La Córdoba de Ibn Hazm
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en la capital del califato de al-Andalus.
Estos autores son la esencia misma de la Crónica de Ibn Hazm sobre la Qurtuba de los Banu Umayya, resultado de una exhaustiva documentación histórica que recoge sus testimonios de primera mano, reconstruyendo los sucesos y devolviendo a la vida a los personajes más ilustres de la al-Andalus de los omeyas. Un entretenido relato cuyas extrañas situaciones e inimaginables logros superan la ficción narrativa con creces, y que te sumergirá de lleno en las calles de la que fue considerada La Luz de Occidente: Madinat Qurtuba.
Daniel Valdivieso Ramos
Córdoba, 1983. Licenciado en psicología, se dedica profesionalmente a la documentación histórica y la edición colaborando con los sellos Utopía Libros y Almuzara. Ha coordinado y adaptado numerosos títulos de carácter institucional como Lucio Anneo Séneca (2015), Iglesias Fernandinas de Córdoba (2017), Un puente de ilusión: nous les enfants de l’école de Tikirte (2017), Guía de las Iglesias Fernandinas de Córdoba y sus barrios (2018) y De la Ribera al Malecón (2019), esta última junto a la Oficina del Historiador de La Habana. No obstante, su principal labor se desarrolla en el estudio de las fuentes andalusíes medievales —especialmente del periodo Omeya—, lo que le ha llevado a ser consultor para Sexto Mario Patrimonio y Educación, intérprete de patrimonio en numerosas actividades oficiales del Conjunto Arqueológico Madinat al-Zahra y habitual colaborador de Casa Árabe, institución en la que impartió las conferencias «El incidente del Arrabal: la rebelión de Qurtuba contra el emir al-Hakam» (2018) y «Abd al-Rahman «el emigrado»: el mito de último Omeya» (2020). De su interés por la divulgación de estos escritos, nació su primer libro, La Córdoba de Ibn Hazm (Utopía Libros, 2016), un éxito de ventas y calificado por la crítica como «La mejor recreación histórica sobre la antigua capital califal escrita en lo que llevamos de siglo XXI». EN 2020, debutó en la narrativa con Abd al-Rahman al-Dahil, el príncipe emigrado, un relato tan trepidante como el del primer emir Omeya de al-Andalus apoyado en la más rigurosa investigación histórica.
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La Córdoba de Ibn Hazm - Daniel Valdivieso Ramos
PRÓLOGO
Un gran legado. Sólo así se pueden catalogar las múltiples fuentes que han llegado a nuestro tiempo y nos ayudan a comprender esa historia de alianzas y disputas que han dado forma a la sociedad de hoy día. Y es en ese punto dónde el trabajo que tenemos entre manos se hace valer. Nunca nadie había dado forma a un compendio narrado de dichos escritos, herencia de una incipiente cultura que llegó a ser referencia en el mundo antiguo. Al-Andalus fue mucho más que el paradigma de convivencia que nos presenta su leyenda, muchísimo más que la instauración de un régimen por un emir huido de Damasco. Antes de eso, hubo una historia y no hay mejor manera de contarla que en palabras de un erudito de la época.
El autor utiliza
a Ibn Hazm —filosofo, historiador y poeta andalusí— para adentrarnos en la historia de los grupos tribales que habitaron en la península durante la conquista musulmana. Este narrador tan particular, logra que la obra llegue a nosotros, no sólo como un conjunto de viejos escritos, sino como una revelación de las inquietudes de un personaje, que vivió parte de los acontecimientos que se narran. Y es que el afamado historiador —nacido en el año 994, en plena decadencia del glorioso Califato instaurado por Abd al-Rahman ibn Muhammad, más conocido como Abd al-Rahman III— se convierte en protagonista de una apasionante historia que analiza esa conquista musulmana, haciendo hincapié en las causas y consecuencias de la misma. Cobran especial relevancia los problemas internos de esa amalgama de reinos visigodos cuya existencia era cualquier cosa menos tranquila. Descubriremos, como en tantas otras épocas, cómo el invasor aprovecha momentos de incertidumbre para acometer la conquista.
Conoceremos también a lo largo de este excepcional libro multitud de personajes, quizás denostados por la historia pero de importancia capital en el devenir de los acontecimientos. Desde el momento en que los musulmanes se adentran en la península, con la consolidación de una genealogía de los diversos grupos que formaron hasta ese difícil equilibrio con una población hispanovisigoda que se adaptó a la nueva sociedad y no supuso el conflicto que cabía esperar por el choque con las distintas creencias. Entenderemos que el tan explotado concepto de convivencia no fue un logro del futuro primer califa de al-Andalus, sino una realidad existente desde los primeros años de conquista como demuestra el hecho que, ya desde ese momento, la administración de la ciudad se puso bajo la responsabilidad de la comunidad judía. Pero no todo iba a ser tan fácil y, a pesar de los avances en la expansión del territorio, las luchas entre las etnias que venían del otro lado del Estrecho, protagonizadas por los qaysíes —de naturaleza nómada— y los yemeníes —partidarios del asentamiento—, sientan las bases de un conflicto que perduraría por siglos.
Nuestro ilustre narrador nos llevará desde las generalidades de esa primitiva sociedad musulmana en tierras hispanas hasta curiosos detalles que atraerán nuestra atención, como la historia del mando militar Tariq ibn Ziyad, que cruzó el Estrecho camino a una montaña que tomaría su nombre —Yabal Tariq, que significa montaña de Tariq
y de dónde procede la denominación de Gibraltar—. Sin olvidar, por supuesto, toda la trama que rodea la huída de Damasco de Abd al-Rahman tras la rebelión de los abasíes que acaba con toda la estirpe Omeya —aquí bajo su denominación original, Umayya—, y su posterior llegada a la Península que daría lugar al futuro emirato, desligado totalmente de la autoridad de Bagdad.
De un modo u otro, estamos ante una herramienta muy útil para investigadores o simples curiosos, amantes de la historia; un trabajo de campo que Daniel Valdivieso —aún en palabras de Ibn Hazm— entrega como parte de ese legado que decíamos al inicio como ese eterno recordatorio que nos hace falta para entender que somos motas de polvo en la inmensidad de lo que nos precede. El orador y político romano Cicerón decía: No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños.
Como escritor de novela histórica ambientada en esta época andalusí, este singular y minucioso análisis de las fuentes documentales supone un auténtico descubrimiento en las labores de documentación para futuras obras. A pesar de existir alguna obra que abarca estudios parecidos —como Historia de al-Andalus según las crónicas medievales—, nunca se ha usado este plan pseudonarrativo y divulgativo. Siempre se ha dicho que la realidad supera la ficción y, amigo lector, si se sumerge usted en estas páginas descubrirá que la historia de esa conquista y asentamiento es realmente
fascinante.
Antonio Camacho Cruz
NOTA ACLARATORIA
Antes de comenzar a leer debes saber que este libro no es una traducción de un manuscrito de Ibn Hazm —a pesar de lo que el título sugiere—, sino que pretende crear esa ilusión en el lector imitando el estilo y la estructura de las maravillosas crónicas andalusíes, con la intención de homenajear a todos sus autores y, especialmente, al poeta cordobés Abu Muhammad Ali ibn Ahmad ibn Sa’id ibn Hazm. Pero ahí acaba la ficción, pues cada uno de los hechos, nombres, fechas, lugares e incluso diálogos que aquí se recogen son el resultado de un minucioso —a veces rozando lo obsesivo— trabajo de investigación y consulta de las numerosas traducciones de estas crónicas de las que he podido disponer, y su contrastación con la investigación historiográfica y arqueológica moderna. Es un libro que pretende ser riguroso, pero también divulgaltivo, por lo que incluso una persona que no tenga información previa sobre el periodo que aquí se retrata podrá disfrutarlo sin perderse nada.
Sobre las fuentes utilizadas, he intentado apoyarme en aquellas contemporáneas a la época que se retrata o, en el caso del Muqtabis de Ibn Hayyan, que —además— recopilen fragmentos de textos y testimonios que sí se escribieron durante la ocurrencia de los acontecimientos que recogen. Aunque algunos autores hacen referencia a las crónicas de al-Maqqari, yo he preferido obviarlas por dos motivos: en primer lugar, éstas fueron escritas en el siglo XVII y su relativa antigüedad no es relevante por la distancia al periodo Omeya —seis siglos—; y en segundo, durante la época en que fueron escritas la cultura islámica se hallaba en un momento de crisis en occidente, por lo que se percibe una cierta tendencia a exagerar los hechos y recurrir a una excesiva ficción con el fin de ensalzar la leyenda de al-Andalus. Tambien debo aclarar que todas las referencias religiosas que aparecen no tienen intención adoctrinante ni pretenden mostrar preferencia por un dogma, sino que son necesarias para desarrollar la narración, definir el contexto y dotar de ese estilo cronístico a todo el libro. Por último, y en referencia a la descripción de Madinta Qurtuba, el lector documentado me permitirá —en muy contadas ocasiones— establecer la localización de ciertos lugares basándome en hipótesis fundadas y en favor de la cohesión del texto, no queriendo con ello respaldar tajantemente dichas afirmaciones, pues se trata de un libro divulgativo y no un exhaustivo estudio científico.
Sin más, sólo me queda añadir que espero que este trabajo me permita quedar en paz con mi querida ciudad de Córdoba, que tanto me ha dado y nunca deja de sorprenderme.
En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso,
Crónica de la Qurtuba de los Banu Umayya; relato de la historia de la capital del país de al-Andalus desde el origen de los hijos del Bayn Nahrain¹ hasta la caída del califato; relación de los gobernantes y sabios que hubo en ella y descripción de la ciudad; cuyo primer libro es la
Mención de los sucesos relacionados
con el nacimiento del país de al-Andalus
y de los memorables hechos que llevaron a la conquista de occidente, las profecías que marcaron su historia y aquellos que se disputarían el poder, a quienes no les faltaba la convicción de contar con el apoyo divino para vencer a sus enemigos; y relación de los personajes con cuya ayuda persiguieron sus empresas.
1. Tierra entre dos ríos
, esta expresión hace referencia a Mesopotamia y al origen de los árabes.
El Profeta Muhammad y la estirpe de los Banu Umayya
El linaje al que pertenecieron los Banu Umayya reinantes en al-Andalus entre los siglos VIII y XI se remonta a prácticamente los orígenes del Islam y el lugar que lo vio nacer: al-Yazirat al-Arabiya². En el siglo VI, esta vasta extensión de terreno era hogar de beduinos, dedicados al pastoreo y el comercio con caravanas, que ocupaban las regiones de Hiyaz y Ahsa al este y el oeste, y las estepas de Nayid y Yamama junto a los desiertos de arenas rojas de Nufud y al-Dahna en el área central; el jeque era la figura en torno a la cual se agrupaban sus tribus con una cohesión tal, que un miembro podía tomar como propio cualquier agravio inferido a otro de su mismo grupo. Esta dinámica junto a las duras condiciones de esta zona de la península provocaba frecuentes luchas entre ellos. De todas ellas, era la tribu de Quraysh la que por entonces dominaba la ciudad de la Meca, en la región del Hiyaz, asegurándose el control de las rutas comerciales terrestres y acumulando gran poder e influencia. Fue en su seno donde nació el hashimí Abu l-Qasim Muhammad³ alrededor del año 570, que se convertiría en la figura más importante de la historia de los musulmanes, extendiendo entre los árabes la religión que él predicaba, cuyo traslado —hégira— de la Meca a la actual Medina en 620 marcó el inicio de nuestro calendario y que unificó a toda la comunidad musulmana bajo la institución de la Umma⁴, cuyos preceptos prohibían que sus miembros se atacasen entre sí. De esta forma aseguró el fin de las guerras tribales y provocó, tras su muerte en 632, la creación del califato Rashidun⁵, un sistema de gobierno basado en la elección del Califa por un consejo de notables
La estirpe de los Banu Umayya va íntimamente ligada a la de los Banu Hashim, a la que pertenecía el propio Muhammad. Así, se cuenta que al nacer el primero de los hashimíes, Hashim ibn Abd Manaf, su pierna estaba unida a la cabeza de su hermano siamés, Abd Shams ibn Abd Manaf, y que ambos fueron separados por su padre Abd Manaf ibn Qusai con una espada frente a unos sacerdotes. Éstos interpretaron que la sangre que había fluido entre ellos significaba un conflicto entre sus descendientes que nunca tendría fin, y que efectivamente comenzaría cuando los hashimíes desterraron a Umayya ibn Abd Shams —hijo adoptivo de Abd Shams ibn Abd Manaf que dio nombre al linaje Umayya— de la Meca. Cuando Muhammad, bisnieto de Hashim, predicaba el recién revelado Corán, el jefe del clan Umayya, Abu Sufyan, no le prestó su apoyo; no obstante cuando su figura como profeta fue ganando peso, firmó una alianza con éste que se materializó en el matrimonio del propio Muhammad con Habiba, hija de Abu Sufyan. Este hecho, unido a la habilidad como comerciantes y políticos de los Banu Umayya que les había hecho ocupar cargos de relevancia, les permitió alcanzar el poder a través de Mu’awiya⁶, hijo de Abu Sufyan. Éste crearía el califato de Dimashq⁷ sustituyendo el sistema de elección Rashidun por el derecho hereditario y se convertiría en el primer Califa de la dinastía Umayya, que reinaría hasta 750 en un territorio que se extendía desde Persia⁸ hasta la península donde nacería al-Andalus. El cuarto Califa de Dimashq, Marwan ibn al-Hakam⁹, marcó el cambio de linaje en la dinastía Umayya al pasar el poder de los descendientes de Abu Sufyan a los de al-Hakam, ambos nietos de Umayya, denominándose desde entonces Banu Marwan o Marwaníes a todos los califas Umayya descendientes de éste.
La profecía de la Casa Sellada
Leí de Ibn Abd al-Hakam¹⁰ que en Tulaytula¹¹, la capital del reino de los visigodos, se erigía una casa cuya puerta se encontraba cerrada por veinte cerrojos —pues todo aquel que había sucedido a un rey había añadido uno—, no obstante ninguno de ellos la había abierto jamás ni conocía el interior o lo que podría albergar. En el año 710 Ludriq¹² había sido nombrado por algunos nobles adictos rey de los visigodos tras, al parecer, asesinar a su predecesor Witiza, por lo que su coronamiento no contaba con el apoyo de parte del pueblo ni del resto de las grandes familias. El nuevo y cuestionado monarca de los hispanogodos, cuando conoció la existencia de tal casa sintió gran curiosidad: «Es preciso que abra esta casa a fin de saber lo que hay en ella» —sus consejeros en seguida respondieron: «No lo hagas, no te suceda lo que no aconteció a los reyes que te precedieron». Él, no obstante insistía: «No puedo por menos de abrirla y saber lo que hay en ella». Decidido a descubrir su secreto, y quizá esperando encontrar grandes tesoros, abrió finalmente las puertas: aquella casa estaba vacía, salvo por un pergamino en el cual estaban representados hombres con turbantes, montados sobre hermosos caballos, que portaban espadas y lanzas con pendones, junto a una inscripción en su propia lengua:
Ésta es la representación de los árabes, cuando los cerrojos de esta casa se abran y se entre en ella, conquistarán esta península y se apoderarán de la mayor parte de ella.
Ludriq, arrepentido de haberse dejado llevar por su curiosidad y quizá temeroso, mandó volver a cerrar la casa e intentó olvidar el tema, tenía otros asuntos más importantes de los que ocuparse: las rebeliones habían comenzado según tomó posesión de la corona. Vascones y tarraconenses se habían levantado en armas y su legitimidad estaba más que en entredicho. Para colmo, se había dejado embriagar por Florinda la Cava, hija del gobernador de Ceuta, Yulian, enviada a palacio para ser educada y quizá encontrar marido entre los nobles, y la había forzado. Suponía una preocupación añadida, pues debía impedir que se quedase a solas con nadie a quien pudiera contárselo y acompañarla siempre que escribiese a su padre, para que éste no tuviese noticia de que su hija ya no era virgen. No obstante, Florinda, empeñada en denunciar este hecho ante su padre, le envió un magnífico regalo junto a un huevo podrido, señal que Yulian supo interpretar y éste cruzó el Estrecho camino de Tulaytula para confirmar sus sospechas ante Ludriq. Cuando el rey vio aparecer a Yulian en palacio fuera del plazo estipulado para las recepciones oficiales le preguntó: «¿Qué te ha traído aquí en este crudo invierno?» —a lo que él respondió: «He venido a por mi hija. Su madre está enferma, teme la muerte y desea verla, pues sanará gracias a ella». Ludriq, aferrándose a una fingida indignación por la violación del protocolo por parte del gobernador de Ceuta le recriminó: «¿Acaso has procurado aves de caza para nosotros?» —él le contestó: «Ya he procurado cazar aves para ti de las que no se han visto jamás parecidas, yo te las traeré próximamente si Dios quiere». Tras verter la velada amenaza, Yulian abandonó Tulaytula de la mano de su hija.
Las aves que devoraban a los hombres
Tras cruzar de nuevo el Estrecho, el airado hispanogodo fue a entrevistarse con el gobernador de Ifriqiya¹³, Musa ibn Nusayr, al que relató todo lo sucedido y reveló su intención de conquistar la península como venganza, convenciéndole de la facilidad de la empresa, de la riqueza de sus tierras y la belleza de sus cautivos para intentar involucrar así al dirigente musulmán. Éste, cuya prudencia era su mayor virtud, le contestó: «Nosotros no dudamos de tus palabras ni desconfiamos, pero tememos por los musulmanes en un país que no conocemos; por otra parte, entre nosotros y él está el mar, y entre tú y tu rey está el sentimiento de honor. No obstante, vuelve a tu lugar y reúne a tu ejército y a quien sea de tu opinión, pasa el Estrecho en persona, lanza algaras contra su país y corta los lazos que hay entre tú y Ludriq; en ese momento, si él considera oportuno atacarte, nosotros estaremos detrás de ti».
Al ser informado por Musa ibn Nusayr de este encuentro, el Califa de Dimashq, al-Walid¹⁴, le recomendó prudencia, ordenándole que no se implicase en aquel asunto y se limitase a reconocer el terreno. Mientras, Yulian realizaba una incursión en la Yazirat al-Jadra¹⁵, saqueando y volviendo con las manos llenas, y animando a un pequeño ejército bereber, bajo el mando de Abu Zar’ah Tarif, a acompañarle en una segunda campaña contra un lugar que, tras ser conquistado, recibiría el nombre de este general¹⁶. La aparente facilidad de las victorias terminó por convencer a Musa ibn Nusayr, que envió un ejército de árabes y bereberes a modo de avanzadilla al mando de su mawla¹⁷, Tariq ibn Ziyad, ayudado por Yulian a cruzar el Estrecho en dirección a una montaña en la que dejaría su huella: Yabal Tariq¹⁸. Tras vencer una primera resistencia en el peñón, el general quemó los barcos y se dispuso a comenzar la conquista. Ludriq, alarmado, movilizó a su ejército y se dirigió a su encuentro.
Cuando ambas fuerzas se encontraban cerca, Ludriq escogió a uno de sus mejores hombres y le encomendó la misión de infiltrarse en el campamento de las fuerzas de Tariq para recabar toda la información que le fuese posible. Una vez dentro, el intruso no pasó desapercibido para el general musulmán, pero éste, en lugar de descubrir al hombre del rey visigodo, ordenó trocear y cocer la carne de algunos de los muertos a la vista de éste para preparar el rancho del día siguiente. Una vez cayó la noche, Tariq hizo retirar discretamente la carne y enterrarla, sustituyéndola por ternera y oveja que, cuando despertaron las tropas y se les convocó para compartir la comida, todos devoraron con ansia; incluido el soldado infiltrado, que se forzó a tragar aquella carne que creía humana para no descubrir su tapadera. Una vez consiguió escabullirse sin ser visto, llegó hasta Ludriq y le dijo: «Ha llegado a ti una nación que come la carne de los muertos, sus características son las características que encontramos en la Casa Sellada. Han pegado fuego a sus barcos y se han preparado para la muerte o la conquista». Esta información desconcertó e inquietó a las fuerzas del rey, que empezaron a albergar dudas sobre si su dios estaba realmente de su parte.
La mesa salomónica de dos patas
Los ejércitos de Tariq y Ludriq se encontraron¹⁹ finalmente en julio de 711, produciéndose una aplastante victoria musulmana a causa de la traición y deserción de aquellos leales al depuesto Witiza durante la batalla; en el fragor de la misma, el rey Ludriq desapareció y el resto de tropas comenzó a desbandarse. Su muerte se convirtió pronto en un misterio, pues algunos cuentan que cayó en una poza durante el combate y se ahogó, y que por esa razón sólo se encontró de él junto a la orilla uno de sus botines adornado de perlas con los cordones desatados. El caos propagado a todo el territorio visigodo tras la victoria de Tariq facilitó enormemente el avance del ejército musulmán, que por consejo de Yulian fue dividido en Istiya²⁰ para expandirse más rápidamente por toda la península, donde apenas encontrarían resistencia. Tariq ibn Ziyad, mientras tanto, encabezaría el grueso de las tropas hacia Tuylaytula, conquistándola, y acumulando un enorme botín que distribuiría entre sus hombres y el Tesoro público de Dimashq. Entre las reliquias encontradas en una de las mayores iglesias de la capital visigoda se dice que apareció la Mesa de Salomón²¹.
Cuando tales noticias llegaron a Musa, informó de ello al Califa al-Walid y se apresuró a cruzar hacia la península junto a otro ejército, para así atribuirse el mérito de las conquistas y evitar la posibilidad de que Tariq fuese ascendido por encima de él mismo. Mientras tanto, el victorioso general continuó su incursión hacia el norte hasta topar con un pueblo que era como las bestias y las fieras; sus tropas, exhaustas le preguntaron; «¿Acaso no estás satisfecho de lo que Dios te ha favorecido?» —él contestó, riendo: «¡Por Dios!, si me ayudaseis llegaría con vosotros hasta hacer alto en las puertas de Ruma o a las de Qustantiniya al-Uzma²², y las conquistaría con el beneplácito de Dios, pero puesto que ya os habéis cansado y hastiado, ¡volvamos!»; y emprendieron el camino a la ya conquistada Qurtuba, donde se establecerían. Finalmente, Tariq ibn Ziyad se encontró con su Señor, Musa ibn Nusayr, y le honró, pero éste le trató con desprecio y le golpeó con un látigo por haber desobedecido la orden de no avanzar sin su presencia, exigiéndole: ‹‹Preséntame todo el botín recogido››. El mawla, ofendido por la falta de consideración y agradecimiento, le entregó entre otros muchos tesoros la Mesa de Salomón —una pieza maciza de esmeralda verde—, pero no sin antes haberle arrancado una de las patas. Al advertir la falta, Musa le preguntó: «¿Qué significa esto?» —él respondió: «la encontré así». Él le creyó y ordenó hacer una pata de oro para completarla.
Tras tres años arrasando el terreno ya conquistado y dejando al frente de al-Andalus a su hijo Abd al-Aziz, Musa se dirigió a Dimashq junto a Tariq, portando una caravana llena de tesoros e innumerables prisioneros —entre los que se encontraban muchos nobles hispanogodos— para ofrecérselos a al-Walid. El hermano y sucesor del Califa, Sulayman ibn Abd al-Malik, informó a Musa de que éste se encontraba muy enfermo y que debía retrasar su llegada hasta que muriera, así cuando fuera nombrado sería él quien comenzaría su mandato alardeando de la nueva conquista y disfrutando del vasto botín. No obstante, el gobernador de Ifriqiya apresuró la marcha y llegó a Dimashq cuando al-Walid aún vivía, pero ni éste supo de su llegada ni tuvo conocimiento de lo que trajo a causa del aislamiento derivado de su enfermedad. Tras la muerte de al-Walid, el nuevo príncipe de los creyentes Sulayman convocó a Musa —al que guardaba rencor por haber ignorado su sugerencia— ante su presencia y le ordenó mostrarle todos los tesoros. Cuando vio la Mesa de Salomón le preguntó acerca de la pata y por qué era diferente a las otras dos, a lo que Musa contestó: «La encontré así cuando la tomé» —entonces Tariq sacó la original, que él mismo había arrancado, y dijo: «Ciertamente yo la tomé, ella y todo lo que trae con él, excepto lo insignificante». Furioso por el engaño, Sulayman zarandeó violentamente a Musa ibn Nusayr y le exigió el pago de doscientos mil dinares, suma que no pudo reunir y fue encarcelado por orden directa del Califa, hasta que un miembro de la corte se apiadó de él y completó la cantidad que a éste le faltaba. Finalmente el Califa Sulayman acabó perdonándolo y ambos emprendieron juntos la peregrinación a la Meca. Algunas gentes de Medina, ciudad dentro de la ruta, cuentan que cuando Musa se encontraba allí le dijo a alguien de su plena confianza: ‹‹En verdad morirá en dos días un hombre cuya fama ha llegado al Occidente y al Oriente››. Éste esperó entonces la muerte del Califa Sulayman, hasta que dos días después oyó a la gente decir: ‹‹Musa ibn Nusayr ha muerto››.
La higuera y San Acisclo
Durante la división de sus tropas en Istiya, Tariq había reservado un contingente de setecientos soldados a caballo bajo el mando de Mugit al-Rumi —liberto del Califa al-Walid— para tomar la ciudad de Qurtuba, una de las mayores del país y punto estratégico clave en los planes del general. Cuando se aproximaron a la ciudad, el cauteloso Mugit ordenó acampar en un bosque al sur de la alquería de Saqunda²³ para estudiar la mejor manera de tomar la ciudad, enviando además a varios de sus hombres a reconocer el terreno. Éstos interceptaron a un pastor en las inmediaciones del campamento y lo llevaron ante Mugit, que le preguntó acerca de la posible resistencia que encontrarían y las defensas con que contaban. El hombre le dijo que allí sólo quedaba el gobernador con cuatrocientos soldados y gentes de poca importancia, y que las murallas eran bastante fuertes, aunque en la puerta de la Estatua²⁴ había una hendidura decorada con la figura de un león. Aprovechando la oscuridad de la noche y una oportuna lluvia que había provocado que la guardia se descuidase, las tropas de Mugit se acercaron a la muralla e intentaron superarla sin éxito; llamó éste de nuevo al pastor para que le indicase dónde se hallaba aquella hendidura y les indicó que no estaba a ras de suelo, pero sí se podía alcanzar apoyándose en una higuera que crecía justo debajo. Tras varios intentos, uno de los hombres de Mugit consiguió trepar a lo alto del muro y, extendiendo el turbante que portaba a modo de cuerda, facilitó un medio por el que varios soldados se colaron en la ciudad y abrieron la puerta de la Estatua, donde el resto de las tropas junto a Mugit esperaban montados a caballo. La entrada por sorpresa de los caballeros impidió una defensa eficaz y los visigodos fueron derrotados o huidos; entre estos últimos se encontraba el gobernador que, alarmado por sus hombres, había escapado por la puerta occidental de la ciudad junto a sus cuatrocientos soldados y se había atrincherado en la cercana iglesia de San