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Derribado, pero no destruido: Encuentre el propósito, la pasión y el poder de mantenerse firme cuando su mundo se viene abajo
Derribado, pero no destruido: Encuentre el propósito, la pasión y el poder de mantenerse firme cuando su mundo se viene abajo
Derribado, pero no destruido: Encuentre el propósito, la pasión y el poder de mantenerse firme cuando su mundo se viene abajo
Libro electrónico209 páginas2 horas

Derribado, pero no destruido: Encuentre el propósito, la pasión y el poder de mantenerse firme cuando su mundo se viene abajo

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Información de este libro electrónico

 Muchos luchan con sentirse incapaces o con sentirse que carecen recursos y oportunidades para alcanzar el éxito. Otros enfocan su atención en desarrollar sus virtudes, no obstante, están plagados con áreas secretas de debilidad. No importa quien sea, cuanto tenga o carezca, fuimos creados a la imagen del magnífico Dios y nada en nuestra vida debe ser mediocre.

En las páginas de este libro, los lectores verán lo que sucede cuando entran de nuevo en contacto con su Creador. Descubrirán la genuina y extraordinaria persona que fue creada por Dios, no lo que el mundo ha tratado de hacerles pensar que son. Esto hará que los lectores se reconecten con sus familiares, su fe, finanzas y salud física, y les dará esperanza para el futuro. No hay límite para la vida que se vive firmemente arraigada en el poder del Creador del cielo y la Tierra. Cuando los lectores se dan cuenta de quien es Dios y cuanto desea bendecirlos, en ese momento su grandeza comienza a brillar a través de ellos.   

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 feb 2012
ISBN9781616381035
Derribado, pero no destruido: Encuentre el propósito, la pasión y el poder de mantenerse firme cuando su mundo se viene abajo

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    Derribado, pero no destruido - Matthew Hagee

    1

    RECONÉCTESE CON SU

    DISEÑO ORIGINAL

    No se preocupe. No somos cristianos.

    Mi hermana Christina y yo nos llevamos menos de dieciocho meses. Debido a esa cercanía siempre tuvimos una relación muy íntima, en todas las etapas de la vida. Cuando Tina, como la llamé siempre, comenzó a asistir al jardín de infantes, me molestaba no poder ir con ella. Un año más tarde, en mi primer día de clases, me acompañó por el pasillo hasta mi salón, me presentó a la maestra y se encargó de informarles a todos que si yo la necesitaba, la encontrarían del otro lado del pasillo. Y así fue siempre, hasta el día en que nos graduamos de la universidad, en que subimos casi juntos a recibir nuestros diplomas, con apenas unos segundos de diferencia, mientras mi padre pronunciaba el discurso de graduación.

    Recuerdo un día en que estábamos en el jardín de infantes. La Iglesia Cornerstone era muy joven aún y ese día en particular, hubo algo que estremeció a cada una de las personas relacionadas con ella. Fue por una llamada que recibieron mis padres una noche, muy tarde. Era para informar que la familia Medina iba viajando en auto a su casa cuando un conductor ebrio chocó de frente con ellos. Todos estaban en el hospital luchando por sus vidas.

    Mamá y papá corrieron al hospital a ver qué podía hacerse por Richard, Helen y Meredith (la mayor de los hijos de los Medina, de la misma edad que Christina y yo). Al llegar a la sala de emergencias, el cirujano habló con ellos. No hizo falta que dijera mucho ya que su bata estaba manchada de sangre. Unos días más tarde, nuestra joven iglesia fue sede de tres de los funerales más difíciles para mi padre, aun con su ministerio de cincuenta años.

    Tina y yo no fuimos. Teníamos cuatro y tres años y sencillamente, éramos demasiado pequeñitos como para entender qué había sucedido con nuestra compañerita de juegos, y por qué no podríamos volver a verla. El domingo siguiente a los funerales, mientras volvíamos a casa desde la iglesia, Christina comenzó a interrogar a papá acerca de dónde estaba su amiga Meredith Medina y cuándo volvería.

    —Papi, ¿dónde está Meredith?

    Ninguna de las lecciones y conferencias que mi padre había oído en el seminario, ni ninguno de los muchos cursos que había tomado para conseguir sus tres diplomas, enseñaban a hablar con un niño acerca de la muerte.

    —Bueno, amorcito. Está en el cielo con Jesús —respondió.

    —Papito, ¿cuándo volverá?

    —Cariño, ella no va a volver.

    Fue esa noticia lo que hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas a Tina.

    —Pero, ¿por qué? Yo quiero jugar con ella.

    Papá siempre fue de los que van directo al grano.

    —Amor, Meredith tuvo un accidente y murió, pero está con Jesús y, como somos cristianos y creemos en Él, volveremos a verla a ella y a sus padres cuando nos toque a nosotros irnos con Cristo.

    Por mucho que se esforzara en decirlo de manera suave y dulce, parece que el mensaje no satisfizo a mi hermana. Con su mente de cuatro años, dejó de preocuparse por Meredith y comenzó a conciliarse con la idea de que algún día iría donde estaba ella debido a que era cristiana. En ese momento, la conversación se hizo un tanto más intensa.

    —Pero papá, ¡yo no quiero ir al cielo con Jesús! Quiero quedarme aquí, contigo y con mamá.

    Los domingos suelen ser días con desafíos para cualquier pastor. Aunque ese, fue uno imprevisto, casi imposible de resolver.

    Fue entonces que decidí que, a pesar de mis tres años, podría ayudar a papá. Me era obvio que mi hermana necesitaba que la reconfortaran en cuanto a su propia mortalidad, y que su miedo había despertado a causa de la noticia de que como somos cristianos, no siempre viviremos aquí en la tierra. Así que decidí que lo mejor sería decirle:

    —No te preocupes, Tina. Nosotros no somos cristianos como papá. Somos mejicanos, como mamá, ¡y los mejicanos nunca mueren!

    Tina dejó de llorar al instante, dejando de gimotear. Con voz tranquila y satisfecha, rodeó mi cuello con su bracito y me dijo: Gracias, y seguimos camino a casa muy felices, sabiendo que estábamos a salvo por toda la eternidad.

    El punto es que aun cuando la información que le di a mi hermana era completamente inexacta, como se lo dije con tanta confianza, y le dije precisamente lo que ella quería oír, quedó satisfecha y contenta.

    Lo mismo puede decirse de quienes hoy buscan respuestas a sus vidas. No importa cuál sea la verdad, siempre y cuando pueda decirme lo que quiero oír, en el momento en que lo quiero oír, y de manera que me cause placer. Entonces, ¡todo estará bien! El problema es que cuando uno está dispuesto a aceptar la respuesta que quiere, en lugar de la verdad, solo estará postergando la realidad que prefiere ignorar. ¡Sería mucho mejor enfrentar la cuestión con toda franqueza y hacer el cambio que haya que hacer!


    CONFRONTE A SU VERDADERO YO


    ¿Quién es usted? No hablo del usted que trabaja de nueve a cinco, ni del deportista radical de los fines de semana, o el graduado con honores del ’96. Hablo de usted. Del usted de verdad. Mucha gente encuentra su identidad en el lugar equivocado y creo que hay una buena razón.

    Vivimos en una cultura a la que le encantan las controversias. Vivimos para los prolongados debates públicos sobre lo que sea que hay bajo el sol. Si no lo cree, solo plántese con firmeza, no importa de qué lado sea en cualquier discusión, y encontrará que del otro lado hay alguien que se mantiene igual de firme y con la misma pasión.

    La controversia es la que manda en las posiciones de audiencia de los noticieros nocturnos, es la que vende libros y entradas de cine. Es la que mantiene viva a la radio y hace que uno espíe los títulos lujuriosos de las revistas mientras hace la fila en la caja del supermercado. No hay un área de nuestras vidas que no esté inmersa en la controversia.

    La controversia sobre la creación elimina

    nuestra identidad como criaturas de

    Dios, hechas maravillosamente a su

    gloriosa imagen.

    Hay controversia política, controversia económica, controversia social, controversia religiosa, controversia educativa, gran controversia y pequeña controversia, por cosas realmente triviales. Sin embargo, la que más nos ha costado es la que se robó la identidad de una generación entera: la controversia acerca de la creación.

    ¿Quiere saber por qué tambaleamos como sociedad? La respuesta, simple, es que hemos olvidado quiénes somos, y para qué hemos sido diseñados, cuál es nuestro designio. Hemos perdido contacto con todo lo que nos mantenía arraigados, plantados con firmeza. Ya no tenemos esa sensación de certeza acerca de quiénes somos y por qué estamos aquí. Hemos levantado un debate controversial sobre el origen del mundo y sobre cómo comenzó la vida en el génesis de los tiempos. A expensas de nuestra confianza en nosotros mismos, hemos convertido la verdad en una discusión, en vez de aceptarla.

    En cuanto al tema de la creación, el debate se ha esparcido como incendio, desde las aulas a los tribunales, del púlpito a la Oficina Oval, de ida y de vuelta. Ya hemos oído tantas cosas sobre este tema que muchos prefieren asumir la posición de: ¿Y a quién le importa de veras? o ¿Qué diferencia hay?.

    Aquí está la diferencia y el peligro de este debate, y la razón por la que debiera importarnos de veras. Lo que está en juego en esta controversia no es la opinión de los conservadores o de los liberales en cuanto a temas menores como los subsidios económicos o los programas financiados con nuestros impuestos. Aquí, no estamos trazando líneas entre los estados republicanos y los demócratas. La posición que adopte usted en cuanto a esta cuestión determina quién es usted y la manera en que se ve como persona.

    La controversia de la creación nos ha costado muchísimo, quiera uno admitirlo o no. Hemos reducido los seis días más magnificentes del mundo a una discusión y nada más. El impacto es, claramente, innegable: se ha cambiado la perspectiva del mundo sobre la Grandeza que nos creó, sobre la Roca inconmovible que es modelo de lo que somos. La generación que olvida de dónde ha venido, no sabrá hacia dónde mirar cuando haya perdido el rumbo.

    Si lee usted el relato de la creación, descubrirá que desde el primer capítulo de la Biblia, todo se centra en usted. El sol no es una bola de gas suspendida en el espacio. Está allí para que podamos tener luz durante el día. La luna es más que una pista de aterrizaje para naves espaciales. Dios la diseñó para que la veamos y cada noche sepamos cuánto nos ama. Es más, el autor del octavo salmo nota todas las maravillas que hay en el firmamento, y habla de ellas en relación consigo mismo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria? (Salmos 8:4). Es como si dijera: Señor, ¿qué fue lo que hizo que pensaras tanto en mí como para esforzarte tanto, haciendo todo esto?.

    Y no solo los cielos fueron creados para usted. La tierra nos fue regalada, para que andemos y vivamos en ella; y se nos dio agua, precioso recurso para todo ser viviente. Si reducimos al sol a la explicación científica de que es una bola de fuego cósmico, y consideramos a la Tierra un subproducto de algún Big Bang, entonces al despertar por las mañanas no tendremos razón ni motivación para decir gracias por la luz del sol, y olvidaremos dar al Todopoderoso el reconocimiento que tan ricamente merece, por todo lo que nos da en el transcurso de solo una semana.

    Los cielos y la tierra no son lo único que aparece devaluado a causa de esta controversia. Usted y yo también sufrimos sus efectos. La controversia de la creación elimina nuestra identidad como criaturas de Dios, hechas maravillosamente a su gloriosa imagen. Ahora, somos nada más ni nada menos lo mismo que todas las otras cosas que ocupan su lugar en este planeta. Estamos aquí hoy, tal vez por azar, y quizá ya no estemos mañana.


    ¿CÓMO LLEGÓ USTED AQUÍ?


    La creación es más que una controversia. Es el fundamento de su vida. Hemos sido creados a partir de algo. Cuando leemos el relato de la creación en Génesis, observamos un patrón: todo lo que Dios creó, desde los cuerpos celestes hasta el último detalle de la Tierra, fue convocado a partir de algo. Dios llamó a la luz a partir de las tinieblas. Llamó a la tierra a partir del agua. Llamó a los peces a partir del océano, a los animales a partir del polvo del suelo y a las plantas a partir de la tierra. Todas esas cosas tienen una relación de dependencia con su origen. Usted no puede escapar a esa verdad. Todo tiene un origen. Nada es independiente de por sí.

    Por ejemplo, el pez depende del agua para sobrevivir. Las plantas tienen que permanecer en contacto con el suelo para poder crecer. Un animal creado y diseñado para vivir y respirar en la tierra se ahogará si lo obligamos a vivir bajo el agua, porque no fue creado para eso. ¿Por qué? Porque la tierra y el agua son el origen fundacional de los animales, las plantas y los peces.

    La generación que olvida de dónde

    ha venido, no sabrá hacia dónde mirar

    cuando haya perdido el rumbo.

    Querido lector, su origen no es otro que Dios. Hemos sido creados para permanecer en contacto con Él. Antes de terminar con su obra en Génesis, Dios creó algo diferente a todo lo que existía, algo superior a los animales, por debajo de los ángeles, un ser con capacidad para diseñar, construir, crear, subyugar y dominar. Es usted la obra maestra de Dios y Él no quiso usar cualquier material para crearle. Cuando lo hizo, Dios eligió lo mejor de todo. Para usted, el cielo, la tierra y el mar no eran orígenes adecuados. Así que cuando Dios eligió el origen de los seres humanos, habló de sí mismo y dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza (Génesis 1:26), y el hombre entonces fue un ser vivo.

    Usted no es un accidente. La materia prima para crear lo que es usted, es la sustancia misma del Todopoderoso por ello, usted al igual que todas las otras cosas creadas, no podrá sobrevivir o funcionar si se apartan de su origen fundacional.

    Si uno saca al pez del agua o a la planta del suelo, ambos perderán su identidad. Dejarán de existir de la forma en que fueron creados. El pez tal vez se convierta en su cena y la planta en la ensalada. Pero ya no estarán creciendo ni produciendo.

    Lo mismo vale para usted y para mí. Si nos sacan de nuestro origen, que es Dios Todopoderoso, dejamos de crecer y producir. Ah, claro que nos convertiremos en otra cosa. Pero habremos perdido nuestra verdadera identidad.

    La solución yace en ignorar la controversia y reconectarnos con nuestro origen. Deje ya de verse como le ve el mundo y empiece a ver lo que ve Dios: Su gloria, exhibida. Niéguese a dejar que el debate y el palabrerío de quienes son inferiores le distraigan de la verdad: es usted la obra maestra, hecha a mano, del Dios todopoderoso.

    Usted no es un accidente. La materia

    prima para crearlo es la sustancia

    misma del Todopoderoso, y por ello,

    usted al igual que todas las otras cosas

    creadas, no podrá sobrevivir ni funcionar

    si se apartan de su origen fundacional.

    Lo que hay en Dios también puede encontrarse en usted, pero solo cuando esté conectado adecuadamente con su origen. Puesto que Dios es grande, también usted puede serlo. Dado que Dios es amor, amará usted al prójimo y se amará también como debe amarse. Puesto que Él es todopoderoso, puede usted vivir sin limitaciones. Dado que Dios es inconmovible, usted puede soportar las cosas más difíciles y no temer a la destrucción.

    Recordar su origen será el primer gran paso para sobrevivir a los tiempos difíciles, ya que hacerlo responde a quién es usted, y le dirá todo lo que puede llegar a ser.

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