La secesión de los ricos
Por Antonio Ariño
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La secesión de los ricos - Antonio Ariño
Antonio Ariño es catedrático de Sociología de la Universitat de València. Ha sido director del Departamento de Sociología y Antropología Social desde 1997 a 2003. En la actualidad, es vicerrector de Cultura e Igualdad de la Universitat de València y director del Instituto de Ciencias Sociales y de la Cultura de la Institució Alfons el Magnànim. Sus principales líneas de investigación se centran en los ámbitos de la sociología de la cultura, las políticas de bienestar social y el Tercer Sector. Entre sus investigaciones y publicaciones recientes destacan Prácticas culturales en España (Ariel, 2010); ¿Universidad sin clases? (Ministerio de Educación, 2012); Desigualdad y Universidad (PUV, 2014); Via Universitària (Fundació Bofill, 2016) y «¿Hacia una plutocracia global?» en Revista Española de Sociología (2016).
Juan Romero es catedrático de Geografía Humana en la Universitat de València. Es miembro del Instituto Interuniversitario de Desarrollo Local, del que fue su primer director. Enseña en las titulaciones de Ciencia Política y Periodismo en esa universidad. Es miembro de la Cátedra Alfons Cucó de Pensamiento Político Europeo. Su actividad investigadora se centra en el campo de la geografía política y la geografía social. Entre sus publicaciones recientes destacan Las otras geografías (Tirant Humanidades, 2012); Desde la margen izquierda (PUV, 2012); «De nuevo la Cuestión Social en Europa»,en Scripta Nova (2013); Democracia desde abajo. Nueva agenda para el gobierno local (PUV, 2015), y «The neoliberal model of the city in Southern Europe» (2016), en Cities in crisis, publicado por Routledge.
Un fantasma recorre el mundo, y no es el comunismo ni tampoco la rebelión de las masas. Se trata, más bien, de la secesión de las élites y, dentro de ellas, muy especialmente, la de los ricos. Este fenómeno se asienta sobre el hecho más fundamental que se ha producido en las últimas décadas: el incremento y la concentración de la riqueza en manos de una minoría a nivel planetario, tanto en las fases de expansión como en las de recesión.
Las reformas de naturaleza política impulsadas por las élites desde los años ochenta, la financiarización de la economía y la incesante revolución de las tecnologías de la información, comunicación y organización, han provocado grandes desacoplamientos y creado dinámicas globales que pueden ser no sólo diversas sino opuestas, en distintas regiones. Al mismo tiempo, las minorías opulentas han impuesto una visión que supone la deslegitimación del contrato social implícito, vigente desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
La agenda neoliberal, hoy hegemónica, que condiciona el nivel de soberanía tradicional de los estados, empobrece la calidad de las democracias y ha producido niveles inéditos de precarización y destrucción de empleos, pobreza, exclusión y expulsión de los derechos de ciudadanía para grupos vulnerables y deterioro de las condiciones de vida para la mayoría. Incertidumbre, inseguridad y repliegue de las sociedades son la otra cara de esos procesos que aquí se analizan.
Antonio Ariño y Juan Romero analizan las desigualdades sociales y sus consecuencias no sólo a nivel global, sino también europeo y español, y concluyen con un conjunto de reflexiones sobre las paradojas y los nuevos retos que presenta esta nueva época.
Serie Actualidad
Dirigida por Josep Ramoneda
Se puede optar por un pensamiento crítico que tomará la forma de una ontología de nosotros mismos, de una ontología de la actualidad.
MICHEL FOUCAULT
Edición al cuidado de María Cifuentes
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
info@galaxiagutenberg.com
www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: septiembre 2016
© Antonio Ariño Villarroya, 2016
© Juan Romero González, 2016
© del prólogo: Josep Ramoneda, 2016
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2016
Imagen de portada: © Estudio Pep Carrió, 2016
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-16734-33-7
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de sus titulares, a parte las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)
Les hommes naissent et demeurent libres et égaux en droits. Les distinctions sociales ne peuvent être fondées que sur l’utilité commune.
Declaration des droits de l’homme
et du citoyen, 1789, art. 1
Si hay esclavos por naturaleza, es porque los esclavos han sido hechos contra natura.
JEAN-JACQUES ROUSSEAU,
El contrato Social, 1762
Si nadie es responsable, si no se puede culpar a ningún individuo por lo que ha ocurrido, quiere decir que el problema está en el sistema económico y político.
JOSEPH STIGLITZ,
El precio de la desigualdad, 2014
PRÓLOGO DE JOSEP RAMONEDA
Tiempo de secesiones
1. Un notario amigo me decía que, desde la perspectiva de su despacho, la diferencia más notable entre la crisis de los ochenta y la crisis de 2008 es que entonces empresarios de toda la vida que se veían obligados a cerrar sus compañías apuraban sus recursos para pagar a los trabajadores y para sellar la operación de la manera más digna posible; ahora, colocan a la compañía en situación concursal, con su patrimonio personal protegido, y adiós muy buenas. Sirva esta anécdota para ilustrar la secesión de los ricos, título y tema de este libro de Antonio Ariño y Juan Romero. El proceso de globalización está rompiendo los vínculos sociales y culturales sobre los que se sostuvieron los estados-nación. Y los primeros en romper amarras, en dejar de sentirse concernidos por el marco societario en el que viven –es decir, por los compromisos que derivan de la condición de ciudadano–, son los ricos. Ser ciudadano no es una cuestión individual, es la condición que define nuestra pertenencia a una comunidad y nuestros derechos y obligaciones con la «cosa pública». La condición de ciudadano requiere un compromiso con lo que tradicionalmente se ha llamado el bien común, palabra hoy en desuso. La secesión de los ricos es la ruptura con este vínculo. La creación de una clase global que sobrevuela los países, sin estar comprometida con ninguno de ellos.
La manifestación más elemental de esta secesión es el cambio de domicilio por razones fiscales. Dejación de responsabilidades con el entorno, desentendimiento absoluto de los intereses del propio país. Es decir, rompen con la sociedad de la que formaban parte por estricto interés propio. Se dirá que nada de ello es nuevo, que siempre las élites han generado su propio mundo y por ello la sociología ha distinguido tradicionalmente entre ellas y el pueblo. Pero la modernidad –con el estado-nación como comunidad política y con la democracia– creó lazos de complicidad e interdependencia, y el capitalismo industrial, con la presión de los poderes que venían de abajo, estableció marcos de convivencia y cooperación que cristalizaron en los mitificados treinta años de posguerra, hasta la ruptura de 1979 (Margaret Tatcher asumió el poder en Gran Bretaña y Jean François Lyotard publicó La condición posmoderna) que marca el inicio de la hegemonía conservadora vigente. Con el despliegue de las tecnologías de la información y la globalización del sistema económico se han creado las condiciones, como dicen los autores, para una secesión espacial y moral sin precedentes de los más ricos de la humanidad. Fuga de capitales, falta de compromiso, deslealtad, desanclaje financiero, económico, político, cultural, residencial, siguen siendo ciudadanos pero se desentienden de su país. Una caricatura de esta fuga es el empeño de Peter Thiel, el de PayPal, y otros nuevos ricos de Silicon Valley, en invertir en la construcción de una gran plataforma en aguas internacionales para vivir fuera de cualquier control estatal. ¿Cuánto tiempo tardarán estos nuevos pioneros en pedir ayuda a la guardia republicana contra los piratas?
2. Me parece sumamente interesante que Ariño y Romero hayan rescatado el concepto de secesión para darle carta de naturaleza en las ciencias sociales. Y día a día, los hechos les están dando la razón: vivimos tiempos de secesiones. Señal inequívoca de que algo está minando las estructuras que aguantan a las sociedades, sin que se acierte con los proyectos colectivos que permitan avanzar en su transformación. Ante la incomodidad, nos vamos. Los ricos han abierto una vía, por la que pueden seguir otros colectivos. Y de hecho la propia sociedad genera mecanismos de segregación: la secesión de los ricos ha ido paralela a la exclusión de los más pobres. Aunque el diccionario reduce la secesión a «la acción por la cual se separa de una nación una parte de su pueblo y de su territorio», con su uso como categoría sociológica, Ariño y Romero quieren poner énfasis en los matices que la distancia de otros conceptos, separatismo, por ejemplo. Secesión es distanciamiento, es independencia relativa, es el ventajismo de estar dentro y fuera según convenga.
3. Este ir y venir de los ricos, fruto de la gran secesión, la ruptura entre dinero y sociedad, la aceptación de que el dinero produce dinero, es decir, no es instrumento sino fin (represento al deporte español pero resido en Andorra, soy francés pero me voy a Bélgica) es síntoma, precedente y modelo. Ariño y Romero desarrollan con detallada información el proceso de la secesión y la mutación de nuestras sociedades y sus referentes vitales y culturales que ello significa. Dan en este sentido útiles pistas de hacia dónde van las cosas. Y también de los límites de esta aventura: la capacidad de aguante y resistencia de la sociedad. Yo sólo quería insistir en los tres aspectos citados.
Síntoma, de un proceso de globalización que no ha hecho más que empezar y que de momento plantea serios problemas de gobernabilidad. Una de las consecuencias de la secesión de los ricos es la pérdida de credibilidad de la política y las dudas sobre el poder de los estados. La sensación de que el territorio global de los ricos escapa al alcance de los estados (unos poderes públicos cada vez más privatizados a través de los instituciones contramayoritarias (bancos centrales, FMI, etc., y de la capacidad de lobby e incidencia del dinero, para no hablar de la penetración mafiosa directa en estados fallidos) nos coloca ante una cuestión: ¿cuál es el modelo de gobernanza del futuro? ¿Cederá la democracia al despotismo oriental, el modelo chino de capitalismo de Estado? Síntoma sobre todo de unas sociedades que se destejen y cuando esto ocurre las tentaciones autoritarias acechan. Se destejen por arriba (ruptura del vínculo de los ricos, que niegan su responsabilidad con el conjunto), se destejen por abajo, bolsas crecientes de marginalidad, se rompen por en medio, por la fractura de las clases medias y populares en riesgo de perder su principal arma, el trabajo, y se destejen en conflictos culturales, a menudo magnificados por poderes impotentes que incapaces de poner límites al dinero se afirman como jefes supremos de policía.
Precedente. Esta ruptura de los nexos, que se agudiza en la medida en que no acaban de cuajar los intentos de construir comunidades supranacionales efectivas, hace que el secesionismo no sea sólo patrimonio de los ricos. Precedente de una oleada de intentos de salida de marcos nacionales o supranacionales aparentemente muy asentados, sencillamente porque hay factores económicos, factores identitarios, factores sentimentales que chirrían. Y en un mundo en que la política ha dejado de suministrar expectativas, en que la curva ascendente que empezó después de la Segunda Guerra Mundial ha decrecido, y el crecimiento ya no sirve como dopaje de las almas, cualquier pequeña utopía, en un mundo que las niega, en forma de promesa de vida comunitaria mejor hace fortuna. Y ahí está el Brexit británico y ahí están los intentos separatistas escocés o catalán. La secesión como expresión de un estancamiento político y social. Y de una voluntad de la ciudadanía que quiere recuperar una palabra que siente secuestrada precisamente por estas élites que se fugan.
Modelo. ¿Hacia dónde apunta la secesión de los ricos? «El capitalismo extractivo propone resolver la cuestión social como en la Edad Media, mediante el donativo», como apuntan Ariño y Romero. ¿Vamos a retroceder de un sistema de derechos a un sistema de compasión espectáculo? ¿O el dilema estará entre autoritarismo y confrontación? Si creemos, con Jaron Lanier, que el poder está en otra parte, en los poseedores de los superservidores que controlan toda la información circulante, el actual modelo de gobernanza sería una ficción. ¿Unos pocos ricos secesionados gobernando el mundo desde fuera, con los atributos de ubicuidad y poder ilimitado? ¿Tan largo y tormentoso viaje para volver a la disciplina de los dioses? Una vez visitado el paisaje que nos describen con precisión y justa distancia los autores, la pregunta es la misma de siempre, si creemos que la democracia todavía tiene sentido y que libertad e igualdad todavía significan algo, ¿cómo empoderar a la ciudadanía? Es decir, ¿cómo conseguir que los ciudadanos tengan capacidad de intimidación suficiente para que los ricos tengan que entrar en vereda, a compartir? Fue posible, con muchas luchas de por medio, en alguna fase del capitalismo industrial, ¿lo puede ser en el financiero-tecnológico?
JOSEP RAMONEDA
1
La secesión de las élites
UN FENÓMENO ESTRUCTURAL
Un fantasma recorre el mundo; y no es el comunismo ni tampoco la rebelión de las masas. Se trata, más bien, de la secesión de las élites y, dentro de ellas, muy especialmente, la de los ricos.
Como ya afirmara Christopher Lasch, en 1996, «hubo una época en que se sostuvo que la rebelión de las masas
amenazaba el orden social y las tradiciones civilizadoras de la cultura occidental. Pero, en nuestra época, la principal amenaza no parece proceder de las masas sino de los que se encuentran en la cúspide de la jerarquía social» (Lasch, 1996: 31). Diez años después, en Evil Paradises. Dreamworlds of Neoliberalism, Mike Davis y Daniel Bertrand Monk describieron la secesión espacial y moral sin precedentes de los más ricos respecto al resto de la humanidad. Pierre Rosanvallon, en un texto imprescindible para entender la construcción del Estado social en la Europa del siglo XX, ha fijado la atención sobre lo que define como la época de las secesiones y las separaciones. En su opinión, el proceso de desnacionalización de las democracias, «se traduce en el hecho de que se han dañado los fundamentos sociológicos, y casi antropológicos, del vivir-juntos. Lo atestigua ante todo lo que llamaríamos la secesión de los ricos, es decir, el hecho de que la franja más favorecida de la población vive ya fuera del mundo común. Los exilios fiscales constituyen su ejemplo más notable. Los ricos practican esta secesión abiertamente, retirándose materialmente de la solidaridad nacional. Desde un punto de vista jurídico, siguen siendo ciudadanos, pero ya no son parte interesada de la comunidad» (Rosanvallon, 2012: 339).
Estamos, pues, ante un hecho crucial de la época presente, anterior a la Gran Recesión y contribuyente neto a su estallido y dinámica. Tras el derrumbamiento de la URSS y la caída del Muro de Berlín, incluso un poco antes, asistimos a una histórica revancha. Nadie ha podido identificar su naturaleza con más cruda ironía y verosimilitud que Warren Buffett: «Efectivamente hay una guerra de clases y los míos la están ganando por goleada». Los problemas de legitimación de las sociedades avanzadas no procedían de la base social, sino de la cúspide. Angela Merkel, en unas declaraciones en 2013, señalaba dos de las manifestaciones de esta secesión: la fuga de gran parte de los capitales fuera de los países de residencia de las élites económicas y su falta de compromiso y de lealtad con los avatares de sus sociedades: «Tengo la sensación de que los ciudadanos de muchos países saben perfectamente cuáles fueron los errores cometidos en sus países en el pasado. Lamento que a menudo sean precisamente los que no tuvieron nada que ver con esos errores, los jóvenes y los más desfavorecidos, quienes hoy más padecen las consecuencias. Con frecuencia, las personas con capital ya hace tiempo que han salido del país o cuentan con otras posibilidades para protegerse. Los ricos en los países más afectados por la crisis podrían ser muy útiles si se comprometieran más. Es muy lamentable que parte de las élites económicas asuman tan poca responsabilidad por la deplorable situación actual» (El País, 2 de julio de 2013).
La secesión de las élites es a la vez el síntoma, el signo más relevante y una de las causas de los cambios profundos que, desde hace cuarenta años, se vienen produciendo en el mundo actual y que conforman un nuevo tipo de capitalismo. Tiene, por tanto, dimensiones subjetivas y objetivas, y consiste en un proceso de desanclaje financiero, económico, político, cultural, moral y residencial de las élites en relación con la sociedad en la que se hallan nacionalizadas y tributan.
Adam Smith ya observó en el siglo XVIII que los propietarios de las tierras se identificaban con el país donde se hallaban sus dominios, pero que los propietarios de acciones se liberaban de esta incardinación territorial y desarrollaban una identidad más extensa, puesto que el dinero no tiene raíces. Ahora, con la digitalización de todo tipo de transacciones, sabemos que ni siquiera necesita pies y que una de las formas de entender la sentencia clásica pecunia non olet es la de su intangibilidad, instantaneidad de operación y extraterritorialidad.
¿Por qué hablamos de secesión? Quienes se vienen ocupando de las tendencias de la distribución de la riqueza en las sociedades avanzadas durante las tres últimas décadas han introducido los conceptos de dualización, polarización, fractura o separatismo. Nosotros preferimos el término secesión porque designa un acto de separación, distanciamiento e independencia relativa de un grupo respecto a un conjunto al que previamente pertenecía; alude a un tiempo a comportamientos individuales y caracteres o perfiles personales, estrategias de grupo y procesos estructurales, siendo estos últimos muy relevantes en tanto que condiciones de posibilidad de la misma. Por tanto, al utilizar dicho término sugerimos que el análisis deberá ocuparse de esta diversidad de niveles y de la imbricación entre ellos.
La secesión comporta una actuación relativamente consciente y voluntaria de determinados sujetos o agentes individuales y el despliegue de una estrategia grupal frente a un sistema previo de integración y consenso relativos. Ambos aspectos se dan en la secesión de las élites que se viene produciendo en las últimas décadas: quienes hoy las componen han adquirido determinadas pautas de comportamiento y adoptan unos concretos estilos de vida, tienen una personalidad o habitus distintivo que es resultante de la identificación de sus riquezas y de las posiciones conquistadas con lo que conciben como su talento y su mérito singulares; consideran que tienen determinados derechos por haber alcanzado esas cimas de la opulencia y adoptan conductas que únicamente son posibles cuando sus fortunas no sólo les ponen a resguardo de los riesgos vitales que producen incertidumbre en el común de la gente sino que garantizan su confort material. Adoptan estilos de vida que incluyen como rasgos diferenciadores, a un tiempo y sin contradicción, el consumo ostentoso y la filantropía, la exuberancia pública y pautas de interacción endogámicas y segregadas, estrategias de distinción y de reproducción que van desde la educación de los hijos en centros selectos de excelencia internacional y la homogamia matrimonial, así como la organización en think tanks y la presión en las esferas del poder para que se adopten medidas que les permitan la optimización fiscal, uno de los principales ámbitos de innovación contemporánea.
Conductas individuales, caracteres o perfiles y estrategias son, en gran parte, una consecuencia lógica –una más– derivada de los cambios profundos en el sistema social que permite determinadas formas de acumulación (aquí juega un papel relevante el capital financiero) y las proyecta al conjunto de la sociedad como ideales; pero no son un mero subproducto del sistema, pues como actores las élite han sido muy activas en la definición de las políticas de desregulación y deslegitimación que han mejorado sus posiciones, sus beneficios y su capacidad extractiva.
Así pues, con el término secesión nos referimos, por supuesto, a un fenómeno personal individual, de orden moral y psicológico. Basta con repasar brevemente las biografías de Bill Gates, Carlos Slim, Warren Buffett o Amancio Ortega, los cuatro hombres más ricos del mundo según las listas Forbes o Bloomberg; o la de Peter Fung, nuevo multimillonario chino o la de Ingvar Kamprad, fundador de Ikea; así como las de Johnny Depp, Lady Gaga, Julio Iglesias, Shakira, Lionel Messi o Cristiano Ronaldo.
Las biografías permiten constatar la diversidad interna en la categoría de los superricos y de las élites en general: hay ricos emprendedores, austeros, industriosos y ahorradores, mientras que otros son ostentosos, despilfarradores y parásitos; los hay filántropos y avariciosos, laboriosos y creadores de bienes así como corruptos y criminales, inversores y dilapidadores, creadores y extractores, y los sujetos que componen estas categorías opulentas toman decisiones subjetivas que se orientan por pautas morales más o menos éticas y adoptan conductas más o menos normales o patológicas.
Algunos autores, como el naturalista Richard Conniff en la Historia natural de los ricos (2002), sostienen que éstos pueden ser estudiados como una subespecie del reino animal, cuyas conductas encuentran semejanzas ostensibles entre las sociedades de primates y de otros animales. No cabe duda que entre las especies humanas se han debido dar todas las conductas descritas por Conniff con tan sagaz sentido del paralelismo y de la ironía, pero con la invención de la agricultura y los primeros sistemas de acumulación de poder social las sociedades humanas generan nuevos tipos de poder y de construcción de élites.
La biología y la psicología pueden contribuir a iluminar numerosos aspectos del funcionamiento de las sociedades humanas, pero las desigualdades construidas socialmente deben ser analizadas y entendidas con claves históricas y sociales. Por ello, abordamos el proceso actual de secesión de las élites desde una perspectiva estructural: ello significa que la actual concentración de la riqueza requiere determinadas condiciones de producción y distribución de la misma (que no se explican por los comportamientos naturales de la especie o individuales de los ricos, es decir, por su biología o sus biografías).
De acuerdo con Pierre Briançon, deberíamos preguntar qué ha hecho posible tamaña opulencia, y siguiendo a Thierry Pech interrogar a las élites si han alcanzado las cumbres de la riqueza exclusivamente por su propio esfuerzo, talento, creatividad, espíritu innovador y méritos. Según Pech (2011: 76), hace falta el concurso activo de un capitalismo globalizado y ampliamente financiarizado, de políticas fiscales proclives a la acumulación, justificaciones económicas y una religión del éxito individual. Por su parte, Andrew Sayer (2016: 9) se pregunta si los ricos que hoy se han hecho todavía más ricos han logrado serlo porque crean riqueza con más emprendimiento y dinamismo que sus predecesores o porque saben extraer más de una época que produce menos: «necesitamos mirar a las circunstancias –añade– que les permiten ser ricos a expensas de otros» y analizar también la cuestión de la legitimidad de su riqueza.
Por otro lado, este carácter estructural se manifiesta también en la relación estrecha que existe con otros fenómenos: aunque las élites se congratulan de sus éxitos y recriminan a los demás sus destinos precarios, lo cierto es que existe una correlación entre la concentración de los recursos en pocas manos y el incremento de la vulnerabilidad social, del trabajo precario y de la pobreza; e igualmente se produce una correlación inversa entre acumulación de poder y recesión de la democracia. Como veremos, cada vez hay mayor evidencia de que un aumento de la desigualdad, como el que estamos viviendo, constituye una de las causas de la crisis económica actual.
La secesión de las élites es el resultado del avance del capitalismo financiero a caballo de la revolución de las sociotecnologías digitales, propulsada por la estrategia de clase de asegurar las ganancias en contextos de crecimiento lento así como por las políticas a ello ajustadas de reducción de la presión fiscal y de austeridad, y finalmente propiciado por la disolución del poder intimidatorio de fuerzas como las organizaciones sindicales y las alternativas al capitalismo, tras el derrumbamiento de la URSS y la caída del Muro de Berlín (Mizruchi, 2013; Rosanvallon, 2012; Streeck, 2015).
La interpretación de este fenómeno de secesión como un síndrome moral o psicopatológico, incluso como un combate ideológico, es ver mal, ver poco y no ver muy lejos, como sostiene Pech. La secesión cabalga sobre el avance de la financiarización de la economía y sus implicaciones en la vida social, donde por fin se impone la lógica autónoma (amoral) del dinero como valor y fin supremo (el dinero produce directa y principalmente dinero). Por ello, la secesión de las élites se manifiesta primordialmente en la secesión de los megasuperricos relacionados con el mundo financiero, pero también la trasciende.
En suma, pues, preferimos el término secesión frente a otros porque permite mostrar el entrelazamiento complejo de la dimensión estructural, la estratégica y la individual. En este mundo globalizado, más que nunca, quienes poseen grandes fortunas las han amasado y las gestionan extraterritorialmente. Una parte importante de su riqueza no procede del país donde han nacido y donde tienen su residencia principal, y en general la mueven, con la celeridad de los algoritmos, por los centros financieros que más beneficios les reportan, al margen de y fuera del país donde declaran sus impuestos. Se trata de una pauta en el seno de un fenómeno más general, el offshoring, que conlleva ocultación de la parte más sustancial de las fortunas y, por consiguiente, de sus fuentes de procedencia, y ya no sólo la optimización sino también la elusión de las obligaciones fiscales.
La secesión es multidimensional y, por tanto, se manifiesta en la política, la cultura y la moral: al tiempo que se detesta y critica la intervención redistribuidora del Estado en el ámbito nacional y que se produce una creciente desvinculación de cualquier proyecto de sociedad integrada y cohesionada –es decir, se abandonan como una lacra las transacciones en que se fundaron las sociedades de bienestar después de la Segunda Guerra Mundial–, se propaga una defensa de la filantropía global y de la responsabilidad corporativa, del mecenazgo individual, como expresiones instrumentales de un supuesto sentido de responsabilidad moral («devuelvo a la sociedad parte de lo que he recibido»). El capitalismo extractivo propone resolver la cuestión social, como en la Edad Media, mediante el donativo.
Sostenemos que la secesión de las élites (especialmente de los ricos) no es sino un signo de un cambio profundo en el sistema social. Hay otros fenómenos que nos acompañarán en este estudio porque se hallan íntimamente trabados y entreverados con ella: el outsourcing, la flexibilización de los mercados y la jibarización del Estado, el ascenso de las desigualdades con su múltiple faz (concentración de la riqueza en pocas manos, incremento del número de superricos, empobrecimiento de la mayoría de la población, dispersión y divergencia de la distribución de la riqueza, paro estructural, incremento del volumen de trabajadores pobres y de la vulnerabilidad social) y los cambios en las mentalidades y en los estilos de vida.
Al hablar de secesión también nos hemos impuesto un cambio de perspectiva en otro sentido. En el ámbito de la política, por ejemplo, para calificar la relación actual entre los electorados, los partidos y sus líderes, se suele sostener que existe una inversión del clima político caracterizada esencialmente por la «desafección» de los electores hacia «sus» partidos tradicionales «naturales»: ya no hay una clase obrera cohesionada que vote mayoritariamente a la izquierda, sino que puede dirigir sus preferencias a los partidos de extrema derecha, como se ha mostrado en las elecciones europeas o francesas recientes. Ésta es una visión arbitraria, determinista y sesgada, primero porque la estructura social ha cambiado más rápidamente que los partidos; y segundo porque no son los electores los que abandonan a «sus» partidos y sus líderes, sino más bien éstos los que, anclados en sus luchas intestinas, se han alejado de los intereses y preferencias generales y apuestan por satisfacer intereses de grupo, permiten que la riqueza concentrada compre poder político, bloquean políticas distributivas, aplican recortes en dimensiones vitales y sólo tratan de acercarse a los electores periódica y ritualmente para recoger sus votos. Una vez en el poder olvidan sus promesas, ejecutan políticas dictadas por fuerzas externas, no les repugnan las alianzas con las grandes fortunas, imponen sacrificios injustos a las clases medias y populares, asumen la ideología de la flexiausteridad y declaran «compungidos» hacer todo ello contra su voluntad, pero al servicio del bien común, movidos por el imperativo de lo inevitable.
No sucede algo muy distinto en el universo «superior» de las estrellas de la música y del cine, de la cultura y del deporte, de la arquitectura, de las artes escénicas y visuales, de la escultura, de los líderes mediáticos, que viven en mundos paralelos y autorreferentes, sin anclaje social, por más que gocen de mayor complacencia y atractivo, dado que alimentan sueños y consuelan de frustraciones a la gente del común. Según Andrew Sayer (2016: 55), Michael Jordan, Tiger Woods, Paul McCartney, Lionel Messi u Oprah Winfrey son ejemplos claros «de personas que hacen cosas que muchas gentes valoran como especiales, que mejoran las vidas de sus seguidores», pero si nadie les siguiera no podrían ser ricos.
Antes de entrar más a fondo a desgranar y cimentar nuestro argumento, conviene hacer algunas advertencias al lector. Hablamos de secesión de los ricos porque creemos que el título de un libro, además de orientar, debe provocar, no porque creamos haber identificado con precisión anatómica una categoría social bien delimitada, una clase en sí y para sí. Tanto la riqueza como la pobreza son fenómenos relativos, que no irrelevantes. Del mismo modo que se puede (y se debe) hablar de una pobreza relativa, es decir, relacionada con los ingresos medios de la población, también hay un una riqueza relativa y se pueden construir graduaciones en los niveles de opulencia. El contexto y los grupos de referencia cuentan mucho, como veremos.
Por otra parte, el término rico, que como sustantivo es sinónimo de adinerado, hacendado y acaudalado, y como adjetivo de abundante, afluente y opulento, resulta poco útil para describir la distribución de la riqueza en la cúspide de la sociedad global o de cualquier sociedad nacional. Cuando hablamos de una persona adinerada todavía podemos imaginar con cierta aproximación qué cantidad y tipo de bienes y servicios podría comprarse con sus caudales, pero si alguien tiene una fortuna tal que equivale a varios millones de años el salario mínimo interprofesional de su país, ¿cómo pueden las gentes ordinarias poner en relación estas magnitudes con las expectativas de sus vidas? Por ejemplo, en España, la distancia entre el salario mínimo interprofesional (655,20 euros en 2016) y la fortuna personal de Amancio Ortega, la segunda del planeta con más de 72.000 millones de dólares, es abismal. Las categorías con que nos hemos movido para describir la realidad son insuficientes y minimizan la dispersión de la riqueza. Hay que analizar con detalle los gradientes que se producen entre el 10 % más acaudalado de una sociedad y el resto de la población, pero no sólo porque los instrumentos con que medimos estas magnitudes son muy insuficientes, sino porque existe una tendencia a infravalorar el alcance de la fortuna de los ricos. Además, en el interior del percentil más alto –ya sea el 10 % o el 1 % existen enormes diferencias–, los más ricos de los ricos son los que más han visto crecer sus fortunas.
Tercera advertencia: la acumulación de estas ingentes sumas de riqueza se han producido en sociedades democráticas, no en las del Antiguo Régimen. Abolidos los privilegios de sangre, ¿cómo es posible que se hayan alcanzado legítimamente estas magnitudes que no tienen parangón histórico? El talento,