Ensamblajes y piezas sueltas: La experiencia de un análisis: testimonios y otros textos
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Ensamblajes y piezas sueltas - Santiago Castellanos
Ensamblajes y piezas sueltas
Ensamblajes y piezas sueltas
La experiencia de un análisis: testimonios y otros textos
Santiago Castellanos
Índice de contenido
Portadilla
Legales
Prólogo, Silvia Salman
Primer testimonioMe he buscado la vida
La interpretación y el acto analítico
Un toque de locura
Clínica y ética del bien decir
¿Qué pasa en el pase?
La función del AE y la huella del sinthome
Crisis, ¿qué dicen los psicoanalistas?
De mujeres y segregaciones
La acción lacaniana de la Escuela en lo social
El cuerpo, el dolor y la subjetividad
Teoría y clínica del pase
© Grama ediciones, 2019.
Manuel Ugarte 2548 4to B
(1428) Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Tel.: 4781-5034 • grama@gramaediciones.com.ar
http://www.gramaediciones.com.ar
© Santiago Castellanos, 2019.
Diseño de tapa: Gustavo Macri
Digitalización: Proyecto451
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright
, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-987-8372-09-9
Agradecimientos
Los textos reunidos en este libro fueron escritos en los años 2013-2016, durante mis funciones como Analista de la Escuela y como presidente de la Esceula Lacaniana de Psicoanálisis (ELP). Durante esos años tuve la suerte de poder viajar, presentar mis testimonios de AE y conversar con muchos colegas de la ELP y de otros países. A todos ellos les agradezco su presencia y su escucha, su participación de una u otra manera, en esa aventura vital e intensa, de la que algo queda escrito.
Agradezco a Esperanza Molleda su aportación en la idea del diseño de la portada, los cuadrados negros
que ella dibujó mientras escuchaba mi primer testimonio en Madrid.
Prólogo
¿Por qué alguien que pasó por la experiencia de un análisis y alcanzó su final, puede querer ocupar el lugar del analista? Es la pregunta que J. Lacan se respondió con la fórmula: el analista no se autoriza más que de sí mismo, y es también la pregunta que impulsó la invención del dispositivo del pase en el seno de su propia Escuela para verificar que hay analista.
Santiago Castellanos también se ha dado sus respuestas, y este libro las reúne alrededor de un trabajo delicado e intenso sobre su experiencia en el pase, en la política de la Escuela y en la producción del discurso analítico más allá de lo ya conocido.
Los testimonios elegidos expresan la soltura que se obtiene cuando se ha podido alcanzar el final de un recorrido analítico. Explorar el programa de goce que a uno lo ha orientado toda la vida, leer lo que permanecía fijo en la escritura de este programa y desprenderse de esas ataduras que garantizaban una existencia, es la apuesta que Santiago hace pasar en su transmisión.
El lector podrá apreciar que analizarse es una invitación a decirse, y que este decir transcurre sobre una dimensión del relato de sí.
El analizante cuenta su vida de un modo que no está programado, solo regido por la asociación libre que el dispositivo analítico ofrece. Entonces, puede distinguir una serie de acontecimientos que son puntos de inflexión en su historia. Algunos de ellos implican giros que dieron vuelcos en su vida, otros permanecen opacos a la espera de alguna significación que tal vez nunca llegue.
Por ello podemos decir con Lacan, que un psicoanálisis se ocupa de las causas mínimas
que determinaron una manera de gozar, y que ellas constituyen el germen de la singularidad de cada quien. La neurosis infantil y la novela familiar harán lo suyo para velarlas, y la hystoria pondrá de su parte para enmarcarlas en una conjunción propia e inédita entre la ficción y lo real.
Esta fórmula lacaniana es una invitación a que el analista se ocupe de esas causas mínimas y no de las grandes cosas, es una invitación a que sepa que en las cosas mínimas yace el resorte de su acción, (1) ya que allí se enraíza el síntoma único que Lacan calificó como acontecimiento de cuerpo. Ellas son las piezas sueltas que nos encuentran al final del trayecto analítico.
Así lo expresa Santiago cuando se refiere al final de su experiencia analizante: Lo que queda es como una performance compuesta de varias escenas, significantes y marcas en el cuerpo que quedan como restos por fuera del sentido.
Por otra parte, el título del libro nos orienta acerca de lo que podemos obtener de una práctica lacaniana. Ensamblar
es empalmar, también es enlazar, operaciones que Lacan propone para definir la interpretación al final de su enseñanza. La disyunción cada vez más radical entre la representación y lo real que el psicoanálisis de la orientación lacaniana profundiza, nos interroga sobre cómo acceder a un trozo de discurso que contenga ese real.
J.-A. Miller se pregunta por esta relación entre las representaciones y lo real, y por la operación que permite pasar de un campo al otro. Para que esta operación sea posible propone distinguir entonces entre las representaciones del sujeto: ...una bien distinta, especial, que tendría la propiedad excepcional de determinar la confluencia de la representación y lo real
. (2)
Los finales de análisis nos enseñan los modos en que este enlace se produce. Así lo testimonian los AE (Analistas de la Escuela), cuando cada uno a su manera, nombra ese límite de la significación que permite apresar lo imposible de decir. En algunos casos se trata de un significante nuevo y extraño, aparte de todos los que están en el lugar del Otro y que por ello podemos indicar como suplementario. En otros casos es simplemente la ausencia de un significante para nombrar ese vacío de significación, la presencia real de esa ausencia.
En todo caso, aislar esa escritura mínima al final de una cura, es un modo de nombrar el producto de la operación analítica. Con ella, se pueden atrapar esos trozos de real que concentran lo vivo del cuerpo hablante, y que Santiago Castellanos ha sabido hacer pasar a la vida y a la comunidad analítica. Es lo que podrán leer en este libro que no es como los demás.
Silvia Salman
Abril 2019
1- Miller, J.-A., La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 175.
2- Miller, J.-A., El ser y el Uno, clase del 26 de enero de 2011. Inédito.
Primer testimonio
Me he buscado la vida
(*)
Se espera de un AE que cuente una hystoria (1) que transmita la experiencia de su análisis y la manera que encontró para considerarlo concluido y hacer el pase. Los dos pasadores me pidieron muchos detalles, no se conformaban con cualquier cosa, no solamente mostraron un gran interés acerca de la adquisición de un saber sobre la verdad de la experiencia, de cómo se llegó hasta ahí, sino también acerca del savoir y faire con los restos del final del análisis. Dicho de otro modo, cómo arreglárselas con los restos sintomáticos.
Lo que queda al final de mi experiencia analizante es como una performance, (2) compuesta de varias escenas, significantes y marcas en el cuerpo que quedan como restos por fuera del sentido. En esa performance podríamos encontrar las siguientes piezas:
Hay un niño pequeño de 4-5 años que juega con varias niñas, juegos sexuales infantiles que se repiten, y en uno de esos juegos experimenta una intensa excitación que no puede ser simbolizada, por su precocidad y la dificultad para darle algún sentido. El cuerpo queda marcado por un exceso de energía y la mirada como el objeto de goce privilegiado en su economía libidinal, que localiza algo de ese exceso, pero no todo.
Hay un niño de 8 años que mira a su padre caído en el suelo. Una extraña sensación recorre su cuerpo, un escalofrío, una perturbación que como un dolor
lo sacude. Marca y dolor que me acompañan todavía, aunque con menor intensidad.
Hay una madre que le dice a su hijo: Hay algo más, pero no te lo puedo decir
.
Alrededor de esos agujeros en la existencia y de esas marcas significantes, el universo de mi neurosis se edifica tratando de encontrar a través del síntoma la reparación más o menos adecuada, según los diferentes momentos de mi vida, hasta que los embrollos de la vida amorosa me conducen a consultar a mi primer analista, hace algo más de 22 años.
La neurosis infantil
Una infancia relativamente feliz y agradable hasta que, a la edad de 7 años, la familia se traslada a Madrid ante el cierre de la mina en la que trabajaba el padre. Un padre amado y cariñoso, de pocas palabras, trabajador incansable para sostener económicamente a una familia humilde que tuvo que emigrar a la gran ciudad, momento a partir del cual, de una manera incomprensible, comenzó su deriva hacia el alcohol.
Uno de esos días en que voy a buscarlo al bar, lo encuentro caído en el suelo. Ese día había bebido demasiado. Ese instante quedará fijado como un trauma, un agujero en mi existencia, y me pasaré la vida tratando de repararlo, para poder bordearlo al final del análisis, aunque no sin restos sintomáticos.
¿Está vivo o está muerto? Angustiado, me acerco a mi padre y lo levanto, lo atiendo y lo llevo a casa. Ahora puedo decir que verdaderamente me levantó a mí mismo porque también soy yo quien estaba tendido en el suelo, una identificación primaria a un goce mortífero, que se revelará al final del análisis. La enfermedad y la muerte serán mi pesado partenaire a partir de entonces, elección forzada y contingente. Levantarme, y salir de ese lugar, será la respuesta subjetiva y sintomática frente a lo real, una y otra vez.
Durante la infancia y la adolescencia tomé el rumbo del deporte de competición, lo que me permitió separarme algo del espeso mundo familiar y del suburbio en el que crecí. Allí pude encontrarme con una figura sustitutiva del padre: el entrenador.
Se trataba de la gimnasia deportiva. El síntoma del deporte sirvió para satisfacer un goce del cuerpo que se recortaba en relación al vacío y la mirada. Fue una etapa muy divertida, con viajes, amigos y donde la pulsión se satisfacía con facilidad. Estaba la erótica de la mirada, que el gimnasio facilitaba, en los momentos de la adolescencia en que se trataba de ir al encuentro con el otro sexo. En el entrenamiento y en la competición, la mirada del Otro, fascinado por las acrobacias propias del deporte, sostenía la satisfacción de la pulsión escópica (mirar y hacerse ad-mirar por el otro), y al mismo tiempo permitía que el goce del cuerpo encontrara la manera de esculpirse una y otra vez.
El deporte fue el primer síntoma que ensamblaba el goce en lo real y lo simbólico del trauma. Los entrenamientos de tres o cuatro horas diarias se prolongaron hasta la edad de 19 años, en que se hicieron incompatibles con los estudios de medicina, por lo que abandoné la gimnasia de competición.
Desde la más temprana infancia quise ser médico. Durante el primer análisis pude elaborar que el deseo de curar, propio del médico, estaba determinado por la enfermedad del padre. Padre, padeciente, paciente, declinación simbólica que orientará mi elección por la medicina.
De niño me convertí en el ojito derecho de la madre
, que me dijo en una ocasión, en que le declaré mi vocación por la medicina: Tienes algo especial, pero hay algo más que no te puedo decir
.
Madre sacrificada, en el lugar de la víctima frente al goce del padre, entregada y dedicada a la vida familiar. Una vida familiar alegre, por el deseo que habitaba en ella, y tormentosa por los excesos del padre.
Este enunciado materno, que siempre estuvo presente en mi vida, que portaba al mismo tiempo un enigma y un sinsentido: Hay algo más que no te puedo decir
, sirvió para promover y dar sentido a la significación fálica y al fantasma.
En la novela familiar de mi neurosis, el hijo varón de una familia humilde, con dos hermanas, que vivía en el extrarradio de la gran ciudad, que creció en las calles sin asfaltar, estaría destinado a superar esas difíciles condiciones e ir más allá del padre. Esta demanda del Otro constituyó la modalidad de mi neurosis infantil: un niño bueno y ejemplar
que se dedicó de forma decidida a satisfacer esa demanda, lo que no fue sin consecuencias.