología histórica en el país purépecha
contiene lo que se puede llamar una experiencia de vida
, y que el autor define como la aventura que dura ya 37 años
. El estudio presenta los inicios de la investigación que realizó de manera conjunta con Catalina Rodríguez Lazcano, su llegada y la estancia en la comunidad de Charapan en la sierra de Michoacán. Explica que el punto de partida para esta investigación fue la recopilación de datos y el acopio de material documental en bibliotecas, archivos y fototecas, además de la recolección de documentos parroquiales y la transcripción de expedientes relativos a la tenencia de la tierra en esa población.
Las entrevistas tuvieron un papel fundamental, los cuestionarios se elaboraron según el tipo de información que se deseaba conocer. El autor señala que no obstante la riqueza de los testimonios y tradiciones orales, el material más valioso de todos fue la documentación histórica sobre Charapan que escudriñaron en archivos locales, estatales y nacionales.
En el desarrollo del trabajo, el autor llegó a la conclusión de que no es posible conocer toda la historia; terminó por aceptar que sólo es factible conocer fragmentos de la misma; pero esto, apunta, se puede subsanar recurriendo a testimonios etnológicos como las festividades religiosas y las bodas. Señala que el presente es en sí mismo una fuente del pasado […] los procesos de larga duración pueden percibirse en la actualidad…
.
Los entresijos y descubrimientos sobre diferentes aspectos de la vida y cultura de los charapenses permitieron a García Mora reconstruir el movimiento agrarista de la sierra michoacana y los cambios que se operaron al interior de la comunidad; al analizar el orden social, los conceptos sobre el campesinado tradicional se modificaron. El relato que hace sobre las experiencias vividas en esta investigación es extenso; en él menciona la diversidad de fuentes que inspiran y repercuten en el trabajo de los etnólogos.
Finalmente en sus reflexiones le otorga un lugar especial a la intuición y señala que la maravilla de este tanteo científico consiste en ir descorriendo velos, cerrando salidas falsas y develando protagonistas, sucesos y procesos olvidados
.
Este libro es el resultado de la aventura intelectual que emprendimos los investigadores de la Dirección de Etnohistoria del Instituto Nacional de Antropología e Historia; cada uno expresamos la vivencia personal en la labor académica que realizamos. Nuestro principal objetivo es darla a conocer al medio antropológico y al público en general, y contribuir a la mejor comprensión de la importancia de la etnohistoria como disciplina antropológica que aporta con sus técnicas de trabajo y los materiales documentales que estudia un mayor conocimiento de la pluralidad étnica y cultural de nuestro país tanto en el presente como en el pasado.
Dora Sierra Carrillo
EXPERIENCIAS CON LOS RESTOS ARQUEOLÓGICOS
MI ENCUENTRO CON LAS CONCHAS
Lourdes Suárez Diez*
DESDE LA ARQUEOLOGÍA
Corría el año de 1964, mi generación terminaba la carrera de arqueología y sólo faltaba parte del servicio social, me parece que un mes, para emprender el gran final: la tesis.
Nuestro maestro, el arqueólogo José Luís Lorenzo, nos había citado en un café aquella tarde de enero sin decirnos de qué se trataba. Ya reunidos, el maestro propuso que hiciéramos el servicio en la presa que se estaba construyendo sobre el río Balsas entre los estados de Guerrero y Michoacán, y que hoy lleva el nombre de Adolfo López Mateos, pues previamente él había recorrido gran parte del río junto con su geólogo el ingeniero Rafael Márquez y juntos habían localizado numerosos sitios arqueológicos a ambos lados de la rivera. Como las propuestas del maestro eran órdenes, los catorce que él había convocado nos apresuramos a cumplirlas. Nos pusimos a organizar el equipo: ropa, libros, planos, aparatos: plancheta, teodolitos, equipo de dibujo, retículas, no olvidando, ya que el maestro lo recalcaba, sombreros, botas, cantimploras y hasta una que otra botella de cognac.
A la semana siguiente tomamos un avión propiedad de la Comisión de Electricidad que gentilmente nos llevó a nuestro destino, sin saber entonces que este viaje cambiaría mi vida. La compañía Ingenieros Civiles Asociados (ICA) nos proporcionó una casa cómoda y nueva dentro de su campamento que abrigaba el equipo, tanto de quienes construían la cortina de la presa cómo del personal especializado que instalaría las turbinas de la enorme hidroeléctrica.
Al día siguiente, y siempre bajo la supervisión del maestro, con una temperatura que oscilaba entre 39 y 42 °C, emprendimos el inicio de la excavación remontando el río Balsas en una lancha que la propia ICA nos prestaba hasta llegar al lugar que en el plano de Márquez llevaba la clave B68.
Empezamos por distribuir el terreno del sitio entre los catorce que éramos y repartir los peones que debían ayudarnos. Yo, por si acaso, escogí los más fuertes pues se avecinaba un trabajo rudo y difícil.
Iniciamos la excavación con todo entusiasmo pues aunque la mayoría de nosotros ya había trabajado en otras zonas, como Teotihuacan, Calixtlahuaca, Ciudad Sahagún, Cholula y otras, aquello era distinto. No se veían montículos que señalaran monumentos, ni vestigios que indicaran la presencia de construcciones. Así que empezamos a cuadricular el terreno que cada quién había obtenido, a fotografiar y a dibujar sobre los planos de las retículas correspondientes. Mis peones empezaron a meter los picos con mucho cuidado pues yo ejercía una vigilancia estricta y bastante exagerada, propia de una debutante.
No habían removido más allá de medio metro de tierra cuando empezaron a aparecer tepalcates en abundancia, por cierto bastante burdos, puntas de proyectil de obsidiana y mucho material blanco que no pude identificar, pero al bajar unos centímetros más aparecieron varios esqueletos cubiertos de objetos brillantes y blancos que a primera vista se confundían con cal.
A esos niveles ya no permití la intervención de los peones y, provista de mi flamante brocha y mi bomba de aire, empecé a limpiar los cuerpos y los objetos y descubrí, entre el asombro y la emoción, que lo que parecía cal era polvo que se había caído de los adornos de concha que engalanaban la cabeza, el pecho, los brazos, las muñecas y los tobillos de aquellos personajes. Para muchas cosas iba yo preparada, pero no para encontrar un material que me dejó sin habla. Los limpié, los dibujé dentro del plano de la retícula y le pedí a Jorge Angulo que me revisara el dibujo (él es un gran dibujante y un gran fotógrafo) y me ayudara a sacar fotografías del extraño hallazgo. Conforme fuimos avanzando en la excavación tanto mis compañeros como yo seguíamos encontrando aquellos maravillosos adornos entre los que había verdaderas obras de arte.
Continuamos trabajando en el famoso B68, y obtuvimos objetos de cobre, de alabastro, de piedra, de cerámica, metates y hasta un impresionante guaje pintado al cloisonné que fue una verdadera proeza rescatar. Los ornamentos de concha fueron los más abundantes, sólo en este sitio sumaron 6 249 objetos trabajados.
Después del B68 avanzamos a otras zonas, todas con el número que el ingeniero Márquez les había dado: B5, B10, B54, B73, etcétera, primero en las inmediaciones del Balsas y luego en las del Tepalcatepec. Todos los sitios trabajados, 19 en total, contenían numerosos entierros con individuos ricamente adornados, y con excepción de tres, en todos los demás se encontraron adornos de concha, más de 17 000 piezas trabajadas estupendamente, más una buena cantidad de pedacería y polvo. Indudablemente estábamos en un taller enorme de este material, lástima que entonces yo no lo sabía.
Después de trabajar ininterrumpidamente durante casi un año, los cuatro que resistimos hasta el final regresamos a México llevando, a los laboratorios de Prehistoria, todo el material recuperado de una cultura nueva, que no tenía paralelo con el resto del México antiguo.
El maestro Lorenzo, de inmediato, habló con cada uno de nosotros para orientarnos sobre la tesis, pues las excavaciones del Balsas habían sobrepasado con creces