Construir un alma
Por Andrés Ibáñez
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Andrés Ibáñez
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Construir un alma - Andrés Ibáñez
© Nicolás Ibáñez
Andrés Ibáñez (Madrid, 1961), conoció a su maestro Dharma Mittra en 1992, cuando vivía en Nueva York. Durante cinco años practicó diariamente con Dharma todas las formas del yoga, hasta ser iniciado en su familia espiritual con el nombre de Shánkara Om. Su búsqueda espiritual se ha extendido a otras tradiciones como el Cuarto Camino y el chamanismo mexicano y peruano. A su regreso a España en 1996 creó con su mujer el Dharma Yoga Madrid y desde entonces ha impartido incontables cursos y talleres de meditación y yoga. Su práctica de meditación siempre ha ido unida a su creación literaria, a la cual alimenta e inspira. Su última novela es La duquesa ciervo.
Nuestra verdadera vida todavía no ha comenzado. Estamos siempre esperando, preguntándonos llenos de angustia cuándo sucederá algo por fin.
No conocemos todo nuestro potencial. Somos extraños para nosotros mismos, y ni siquiera imaginamos todo lo que somos y podríamos llegar a ser. La mayor parte de nuestra conciencia se halla en estado latente. Vivimos una existencia de miedo y desesperanza, desconectados de nosotros mismos, llenos de envidia e insatisfacción. Y sin embargo, tenemos la capacidad de despertar esa parte dormida de nuestra conciencia y de vivir en paz y plenitud.
Construir un alma es un libro extraordinario porque se sitúa fuera de las categorías. Aunque escrito en un lenguaje tan poético y elocuente como exacto, no es una obra literaria. Tampoco es un ensayo ni un libro de ideas. Es un manual que pretende transmitir un conocimiento práctico. Es una invitación a cambiar de vida, a abrir los horizontes, a investigar y a experimentar.
Fruto de una vida entera de práctica y enseñanza de la meditación y del yoga en todas sus formas, destilación de largos años en busca del conocimiento, Construir un alma quiere proponer un camino posible por el que podemos seguir avanzando. Es el camino de los que piensan que nuestra cultura, sin duda la más justa y compasiva que haya existido, debe seguir evolucionando.
Nuestros verdaderos ojos todavía están cerrados. Debemos descubrir cómo abrirlos.
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
info@galaxiagutenberg.com
www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: enero 2018
© Andrés Ibáñez, 2018
Esta edición c/o SalmaiaLit, Agencia Literaria
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2018
Imagen de portada: © Andrés Ibáñez
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN: 978-84-17355-10-4
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de sus titulares, aparte las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)
Dedico este libro a Dharma Mittra,
mi querido maestro y mi inspiración constante.
Índice
PRIMERA PARTE
Necesidad de la meditación
Necesidad de la meditación
La meditación es universal
La mente
Nuestra vida no es real
Qué hace la mente y para qué sirve
Yoga citi vritti nirodah
Más allá de la mente
Variedad de la meditación
Niveles de conciencia
¿Qué es el nivel de conciencia?
La tarea de la transformación
Siete niveles de conciencia
El nivel 0
El nivel 1
El nivel 2
El nivel 3
El nivel 4
El nivel 5
El nivel 6
El nivel 7
Sobre el ego y los deseos
SEGUNDA PARTE
Meditaciones
Antes de comenzar
1. Antes de comenzar: el estado de salud
2. Antes de comenzar: la postura
3. Antes de comenzar: la respiración
4. Antes de comenzar: el lugar, la hora y el grupo
5. Antes de comenzar: el maestro
Las dos partes de la meditación
Primera parte: hacer «como si»
Segunda parte: aparición de la Otra Fuerza
Meditaciones
Meditación 1. Meditar en el tercer ojo
Técnicas para estimular el tercer ojo
Meditación 2. Meditar en lo alto de la cabeza
Meditación 3. Meditar en lo alto de la cabeza. Práctica completa
La noche oscura del alma. El pico del águila
Meditación 4. Meditación de inmovilidad (sin semilla)
Meditación 5. Meditación sin semilla
¿Qué se recibe, qué se aprende, qué se «ve» en la meditación?
Esquema y duración de una meditación
Meditación 6. Meditación con una vela.(Antar Trataka)
Meditación 7. Meditación en la llama de una vela
Meditación 8. Meditación con un yantra
Meditación 9. Meditación en un punto.
Meditación 10. Meditación en el corazón.
Meditación 11. Meditación en el corazón. La hornacina
Meditación 12. Meditación en el corazón. El nuevo yo.
Meditación 13. Meditación en el corazón.
Meditación 14. Meditación con So Ham Ham Sa
Algunos comentarios de Dharma Mittra sobre la meditación
Meditación 15. Meditación So Ham Ham Sa (larga)
Meditación 16. Meditación de la pirámide
Necesidad de la limpieza energética
Meditación 17. Meditación de limpieza
Meditación 18. Meditación de silencio interior
Sobre la negatividad de la mente
Meditaciones en los chakras
Meditación 19. Meditación en los chakras
Importancia de los colores
Meditación 20. Meditación con colores
Meditación 21. Meditación del huevo de luz
Meditación 22. Meditación en el octavo chakra
Meditación 23. Meditación completa en el octavo chakra, 1
Meditación 24. Meditación en el octavo chakra, 2
TERCERA PARTE
Viajes
Construir un alma
El despertar de la conciencia sutil
El plano astral
Yoga nidra
El viaje y el sueño
Algunos viajes clásicos
Estructura básica de un viaje
Sankalpa
Visualización
Viajes
Viaje 1. Viaje al Sol
Viaje 2. El Monasterio Perdido
Viaje 3. Los cuerpos sutiles
Viaje 4. La escalera del Sol
Viaje 5. La pagoda
Viaje 6. Océano interior
Viaje 7. La Universidad de las Almas, 1
Viaje 8. La Universidad de las Almas, 2
Viaje 9. Un viaje alterno. El vuelo del alma
Meditación final. Meditación misteriosa.
Preguntas sobre la meditación
PRIMERA PARTE
NECESIDAD DE LA MEDITACIÓN
Necesidad de la meditación
La meditación es un instrumento de transformación del ser humano. Trae paz, trae salud y trae silencio, pero por encima de todo abre nuevas regiones a nuestra percepción e impulsa la conciencia a nuevas alturas. Es la mejor herramienta que conocemos para la evolución de la conciencia. Evolución, esa es la palabra. Descubrimiento de nuestra verdadera naturaleza, de nuestra realidad total.
La urgencia de comenzar a practicar la meditación es la urgencia de un cambio necesario en la Tierra. Debemos aprender a amar, a vivir en paz y a respetar la naturaleza –o sucumbiremos todos. Por encima de todo, debemos aprender a dejar de matarnos. Ni la filosofía, ni la educación, ni ciertamente la religión pueden hacernos cambiar. La política y la ética han tenido su papel. El arte nos ha ayudado –pero nos hemos olvidado de lo que es realmente, de modo que ha terminado por perder su poder. Hemos llegado hasta aquí y nos hemos detenido. La meditación ha de ser el siguiente paso.
Es cierto que la meditación no es nada nuevo. Si acaso, es algo muy antiguo. Proviene de las antiguas prácticas chamánicas, de las primitivas «técnicas del éxtasis». Su origen está en La India, en los cultos shivaístas anteriores a las invasiones arias y a los textos de los Vedas, en los que Shiva aparece como Señor de los Animales, el maestro interior que controla las fuerzas (animales) que nos mueven, y es también el conocimiento que se esconde y se revela en las esotéricas enseñanzas de los Upanishads. Es la ciencia del yoga, la principal contribución de La India a la cultura de la humanidad, que luego influiría en el vedanta, en el budismo, en el orfismo, en el tantrismo, en el zen.
¿Qué es lo que hace al yoga diferente? Que al contrario que las religiones, no odia ni teme el cuerpo, sino que lo considera sagrado, un mapa de la conciencia, una realidad de la energía. Ya que la meditación no tiene que ver con las ideas de ninguna creencia, secular o religiosa, sino con la energía. El yoga considera al ser humano una totalidad y no cree en la separación entre mente y materia. Todas sus técnicas, que abarcan el cuerpo, la emoción, el intelecto y el espíritu, son formas de preparación para dhyana, el estado de meditación. Cuando lo alcanza, el ser humano encuentra el silencio. Y en el silencio, se encuentra a sí mismo.
LA MEDITACIÓN ES UNIVERSAL
La meditación no pertenece a La India ni a Oriente, del mismo modo que las matemáticas no pertenecen a los persas ni la ciencia a Occidente. Este descubrimiento maravilloso no es una tradición local ni un fenómeno cultural. Es una ciencia empírica, y puede ser practicada por cualquier persona con independencia de sus creencias o su tradición cultural.
Hemos dicho que la meditación es «antigua». Pero la respiración, el ojo o la corriente nerviosa, son aún más antiguos. El descubrimiento de América cambió el mundo, pero América siempre había estado allí. Miguel Servet descubrió la circulación pulmonar, pero la circulación pulmonar no era nada nuevo ni es tampoco algo propio de la anatomía de los españoles. Las neuronas fueron descritas por primera vez por Santiago Ramón y Cajal, pero todos los seres humanos tienen neuronas.
El próximo paso de la sociedad, la evolución que todos intuimos necesaria para entrar en otro estado de conciencia, sólo podrá lograrse uniendo los regalos que nos trae cada cultura. La ciencia y el arte occidental, la danza y el ritmo africanos, el arte de los números de los árabes y persas, la ley romana, la filosofía y la democracia griegas, la magia renacentista, la ilustración francesa, la libertad americana, cada uno entregado a su tiempo como por un edecán que luego se retira respetuosamente y contempla cómo su regalo se universaliza y se transforma. Ahora le toca el turno a la meditación. ¿Por qué ahora? Quizá porque hemos llegado al momento en que puede ser comprendida como lo que realmente es. Ahora, cuando la religión, la política y la ciencia se han revelado incapaces de transformar la conciencia, o de transformarla más allá de lo que ya lo han hecho.
La religión no detendrá nuestra crueldad. La educación no nos librará de la avaricia. La ciencia no sabrá dejar de explotar la naturaleza. Ninguna ley, ninguna ética, parece poseer la fuerza necesaria para hacer que dejemos de saquearnos, esclavizarnos y matarnos unos a otros. Y es que nada puede hacerse en el terreno de la mente, en el terreno de las «ideas» y del «pensamiento». Es necesario ir más allá de la mente. Es necesario meditar.
LA MENTE
Nada hay tan difícil de explicar como la mente. No sólo por su complejidad intrínseca, sino por la cantidad de ideas preconcebidas que tenemos sobre ella. Además, tenemos muchas palabras para referirnos a la mente (yo, inteligencia, conciencia, ego, consciencia, pensamiento, intelecto, alma, espíritu, psique, cerebro, identidad, ello, id, consciente, inconsciente, razón, racionalidad, etc.) pero no sabemos muy bien qué significa ninguna de ellas.
Resulta curioso que en una cultura como la nuestra, basada en el pensamiento y en la noción de individuo y de «yo», nadie se haya parado nunca a preguntarse qué es el pensamiento y qué es el yo.
¿Qué es pensar? En occidente siempre suponemos que es algo que yo hago, precisamente lo que define mi existencia consciente, el acto de libertad y de individuación. La famosa frase de Descartes dice «yo pienso, luego yo existo»: yo sé que existo porque pienso. Sin embargo, si nos paramos a observar cómo son las cosas realmente, veremos que en realidad «yo» no soy en absoluto el que piensa mis pensamientos. Pensar no es un acto voluntario: los pensamientos surgen en mí de forma ajena a mi control. Yo no puedo en modo alguno dirigir ni crear mis pensamientos, iniciarlos ni terminarlos, moverlos en un sentido o en otro, pararlos o ampliarlos, dirigirlos en esta o aquella dirección. Hay algo en mí que piensa, una especie de centro generador de pensamientos, de imágenes, de recuerdos, de asociaciones, de estados de ánimo, de preocupaciones, de advertencias, de juicios, de puntos de vista, de reacciones, de voces. Sí, es algo así como una voz interior que habla y habla sin cesar «diciéndome» cosas o bien «diciendo» cosas como si fuera yo quien las dice. Pero todas esas cosas no surgen de mí, sino que brotan solas, incontrolables. «Yo» no soy el que piensa: es mi mente la que piensa. Yo soy el mero receptor de esos pensamientos, el escenario vacío donde tienen lugar las representaciones de la mente.
Los pensamientos brotan en mi mente y yo, simplemente, me identifico con ellos. Esta identificación es uno de los hechos centrales de nuestra existencia. Es como si me pusiera a escuchar un aparato de radio del que brotan anuncios publicitarios, canciones, retransmisiones deportivas, noticias de actualidad, entrevistas a políticos, magazines de cotilleo, programas repetitivos, obsesivos, muchas veces carentes por completo de originalidad y de interés, y yo me identificara con cada una de las cosas que oigo y pensara que soy «yo» quien las piensa, yo quien las dice. Imaginemos por un momento la existencia de ese aparato de radio, e imaginemos también que yo olvidara que el aparato existe y que es posible cambiar de canal, bajar el volumen o incluso apagarlo. Imaginemos que de tanto escuchar el aparato de radio yo olvidara que es algo externo a mí y empezara a pensar que todo lo que sale de sus altavoces viene de mí mismo, y que todas sus voces, sus opiniones, sus personajes, son «yo». Tal es la situación en la que vivimos.
La mente es una máquina. Yo no soy el que piensa, es mi mente la que piensa.
Pero ¿qué es entonces eso que llamo «yo»? En realidad, el «yo» no tiene una verdadera existencia. Es un producto de la mente y de mi identificación, y está compuesto de voces, recuerdos, reacciones, sensaciones y estados de ánimo, así como de conceptos, principios, compromisos y «opiniones» recibidos a lo largo de la vida y enquistados de manera que se entrelazan unos con otros en una especie de pelusa o telaraña bajo la cual, en realidad, no hay nada. Todo en mi «yo» es condicionado, todo viene de otro sitio. Lo que llamamos nuestro yo, nuestra personalidad, nuestra «manera de ver el mundo», surge de la identificación constante con cosas externas. Apenas tenemos interior. La más pequeña alabanza nos hace sentirnos en el cielo, la más pequeña crítica nos hunde en la depresión. Los que afirman que el yo es una construcción social tienen, en cierto modo, razón, aunque no en el sentido que ellos suponen. El «hombre interior» de San Pablo tiene muy poco de interior: es, en realidad, el hombre de la ética, de la relación, de la sociedad. Todo nuestro interior está hecho de exterior, de cosas que vienen de fuera de nosotros, sobre todo de pensamientos creados por nuestra mente a partir de las influencias externas. Somos todo «opiniones» sobre las cosas, tomas de postura, preocupaciones, obsesiones, miedos, manías, hábitos, ideas recurrentes, quejas, esperanzas y angustias.
NUESTRA VIDA NO ES REAL
Nos identificamos con todo: con nuestro nombre, con nuestra raza, con nuestra ropa, con las opiniones de los demás, con la música que oímos, con el restaurante donde comemos... Nos identificamos hasta con el tiempo que hace, de modo que el sol o la lluvia de una excursión por el campo los consideramos hazañas o fracasos personales. La preocupación por lo que piensan los demás, el intento de ser aceptados, la envidia de lo que otros tienen y la sensación de no ser apreciados en lo que merecemos, consumen la mayor parte de nuestra vida psíquica.
No vivimos una vida real, ni estamos presentes en nuestra vida. Esta es la gran frase que resume la enseñanza de Gurdjieff. Vivimos la vida de nuestra mente, una máquina, y por tanto tenemos vidas de máquinas. Somos movidos por fuerzas que no controlamos, todo nos influye, todo nos agita. Vivimos como pecios flotantes en el oleaje de un mar que nos eleva y nos hunde, el mar de las modificaciones mentales. A veces estamos más o menos felices, al siguiente minuto estamos inquietos o furiosos, impacientes o ansiosos. Sentimos que la vida pasa a nuestro lado y que no podemos asirla. Nos sentimos lejos de la vida, apartados de esa maravilla que todos los otros tienen, que todos los otros disfrutan. «La vida está en otra parte», escribió el joven Rimbaud. Todos tenemos esa sensación.
No estamos presentes en nuestra vida, y vivimos consumidos por la ansiedad y la tristeza, la desilusión y el tedio. ¿Recuerdan aquello que decía Franz Kafka? «La historia del hombre todavía no ha comenzado.» Nuestra verdadera vida todavía no ha comenzado.
QUÉ HACE LA MENTE Y PARA QUÉ SIRVE
La mente no es la totalidad de nuestra conciencia ni de nuestra psique. Cuando la mente queda en silencio no nos convertimos «en un vegetal», como suponen algunos. Muy al contrario, cuando la mente queda en silencio, yo aparezco. Yo no soy mi mente. Lo que yo soy realmente comienza cuando la mente termina.
La mente es una especie de procesador cuya función consiste en recibir los datos de los sentidos externos e internos y crear un modelo inteligible de la realidad. La mente filtra y selecciona la información recibida y la clasifica. De otro modo, viviríamos en un esplendor abrumador y caótico de voces y de imágenes y nos volveríamos locos. La mente es un filtro que categoriza la percepción y la hace comprensible por medio del lenguaje articulado. ¿Qué es el lenguaje más que un sistema de clasificación? La mente se parece a una especie de inmenso armario lleno de cajones, cada uno de los cuales tiene un rótulo. Su trabajo consiste en poner cada cosa dentro del cajón adecuado. En las raras ocasiones en que aparece algo nuevo, se siente desorientada. ¡Pobre vieja mente, llena de arrugas y temblores! Finalmente, crea un nuevo cajón, lo rotula, y todo vuelve a ser como antes.
La mente crea un yo, o una sensación de yo, a partir de los recuerdos, las sensaciones y los estados físicos y emocionales que experimenta el sujeto. Éste es uno de sus trabajos: la creación de este «yo» fantasma que ocupa la mayor parte de nuestra vida.
A la mente le encanta hablar, discutir, ver los pros y los contras. Es muy lógica, le encanta el principio de identidad y el de exclusión, así como el principio de causalidad. Para la mente todas las cosas tienen dos posibilidades, sólo dos. Es capaz de los vuelos más complejos de la filosofía, pero en el fondo no logra ir más allá de la dualidad: blanco o negro. En todo ve contradicciones. Es así, precisamente, como funciona el lenguaje verbal, cuya sintaxis no es más que una forma espuria de la lógica. A la mente le encanta discutir y reducir cualquier situación a contradicciones.
Otra característica de la mente es su negatividad. La mente favorece siempre las emociones negativas tales como el miedo, la sospecha, la duda, la preocupación, la envidia, la insatisfacción, la autocompasión, la sensación de no recibir el reconocimiento merecido, etc. Nuestro «yo», el yo mental, está construido a base de identificaciones, pensamientos y emociones negativas.
¿A qué se debe esto? La mente, al clasificar la percepción, nos ayuda a comprenderla, pero también nos aparta de ella. Si cada vez que viéramos un árbol o una hoja viéramos algo sustancialmente diferente (y el hecho es que todos los árboles y todas las hojas son diferentes unas de otras), jamás podríamos formar en nosotros la idea de un árbol, ni alcanzar a llamar al árbol con una palabra y nos sentiríamos, como en el cuento de Chesterton «Una historia absurda», perdidos en un océano de impresiones disjuntas y enloquecedoras. La mente nos ayuda a clasificar todos los árboles que vemos dentro del mismo cajón, precisamente el que tiene el rótulo «árbol». Pero el efecto a largo plazo es que dejamos de ver las cosas y dejamos de percibir la sensación fresca y nueva, la sorpresa y la felicidad que nos causaban al principio. Paseamos por un parque maravilloso y ya no vemos nada ni sentimos nada. Todas las impresiones están ya clasificadas, de modo que no penetran en nosotros. La mente se siente feliz así, porque puede disponer de todo el espacio de nuestra psique para pensar, pensar, pensar. Por esa razón estamos en el mundo sin verlo, y vivimos la vida sin sentirla. Este proceso de insensibilización se va acentuando con los años.
Con el paso del tiempo, nuestra mente se va solidificando. Ya no se crean nuevos cajones. No se añaden nuevos rótulos. Nos da la impresión de que el tiempo pasa cada vez más deprisa, de que la vida no tiene ya nada nuevo que ofrecernos. Nos sentimos cansados, aburridos, desilusionados. Aquella gran aventura que imaginamos cuando éramos más jóvenes jamás ha llegado a producirse, y nos damos cuenta de que nunca se producirá. Nos volvemos rígidos y rutinarios. Nos hacemos viejos.
Es la mente la que hace todo esto. Era un procesador de los datos de la percepción, pero ha terminado por convertirse en un sistema de bloqueo de la percepción. No nos deja sentir nada nuevo. Está siempre en activo, siempre hablando, siempre pensando, siempre quejándose.
Vemos que esto es así para muchas personas: viven, más o menos, hasta los veinticinco años, y a partir de entonces es como si nada nuevo pudiera penetrar en ellos. La mente ha construido su mapa, su muro infranqueable, y aunque todo cambie a su alrededor, el mapa no cambiará. El resultado es rigidez, sensación de desilusión y desconexión con las sensaciones.
El ser humano no sólo se alimenta de aire, de agua y de comida. Ha de alimentarse también de impresiones. Cuando las impresiones no penetran en él, comienza a envejecer, a encogerse, a ponerse rígido y a morir.
Cuando hacemos cosas nuevas, cuando viajamos a países lejanos y exóticos, cuando sufrimos una experiencia de peligro o de terror, cuando contemplamos algo de excepcional belleza, cuando sufrimos una pérdida dolorosa, en esos momentos en que los datos de la percepción sobrepasan las capacidades de la mente, bien por su intensidad, por su fuerza emocional o por su novedad, entonces la mente se ve obligada a quedar en silencio y nosotros, de pronto, sentimos de nuevo, vivimos de nuevo, vemos de nuevo. ¡Sí, de pronto somos capaces de ver lo que tenemos delante de los ojos! Nos sentimos vivos, recordamos cómo era la verdadera vida, esa sensación de aventura, de misterio, de milagro. Un velo cae de nuestros ojos. La existencia nos llena y nos embriaga. O nos llenamos de lágrimas, y sentimos esa tristeza que nos recuerda la realidad, la nostalgia de la verdadera vida.
La mente nos acostumbra, nos duerme, nos aburre, nos envejece y nos mata. Nos llena de miedo y de negatividad, nos hace perder los amigos y discutir con las personas que más queremos, nos hace desistir de todos los empeños, desilusionarnos de todo. Su estado natural es la duda y la depresión. Es una máquina loca que sólo desea invadirnos igual que un parásito que se hace sitio en el organismo que le ha dado acogida. Desea devorarnos por completo. Habla y habla y habla sin parar, nos llena de preocupaciones y terrores. Los que no son capaces de controlar su mente, viven en el infierno.
Todas las cosas que pensamos y que creemos, nuestras ideas, nuestros principios, nuestros valores, aun los más nobles y sagrados, son creaciones de nuestra mente. Nuestra «personalidad», nuestros puntos de vista, nuestras preferencias (nuestro color favorito, nuestro número favorito), nuestras manías (¡odio la tela de cuadros! ¡odio a los franceses!), todo creaciones de nuestra mente. Nuestras ideas políticas y estéticas, nuestra filosofía, nuestras creencias religiosas, todo lo que sabemos de la vida, del mundo, de Dios, del mal, del sexo, creaciones de nuestra mente. La mente acaba por apoderarse de todo, incluso de todo aquello que estaba vivo en un principio. Todo lo fresco, lo auténtico, lo único y sorprendente, acaba devorado por la mente. Pocas cosas escapan a su hambre incansable: el amor, los hijos... pero el amor se llena de resentimientos, los hijos nos producen una preocupación constante. Torturamos a nuestros amantes con nuestros celos, con nuestros miedos, con nuestro deseo de control; transmitimos a nuestros hijos nuestros complejos, nuestras manías, nuestras expectativas... La mente es capaz de destruir hasta las cosas más reales y hermosas.
Las religiones: mente. Las ideologías: mente. Las costumbres: mente. Las tradiciones: mente. La filosofía: mente, mente, mente. Los principios, la ética, la moral, las leyes, las opiniones, las ideas, los criterios: todo mente.
¿Cómo detener la mente, cómo pararla, cómo mantenerla bajo control para que no nos destruya? ¿Qué escapa a su hambre? Pocas cosas, y frágiles, e incluso estas cosas corren siempre el peligro de verse devoradas por la repetición y la rutina. Todo lo nuevo, todo lo que supone un cambio, el riesgo, la aventura, los viajes, las nuevas aventuras vitales. El amor, la amistad, tener hijos. Todo lo que nos alegra y nos hace felices. La sensación de lo sublime y de lo sagrado, todo aquello que sentimos más grande que nosotros, pero también el trabajo con el cuerpo, el ejercicio físico, la danza, el canto, el sexo, el contacto con la naturaleza. El contacto con la belleza, el arte, la poesía, el placer, la risa...
Sin embargo, sólo hay una práctica específicamente diseñada para detener la mente: la meditación.
YOGA CITI VRITTI NIRODAH
Al principio de los Yoga Sutras de Patanjali, leemos: «Yoga citi vritti nirodah». «El yoga es