Diez Años
Por J.C. Birena
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Un profesor de matemáticas.
Diez años de diferencia.
¿Vas a perdértelo?
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Diez Años - J.C. Birena
Diez años
Diez años
J. C. Birena
Diez años
J. C. Birena
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© J. C. Birena, 2020
Diseño de la cubierta: Julián Miranda Sieiro (La Libreta de Mr. Julius)
Imagen de la cubierta: Julián Miranda Sieiro (La Libreta de Mr. Julius)
www.universode letras.com
Primera edición: 2020
ISBN: 9788418034473
ISBN eBook: 9788418035845
A mi m.r. que siempre me apoyó y creyó en mí
J. C. Birena
CAPÍTULO 1
—Vaya, vaya, si es la puta de la discoteca…
—Cállate, imbécil.
Ya estaba otra vez. Ese tío, del que ni el nombre sabía, no paraba de provocarme cada vez que nos encontrábamos por los pasillos de la Universidad. De casualidad, un día coincidimos en una fiesta de Vigo. Yo iba con mis amigas y, la verdad sea dicha, estaba un poco contenta de más, bastante. Bailé y bailé y del dolor tuve que quitarme los zapatos
No recuerdo qué hice con ellos, por eso volví descalza a casa. Estábamos en el reservado de la discoteca y un grupo de chicos no paraban de mirarnos. Me di cuenta y empecé a moverme cada vez más. Notaba sus ojos clavados en mi cadera, viendo cómo me contoneaba con mayor rapidez y sensualidad. No sé muy bien cómo acabé hablando con ellos. De repente, uno me entró y me lancé a sus brazos besándolo como una loca. Nos fuimos al baño, necesitaba sentirlo entre mis piernas. Pero él no me supo a nada, y acabé haciéndolo con todos sus amigos.
Al día siguiente no recordaba casi nada. Desde entonces, el imbécil y sus amigotes, no paraban de decirme aquello.
—Bueno, bueno —dijo pegado a mí—. ¿Cuándo volvemos a vernos, preciosa? Quiero volver a verte gozar como una perra.
—Nunca, cerdo de mierda —respondí yo separándome de él y saliendo fuera del edificio.
Cuando estaba llegando a la altura de la parada del autobús, su mano me agarró el brazo izquierdo, obligándome a girarme.
—¿Qué quieres ahora, pesado? —era ese chico otra vez.
—A mí nadie me llama cerdo de mierda, ¡puta! —gritó mirándome con cara de perro rabioso—. Y ahora vas a decirme cuándo nos vamos a volver a ver si no quieres que…
—¿Qué está pasando aquí?
—¿Y tú quién cojones eres?
—Soy profesor de la Universidad —respondió Jorge firme—. Suéltala ahora mismo si no quieres que hable con el decano.
Me soltó bruscamente, provocándome un intenso dolor en el codo.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó.
No fui capaz de responderle. El miedo que había sentido a que ese animal me hiciera algo se entrecruzaba con el dolor. Mis lágrimas brotaron sin previo aviso mientras me sujetaba con cuidado el codo dolorido.
—Ven conmigo, iremos allí mejor —dijo cogiéndome por los hombros.
Me llevó a un sitio más discreto, bajo un árbol en el que no nos veían. Me apoyé en el tronco. Su mano, con delicadeza, apartó un mechón de mi cara dejando al descubierto mis ojos llorosos.
—¿Estás mejor?
—Sí, gracias —le respondí incorporándome.
—¿Te puedo preguntar una cosa?
—Sí —dije agitándome el pelo y encendiéndome un cigarro.
—¿Ese chico es tu novio?
—No —le contesté dándole una calada al cigarro—. Yo no tengo novio. No debo valer para eso.
—Lo siento, no he querido ofenderte, yo…
—No tienes nada que sentir —le interrumpí exhalando el humo en su cara.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí, bueno, aún me molesta un poco.
—¿Me dejas verlo?
Le tendí mi brazo y él, con cuidado, me subió la manga hasta mi codo. No era nada grave, pero del dolor que me provocó cuando lo rozó con las yemas de sus dedos, no pude evitar una mueca de desagrado. Me pidió disculpas y volvió a colocarme el jersey.
—Deberías ir al hospital a que te viera un médico.
—No, no es nada, me tomaré una pastilla y me pondré un poco de hielo.
—Insisto.
—Está bien, iré.
Di otra calada al cigarro y lo tiré al suelo, pisándolo con la punta del zapato.
—Bueno, yo me voy ya. Gracias otra vez.
Llegando a la altura de la carretera, me llamó.
—Lisa.
—Dime.
—El bolso —dijo desde el árbol.
Regresé, lo cogí y de nuevo le di las gracias. Me iba a despedir, pero me detuvo de nuevo.
—Espera por favor.
—¿Qué pasó?
—Pues…
—Dímelo —le insté empezando a perder la paciencia.
Apagó el pitillo que había encendido y se acercó a mí. Mirándome a los ojos, acarició mi piel con suavidad, recorriendo mis mejillas y el contorno de mi cara. Pasó su mano derecha por detrás de mi nuca, un escalofrío recorrió mi espalda. Y, deslizando su otra mano detrás de mi cintura… me besó.
Fue muy corto, muy suave, muy dulce.
—Lo siento —dijo apartándose de mí—. No sé qué me ha pasado, yo…
—Cállate y vuelve a besarme.
Respondió sin rechistar.
Mi bolso acabó en el suelo mientras nos devorábamos con pasión.
Nuestros labios se juntaban y se separaban y nuestras lenguas jugaban entre ellas. Sus manos recorrían mi espalda, notaba como sus dedos se clavaban en ella.
Seguíamos besándonos. Nos necesitábamos. Nos ansiábamos. Nos deseábamos.
—¡Ay!
—¿Qué? ¿Qué te pasa?
—El codo…—dije apartándome un poco—. Todavía me duele. Es mejor que me vaya a casa.
Cogí mis cosas y me subí en el primer autobús que pasó. Sentada, recordé lo que había pasado. Aquel beso me había pillado desprevenida. Pero me había gustado, me había gustado mucho… Dios mío, qué cachonda me había puesto, ¡joder!
Necesitaba volver a besarlo, pero no sabía aún muy bien cómo iba a conseguirlo.
Los siguientes días de clase intentaba descifrar lo que pasaba por su cabeza. Cada vez que me miraba se sonrojaba. Al pasar por las mesas para corregir nuestros ejercicios de matemáticas, temblaba solo con llegar a mi fila. Y, una vez a mi lado, nuestros cuerpos se volvían electricidad.
Casi todas las noches me dormía soñando con él. Necesitaba volver a besarlo.
CAPÍTULO 2
Estaba cansada de sus evasivas. Me rehuía constantemente y no podía aguantarlo más, así que ese día me vestí de una forma especial, me maquillé y me fui a clase.
Teníamos matemáticas a tercera hora y los minutos no pasaban para mí. ¿Por qué iría tan lento aquel dichoso reloj?
Mis tacones resonaban en el aula y los dos profesores anteriores me pidieron que dejase de hacer