La Creación de Chile
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La Creación de Chile - Alberto Sepúlveda Almarza
Derechos
Acerca del Autor
Alberto Sepúlveda Almarza nació en Santiago de Chile, proveniente de una de las familias más extensas de la diplomacia chilena. Su abuelo, el general Alberto Sepúlveda Pinto, fue Cónsul General de Chile en Nápoles y en Génova, Italia donde permaneció por cerca de diez años en el primer tercio del siglo XX. Su padre, Alberto Sepúlveda Contreras, fue el primer Director de la Academia Diplomática Andrés Bello y el primer diplomático de carrera en alcanzar el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores de Chile.
Carlos Costanora Sepúlveda, primo hermano del autor, murió en un incendio en la Embajada de Chile en Caracas, Venezuela, cuando se desempeñaba como Embajador. Como homenaje, sus colegas bautizaron a la Corporación de funcionarios diplomáticos con el nombre de Carlos Costanora Sepúlveda. Otros miembros de la familia se han desempeñado en los servicios diplomáticos de Portugal y Estados Unidos y como académicos en universidades chilenas.
El autor estudió su enseñanza primaria en colegios de Argentina, Chile, Colombia y México. Abogado con estudios en la Universidad Católica de Chile y en la Universidad Complutense de Madrid. Tiene los grados de Máster en Relaciones Internacionales (M.A.) y de Máster en Derecho y Diplomacia (M.A.L.D.) ambos de la Fletcher School of Law and Diplomacy, de EE.UU., el Diploma de Estudios Internacionales de la Escuela Diplomática de España, el Diploma en Ciencia Política y Derecho Constitucional del Centro de Estudios Constitucionales de España, y el Doctorado en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
Alberto Sepúlveda Almarza ha dictado conferencias y cursos en diversos países de Europa, Estados Unidos, Haití y América Latina, y ha sido colaborador en diarios y revistas especializadas de Chile, Alemania, Venezuela, Colombia, España, México, Argentina, Estados Unidos y Rusia. En Chile fue columnista de la revista Hoy, del diario La Nación y actualmente de diversas publicaciones en Internet. En 1983 obtuvo el Premio de Periodismo Horizonte 92
; en España, en 1986, el Premio Instituto de Cooperación Iberomericana a la mejor Tesis Doctoral del año; y en 1995 el Premio Nacional de Ensayo Inédito otorgado por el Fondo Nacional del Libro.
Por otra parte, es autor de cerca de cincuenta ensayos, y entre sus libros se pueden señalar: ¿Es posible la democracia en América Latina?: Un estudio sobre la política y los militares
(Premio Nacional de Ensayo) Ed. CESOC 1996; Los años de la Patria Joven: La política chilena entre 1938-1970
, Ed. CESOC, 1997; Introducción a la Política Mundial: Permanencias y Mutaciones
, Ed. CESOC, 1998; este libro fue escrito conjuntamente con Carlos Naudon; El fin de la Guerra Fría y el Nuevo Orden Mundial
, Ed. Copygraph, 2000; Ensayos Políticos
, Ed. Universidad de Viña del Mar y coeditor con los profesores Norberto Consani de Argentina, y Zidane Ziraoui, de México de Transitando los inicios del siglo XXI: Las relaciones internacionales de Argentina, Chile y México
, Ed. GEL, Buenos Aires, 2007, RIL Editores, Santiago de Chile, 2008.
Acerca de este libro
Alberto Sepúlveda es un intelectual que mucho ha aportado al conocimiento de la realidad nacional e internacional, transmitiéndonos sus visiones y sus reflexiones de manera clara y amena. En este nuevo libro intenta romper mitos y medias verdades, invitándonos a reconocer nuestras falencias y nuestras heridas, sin ocultarlas, para que así, basados en nuestra propia idiosincrasia, sepamos identificarnos como chilenos en un intento por entender las decisiones que adoptaron los que ostentaban el poder y cuyas consecuencias nos moldearon como nación.
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Prefacio
¿Qué queremos con este libro?
Generalmente esta parte se escribe al final del manuscrito, aunque aparezca al principio, en las primeras líneas que ve el lector. Hay que terminar de redactar, de luchar con las palabras que plasman nuestras ideas antes de explicar lo que quisimos decir. Así, al menos lo veo yo, otros piensan distinto.
En fin… como siempre hay opiniones diversas.
Quiero responder a tres interrogantes en el Prefacio:
1.- Por qué nos embarcamos en el tema que analizamos en varios capítulos.
2.- Qué quisimos aportar con nuestros escritos.
3.- Cuál fue la metodología empleada, tema que fundamenta muchas polémicas y sobre el cual se han redactado volúmenes.
Vamos al grano.
Por qué tocamos el tema
Cada vez que miramos el mapa físico de América del Sur vemos una línea verde, casi en la parte final del subcontinente, rodeada por el norte y gran parte del este, por desiertos. Es el Valle Central de Chile y está alejado de los otros continentes, como Asia o África, y de los grandes centros poblados de la Región. En el pasado, españoles y mapuches compartieron esa angosta línea verde
.
Y allí nací, en Santiago, capital de mi país, Chile.
Hay dos factores que llaman la atención en esa zona del mundo.
Primero su geografía, tan extraña, forjada por terremotos que generaron la Cordillera de los Andes que nos separa de las pampas que llegan al Atlántico. Chile es montañoso, con grandes desniveles entre las profundas fosas marinas y las altas montañas cercanas. Benjamín Subercaseaux, un gran escritor y observador del siglo XX, la llamó una loca geografía
. Es así que las profundidades frente a Valparaíso sobrepasan los seis mil metros y a menos de doscientos kilómetros de distancia está el Aconcagua, la montaña más alta de América con sus cumbres sobre los siete mil metros sobre el nivel del mar.
Chile se ensancha o adelgaza con cada sismo y su consecuente maremoto o tsunami, con temblores y terremotos que son producto de los choques de las placas tectónicas que se encuentran frente a nuestras costas. Hay, incluso fallas sísmicas
en nuestro espacio continental, en pleno Santiago de Chile.
La movediza geografía se acompañó, para los castellanos y sus descendientes, con la lucha de siglos contra el indio bravo, el indómito mapuche. Ello obligó a los hispanos a ser previsores, metódicos y a repudiar el desorden. Eran las características indispensables para que castellanos y chilenos pudieran sobrevivir y prosperar en esas remotas tierras del sur del mundo.
Y hay que enfatizar la palabra remotas
para entender la psicología de la población que allí surgió: Chile es el finis terrae, el fin de la tierra, más allá está la Antártica, el continente helado; el desierto marítimo en el oeste, que hace que nuestros vecinos, Australia y Nueva Zelanda, se encuentren a diez mil kilómetros de distancia; al este la Cordillera de los Andes, la masa montañosa más extensa del planeta; y al norte el Atacama, el desierto más árido del mundo.
La consecuencia de todos los datos señalados fue el surgimiento de una nacionalidad con características muy distintas a las del resto del continente. Y ello le permitió crecer y forjar una historia exitosa.
La más pobre de las colonias de Castilla, una vez conseguida la independencia, prosperó y se expandió, gracias a su estabilidad política y económica. El orden y la prudencia, que son las características de nuestra sociedad, son la herencia de la Colonia, de las luchas contra el indio, los piratas y las destrucciones causadas por los terremotos.
Por todo ello, me animé a escribir sobre los primeros momentos de mi país, sobre aquellos momentos que denominé La Creación de Chile
. Puede que existan palabras más hermosas o llamativas para titular este libro, pero soy chileno y, como tal, de imaginación menguada. Que le vamos a hacer.
Qué queremos aportar
Hay pocos libros que tratan de explicar cómo somos los nacionales del finis terrae, cuáles son nuestros defectos y virtudes que son herencia de aquellos cuyas vidas terminaron décadas o siglos atrás. Por ello me metí en el pasado, para tratar de entender el presente. Hay muchos temas que, por una u otra razón, prácticamente se ignoran como, por ejemplo, la cuasi guerra con Estados Unidos en 1891-92 derivada del incidente del Baltimore
o el impacto que causó la explosión del Imperio de Castilla en toda la comunidad hispanoparlante de ambas riberas del Atlántico.
En general no se estudian con la profundidad que se merecen asuntos como la influencia del panorama internacional sobre nuestro país, o la inestabilidad existente en nuestros vecinos y que marcan y marcaron su relación con nosotros.
Aspiro, en las páginas que siguen, narrar en forma distinta a la usual, el acaecer de los chilenos, analizar los problemas que hemos enfrentado y, en lo posible, explicar nuestra evolución como Estado y sociedad.
Y escribo así no por arrogancia, por suponer que otros estuvieron errados, sino, simplemente, para arrojar un grano de arena en el debate intelectual sobre Chile y sus habitantes. En la medida en que entendamos lo que somos también contribuimos a clarificar las características de los latinoamericanos, hasta el momento sumidos en complejos de inferioridad frente a estadounidenses y europeos.
La idea principal que nos anima es una sola: no somos menos que otros pueblos, simplemente la historia, la geografía y las condiciones generales han sido distintas. Pero para entendernos hay que romper los mitos y las media verdades, hay que conocer nuestras heridas y no ocultarlas, hay que tener un diagnóstico claro para tomar las medidas adecuadas para alcanzar la salud. No somos mejores que otros, pero tampoco peores, somos simplemente seres humanos que hemos vivido en una determinada locación del planeta donde las ideas y el progreso demoraban en llegar, tanto por las distancias geográficas como por la existencia de sistemas de poder social arcaicos que rechazaban los nuevos vientos.
Escribo apoyado en lo que otros redactaron antes que yo, ansío hacer un pequeño aporte para los que sigan en estas labores y confío en que vendrán nuevas mentes a escrudiñar en los avatares de nuestro país.
¿Qué quiero hacer? Repito. Ojalá dar algunas luces sobre la formación de mi comunidad nacional y los problemas que hemos resuelto y los que aún nos acompañan.
La metodología
Generalmente, en esta parte del libro, hay largas y sesudas meditaciones sobre la metodología a seguir, si hay o no que formular una hipótesis, si aplicamos o no las matemáticas o el estudio de casos para dilucidar un problema. Y se han escrito volúmenes sobre la materia, en especial en los Estados Unidos, donde han estudiado muchos de los académicos de primera línea de América Latina. Y, como es de suponer, se aplican estos conceptos para redactar monografías científicas
. Lamentablemente, en muchos casos se cree que ser serio es escribir mal, con frases que inducen a la confusión debido al estropicio de la gramática. La jerigonza no es sinónimo de calidad y un estilo aburrido aleja a los lectores.
No tengo esas pretensiones científicas
.
Estas páginas corresponden al modelo del ensayo muy apetecido, usado y respetado por los miembros de la cultura latina, ergo franceses, italianos, españoles y portugueses. El Príncipe
de Maquiavelo es un ensayo y no deja de ser un clásico, como lo es Democracia en América
de Alexis de Tocqueville. En fin… para que seguimos citando. Podemos estar horas en ese ejercicio y creo que el lector ya ha entendido lo que quiero decir. En el ensayo el autor investiga, pero sobre todo medita y trata de dar a conocer sus visiones, sus reflexiones tratando de ser ameno y claro. Y ello no implica rechazar la profundidad, el análisis desapasionado y la veracidad de los datos que se utilizaron.
El ensayo no es simple ejercicio de la imaginación, es un esfuerzo primero de entender un problema y explicarlo siendo ameno. José Ortega y Gasset siempre señalaba que La claridad es la cortesía del filósofo
.
Y aquí quisiera recalcar dos problemas que tenemos los hispanos para toda meditación abstracta.
El gran escritor mexicano Octavio Paz señaló que nuestra cultura es heredera del dogmatismo español de siglos pasados cuando se combatía a la Reforma Protestante y cada desviación del pensamiento oficial era condenada como herejía. Paz acotó que nosotros, los de habla castellana, producíamos teólogos y no filósofos. Es decir, intelectuales que predicaban la verdadera doctrina y que impulsaban al combate contra el infiel; no teníamos la flexibilidad suficiente para plantearnos preguntas acerca de calidad de la verdad oficial
y proponer medidas alternativas.
El dogmatismo marca, todavía, parte importante de nuestra cultura. De ahí los dictadores, las guerras civiles, la intolerancia frente al que no piensa como nosotros.
En las páginas que siguen pongo en duda algunas de nuestras verdades
, trato de matizar y aspiro a dar nuevas miradas sobre algunos mitos que marcaron nuestra historia. No rechazo ni condeno, solo cuestiono.
He leído no solo los textos nacionales, también a autores argentinos, peruanos, bolivianos, estadounidenses y de otras nacionalidades, buscando entender las razones que motivaron las decisiones de los poderosos y que afectaron a los chilenos comunes.
He tratado de ser claro y ameno, en la medida de mis limitaciones, aspirando a atraer a nuevos lectores que se interesen, como yo, por los acontecimientos que forjaron a nuestro país.
Así sea.
Capítulo I
Las consecuencias de la desmembración del Imperio de
España en América
Generalmente se analiza la Independencia de Hispanoamérica como una gesta heroica, impregnada de nacionalismo, por la cual una generación de idealistas rompió sus lazos con la Madre Patria, o mejor dicho, con el absolutismo de una monarquía decadente. Sin desmerecer la cuota romántica que impregnó a los combatientes, hay que recordar que las batallas se libraron, en su mayoría, entre americanos, ya que el contingente de tropas que España pudo enviar a América fue muy reducido. En estas condiciones tanto patriotas
como realistas
habían nacido en las Indias, en esta porción del mundo transatlántico.
La destrucción del Imperio tuvo origen en la ruptura de una mentalidad que se dio en España con retraso, con respecto al resto de Europa. Los principios de la reforma protestante, del liberalismo político y económico, del racionalismo y de la limitación del papel de la religión, como fundamento del Estado, se habían desarrollado en Europa en un largo proceso que algunos dan por iniciado en 1453, con la caída de Constantinopla, en manos de los otomanos.
Precisamente cuando España iniciaba su expansión ultramarina y terminaba su proceso de unificación nacional, mediante la eliminación definitiva del poder moro en la Península, en Europa comenzaban a soplar otras ideas. Ya el combativo catolicismo que unificó a las Coronas de Castilla y Aragón, bajo una mística que fundió los conceptos de Estado y Religión, comenzaba a ser puesto en jaque en el resto del Viejo Mundo.
La ocupación de la Península por Napoleón selló la suerte del Imperio. Y lo que comenzó por un rechazo, en Indias, a la usurpación de Pepe Botella
terminó con la adopción de los principios liberales de la Revolución Francesa y con la Independencia con respecto a Fernando VII, el monarca en cuyo nombre se establecieron las primeras Juntas de América.
Una vez rotos los vínculos entre las comunidades hispanas de ambos océanos, se inició una historia de inestabilidad política, originada, precisamente, por la carencia de principios de legitimidad ampliamente aceptados y entroncados con la realidad social, que permitieran establecer regímenes capaces de durar y que contaran con el apoyo de la población.
En América, la Independencia llevó a la adopción formal de los postulados del liberalismo y el rechazo al pasado. Más de un autor explicó el atraso americano sustentando que se debía a nuestra mezcla