La alternativa: Perspectivas y posibilidades de cambio
Por Luis Villoro
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La alternativa - Luis Villoro
LUIS VILLORO TORANZO
(Barcelona, 1922-Ciudad de México, 2014)
Maestro y doctor en filosofía por la UNAM, con estudios de posgrado en la Universidad de París y en la Ludwigsuniversität de Múnich, fue profesor de la Escuela Nacional de Maestros, la Universidad de Guanajuato, la Universidad de Guadalajara y la Universidad Autónoma Metropolitana. Fue embajador de México ante la UNESCO. Dirigió la Revista de la Universidad de México y fundó Crítica. Revista Hispanoamericana de Filosofía. El FCE ha publicado El poder y el valor. Fundamentos de una ética política (1997), De la libertad a la comunidad (2001), Los retos de la sociedad por venir. Ensayos sobre justicia, democracia y multiculturalismo (2007), El concepto de ideología y otros ensayos (2ª ed., 2007), El pensamiento moderno. Filosofía del Renacimiento (2010), El proceso ideológico de la revolución de Independencia (2010) y Los grandes momentos del indigenismo en México (2ª ed., 2015).
VIDA Y PENSAMIENTO DE MÉXICO
LA ALTERNATIVA
LUIS VILLORO
La alternativa
PERSPECTIVAS Y POSIBILIDADES DE CAMBIO
Prólogo
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO
Primera edición, 2015
Primera edición electrónica, 2015
Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero
D. R. © 2015, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
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ISBN 978-607-16-3257-9 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
ÍNDICE
Prólogo. Don Luis, por Luis Hernández Navarro
Prefacio
Primera parte
PERSPECTIVAS DE CAMBIO
I. Revolución
II. Democracia
III. Pluralidad
IV. Nuevo proyecto
Segunda parte
EL CAMBIO ES POSIBLE: CUATRO CARTAS
ENTRE EL SUBCOMANDANTE MARCOS
Y LUIS VILLORO
I. Primera carta. Del Subcomandante Marcos a Luis Villoro, enero-febrero de 2011
Respuesta de Luis Villoro a la primera carta del Subcomandante Marcos, febrero de 2011: Una lección y una esperanza
II. Segunda carta. Del Subcomandante Marcos a Luis Villoro, abril de 2011: De la reflexión crítica, individu@s y colectiv@s
Respuesta de Luis Villoro a la segunda carta del Subcomandante Marcos, abril de 2011: De la reflexión crítica, individu@s y colectiv@s
III. Tercera carta. Del Subcomandante Marcos a Luis Villoro, julio-agosto de 2011
Respuesta de Luis Villoro a la tercera carta del Subcomandante Marcos, septiembre-octubre de 2011
IV. Cuarta carta. Del Subcomandante Marcos a Luis Villoro, octubre-noviembre de 2011: Una muerte... o una vida
Respuesta de Luis Villoro a la cuarta carta del Subcomandante Marcos, enero de 2012
Prólogo
DON LUIS
*
Esa noche de 1996, mientras el fresco de La Realidad caía a sus espaldas, Luis Villoro trató de conciliar el sueño en un improvisado lecho de cartón que sus compañeros le acondicionaron en el suelo de la escuela zapatista en la que pernoctaban. Se cubrió del frío con el saco gris con el que invariablemente se vestía y renunció a quitarse los zapatos tenis que regularmente calzaba.
Luis Villoro tenía entonces 74 años de edad y era ya uno de los más reconocidos filósofos mexicanos. A pesar de ello, no pidió para sí ningún trato especial en aquel rincón de la selva chiapaneca. Durmió, se aseó y comió exactamente como lo hizo el resto de sus compañeros. No hubo de su parte queja alguna. Por el contrario, mientras esperaba el momento de encontrarse con la jefatura rebelde, confesó sentirse privilegiado de estar allí en ese momento.
Su actitud aquella noche no fue excepcional. Ése era su modo de ser. A pesar de su sabiduría y sus deslumbrantes credenciales académicas, nunca pidió para sí prerrogativa alguna. Cuando participó en los Diálogos de San Andrés sobre derechos y cultura indígenas, como asesor del EZLN, pidió siempre la palabra como un orador más, escuchó pacientemente a quienes tenían algo que decir y ajustó su intervención al límite de tiempo establecido: tres minutos.
Luis Villoro se ganó la confianza de los zapatistas —usualmente desconfiados— y la conservó a lo largo de casi dos décadas. Él vio en los rebeldes la realización, aquí y ahora, hoy, de la verdadera utopía. Ellos lo escogieron como uno de sus pocos interlocutores permanentes. Don Luis, doctor, maestro le llamaron los insurgentes a lo largo de los años. La misma confianza le otorgaron las organizaciones indígenas independientes, dirigentes sociales e intelectuales que lo frecuentaban.
Entre el filósofo y el EZLN se entabló una estrecha relación de complicidad y debate. Uno de los momentos cumbre de esta conversación fue el intercambio epistolar sobre ética y política que él y el Subcomandante Marcos entablaron entre 2011 y 2012, y que se reproducen en este libro. Se trató de un diálogo con el mundo indio que comenzó teóricamente en 1950, con la publicación de su extraordinario libro Los grandes momentos del indigenismo en México, y que, en una muestra más de la marcha circular del tiempo del eterno retorno, encontró en el levantamiento indígena zapatista y en la construcción de la autonomía su búsqueda del sujeto histórico de carne y hueso.
Las muertes en 2010 de Carlos Montemayor, Bolívar Echeverría y Carlos Monsiváis representaron un duro golpe para la izquierda intelectual de México. El fallecimiento del sacerdote jesuita Ricardo Robles, ese mismo año, lo fue para el mundo indio. Todos ellos, de distintas formas y en diferentes trincheras, fueron corresponsales centrales del zapatismo en su intento por deletrear el infinito, como lo fue hasta su fallecimiento Luis Villoro, y como lo sigue siendo hasta nuestros días Pablo González Casanova.
Los cuatro fueron figuras clave de la vida cultural del país, críticos infatigables del poder y referencias éticas indiscutibles. A través de sus debates y conversaciones con los rebeldes del sureste mexicano iluminaron territorios medulares de la política nacional. A su manera, las cuatro cartas sobre ética y política entre el Subcomandante Marcos y el doctor Villoro fueron parte de ese ejercicio que los zapatistas han realizado a lo largo de dos décadas para colocar las piezas del rompecabezas de la transformación del país y el mundo en el que se han embarcado. Simultáneamente, para el autor de Filosofía y dominio el intercambio epistolar fue el momento para expresar de manera condensada un conjunto de apreciaciones e ideas sobre la alternativa, la democracia, la pluralidad y el nuevo proyecto en las que trabajó a lo largo de su vida.
EL FILÓSOFO
Don Luis nació en Barcelona en 1922. Con la influencia a cuestas de un padre doctor, estudió medicina durante tres años. Sin embargo, su pasión por la filosofía creció tanto que abandonó los estudios para llegar a ser galeno; se doctoró en aquella disciplina en la UNAM y, más adelante, hizo estudios de posgrado en la Ludwig-Maximilians-Universität, de la antigua República Federal de Alemania.
Discípulo de José Gaos, miembro del grupo Hiperión —que hizo del ser mexicano el centro de su reflexión—, Villoro se preocupó siempre por analizar la realidad del país. Entendió la filosofía no como un conjunto de doctrinas, menos aún como ideologías, sino como una serie de preguntas surgidas de la perplejidad humana. Distanciado de la filosofía analítica y de la metafísica, reivindicó —en la línea de los existencialistas— una reflexión en situación: el estar en el mundo.
Luis Villoro no siempre fue un hombre de izquierda. Se convirtió en eso por una consideración básicamente ética: después de transitar distintos caminos, concluyó que necesitaba asumir una postura ante la injusticia que existe en el país y cambiarlo. A su manera, hizo suya la famosa tesis XI sobre Feuerbach de Karl Marx, donde se establece que, hasta ahora, los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.
Para Luis Villoro la izquierda es una actitud que rechaza la dominación y la opresión, que enfrenta todo tipo de imposición, que hace cambios y no permite que las cosas permanezcan como están. Una actitud que busca caminar hacia un orden mundial diferente y, aun opuesto, al capitalismo mundial.
Amante de la literatura clásica y de la música de Mozart y Beethoven, don Luis reivindicó otra visión del mundo. Una que revaloriza nuestro pensamiento de América Latina. En Indoamérica —afirmó en una serie de artículos publicados en La Jornada— existe otra manera de ver y de vivir el mundo: el pensamiento de los pueblos originarios de América.
Según él, para poder realizar esa otra visión del mundo se requiere previamente despertar de una ilusión: la ficción de la hegemonía de la modernidad occidental, que ha provocado los grandes males que la humanidad padece en la actualidad.
El pensamiento de los pueblos originarios, escribió, choca con el de Occidente en varios puntos: frente al individualismo occidental, la cosmovisión indígena se acerca a la vivencia de su pertenencia a la totalidad y la práctica del comunitarismo. En las comunidades indias el centro no es el yo individual, sino el nosotros comunitario. Asimismo, argumentó, en las sociedades comunitarias la relación con el poder es diferente. Mientras en la sociedad occidental se reivindica la democracia representativa, en los pueblos indios se ejerce otra democracia: la participativa.
Esta otra visión del mundo existe ya, advirtió el maestro en distintas ocasiones, en las juntas de buen gobierno zapatistas.
Simultáneamente ateo y religioso, Luis Villoro creyó en la divinidad del cosmos pero no en Dios ni en la resurrección ni en el alma. Pensó la muerte como una unión con el todo. Hoy, después de enseñarnos durante años a soñar más y mejor con otros mundos posibles, partió para fundirse con ese todo. Para muchos, este crítico del poder que nunca pidió privilegio alguno, el que supo el valor de decir no, el hombre decente, solidario, inteligente, que siempre fue, el que falleció el 5 de marzo de 2014, será simplemente don Luis.
LA AFIRMACIÓN DEL NO
Luis Villoro fue, a lo largo de su vida, un consecuente intelectual comprometido con la transformación del país. Figura relevante y reconocida en el mundo académico en general, y en la filosofía en particular, se opuso a toda forma de opresión y defendió valores como la autenticidad, la justicia, la solidaridad y la soberanía nacional. Lo hizo con lucidez, honestidad, rigor y compromiso.
Su producción teórica es vasta y deslumbrante. Cuando la UAM le otorgó en 2004 el doctorado honoris causa, su colega Gabriel Vargas Lozano lo definió como uno de los intelectuales más lúcidos de este país. Su obra filosófica fue motivo de reconocimiento, reflexión, estudio y discusión en su comunidad.
Simultáneamente a su trayectoria académica, su labor diplomática en la UNESCO y su desempeño como funcionario universitario, Villoro se involucró en la política nacional. Lo hizo, siempre, como le respondió al Subcomandante Marcos en la primera carta de su intercambio epistolar sobre ética y política, bajo el supuesto de que la ética y la justicia han de estar en el centro de la vida social, y no se debe permitir que políticos de todo el espectro ideológico las expulsen de ahí y las conviertan en meras frases de discurso.
Villoro participó en el movimiento estudiantil-popular de 1968. Fue elegido por los profesores de su facultad como su representante ante la Coalición de Maestros. Asistió a asambleas, mítines y marchas. Según cuenta su hijo Juan, lamentó no haber sido encarcelado como otros de sus compañeros. En su balance de este episodio —presente en la entrevista 1968: Signo de revolución, señal de lo que viviremos...
— se encuentran muchas de las claves que guiaron su intervención en la política.
El filósofo descubrió en el movimiento una eclosión de valor cívico, generosidad e inteligencia que se extendió como viento fresco sobre la Universidad y sobre el país entero. Durante esos días, narró, parecieron desaparecer el conformismo, la cobardía y el egoísmo que padecieron generaciones anteriores. Los jóvenes fueron dueños de sí mismos, y lo sabían. Sin embargo, la euforia del momento les impidió ver su propia debilidad. No pudieron fundir el entusiasmo libertario y el realismo político.
Luis Villoro reivindicó en múltiples ocasiones la democracia directa, a la que también llamó participativa, comunitaria o radical. En ella vislumbró un camino hacia un nuevo orden más justo. Desde su perspectiva, el Consejo Nacional de Huelga fue un osado experimento de esta forma de democracia.
Los estudiantes, explicó, supieron expresar frustraciones y anhelos reprimidos de una amplia clase media urbana. Los puntos de su pliego petitorio fueron apenas un símbolo de algo más, ya que no era posible, en el vértigo de la acción, expresar en un programa razonado la indignación que les invadía ante la corrupción, la mentira, la palabra hueca, el anhelo confuso de encontrarse con el pueblo.
Según él, sus demandas estaban en el campo de la moral social (contra la corrupción y las mentiras del gobierno) y de una reforma política (contra la represión y por la democracia). Pero su lucha fue más que eso. Consistió, también, en una verdadera (aunque efímera) irrupción de las masas en el gobierno de su propio destino. Durante esos días, los habitantes de la Ciudad de México vivieron un instante de liberación en el que se adueñaron de su ciudad. Experimentaron