Libertad, emprendimiento y solidaridad: 10 lecciones de economía social de mercado
Por Roberto Casanova
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Con un título que apela a la Revolución francesa para sintetizar en tres palabras la esencia doctrinaria de la economía social de mercado, Casanova destaca que "debemos plantear (…) la necesidad de equilibrar el poder en nuestras sociedades, de liberar al Estado y a la economía de la captura de renta, de promover la competencia y el emprendimiento, de apoyar solidariamente a los sectores rezagados, de ofrecer oportunidades educativas a todos, de dialogar públicamente sobre los problemas colectivos y sus soluciones". "Libertad, emprendimiento y solidaridad" es un texto esclarecedor, escrito sin tecnicismos para el lector no especializado, que nos permitirá comprender los principios de una corriente de pensamiento económico renovadora y de probado éxito.
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Libertad, emprendimiento y solidaridad - Roberto Casanova
Índice de contenido
Agradecimiento
Prefacio
1. Libertad y orden: la mirada de la complejidad
–¿En medio del caos?
–Sobre la complejidad
–Complejidad y economía política
–La promesa ordoliberal
–Dos capitalismos, dos socialismos
–La prueba de la experiencia
–Una revolución sensata
2. La mesura como teoría
–Una perspectiva moral
–Ordenamiento, evolución institucional y bien común
–El orden de la competencia
–La cuestión social
–En torno al poder y a la captura de renta
–Economía, cultura y comunidad
–Civilización y progreso
–«Armonía de los órdenes» e interdisciplinariedad
3. La dignidad de cada persona
–Tres relatos
–Exclusión social y derechos humanos
–Breve historia de los derechos humanos
–Libertad y estado
–¿Qué es justo?
–El juego social y la justicia distributiva
–El debate sobre los derechos humanos
–Solidaridad y derechos humanos
4. Competencia, emprendimiento, instituciones
–Meditación del supermercado
–Un sistema de señales
–La función empresarial
–Los mercados financieros
–Activos, valor presente y tasa de interés
–Competencia y concentración
–Las instituciones y el mercado
–La planificación arrogante
–Historias de controles de precios
5. La dinámica de los bienes comunes
–Un bosque desaparece
–La tragedia de los comunes y otros conceptos
–Tres tipos de soluciones
–La vida en condominio
–Una aproximación flexible
–La metáfora ampliada
–Por el bien de todos
6. Estabilidad monetaria y disciplina fiscal
–La inflación y sus efectos
–Tras el culpable del alza de precios
–La oferta monetaria
–Moneda, ciclos e inestabilidad
–Déficit fiscal, régimen cambiario e inflación
–El gasto público y su financiamiento
–De los controles a la represión económica
–Un ordenamiento antiinflacionario
7. Productividad, empleo y desarrollo
–Meditación digital
–En torno a la productividad
–Breve historia de la economía
–Paradigmas tecnoeconómicos
–Cambios tecnológicos, globalización y empleo
–Experiencias de desarrollo económico
–Dos formas de apertura externa
–Retos del desarrollo latinoamericano
–Aspectos clave de una estrategia de desarrollo
8. La superación de la pobreza
–La pobreza como problema
–Entender la pobreza
–Política económica y política social
–Capacidades y oportunidades
–Programas sociales tipos I, II y III
–Algunos principios orientadores
–Los límites del Estado de Bienestar
–Hacia una sociedad de propietarios
9. Hacia una sociedad menos desigual
–Sociedades de pasiones
–Despejando el terreno de debate
–Mercados de factores y distribución del ingreso
–Productividad, salarios, sindicatos
–Heterogeneidad productiva y conflicto distributivo
–¿Hacia una sociedad patrimonial?
–Competir vs. capturar
–Impuestos, Estado social y libertad
10. El equilibrio de poder
–El lado débil de la relación
–Libertad, «salida» y «voz»
–Poder privado, poder público
–Capitalismo rentista
–Sociedades sin leyes
–Masas, mercado y estado
–Equilibrio del poder y sociedad plural
Oportunidades para todos, privilegios para nadie
Referencias bibliográficas
Notas
Créditos
Libertad, emprendimiento y solidaridad
10 lecciones de economía social de mercado
ROBERTO CASANOVA
@roca023
ROBERTO CASANOVA
(Caracas, 1962)
Economista de la Universidad Central de Venezuela. Con estudios de maestría en Historia de las Américas, en la Universidad Católica Andrés Bello. Miembro fundador de la Asociación Civil Liderazgo y Visión. Ha sido profesor en la Universidad Central de Venezuela, en la Universidad Católica Andrés Bello y en el Instituto de Estudios Superiores de Administración. Fue gerente en el Fondo de Inversiones de Venezuela, director sectorial en el Ministerio de Planificación y coordinador de proyectos en la Oficina Presidencial para la Descentralización. Fue conductor del programa Enlace futuro, transmitido por Radio Caracas Radio. Ha publicado Bifurcación: entre una visión neocomunista y una visión creadora (2011).
Agradecimiento
Quiero agradecer a varias personas y organizaciones el apoyo que, de diferentes modos, me prestaron para escribir este libro.
La idea original del proyecto provino del equipo que estaba al frente de la oficina de la Fundación Konrad Adenauer en Venezuela, en el año 2012. Georg Eickhoff e Ivo Hernández vieron, gracias a la iniciativa de un amigo en común, Efrén Rodríguez, la cercanía de mi anterior obra, Bifurcación, con los planteamientos del ordoliberalismo y de la economía social de mercado. Habiéndoles agradado, además, el estilo que había usado en ese trabajo les pareció interesante que lo utilizase para escribir una obra divulgativa sobre la economía social de mercado. Luego de una corta investigación y de pensarlo durante pocas semanas acepté la propuesta. El nuevo equipo de la oficina de Fundación, en especial Henning Suhr y Carlos Romero, acogió el proyecto con entusiasmo. El trabajo, que debía durar poco más de un año, se extendió, por razones solo imputables a mí, a casi tres años. Debí interrumpirlo tres veces para atender otras responsabilidades y, sobre todo, porque resultó ser un reto mayor de lo que, con cierta ingenuidad (¿o arrogancia?), pensé inicialmente. De cualquier forma debo agradecer a la fundación el apoyo y la paciencia que ha tenido. Es casi innecesario advertir que ella no tiene responsabilidad alguna en las ideas que aquí expongo.
Pude realizar este trabajo gracias también al soporte incondicional de la Asociación Civil Liderazgo y Visión, a la que pertenezco desde hace casi veinte años. Esta organización me ha proporcionado, en los años recientes, un invalorable espacio para la reflexión y la escritura. Reconozco que es un privilegio contar con una posibilidad como esa. Por ello deseo expresar mi sincero agradecimiento a todos mis compañeras y compañeros de esa organización.
Mi incorporación a la Fundación Konrad Adenauer me ha permitido entablar enriquecedores diálogos con diversos especialistas. Mi agradecimiento a todos ellos y a David Gregosz, coordinador del SOPLA y a su valioso equipo de trabajo.
Durante el año 2014 pude concentrarme en el trabajo, durante algunos meses, gracias a una estadía en Estados Unidos. Pude entonces aclararme muchas ideas y actualizarme en diversas lecturas. Dos parejas de familiares y amigos nos prestaron, a mi esposa y a mí, sus acogedores hogares. Mi agradecimiento a Yumally y José Manuel, y a Carolina y Gerver.
Algunos amigos y familiares me alentaron durante todo este tiempo para que culminase el trabajo. «¿Y el libro?» se convirtió en una pregunta que invariablemente surgía luego del afectuoso saludo. Mis gracias a José Luis, Oscar, Luis Eduardo, Felipe, Alonso, Rocío.
Eugenio Yáñez, amablemente, leyó el manuscrito y me hizo valiosas observaciones. En particular resaltó la poca influencia en mi pensamiento de varios autores alemanes cuyos libros no han sido traducidos al español o al inglés. Esta es una carencia que, desde ahora, me propongo corregir en una próxima edición. Agradezco a Eugenio su respetuoso y erudito apoyo.
En una nota más personal quiero referirme a mis padres, quienes viven, en sus años de vejez, las duras circunstancias que describí en el prefacio. No es fácil para ellos recordar mejores tiempos y temer un sombrío porvenir para sus «muchachos». Espero que este libro les ayude a confiar en que es posible un mejor país para nosotros, sus hijos y nietos.
Finalmente, quiero dar las gracias a mi querida esposa, Alida. Sin su amor, soporte y paciencia no habría podido enfrentar el reto de escribir este libro. Esta es también su obra.
Roberto Casanova
Caracas, septiembre de 2015
Prefacio
Vivo en Venezuela, una nación que exhibe hoy la economía de peor desempeño en un continente que no se caracteriza por sus éxitos económicos. La sociedad venezolana se halla sumergida en una crisis con múltiples manifestaciones. Tal vez, incluso, no quepa hablar propiamente de crisis si por esta se entiende una situación que se encamina claramente hacia un desenlace. Venezuela es, hoy día, una sociedad cuya institucionalidad, ya de por sí precaria antes de la llegada de la revolución socialista, ha sido desmantelada. El sistema de reglas «revolucionarias» que la ha sustituido solo ha sido capaz de generar empobrecimiento, inseguridad, corrupción, conflicto, represión, escasez, inflación. Así, la crisis es, en todo caso, la actual forma de funcionar del país. Y la causa fundamental de esta tragedia nacional no es difícil de identificar.
El régimen bolivariano que llegó al poder a finales del siglo pasado, cabalgando sobre la legítima crítica a la exclusión social y a la corrupción política que se habían enseñoreado del país, hizo pronto del llamado socialismo del siglo XXI su programa de regeneración de la sociedad. Políticas interventoras, expropiatorias y redistributivas que han mostrado, en reiteradas ocasiones, en diferentes épocas y lugares, su incapacidad para generar estabilidad y desarrollo, fueron adoptadas como si se tratase de innovaciones revolucionarias. Sus funestos resultados han sido los mismos de siempre.
La revolución despilfarró, en medio de la ineficiencia y la corrupción generalizadas, los formidables recursos provenientes del auge del mercado petrolero y de un masivo endeudamiento público. También defraudó la esperanza de millones de personas cuya cotidianidad consiste hoy en hacer interminables colas para comprar productos cada vez más caros y en cuidarse del hampa que gobierna impunemente en las calles.
Rechazada por la mayoría de la sociedad, la élite dominante se aferra desesperadamente al poder. Miente, chantajea y reprime cada vez con menos escrúpulos. Mientras, muchos venezolanos optan por emigrar. Otros se resisten y protestan. La mayoría se adapta o se resigna. Son, sin duda, tiempos oscuros para un país que pudo haber seguido un camino diferente y mejor.
Este es el contexto en el cual he escrito este libro.
Debo advertir, sin embargo, que este no es un libro centrado en el estudio del caso venezolano ni en el experimento revolucionario que allí engendra anarquía e incertidumbre. Aunque no puedo negar que en esta obra subyace una búsqueda: la de un destino de libertad y progreso para mi país. Creo que tal destino es posible. Y no lo afirmo con base en la siempre terca esperanza sino en la experiencia de otras sociedades que pudieron resurgir de similares tiempos calamitosos. Al respecto, la llamada economía social de mercado, tema de este libro, tiene mucho que decir.
***
En este libro presento, a un público lo más amplio posible, la economía social de mercado. Esta no es solo un modelo económico, a pesar de lo que el término a primera vista pueda sugerir. Es, en primer lugar, la manifestación de un marco doctrinario que integra valores, principios y teorías provenientes de la ciencia económica, el derecho, la politología, la sociología, la filosofía y la moral. Es, en segundo término, un programa político amplio y flexible.
El título que he dado a este libro –que rememora y trasciende a la famosa tríada «libertad, igualdad, fraternidad» que definió a la Revolución francesa– sintetiza, como se verá, el planteamiento medular de la economía social de mercado y de la doctrina de la cual es manifestación.
Esa doctrina fue llamada ordoliberalismo por algunos de sus creadores. Con tal término querían decir que la libertad debe ser el valor fundamental en una sociedad moderna y que ella es compatible con la creación de un orden social próspero y pacífico. En los términos de uno de sus propulsores, la economía social de mercado se propone «armonizar, sobre la base de una economía de libre competencia, la libertad personal con un creciente bienestar y seguridad social, reconciliando a los pueblos mediante una política de aperturismo mundial» (Erhard, s.f.).
La economía social de mercado estuvo en la base de la impresionante recuperación económica de Alemania Occidental, luego de la Segunda Guerra Mundial. A finales de los 40 y durante los 50, ella fue una opción para quienes no se identificaban con un liberalismo permisivo que no supo hacer frente a la concentración del poder económico, por una parte, ni con el totalitarismo (tanto comunista como fascista) y su temible concentración del poder político, por la otra. Entre ambos extremos, la economía social de mercado surgió como una manera concreta de combinar la libertad y el bienestar de las personas con un orden político orientado a evitar la acumulación de poder de cualquier naturaleza.
***
Si me he embarcado en la tarea de publicar esta obra es porque me he convencido, al igual que otros que me han antecedido, de que esa doctrina constituye hoy un marco conceptual y moral de gran utilidad para ubicarnos y actuar dentro del entramado de múltiples e indisociables relaciones en el que consisten nuestras sociedades.
En una época en la que la inestabilidad, el desempleo, la corrupción, la contaminación o la desigualdad, entre otros diversos problemas, nos demandan respuestas factibles y duraderas, esta doctrina emerge de nuevo, cada vez con mayor nitidez, como una alternativa deseable.
La economía social de mercado se diferencia de lo que llamaré capitalismo rentista, producto del intervencionismo estatal y de la acción de los grupos de interés. Se contrapone, también, al socialismo estatista que hoy mantiene maniatadas a sociedades como la cubana o la venezolana, y que pretende ser la única forma de mejorar las condiciones de vida de los sectores populares. Se distingue, asimismo, del llamado neoliberalismo y de la indiferencia que este ha demostrado, en diversos países, por los aspectos sociales y políticos del desarrollo económico.
Mi intención básica es, sin embargo, presentar a la economía social de mercado en relación con algunos de los principales problemas de nuestras sociedades. Una comparación sistemática entre ella y otros modelos económico-políticos exigiría una investigación más extensa y profunda que va más allá del propósito de este libro. Espero tener la oportunidad de abordarla debidamente en otra publicación.
***
Desde hace décadas la Fundación Konrad Adenauer ha realizado un encomiable esfuerzo de difusión, a nivel prácticamente mundial, de la economía social de mercado. Dicho esfuerzo se ha focalizado en las esferas de la política y de la academia, mediante excelentes textos, seminarios y otras actividades divulgativas[1]. Me parece necesario, por tanto, ofrecer algunas palabras que justifiquen la publicación de este libro.
En uno de los esfuerzos editoriales más importantes de los años recientes se afirma que, lamentablemente, «en la discusión pública, la economía social de mercado se ha convertido en una fórmula sin contenido que se emplea por doquier», constituyendo, de ese modo, un preocupante ejemplo de cómo «…una idea puede perpetuarse aún en caso de que la aplicación de sus bases se haya vuelto deficiente en muchos ámbitos y su esencia se encuentra amenazada» (Hasse, Schneider y Weigelt (Eds.), 2004).
La economía social de mercado requiere, pues, ser actualizada. Esta es una labor complicada. Supone, entre otras cosas, retornar a los fundadores para identificar las ideas esenciales que definieron originariamente a esta doctrina y al ordoliberalismo del cual es expresión. Mi intención no es, sin embargo, hacer arqueología intelectual para encontrar los dogmas perdidos. Solo pretendo precisar cuáles eran el sentido y alcance propios de este marco de pensamiento e intentar dar forma a una versión renovada del mismo.
Una de las cosas que se me ha hecho evidente durante mi investigación es que no existen textos «canónicos» en torno a la economía social de mercado y al ordoliberalismo. Lo que es posible hallar es un conjunto de obras de autores diversos que pertenecieron a una misma familia intelectual. Y, como suele suceder en toda familia, entre sus miembros existieron diferentes puntos de vista y surgieron disputas más o menos intensas.
Mi intento de actualización de la economía social de mercado tiene el sesgo inevitable que se deriva de la escogencia de ideas y de autores. Tal sesgo aparece con más fuerza cuando me atrevo a reconciliar viejas diferencias y a explorar acercamientos con varios pensadores contemporáneos. Autores de antes y de ahora, que seguramente no se sentirían parte de una escuela de pensamiento ordoliberal, se encuentran aquí aportando sus ideas para construir una versión de la economía social de mercado a la altura, espero, de los nuevos tiempos.
***
En mi opinión cualquier intento de renovación de la economía social de mercado debe trascender el debate intelectual y alcanzar a círculos más extensos. En tal sentido, quizás algo que ha faltado sea una amplia estrategia de pedagogía social que tenga como destinatario al ciudadano común. Al fin y al cabo es este quien, en última instancia, legitima a todo modelo económico y político. Ayudarle a desarrollar su comprensión sobre los grandes temas públicos es, sin duda, una tarea necesaria para el progreso de nuestras economías y de nuestras democracias.
Escribí este libro pensando en un ciudadano no especializado en los temas económicos pero sí interesado en contar con un marco de interpretación, sencillo y abarcador a la vez, que le sirva de referencia al momento de opinar y decidir. Este lector no pretendería, en principio, según creo, ahondar en los aspectos técnicos de la economía social de mercado. En consecuencia, he sacrificado la profundidad en el abordaje de los distintos temas aunque no he descuidado la rigurosidad en su tratamiento. Cada capítulo constituye, en cierta forma, una lección en la que se ofrecen la teoría y las propuestas relevantes para cada tema, tratando siempre de mantener el análisis lo más cercano posible a la experiencia cotidiana del lector.
Por diseño, no presento cuadros o gráficos que, en muchas ocasiones, a pesar de sus pretensiones pedagógicas, terminan apartando de la lectura a muchas personas que se sienten cohibidas ante tales tecnicismos. He puesto el énfasis, en cambio, en el uso de una prosa que resulte sencilla y atractiva al lector. Como siempre, será este quien dictamine si tuve éxito.
1. Libertad y orden: la mirada de la complejidad
¿En medio del caos?
De vez en cuando los hechos sociales nos desbordan. Nos parecen innumerables, cambiantes, impredecibles. Nos resulta difícil identificar las relaciones entre ellos y darles algún sentido. Nuestro entorno nos luce entonces ajeno e, incluso, amenazante. En tales circunstancias a muchos nos gustaría encontrar explicaciones integradoras y accesibles que nos ayudasen a comprender, aunque sea de manera general, los problemas. Las interpretaciones especializadas, en ocasiones, lejos de aclararnos las cosas, nos las hacen aún más complicadas.
Este es un terreno fértil para el florecimiento de terribles simplificaciones. Explicaciones que se acomodan bien a nuestro prejuicios y que, con frecuencia, hacen responsable a alguien –individuos, grupos o países– de lo que nos sucede. Su seductora sencillez nos invita a renunciar a la búsqueda de interpretaciones más elaboradas y a rechazar cualquier evidencia o argumento que puedan cuestionar nuestras certezas.
Toda explicación implica, desde luego, algún grado de simplificación de la realidad. No existen hechos, solo interpretaciones, nos recuerdan numerosos filósofos. El asunto está en que algunas interpretaciones pretenden ser definitivas mientras otras permanecen abiertas a la experiencia. Las primeras conducen al fanatismo y al conflicto; las segundas al debate y al aprendizaje. Hay una demanda general de claridad intelectual, pero no todo vale con el fin de alcanzarla.
Muchos vienen argumentando que necesitamos hacer más complejo nuestro pensamiento para comprender mejor una realidad que se ha hecho irremediablemente más compleja. De proceder así tal vez descubramos que nuestro entorno solo es desordenado algunas veces y que, en verdad, el orden es lo más frecuente. Otra cosa es que ese orden no sea de nuestro agrado o que nos perjudique. Que todo ello no nos sea evidente sugiere que, quizás, el problema esté en nuestra mirada, por así decirlo.
Quiero dedicar unos breves párrafos a la complejidad como tema. Las nociones que presento pueden lucir algo abstractas pero me parecen de gran ayuda para entender nuestro contexto. Una economía moderna, en particular, resulta ininteligible sin el uso de conceptos como el de sistema complejo.
Sobre la complejidad
La complejidad, como estrategia intelectual, se define ante todo por su aspiración a superar el reduccionismo. Por reduccionismo entiendo la tendencia de cada disciplina a apropiarse de una parcela de la realidad y a tratar de explicar lo que acontece en ella prescindiendo del aporte de otras disciplinas. De acuerdo a ese sesgo intelectual, la ciencia económica se bastaría a sí misma para comprender la economía, la ciencia política para entender el proceso político, la psicología para analizar nuestra realidad psíquica y así sucesivamente. Una perspectiva que asuma la complejidad tiene, por el contrario, la disposición a interconectar diferentes dimensiones de lo real en la búsqueda de explicaciones sobre determinado fenómeno, sin sobrevalorar –ni desconocer totalmente– las fronteras entre disciplinas.
No sugiero que la perspectiva de la complejidad nos permita obtener una teoría unificada de la sociedad ni algo que se le parezca. Tampoco pretendo descalificar el valioso conocimiento especializado. Tan solo sostengo que la perspectiva de la complejidad tiene una propensión unificadora que, probablemente, nos ayude a comprender mejor algunos de los problemas colectivos que hoy enfrentamos y a encontrar maneras más adecuadas para superarlos. En tal sentido, la economía, la filosofía, la política, el derecho y la ecología, entre otras disciplinas, vienen ya sosteniendo un diálogo fecundo que enriquece los análisis en sus respectivas esferas de estudio y, al mismo tiempo, hace surgir síntesis esclarecedoras. El pensamiento que separa y reduce debe, definitivamente, conjugarse con el pensamiento que distingue y religa (Morin, 2001).
Las llamadas ciencias de la complejidad[2] nos permiten hoy tener una mejor comprensión de los sistemas complejos. Se denomina sistema complejo a todo conjunto relativamente grande de elementos que mantienen incontables interacciones de acuerdo a un número limitado de reglas y que logran generar un orden colectivo. En un sistema complejo no existe un control central. Nadie ni nada tiene la capacidad para cumplir tal función y, además, no es necesario pues los sistemas complejos crean su propio orden: se autorganizan. Una simple mirada a nuestro alrededor permite corroborar esta afirmación.
Nuestro entorno está compuesto por innumerables sistemas complejos. Desde una lejana y enorme galaxia a una diminuta molécula, desde nuestra comunidad al conjunto de naciones, desde una empresa a la economía mundial. Nosotros mismos, de hecho, somos sistemas, integrados por elementos que, a su vez, también son sistemas. La pregunta que tal vez deberíamos hacernos sería si hay acaso algo que no sea un sistema. Sí lo hay, desde luego. No constituye un sistema un grupo de elementos que no sigue ningún patrón de organización. Una planta que muere, por ejemplo, deja de ser un sistema vivo (aunque sus elementos no desaparezcan al desvanecerse el patrón que los mantenía organizados y se integren a otros sistemas).
Si pensamos por un momento en una economía podremos apreciar, entre otras cosas, cómo las personas usamos colectivamente enormes volúmenes de conocimiento para crear y distribuir, cada día, incontables productos. Este no es un fenómeno individual: nadie posee ni puede poseer todo ese conocimiento. De hecho, «cuanto mayor es el conocimiento que los hombres poseen, menor es la parte del mismo que la mente humana puede absorber» (Hayek, 1991). No se trata, además, solo de un asunto de cantidad. Buena parte del conocimiento del que hablo es creado y descubierto por cada persona, en sus circunstancias particulares; por ello es difícilmente transmisible. Es conocimiento no solo disperso sino también práctico y subjetivo. Y, a pesar de todo ello, una economía funciona. Lo hace «porque sus miembros forman redes que les permiten especializarse y compartir sus conocimientos con otros» (Hausmann, Hidalgo et al., 2011). Estas redes no son otra cosa que las múltiples interacciones que constantemente mantenemos, de acuerdo con ciertas reglas, a través de organizaciones y mercados. La economía es, en síntesis, un sistema complejo. Uno muy complejo, en verdad.
La complejidad de un sistema se define por el número de elementos que lo componen y por la naturaleza, cantidad y variedad de interacciones entre tales elementos. En sistemas muy complejos, la repetición de un sinnúmero de interacciones crea aceleraciones, inhibiciones, oscilaciones y otros fenómenos casi imposibles de pronosticar. Puede ocurrir, por ejemplo, que un cambio mínimo en alguno de sus elementos sea amplificado de forma impredecible hasta afectar la dinámica global del sistema. Este fenómeno ha sido popularizado como el «teorema de la mariposa»: un hecho tan insignificante como el aleteo de una mariposa en el otro lado del mundo puede ser el inicio de un proceso que acabe produciendo un huracán en nuestros predios.
Con respecto a los sistemas complejos no resulta pertinente hablar de un equilibrio único aunque su dinamismo no es, insisto, caótico. En tales sistemas es factible, más bien, identificar varios estados posibles que atraen a los elementos del sistema. Un sistema tenderá a permanecer en alguno de tales estados –llamados a veces «cuencas» de atracción por analogía a la forma en que son atraídas las aguas de un territorio hacia un río– mientras no experimente otro choque que lo desaloje de allí y lo conduzca a otro estado. En tal sentido el orden económico, por mencionar un ejemplo, es algo que sucede constantemente, no es una situación a la que se llega para permanecer allí, indefinidamente. El orden es proceso constante. Es, repito, autorganización.
El desarrollo de la perspectiva de la complejidad ha estado estrechamente asociado a la revolución de las tecnologías de la información. Hoy es posible obtener y procesar volúmenes inimaginables de datos sobre nuestro entorno y sobre nosotros mismos. Por ello, en el campo de las ciencias sociales –especialmente en la economía– vienen disminuyendo los esfuerzos orientados a crear modelos de ecuaciones sobre sistemas complejos a nivel agregado. Aumentan, en cambio, los intentos dedicados a diseñar programas computacionales que reproduzcan las incontables interacciones de los elementos de diversos sistemas, de acuerdo con ciertas reglas[3]. A partir de estas ideas e instrumentos es posible estudiar dinámicas que estaban, hasta no hace mucho, fuera del alcance de las investigaciones.
Es cierto que ya se había comprendido que, en muchas ocasiones, la consideración de los elementos de un sistema no nos permite entender el comportamiento de este como un todo. La expresión según la cual «el todo no es igual a la sumatoria de las partes» sintetiza la idea de que las propiedades de diversos sistemas no pueden deducirse del comportamiento individual de sus elementos. La explicación de estas propiedades «emergentes» requiere considerar las relaciones entre los elementos, precisamente aquello de lo cual había que hacer abstracción para tratar