Yeshú: Trasfondo judío de la vida de Jesús
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En mi deseo de contribuir a paliar en alguna medida esta situación, he tratado en siete bloques temáticos diferentes los aspectos más notables de la vida de Jesús sin pretender escribir una biografía suya. Naturalmente, he prescindido de todo afán exhaustivo, pues la materia resulta inagotable, como queda patente en el final del evangelio de San Juan:
"Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran". La metodología seguida ha consistido en buscar las fuentes judías que arrojan luz sobre ella, empezando por el Antiguo Testamento y siguiendo por los textos rabínicos clásicos. También he añadido fragmentos de autores latinos y referencias patrísticas y conciliares cuando me ha parecido necesario o adecuado. Para facilitar la lectura, he eliminado las notas a pie de página y he transcrito las palabras hebreas con los mínimos signos diacríticos posibles.
Al final incorporo una pequeña bibliografía, fundamentalmente de libros en castellano, para quienes deseen profundizar en distintos aspectos de la obra, cuyo motor es el amor en distinto grado y medida a Jesucristo, a la Virgen María, a la Iglesia, al judaísmo y a los judíos, porque, parafraseando al papa Francisco, dentro de cada cristiano hay un judío.
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Yeshú - Juan Carlos Lara Olmo
BIBLIOGRAFÍA
PRESENTACIÓN DEL AUTOR
Y PRÓLOGO
Respetado lector, permite que te dirija unas palabras como autor de esta obra. Me llamo Juan Carlos Lara Olmo y soy un católico intelectual nacido en Villanueva de la Jara (Cuenca), pueblo agraciado con una de las fundaciones del Carmelo teresiano. Allí fui bautizado. Mis padres se trasladaron a Madrid en busca de mejores oportunidades para nosotros. Desde que llegamos, la céntrica e histórica parroquia de San Sebastián se convirtió en nuestro foco espiritual. En ella he recibido la catequesis para niños y para adultos, así como el resto de sacramentos hasta el Matrimonio. Puedo decir con gratitud y satisfacción que es mi segunda casa. A ella han estado ligados los literatos y artistas del Barrio de las Letras, acogidos al patronazgo de la Virgen de la Novena, y una serie de promotores de nuevas formas de evangelización, como San Simón de Rojas (comedor Ave María), Santiago Masarnau (Conferencias de San Vicente de Paúl en España), Luis de Trelles (Adoración Nocturna Española), Mariano de Usera (Religiosas del Amor de Dios), Santa Maravillas de Jesús (varios carmelos), San Pedro Poveda (Institución Teresiana), Manuel Herranz Establés (Esclavas de la Virgen Dolorosa) y Kiko Argüello y Carmen Hernández (Camino Neocatecumenal). En el plano profesional, tengo el grado de doctor en Filología Hebrea y el grado de licenciado en Filología Bíblica Trilingüe por la Universidad Complutense de Madrid. Además, he cursado estudios varios en la Universidad Hebrea de Jerusalén disfrutando de sendas becas: cursos de verano de 1989, segundo semestre del curso 1990/1991 y año académico completo 1993/1994. También he participado en las excavaciones arqueológicas de Tel Hatsor (Galilea) en campañas de 1990 a 1994. Durante algo más de una veintena he trabajado como profesor de secundaria en el colegio Fundación Santamarca de Madrid; también lo he hecho en el instituto García Morente como interino y en los colegios San Eulogio y Sagrado Corazón-Padre Pulgar. Por otra parte, he sido profesor visitante en la Universidad de Salamanca (2000-2004), asociado en la Universidad Complutense de Madrid (2006-2011) y contratado en la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid (curso 2014-2015). Mis investigaciones se han centrado en la lengua hebrea, la controversia cristiano-judía, los estudios bíblicos y yacimientos arqueológicos del Oriente Próximo. Dejando a un lado mis artículos, publicados en diferentes revistas especializadas, en 2011 saqué a la luz Gramática de Hebreo Moderno (Caparrós Editores, Madrid), en 2013 Historia de los judíos en Europa (editorial Raíces, Las Rozas, Madrid) y en 2017 Historia de la Literatura Hebrea (edición digital en Amazon). Ahora me atrevo a sacar a la luz esta obra sobre el trasfondo judío de la vida de Jesús, en la que fluyen mi experiencia de fe católica y mis conocimientos relacionados con los textos bíblicos (apócrifos, pseudoepigráficos, rabínicos, etc.). Espero que te agrade y te sea de ayuda.
* * *
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser su santo nombre; bendice, alma mía, al Señor, no olvides sus amores (hasadim
). Aunque es imposible reflejar de manera exacta con un solo término la palabra hebrea hésed
, singular de hasadim
, para dar idea de su profundo y entrañable contenido, no se me ocurre mejor forma de iniciar el prólogo que este versículo bíblico del libro de los Salmos 103, 1-2, pues la vida y la fe son los dos mayores dones y los primeros que he recibido de Dios en mi vida. Luego fue añadiendo otros, entre ellos la capacidad intelectual necesaria para aprender muchas cosas y los maestros adecuados para cultivarla y los estudios en instituciones académicas como la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad Hebrea de Jerusalén. Fruto de todos esos dones y del agradecimiento que han suscitado en mí y del deseo que tengo de servir a la Iglesia es este libro que ahora presento. Lleva por título Yeshú. Trasfondo judío de la vida de Jesús. Es breve, directo y comercial, requisitos que le convenía reunir según una sugerencia de mi hermana. No los cumplía el originalmente pensado, El Señor es mi luz y mi salvación, tomado de Salmos 27, 1, que en su formulación latina (Dominus illuminatio mea et salus mea), ya fue adoptado como lema por la Universidad de Oxford al constituirse oficialmente en 1231 con la pertinente carta papal de Gregorio IX. Sí, el Señor es mi luz y mi salvación, de manera que mi corazón se inflama de amor hacia Él. Con gran vehemencia comentaba este salmo el obispo Juan Mediocre de Nápoles (siglo VI) en su sermón 7 (Patrologiae Latinae Supplementum 4, 785-786): "El Señor es nuestra luz, Él es el sol de justicia que irradia sobre su Iglesia católica extendida por doquier. A Él se refería proféticamente el salmista, cuando decía: ‘El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?’ […] Si es Él quien ilumina y quien salva, ¿a quién temeré? Vengan las tinieblas del engaño: el Señor es mi luz. Podrán venir, pero sin ningún resultado, pues, aunque ataquen nuestro corazón, no lo vencerán. Venga la ceguera de los malos deseos: el Señor es mi luz. Él es, por tanto, nuestra fuerza, Él, que se da a nosotros, y nosotros a Él. Por eso, con mayor entusiasmo si cabe, el santo papa Pablo VI alababa, bendecía y ensalzaba al Señor en su homilía del 29 de noviembre de 1970:
Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; Él es quien nos ha revelado al Dios invisible, Él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en Él. Él es también el maestro y redentor de los hombres; Él nació, murió y resucitó por nosotros. Él es el centro de la historia y del universo; Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; Él, ciertamente, vendrá de nuevo y será finalmente nuestro juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad. Yo nunca me cansaría de hablar de Él; Él es la luz, la verdad, más aún, el camino, y la verdad, y la vida; Él es el pan y la fuente de agua viva, que satisface nuestra hambre y nuestra sed; Él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el nuevo reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos. Éste es Jesucristo, de quien ya habéis oído hablar, al cual muchos de vosotros ya pertenecéis, por vuestra condición de cristianos. A vosotros, pues, cristianos, os repito su nombre, a todos lo anuncio: Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega, el rey del nuevo mundo, la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino; Él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; Él es el Hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del cuerpo místico. ¡Jesucristo! Recordadlo: Él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos".
* * *
Un manido proverbio latino afirma: Habent sua fata libelli (Los libritos tienen sus hados), y éste no ha sido una excepción. Ha ido madurando durante más de una veintena de años, desde que a comienzos de los ’90, cuando ampliaba estudios en la Universidad Hebrea de Jerusalén, me dio la idea de escribirlo una homilía escuchada en una misa del monasterio benedictino de Abu Gosh. Se proclamaba ese domingo de finales del mes de junio de 1991 el evangelio de la mujer que padecía flujos de sangre y fue curada por Jesús. El celebrante hizo buena parte de la exégesis del texto recurriendo a pasajes del libro del Levítico sobre la impureza ritual. A mí me abrió una nueva perspectiva porque pensé que los cristianos nos perdíamos parte de la gran riqueza de los Evangelios por desconocer su trasfondo judío y tener nociones más bien ligeras de muchos textos del Antiguo Testamento, particularmente de los del Pentateuco, excluidos el Génesis y capítulos del Éxodo. No pocas veces hablaba de ese trasfondo con mi amigo y hermano en la fe el dominico Étienne Nodet, de la Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa de Jerusalén. Tres cursos más tarde, tras haber estudiado liturgia judía con Ezri Uval y acabada la asignatura de Introducción al Talmud con Yinnon Layter, corroboré mi impresión anterior. Así que al comienzo de este milenio, presentada la tesis doctoral, en la que tuve que empaparme de exégesis judía y cristiana, empecé la tarea de escribir este libro, que ha experimentado avances e interrupciones a causa de la acumulación del trabajo y otras circunstancias.
Apagados los ecos de La última tentación de Cristo de Nikos Kazantztakis (1953 la novela y 1988 la película), actuó en mi ánimo como catalizador la obra El código Da Vinci de Dan Brown (2003 la novela y 2006 la película). Me sentía inflamado de un enorme ardor apologético y del deseo de manifestar que la ficción literaria debe tener entre sus límites la fidelidad al retrato de los personajes históricos transmitido por la documentación y la tradición. Nadie está obligado a creer que Jesús de Nazaret es Dios y hombre verdadero, que tuvo un nacimiento virginal y que resucitó de los muertos. Sin embargo, ningún literato debería emparejarlo con María Magdalena, pues se reconoce su castidad y celibato hasta en las Toledot Yeshú (Historia de Jesús), uno de los textos judíos más antiguos y polémicos contra Él y contra sus discípulos. Reconozco que entonces me sentí invadido de un intenso amor por las cosas y por la casa de Dios, que es la Iglesia. A la manera de Elías, yo, presa de rabia por los ataques realizados contra Cristo y su Iglesia, también proclamaba recordando a dicho profeta: Zelo zelatus sum Domino Deo Exercituum (Estoy lleno de celo por el Señor, Dios de los Ejércitos, I Reyes 19, 14).
Cuando ya había terminado la tercera parte de la obra, allá por mayo de 2009, unos ladrones irrumpieron en mi casa y se llevaron el ordenador portátil en que estaba todo el material. El daño habría sido mayor de no haber dispuesto de copias de varios archivos; entre ellos no estaban el prólogo ni una treintena de páginas de carácter apologético. Fue más dolorosa la pérdida intelectual que la económica, sobre todo porque entonces debía concentrar mis energías y dedicar mi tiempo a otros menesteres dejando a un lado ese trabajo. Aquella fechoría y el paso del tiempo han provocado un cambio sustancial en el planteamiento de la obra. En cuanto a la intención, el propósito apologético y polémico inicial ha dado paso a una finalidad expositiva y divulgativa, con el deseo de llegar al creyente de a pie y servirle para fortalecer la fe con la ayuda de Dios. Por lo que respecta a la forma, en lugar de tratar de manera aislada e independiente pasajes concretos del Nuevo Testamento para sacar a relucir su trasfondo judío, he optado por ocuparme de los aspectos más notables de la vida de Jesús como Hijo de Dios, Mesías y creyente judío, de modo que lo he dividido en los seis bloques compactos que aparecen en el índice. Sin embargo, no he pretendido escribir una vida de Jesús, sobre todo teniendo en cuenta a los autores tan ilustres que lo han hecho, como el padre Lagrange o monseñor Ricciotti.
Respecto de la metodología que he seguido, me he afanado por buscar las fuentes judías, empezando por el Antiguo Testamento y siguiendo por los textos rabínicos clásicos, como la Mishnah, el Talmud y varios midrashim. Programas informáticos como DavkaWriter incluyen el Antiguo Testamento, la Mishnah y el oracional judío (Siddur) en sus herramientas. Asimismo, hay portales de internet en que se puede acceder a los textos rabínicos gratis y alguno incluso con traducciones al inglés, como es el caso de http://www.sefaria.org, www.come-and-hear.com/talmud/ o www.halakhah.com/ . A la objeción de que son textos posteriores a Jesús, respondo que unas veces recogen tradiciones muy antiguas, formadas antes del nacimiento de Jesús, y otras permiten comprender con más profundidad y alcance los pasajes bíblicos. En cuanto a la escasa presencia de citas de la literatura de Qumrán, diré que me parecían secundarias para el propósito de mi obra, pues las mayores similitudes con ella se dan en el evangelio de San Juan, mientras que no percibo ecos suyos en los sinópticos. Además, en los Evangelios no hay presencia clara de miembros de la secta de Qumrán, y sí de fariseos y escribas. Por otra parte, también he añadido fragmentos de obras de santos y referencias latinas, patrísticas y conciliares cuando me ha parecido conveniente. En la labor de documentación me han sido de gran utilidad entre otras obras la Jewish Encyclopedia (de acceso libre en internet en www.jewishencyclopedia.com/), la Encyclopedia Judaica y portales web como www.jewishvirtuallibrary.org/ , www.myjewishlearning.com/, www.aish.com , www.reformjudaism.org o www.jewsforjesus.org/jewish-resources/ .
Por lo que atañe a la forma, ofrezco en primer lugar un resumen de historia de los judíos y una introducción sobre la literatura rabínica para familiarizar un poco a los lectores. A continuación, he distribuido el contenido por bloques homogéneos precedidos de un breve prólogo con una dedicatoria a alguien especial. He eliminado las notas a pie de página, cosa que facilita la lectura continuada del texto, y he transcrito las palabras hebreas sin signos diacríticos (salvo, por decirlo en términos del griego, el espíritu suave ’ para la laringal álef y el espíritu áspero ‘ para la gutural áyin), de una manera que las haga más fácilmente pronunciables, y les he puesto tilde si procedía según las reglas de acentuación del castellano. Al final incorporo una pequeña bibliografía, fundamentalmente de libros en castellano, para quienes deseen profundizar en distintos aspectos de la obra.
El motor de este libro es el amor en distinto grado y medida a Jesucristo, a la Virgen María, a la Iglesia, al judaísmo y a los judíos, porque, parafraseando al papa Francisco, dentro de cada cristiano hay un judío. En diciembre de 1989, preparando un trabajo sobre la Apotheosis de Prudencio (348-410) para Latín Medieval, topé con el verso III, 391, del que saqué una frase que me acompaña desde entonces: Omnia Christus sonat (Todo dice Cristo). Años después me aficioné a la letra del himno Te Deum y a la música que le puso el francés Marc Antoine Charpentier (1643-1704). Resonaba en mi interior con mucha fuerza la parte final de este cántico, el conocido versículo inicial de Salmos 71, que el papa Benedicto XV (1854-1922) adoptó como lema: In te, Domine, speravi: non confundar in aeternum (En Ti, Señor, he esperado: no seré confundido para siempre). De igual modo me ha acompañado un dicho de la tradición judía más reciente, acuñado por el hasid Nahmán de Breslov (1772-1810): "El mundo entero es un puente estrecho, y lo principal es no tener miedo en absoluto". Es curioso que en una inscripción árabe aparecida en 1900 en las ruinas de Fathpur Sikri, al norte de la India, y comentada por Joachim Jeremias en sus Palabras desconocidas de Jesús (pp. 113-119) figure esta frase: Jesús, sea la paz con él, ha dicho: El mundo es un puente. Pasad por él pero no os instaléis en él
. Gracias a Dios, por más que se busque, esa instalación no es sencilla, ya que los pesares y penas, fracasos y decepciones sacan de ella. Bien se dice en el Talmud de Babilonia (‘Arakhín 16b): La Escuela de Rabbí Ismael enseñó: "Todo aquel que pasa 40 días sin sufrimientos recibió su paga en este mundo. Lorenzo, un feligrés de la parroquia de San Pedro el Real de Madrid (La Paloma) decía con gracia madrileña castiza:
Lo importante es vivir en casa de jabonero y no resbalar". No quisiera yo resbalar en materia doctrinal y deslizar ideas o principios contrarios a la santa fe católica, en la que he nacido, vivo y deseo morir, como mi admirada y querida Teresa de Jesús.
Si alguien eche de menos en esta obra algún punto o tema (por ejemplo, la Última Cena, objeto de numerosos estudios monográficos), le diré que he prescindido de todo afán exhaustivo, pues la materia resulta inagotable, como queda patente en el final del evangelio de San Juan: "Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran". En la tradición judía figura, por su parte, que, cuando se descubre un sentido nuevo a un pasaje del Pentateuco, pasan desapercibidos otros que encierra: Un solo versículo remite a varios sentidos y no hay un solo sentido que salga de varios versículos, pues la Escuela de Rabbí Ismael enseñó: ‘Y como un martillo desmenuza la roca’ (Jeremías 23, 29). ¿Qué? Este martillo parte la roca en varios pedazos, así también un versículo remite a varios sentidos (Talmud de Babilonia Sanhedrín 34a). En Números Rabbah XIII, 15 se enuncia esta idea con una frase que hizo fortuna: Setenta caras tiene la Torah. Resulta muy significativo el uso de esta cifra, pues setenta es el valor numérico de la letra ‘áyin. Esta palabra también designa al ojo y sugiere esa multiplicidad de formas de mirar los textos bíblicos, que se enfocan básicamente siguiendo las cuatro pautas del método exegético del PaRDéS (huerto/paraíso): peshat (sentido literal), rémez (sentido alegórico), derash (sentido extraído por el examen lógico-analítico) y sod (sentido místico). Por otra parte, setenta es un número recurrente en la Historia de Israel, pues setenta son las naciones del mundo (vid. Génesis 10); los descendientes de Jacob que bajaron a Egipto (vid. Éxodo 1, 5), los ancianos que ayudan a Moisés (vid. Números 11, 16-30), los años del rey David (ca. 1035-965 a.e.c.; vid. II Samuel 5, 4 y 0-11); la duración del exilio en Babilonia desde la primera deportación (608-538 a.e.c.); los miembros del Sanedrín y las palabras del qiddush o bendición que se recita sobre el vino en los sábados y fiestas.
Mucho (o todo) debe este libro a quienes me han evangelizado, enseñado y compartido la fe conmigo, empezando por mi madre y mi padre. El Todopoderoso ha puesto en mi camino una espléndida familia, buenos catequistas, sacerdotes santos, maravillosos hermanos, grandes profesores, excelentes compañeros y una esposa ideal, que es la ayuda adecuada a la que Dios se refiere en Génesis 2, 18. En ella pienso siempre que voy a prologar o presentar uno de mis libros. Es justo dedicar éste tan especial a la Custodia de Tierra Santa, que desde el siglo XIV mantiene los Santos Lugares abiertos para los cristianos. San Francisco, enamorado de la divinidad y humanidad de Jesucristo, y sus hijos los han guardado fielmente cumpliendo el deseo del papa Clemente VI (1291-1352), protector de los judíos en los aciagos años de la epidemia de peste negra desatada en 1348. Este encargo hecho a los franciscanos se reflejó jurídicamente en dos bulas que promulgó dicho Papa en 1342: la Gratias agimus y la Nuper carissimae. En la persona del padre Artemio Vítores, amigo mío, les agradezco esta entrega y servicio a la Iglesia.
Por su amor a Jesucristo, a la Virgen María, a la Iglesia, a la evangelización y a los judíos tampoco puedo dejar de nombrar aquí a los iniciadores del Camino Neocatecumenal: Kiko Argüello, Carmen Hernández (que en gloria esté) y el padre Mario Pecci. De ellos he aprendido a cultivar con renovado entusiasmo estos amores y a venerar la excelsa dignidad de la mujer, que en la Virgen María alcanza su cénit. Igualmente he de recordar en este punto a una amiga muy particular y muy querida, la hermana Rosa María Miralles, franciscana misionera de María, que, tras descubrir que Jesús, María y los apóstoles habían sido judíos, pasó del Congo a Israel con un breve intervalo en la tierra mártir de Siria. Ella es otro vivo ejemplo de amor a Cristo, a la Iglesia y al pueblo judío, primer depositario de las promesas de Dios. Sigo mi dedicatoria con el padre Étienne Nodet, ya mencionado, amigo y hermano en la fe. ¡Cuánto hemos rezado y convivido en Jerusalén y Yafo y entre ambas ciudades los miércoles y los sábados! Continúo esta relación de recordatorios con otro amigo, el padre Ricardo García González, ex-vicario de la parroquia de San Sebastián de Madrid. Su estilo de predicar tan arraigado en la Sagrada Escritura, en los Padres de la Iglesia y en el rompecabezas existencial de las personas ha abierto horizontes insospechados para mí y me ayuda enormemente en mi itinerario espiritual. Termino mis dedicatorias recordando de nuevo a Teresa, mi esposa, paciente con mis investigaciones. Deseo concluir este prólogo con el Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. En sus clases de Latín Medieval de la Universidad Complutense, nos decía don Antonio Fontán Pérez (1923-2010), catedrático de la materia, además de ilustre humanista, periodista (director del diario Madrid), político (presidente del Senado) y destacado miembro del Opus Dei, que esta breve oración era más que una doxología o alabanza, pues suponía la expresión de la recta fe trinitaria frente a las herejías que negaban la verdadera humanidad o divinidad de Jesucristo, a quien sean el honor, la gloria y la alabanza ahora y siempre y por todos los siglos. Amén.
RESUMEN DE HISTORIA
DE LOS JUDÍOS
El judaísmo es la religión que profesan los judíos. En cambio, hebreos son los descendientes de Abraham que fueron esclavizados en Egipto por los Faraones y liberados milagrosamente por medio de Moisés. A partir de la Alianza del Sinaí pasaron a ser israelitas. Su lengua se denomina hebreo, y Literatura Hebrea es la que en ella se escribe. Judíos son también los miembros de la tribu de Judá o los súbditos del reino homónimo, que, a la muerte de Salomón, se escindió en dos: Israel, formado por las diez tribus del norte, y Judá, formado por la tribu de Judá y los restos de las de Benjamín y Simeón. Los naturales del reino de Israel se llamaban israelitas, y los del reino de Judá eran judíos. Vueltos a su territorio, su nombre se empleó para designar a su religión (judaísmo). Desde la instauración del Estado de Israel en 1948, a sus naturales hay que llamarles israelíes.
Los judíos no constituyen una raza, aunque su núcleo se formara con los descendientes de Abraham, que eran semitas de Mesopotamia. Buen ejemplo de tal afirmación es que hay judíos negros: los falashas etíopes, que debieron de convertirse hacia el siglo VI a. e. c. También se hicieron judíos no pocos germanos y escandinavos en tiempos de las conquistas de Carlomagno (siglos VIII-IX), así como los jazares asiáticos (siglo X). Históricamente los judíos se han dividido en varios grupos geográficos y culturales: mizrahíes, sefardíes y asquenazíes. Los mizrahíes (orientales) son los judíos de origen árabe, yemení, persa, armenio, georgiano e indio. Los sefardíes son los descendientes de los judíos que vivieron en la Península Ibérica hasta su expulsión en 1492; entonces la mayoría se afincó en el Imperio Otomano y el norte de África. Los asquenazíes son judíos de origen centroeuropeo, alemán o ruso.
La historia del pueblo judío se inicia en la época del Bronce Medio IIB (1750-1550 a.e.c.) con los Patriarcas, que eran jefes de clanes seminómadas del Cercano Oriente que se establecieron en Canaán en virtud de las promesas divinas de larga descendencia y tierra propia hechas por Dios a Abraham. A causa del hambre, sus hijos emigraron a Egipto, quizás al tiempo de la entrada de los hicsos en aquel país. Allí se multiplicaron y fueron esclavizados mucho tiempo por los Faraones, hasta que salieron milagrosamente en torno al 1.200 a.e.c., periodo en que se produjeron migraciones indoeuropeas. En el Sinaí, durante su marcha por el desierto, Dios hizo alianza con ellos, alianza de gran altura ética y fuerte exigencia de pureza cultual. Con el auxilio divino se apoderaron de Canaán, la Tierra Prometida, donde residieron hasta los años 721 (deportación de Israel) y 586 a.e.c. (deportación de Judá). Durante esa estancia secular desarrollaron su actividad los profetas clásicos (Isaías, Jeremías, Amós, Oseas, etc), que censuraban al pueblo su ruptura de la alianza divina y le amenazaban con la ruina si no rectificaba. Así ocurrió, y la familia real, los nobles, los sacerdotes, los escribas y los artesanos fueron desterrados a Asiria y Babilonia. En el 538 a.e.c. Ciro de Persia autorizó la vuelta a Judea de los desterrados, si bien no pocos se quedaron en Mesopotamia y otros lugares de Oriente por donde estaban dispersos, lo que facilitaría la propagación del judaísmo en la época helenística. Gracias a Esdras, Nehemías, los Hombres de la Gran Sinagoga y la inquietud de muchos creyentes se generó una notable pluralidad religiosa en el seno del pueblo y se desarrolló una rica literatura pseudoepigráfica y apocalíptica (Apócrifos del Antiguo Testamento). Persas, egipcios y sirios dominaron el país hasta que en el 166 a.e.c. triunfó la revuelta macabea, durante la cual se consolidó el cisma samaritano. La independencia de Judea iba a durar casi otro siglo, hasta la intervención romana al mando de Pompeyo (63 a.e.c.). Durante otro siglo más, los romanos permitieron que Herodes y sus herederos gobernaran Judea con autonomía como reyes, tetrarcas o etnarcas. En ese tiempo se radicalizaron los extremistas y desencadenaron una fracasada revuelta independentista en los años 66-73, que se saldó con la destrucción de Jerusalén, la muerte de más de un millón de judíos y la venta como esclavos de unos cien mil capturados por los romanos. Únicamente sobrevivió el grupo de los fariseos, pues desaparecieron los saduceos y la secta del Mar Muerto. Según la tradición, uno de sus líderes, Yohanán ben Zakkay, fijó el canon bíblico junto con otros correligionarios en la ciudad de Yabneh. Entre los años 131 y 135 tendría lugar una segunda sublevación antirromana, la Revuelta de Bar Kokhbah, aplastada con la desaparición de éste en la fortaleza de Betar. Fue la última vez que los judíos empuñaron las armas colectivamente hasta el alzamiento del gueto de Varsovia en 1943.
Los romanos cambiaron el nombre de Judea por el de Palestina para borrar el rastro de los judíos. No por eso acabó en su tierra patria la presencia judía, que se ha mantenido ininterrumpida hasta nuestros días pese a que en algunas épocas se haya vedado la entrada de los judíos a Jerusalén. En los siglos I-VI generaciones de maestros organizaron la enseñanza religiosa en las academias rabínicas de Galilea y de Babilonia. Fruto de su trabajo son los textos rabínicos: la Mishnah, el Talmud, que es su gran comentario, y los midrashim. A estos maestros se les debe en buena medida la unidad casi monolítica del judaísmo durante siglos y la preservación de una fe que es más una forma de vivir (ortopraxia) que una normativa dogmática (ortodoxia). De hecho, la primera gran elaboración teológica de los principios de la fe judía se debió al cordobés Maimónides (1135-1204).
Pero la tradición rabínica fue rechazada a partir del año 767 por los caraítas (del hebreo qara’im = lectores de la Biblia), que, encabezados por Anán ben David (715-795), defendieron un apego literal a la Biblia y un rechazo frontal a la exégesis alegórica y mística. No surgirían nuevas divisiones en el judaísmo hasta el siglo XVIII, cuando la Haskalah (Ilustración Judía) dio lugar a la corriente reformista. Desde entonces hay que hablar del judaísmo ortodoxo como aquel que ve el judaísmo como la religión histórica revelada por Dios que Moisés recibió por escrito como doctrina y por vía oral como sistema de interpretación y norma de vida (halakhah). En este grupo se distinguen las corrientes ultraortodoxa, moderada y sionista. Por su parte, el judaísmo reformista defiende la universalidad de la verdad religiosa, alcanzable por la razón, rechaza la inmutabilidad de la halakhah, permite el uso de lenguas vernáculas y de instrumentos musicales en el culto sinagogal, autoriza la ordenación rabínica de las mujeres y acepta la filiación judía por parte del padre o de la madre. Del judaísmo reformista nació a mediados del siglo XIX el judaísmo masortí (tradicionalista), que se caracteriza por considerar el judaísmo como una religión histórica revelada a un pueblo escogido y adaptada a la vida por medio de la halakhah, que admite modificaciones. Los tradicionalistas, llamados Conservative en inglés, permiten que las mujeres cuenten para el quórum litúrgico y puedan recibir la ordenación rabínica. Por último, el judaísmo reconstruccionista surgió en Nueva York en 1922 impulsado por Mordechai Kaplan (1881-1983), para quien Dios es un ser no personal, el judaísmo es una civilización religiosa resultante de un desarrollo humano natural, y la Torah deriva del desarrollo del pueblo judío.
En el largo itinerario recorrido por los judíos es de justicia afirmar que no han faltado ni faltan los frutos de santidad, que ya en vida se les reconoció a personalidades como Simón el Justo, Simón ben Shétah, Hillel, Aquiba, Yehudah ha-Leví, Rashi, Meír de Rotemburgo, Israel de Medziboh (Ba‘al Shem Tob), Eliyahu ben Zalman Kramer (el Gran Gaón de Vilna), Israel Lipkin Salanter o Israel Meír Kagan (Hofets Hayyim). Otros personajes muy sugestivos para mí son Gamaliel, Abraham ibn Ezra, Maimónides, Nahmánides, Mosheh Isserles, Yosef Caro, Yehudah Loew de Praga, Zacharias Fränkel, Raphael Simsom Hirsch, Joseph Soloveitchik, Martin Buber, Abraham Joshua Heschel, Abraham Isaac Kook, Menahem Mendel Schneerson, Obadiah Yosef y Jonathan Sacks. Deseo terminar este resumen con un recuerdo entrañable a todos los mártires judíos masacrados en los campos de exterminio y en las estepas de Europa Oriental por los nazis. Tal vez se deba a su sangre inocente derramada por el odio ateo antisemita la constitución del Estado de Israel y el consiguiente regreso masivo de los judíos de la Diáspora a la Tierra Santa. Los designios de Dios son inescrutables. Algunos grupos de cristianos protestantes norteamericanos, como los evangélicos metodistas a los que pertenecía el célebre arqueólogo y biblista William Foxwell Allbright (1891-1971), vieron en este acontecimiento un signo de la proximidad de la Parusía.
INTRODUCCIÓN A LA LITERATURA RABÍNICA
La literatura rabínica es la literatura de la Mishnah, del Talmud, de los midrashim y de la oración canónica, es decir, la literatura de autor colectivo o anónimo centrada en la Ley Oral, que integran la halakhah, la normativa religiosa emanada de la Biblia, y la haggadah, conjunto de elementos bíblicos no normativos. En hebreo la literatura rabínica se llama sifrut hazal (literatura de los Sabios). HaZaL es el acrónimo hebreo de Nuestros sabios de bendita memoria
(Hakhamenu, Zikhronam Li-berakhah). Entre ellos se incluyen los tannaítas (de tanna’im = repetidores), que van desde la muerte de Hillel el Viejo y Shammay en el año 10 e.c., hasta el año 200 e.c.; a los amoraítas (expositores), que van del 201 al 500; y a los saburaítas (razonadores), que van del 501 al 650. Los tannaítas compilaron la Mishnah, los amoraítas (de ’amora’im = expositores) compilaron el Talmud de Jerusalén (a mediados del siglo IV) y el Talmud de Babilonia (a finales del siglo V), al que los saburaítas (de sabura’im = razonadores) dieron forma definitiva. Así pues, la literatura rabínica es el producto final de una gran actividad exegética cuya formación y desarrollo inicial están ligados a los escribas y a los fariseos, de los que surgió el único grupo judío superviviente a la ruina de Jerusalén en la rebelión de los años 66-72. Creían que Moisés había recibido en el Sinaí no sólo el Pentateuco, Ley Escrita, sino también claves y procedimientos de interpretación para ajustarla a nuevas situaciones y circunstancias, Ley Oral. Tras el Exilio, la cadena de la transmisión de la tradición iniciada con Moisés llegó a los Hombres de la Gran Sinagoga (’Anshé Knésset ha-Gedolah), asamblea de 120 sabios que lideraron espiritualmente al pueblo hasta mediados del siglo II a.e.c. Les sucedió el Sanedrín, formado por 71 notables que eran dirigidos por el dúo institucional naśí’ (presidente) - ’ab bet din (vicepresidente). Hillel el Viejo y Shammay integraron el último dúo. Su presidencia recayó desde finales del siglo I e.c. en la estirpe de Hillel el Viejo, que era del linaje de David. Uno de sus descendientes, Gamaliel II, fue nombrado por los romanos hacia el año 80 Patriarcha Judaeorum, cargo de autoridad más política que religiosa. La institución fue abolida por el emperador Teodosio II al morir Gamaliel VI en el año 425. Por su parte, las numerosas comunidades judías de Babilonia estuvieron regidas hasta el siglo III e.c. por el exilarca o Resh Galuta’, de ascendencia davídica. A partir del siglo III e.c. emergió el liderazgo moral de los gaones, presidentes de las academias rabínicas de Sura y Pumbedita. El exilarcado fue suspendido por los sasánidas a mediados del siglo VI y restaurado en el VII por los árabes, que lo eliminaron tras encarcelar y dar muerte en 1140 a Ezequías, quien era a la vez gaón de Pumbedita.
Las bases de la enseñanza y del aprendizaje en época antigua eran la lectura y la repetición de los textos en voz alta (qeri’ah y mishnah). Como la Ley Oral no podía ponerse por escrito, se requería que personas fiables garantizasen la transmisión de los textos. Fueron los tannaítas, discípulos de los rabinos que tenían facilidad para memorizar y repetir. Pero llegó un momento en que se vio la necesidad de escribir la tradición oral para mantener la unidad y preservar la identidad religiosa del pueblo. El responsable de ello fue Yehudah ha-Nasí’, a quien se debe la compilación de la Mishnah a finales del siglo II. Ésta es el corpus legal religioso judío formado en la tradición hasta el año 200 e.c. Está dividida en seis partes u órdenes (sedarim), a las que pertenecen sesenta y tres tratados (massekhtot), que suelen ir por orden decreciente de extensión en capítulos (peraqim). Cada capítulo contiene el material que se analizaba o discutía en un día. La Mishnah se cita de modo muy parecido a la de la Biblia, indicando el tratado, el capítulo y la mishnah (frase o norma) concreta. Su contenido se resume en esta tabla:
Una segunda compilación, la Tosefta’, contiene los añadidos o complementos a la Mishnah. Su lengua, estructura, orden y contenido se corresponden con los de ésta, aunque es cuatro veces más extensa, su estilo menos conciso, le faltan los tratados ’Abot, Tamid, Middot y Qinnim, y tiene dividido en tres partes el tratado Kelim.
El Talmud es el conjunto de la doctrina tradicional judía elaborada por los amoraítas mediante la exégesis de la Mishnah y su confrontación con la Biblia entre los años 200 y 500. Aunque la doctrina judía tradicional es homogénea, existen dos talmudes, el de Jerusalén y el de Babilonia. Este hecho se debe a que hubo academias rabínicas y maestros amoraítas tanto en Palestina como en Babilonia. Además, las diferencias existentes entre ambos no afectan a puntos esenciales. Rechazado por los caraítas, enemigos de la tradición rabínica, y copiado en muchos manuscritos durante la Edad Media, el Talmud sirvió de base a la jurisprudencia rabínica. Al Talmud de Jerusalén le faltan los comentarios a todo el orden Qodashim, a los tratados ’Abot y ‘Eduyyot y a parte de los tratados Shabbat y Makkot. Se cita habitualmente indicando el capítulo, la mishnah, la hoja y la columna (a / b / c / d). Por su parte, el Talmud de Babilonia incluye el comentario a casi todos los tratados de los cuatro órdenes intermedios de la Mishnah (Mo‘ed, Nashim, Neziqín y Qodashim) y al tratado Niddah del orden Tohorot, es decir, a 36 de los 63 tratados. Faltan todo el primer orden (Zera‘im), salvo el tratado Berakhot; y los tratados ’Abot, ‘Eduyyot, Sheqalim, Middot y Qinnim. Sus características principales son la incorporación de materiales que no guardan relación con la Mishnah, y el aroma enciclopédico que le confiere su mayor extensión. Se cita habitualmente indicando el número de la hoja y si se trata del anverso (a) o del reverso (b). Se impuso en las comunidades judías a partir del siglo VIII.
Los midrashim son obras de exégesis realizadas siguiendo básicamente el método lógico-analítico del derash y el alegórico del rémez. Cada pasaje comienza con un lema que cita una o más palabras del versículo bíblico objeto de comentario; después sigue la interpretación. Raras veces se sigue un orden diferente al que tienen los versículos en el texto bíblico. Los principales midrashim son la Mekhilta’ de Rabbí Ismael sobre el Éxodo, Sifra’ sobre el Levítico, Sifre a Números, Sifre a Deuteronomio; la serie Rabbah; el Midrash Tehillim a los Salmos; a Pesiqta’ de Rab Kahana’; la Pesiqta’ Rabbatí; el Midrash Tanhuma’; la Megillat Ta‘anit; el Séder ‘Olam; y los Pirqé de Rabbí Eliézer.
En cuanto a la plegaria, a la que dedicaré uno de los apéndices, ha de hacerse con kawwanah (intención y atención) por la tarde (ma‘arib o ‘arabit), por la mañana (shaharit), y a media tarde (minhah). Tiene como núcleo la ‘amidah, así llamada porque se reza de pie, o shemoneh ‘esreh, pues que incluye 18 bendiciones y una maldición. La oración comunitaria (tefillat ha-tsibbur) es más valiosa que la privada, pero requiere minyán, quórum litúrgico de diez varones adultos o de siete varones adultos y tres niños. Suele estar dirigida por el hazzán (cantor / capellán), que se ocupa de todo lo relacionado con el culto sinagogal. El orante ha de proceder con modestia (tseni‘ut), ponerse las filacterias (tefillín) y el manto de la plegaria (tallit) y tener la cabeza cubierta con un sombrero, ese manto o un solideo (kippah).
BLOQUE I
LA INFANCIA DE JESÚS
La infancia es una etapa de la vida fundamental porque el individuo va forjando su carácter, desarrollando su personalidad y empezando a conocer y a desenvolverse en la realidad que lo rodea. Durante la niñez es decisiva la aportación de los padres, que transmiten a sus hijos sus valores y su fe, y les educan fundamentalmente con su amor y su experiencia. Los escasos datos que conocemos de la infancia de Jesús informan más bien de la disposición vital de José y de María, por lo que ilustran de manera muy adecuada el sustrato de creencias y comportamientos del que se nutrió el Salvador.
Al igual que sucede en narraciones sobre su vida adulta, en los escasos pasajes de los Evangelios que se ocupan de la infancia de Jesús hay un importante sustrato judío que cada vez pasa menos desapercibido al cristiano medio, en buena medida gracias al libro de Benedicto XVI La infancia de Jesús (2012). Trataré de sacarlo a la luz en cuatro capítulos: uno dedicado a María, otro dedicado a José, otro al nacimiento y primeros años de la vida de Jesús y un cuarto dedicado a su pérdida y hallazgo en el Templo de Jerusalén.
Este bloque va dedicado con amor filial, emoción y respeto reverencial a mis padres, María y Pedro, que en paz descansen. Ellos nos educaron en la fe y se entregaron a sus cuatro hijos olvidándose de sí mismos. Que el Todopoderoso les premie con largueza. Lo mismo pido y deseo para mis demás familiares difuntos.
CAPÍTULO 1
LA MADRE DE JESÚS
Resulta imposible conocer a Jesús sin conocer a su madre, la Virgen María, pues entre madre e hijo existe una estrechísima unión psicológica. De ella decía el doctor Marañón (1887-1960): No es posible iniciar la biografía del hombre en el punto, biológicamente accidental, de su nacimiento […] Si la convivencia intima de unos meses con otro ser humano cualquiera que este sea, deja en nosotros huellas que no se pueden borrar jamás, aun cuando nuestra conciencia lo olvide […] pensemos de qué calidad y de qué hondura serán los surcos que graba en nuestra anatomía y en nuestra alma la intimidad religiosa y ferviente con nuestra madre durante el tiempo en que vivimos de la propia sangre suya y en la que la más tenue de sus emociones se propaga a nuestro corazón
. Aunque su ascendencia no figura en los evangelios canónicos, el Pseudoevangelio de Mateo I, 1-2 afirma que tanto Joaquín como Ana, padres de María, eran de estirpe davídica, y en el Libro sobre la Natividad de María I, 1 se lee: La bienaventurada y gloriosa siempre virgen María descendía de estirpe regia y pertenecía a la familia de David ... Era nazaretana por parte de su padre y betlemita por la de su madre. Por su parte, San Agustín también afirma su parentesco con las estirpes davídica y sacerdotal: ¡Cuánto menos debemos dudar de que María misma tuvo algún parentesco con la estirpe de David! Tampoco Lucas calla la estirpe sacerdotal de dicha mujer al insinuar que era pariente de Isabel, de la que afirma que era de las hijas de Aarón
(Concordancia de los Evangelistas II, 2). Por necesidad y por devoción, la Santísima Virgen ha de protagonizar el primer capítulo de esta obra, en el que me ocuparé fundamentalmente de la Anunciación. Este hecho, narrado solamente por Lucas (1, 26-38), origina uno de los pasajes evangélicos más hermosos y entrañables. Parte de su inagotable riqueza ya ha sido expuesta de manera sin igual por los comentaristas y exégetas a lo largo los siglos. Pero, como quiera que el adagio mariológico declara de Maria nunquam satis
(de María nunca se dice lo bastante), me voy a permitir aportar mi pequeña contribución. Empezaré por dedicar un apartado a los ángeles, seguiré con la situación personal de María en aquel momento, pasaré luego a las concomitancias que existen entre la Anunciación de Gabriel a María y la aparición del Ángel del Señor a Gedeón (Jueces 6, 11-25), continuaré con el matrimonio de María y terminaré con un apartado sobre la cronología del episodio.
1.- LOS ÁNGELES EN LA TRADICIÓN JUDÍA
La presencia de ángeles no constituye una rareza en la Biblia, pero conviene hacer una importante precisión: cuando en los textos más antiguos aparecen las expresiones Ángel del Señor (Génesis 16, 7; 22, 11; Éxodo 3, 2; Jueces 2, 1; passim) o Ángel de Dios (Génesis 21, 17; 31, 11; Éxodo 14, 19; Números 22, 31; Jueces 13, 6-20; passim), por lo general la referencia es a Dios mismo que se dirige a los humanos en situaciones extremas, como a Agar que huye con Ismael por el desierto, a Abraham dispuesto a sacrificar a Isaac, a Balaam para disuadirle de maldecir a Israel o al estéril Manoah para anunciarle el nacimiento de su hijo Sansón. A veces parece que los propios textos vacilan. Es el caso, por ejemplo, del misterioso ser que lucha contra Jacob, llamado ’Elohim (Dios) en Génesis 32, 24-31 y Mal’akh en Oseas 12, 5. No obstante, en algún pasaje la expresión se aplica al ejecutor de las sentencias divinas, como en Éxodo 12, 23 al encargado de exterminar a los primogénitos de Egipto. Para el propósito de este capítulo interesan algunos textos en que los términos ángel (mal’akh) o querubín (kerub) designan inequívocamente a un espíritu superior que se relaciona de un modo u otro con los seres humanos; menor importancia tiene para este escrito la mención de otros grupos de ángeles como los sherafim (serafines) que custodian el trono de Dios en Isaías 6, 2 y 6, 6; de los bené ’elohim o bené ’elim (hijos de dioses = seres divinos citados en Génesis 6, 2 y Job 1, 6), o de los qedoshim (santos, nombrados en Salmos 89, 8 y Job 5, 1). En los siguientes pasajes del Antiguo Testamento aparecen mal’akhim o kerubim:
- Tras la caída de Adán y Eva, unos querubines de espada flamígera hacen guardia en el camino del Árbol de la Vida (Génesis 3, 24).
- En su huida de Esaú hacia Mesopotamia, Jacob sueña con una escala por la que suben y bajan los ángeles de Dios (Génesis 28, 12).
- Elías es despertado, confortado y aprovisionado por un ángel (I Reyes 19, 5).
- Los jóvenes Sadrak (Ananías), Meshak (Azarías) y Abed Nego (Misael) son liberados del horno de fuego milagrosamente por un ángel de Dios (Daniel 3, 25-28).
- Gabriel se le aparece con forma humana a Daniel (8, 15-16 y 9, 21).
- Un ángel guía al profeta Zacarías en sus visiones (Zacarías 1, 9; 2, 2; passim).
En el Nuevo Testamento tampoco faltan las apariciones de los ángeles:
- A José en sueños para animarle a acoger a María y para apremiarle a que huya con ella y con el niño Jesús a Egipto (Mateo 1, 20; 2, 13-19).
- A Zacarías para profetizarle el nacimiento de su hijo Juan Bautista (Lucas 1, 11-20).
- A María en la Anunciación (1, 26-38).
- A los pastores de Belén para comunicarles el nacimiento de Jesús (Lucas 2, 9-14).
- A Jesús tras las tentaciones del desierto (Mateo 4, 11); en la transfiguración (Mateo 17, 3 y Lucas 9, 30-31); y en su agonía de Getsemaní (Lucas 22, 43).
- A las santas mujeres en la tumba de Jesús para transmitirles el gozo de su resurrección (Mateo 28, 2-5; Marcos 16, 5-7; Lucas 24, 23; Juan 20, 12).
- A los Apóstoles en la Ascensión (Hechos 1, 10-11).
- A Pedro y Juan en la prisión (Hechos 5, 19).
- Al diácono Felipe en su camino a Samaria (Hechos 8, 26).
- Al centurión Cornelio en un sueño (Hechos 10, 3-32).
- A Pedro en la cárcel (Hechos 12, 7-11).
- A Pablo camino de Damasco (Hechos 27, 23).
- A Juan en la isla de Patmos (Apocalipsis 1, 1; 5, 2; passim)
La angelología judía se desarrolló durante la época intertestamentaria y es conocida sobre todo gracias a la literatura apócrifa. Tiene influencias sirocananeas y persas. También Jesús se refiere a los ángeles de Dios en Mateo 18, 10; Marcos 8, 38; Juan 1, 51; passim. En el Antiguo Testamento judío sólo aparecen nombrados Miguel y Gabriel, mientras que en el deuterocanónico libro de Tobías se menciona reiteradas veces a Rafael, el cual afirma ser uno de los siete ángeles que asisten y entran ante la gloria del Señor (Tobías 12, 15). Los nombres de los seis restantes, algunos de los cuales se conocen por otros libros apócrifos, son: Uriel, caudillo de la hueste celestial y guardián del she’ol; Gabriel, guardián del paraíso; Miguel, guardián de Israel; Raguel, Sariel y Jeremiel. En el Henoc Hebreo 14-17 varían los nombres: Miguel, Gabriel, Shatqiel, Shajaquiel, Barakhiel, Badariel y Pajdiel. De Gabriel dice que es el ángel del fuego, el príncipe del ejército y el encargado del sexto cielo. Estos siete ángeles están cerca de Dios y son elegidos para cumplir tareas de trascendencia. El Libro Primero de Henoc incluye a tres de ellos en otro grupo de cuatro ángeles especiales, llamados Ángeles de la Presencia (Mal’akhé ha-Panim): Miguel, Gabriel, Rafael y Panuel, que ejecutaron el castigo dado por Dios los ángeles rebeldes que se unieron a las hijas de los hombres (vid. Génesis 6, 1-4). En el Testamento Hebreo de Neftalí aparece otro grupo de 60 ángeles que son los protectores de los 70 pueblos de la tierra, y reciben el nombre de Ángeles del Servicio (Mal’akhé ha-Sháret). En I Henoc 100 se menciona también a los ángeles guardianes, cuya principal función es supervisar las acciones de los hombres buenos. Algunos los identifican con los `irín (observadores) de Daniel 4, 10 y 14, 20. El Libro de los Jubileos II, 2 señala que los ángeles fueron creados el primer día, y ofrece una detallada división: En el primer día creó el cielo superior, la tierra, las aguas, todos los espíritus que ante Él sirven, los ángeles de la faz, los ángeles santos, los del viento de fuego, los ángeles de la atmósfera respirable, los ángeles del viento de niebla, de tiniebla, de granizo, de nieve y escarcha, los ángeles del trueno y los relámpagos, los ángeles de los vientos de hielo y calor, de invierno, primavera, verano y otoño. Por contra, en los Pirqé de Rabbí Eliézer IV, 1 se retrasa su creación hasta el segundo: El segundo día, el Santo, ¡bendito sea! creó el firmamento y los ángeles.
En el Nuevo Testamento se nombra a Gabriel en Lucas 1, 19. El propio ángel se identifica ante el incrédulo Zacarías diciéndole: Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios, y he sido enviado a hablarte y darte esta buena noticia
. Miguel es mencionado en dos pasajes: Judas 1, 9 (El mismo arcángel Miguel, cuando luchaba con el demonio disputándole el cuerpo de Moisés, no se atrevió a echarle una maldición, sino que dijo: Que el Señor te reprenda
) y Apocalipsis 12, 7 (Se entabló un combate en el cielo: Miguel y sus ángeles luchando contra el dragón).
El Talmud de Babilonia también se refiere a Gabriel. Entre otras cosas dice que:
- Junto con Miguel y Rafael iba con la misión divina de destruir Sodoma y Gomorra: Tres que iban andando por el camino, el señor en el medio, el grande a su derecha y el pequeño a su izquierda. Y así encontramos en los tres Ángeles del servicio que se llegaron a Abraham: Miguel en el medio, Gabriel a su derecha y Rafael a su izquierda (Yoma’ 37a) Así se sorteaban las dificultades exegéticas planteadas por el conflictivo pasaje de la aparición de Dios a Abraham en el encinar de Mambré;
- Ayudó a Tamar a seducir a Judá: Después de que se hallaran sus prendas, vino Samael y las alejó, vino Gabriel y las acercó (Sotah 10b sobre Génesis 38, 6-26);
- Enseñó