Cita con el arte
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El resultado es sorprendente y muy personal, y ayuda a educar la mirada al visitar un monumento, un museo o una galería de arte.
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Cita con el arte - Philippe de Montebello
PHILIPPE DE MONTEBELLO
MARTIN GAYFORD
Cita con el arte
EDICIONES RIALP
MADRID
Philippe de Montebello sostiene la Madonna con el Niño, c. 1290-1300, de Duccio di Buoninsegna (2004, 442), adquirido por el Museo Metropolitano de Arte en 2004.
Título original: Rendez-Vous with Art
© 2014 by Thames & Hudson Ltd, Londres
© 2014 by PILIPPE DE MONTEBELLO Y MARTIN GAYFORD
© 2021 de la edición traducida por DIEGO PEREDA SANCHO
by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe, 13-15, 28033 Madrid
(www.rialp.com)
Cubierta: Fragmento de la cara de una reina en jaspe amarillo, Egipto, c. 1353-1336 a. C. © Metropolitan Museum of Art.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN (versión impresa): 978-84-321-5965-7
ISBN (versión digital): 978-84-321-5966-4
NOTA SOBRE LOS AUTORES
Philippe de Montebello ha sido el director que más tiempo ha permanecido en el cargo en toda la historia del Museo Metropolitano de Arte, y cuya jubilación en 2008 fue descrita como el fin de una era «en la vida cultural de la ciudad [de Nueva York], el estado, la nación y el mundo». Es miembro de la Academia de Bellas Artes de Francia y caballero de su Legión de Honor, y ha ejercido su influencia en las políticas culturales de todo el mundo, habitualmente como asesor. En la actualidad ocupa la cátedra Fiske Kimball del Instituto de Bellas Artes de la Universidad de Nueva York, y forma parte del patronato del Museo del Prado a título honorífico.
Martin Gayford ha sido crítico de arte del Spectator, del Sunday Telegraph y de Bloomberg News, cargo que ocupa hoy en Artinfo, en Londres. Ha publicado la conocida biografía Man with a blue scarf: On sitting for a portrait by Lucian Freud y A bigger message: Conversations with David Hockney [Una historia de las imágenes]. Entre sus obras destacan también The yellow house, sobre las nueve semanas que pasaron en Arlés Van Gogh y Gauguin, y Miguel Ángel: Una vida épica.
Índice
Portada
Portada interior
Créditos
Nota sobre los autores
Introducción: Labios de jaspe amarillo en el Met
1. Una tarde en Florencia
2. Una inundación y una quimera
3. Inmersos en el Bargello
4. Sentido de pertenencia
5. El ejemplo de la Madonna de Duccio
6. En el café Met
7. Colecciones regias
8. Una artística educación sentimental
9. Perdidos en el Louvre
10. La multitud y el poder del arte
11. Cielo e infierno en el Prado
12. Jheronimus Bosch y el infierno de contemplar el arte con otros
13. Tiziano y Velázquez
14. Las Meninas
15. Goya: una excursión
16. Rubens, Tiepolo, otra vez Goya
17. Rotterdam: el malestar en los museos
18. Mirando a las estrellas en el Mauritshuis
19. ¿Dónde lo has puesto?
20. Expedición a la selva de París
21. Una cacería de leones en el Museo Británico
22. Comida en el Gran Atrio
23. Fragmentos
índice onomástico
Autores
INTRODUCCIÓN
labios de jaspe amarillo en el met
Philippe de Montebello se detiene frente a una obra de piedra amarilla fragmentada. «Esto —exclama— es una de las mayores obras del Museo Metropolitano, ¡en realidad, del mundo!, de cualquier civilización». El objeto que observamos forma parte de un rostro, su sección inferior. De la superior —frente, nariz, ojos— no queda nada.
Se resquebrajaron tiempo atrás, en uno de los innumerables accidentes que ha sufrido desde que su autor terminó de esculpirla, hace unos 3500 años. Solo queda el mentón, unos fragmentos de las mejillas y del cuello y la boca. En esencia, esta escultura son un par de labios tan gruesos y sensuales como los de Mae West, que Salvador Dalí recicló en su día en forma de sofá surrealista. A su manera, es tan enigmática como la Mona Lisa; no sonríe, únicamente se ve una expresión de la boca, como si los labios estuviesen a punto de abrirse.
Este resto astillado muestra la cara de una mujer egipcia que vivió en un palacio del Nilo Medio en el siglo XVI a. C. Pudo ser Nefertiti o no. Lo ignoramos, y es extraordinariamente distinta de cualquier otra que pueda hallarse. La única forma de descubrirlo sería encontrar el resto de la escultura, posiblemente rota y desechada hace miles de años.
Fragmento de la cara de una reina, periodo del Nuevo Reino, periodo amarniense, dinastía 18, reinado de Akenatón, c. 1353-1336 a. C., Egipto Medio, probablemente Amarna (Aketatón), jaspe amarillo, 13 x 12,5 x 12,5. Museo Metropolitano de Arte, compra, donación de Edward S. Harkness, 1926 (26.7.1396). Fotografía de Bruce White. Imagen del Museo Metropolitano de Arte.
«Si me dijeses que has encontrado la parte de arriba —sigue Philippe—, no creo que me emocionase, porque estoy demasiado centrado, demasiado absorto y cautivado por la perfección de lo que hay aquí: lo que me complace —y es un placer intenso— es maravillarme con lo que ven mis ojos, no con una cierta abstracción que, de una forma más artísticamente histórica, sería capaz de figurarme. Se parece a un libro que te encanta, y del que no quieres ver la película. Ya te has imaginado al héroe o heroína de un modo determinado. En realidad, en el caso de estos labios de jaspe amarillos, jamás he tratado de imaginarme lo que falta».
____
Lo importante con respecto a la boca de esta reina (o tal vez princesa) egipcia anónima es que se trata de un fragmento. Por eso es fascinante. En cierto modo, todo lo que nos rodea en el Met es un fragmento: igual que la escultura de jaspe amarillo, hay trozos de edificios, partes de piezas esculturales, habitaciones de casas y cuadros que se han descolgado de villas y palacios.
Lo que vemos en el Met —o en cualquier otro museo o colección— son elementos separados de un todo mayor. Los labios de la egipcia son parte de su rostro, pero también se han desgajado de su contexto, que ignoramos en gran medida, y que tenía su sentido durante el reinado del faraón Akenatón. Y esa época, con sus estilos y creencias particulares, fue solo un momento pasajero en el periodo del Nuevo Reino, que forma una subsección de la larga, larga historia del arte y la civilización egipcias, que a su vez se inscribe en la narración, más amplia, del antiguo Oriente Próximo y el Mediterráneo. Y así continúa, como un juego de muñecas rusas, en la que cada una encaja en otra mayor.
MG Un día, mientras posaba para un retrato de Lucian Freud, le pregunté qué faceta de una pintura así le resultaba más difícil. Su respuesta me sorprendió: me dijo que cambiaba de continuo. «Me siento tan distinto de un día para otro que es desconcertante incluso que mis cuadros funcionen». Pocos días después descubrimos que yo —el sujeto— también sufría continuas alteraciones. Por lo tanto, su esfuerzo por fijar una imagen suponía también el de seguir la pista de dos objetivos móviles: el artista y el modelo.
Esto, que era cierto para Lucien en 2004, puede aplicarse hasta cierto punto al arte y a la vida. Si nos detenemos frente a una obra en dos ocasiones, al menos uno de los elementos —el observador o el objeto— se habrá transformado de algún modo en la segunda. Las obras de arte mutan con el tiempo, aunque con lentitud, como si las limpiasen o «conservasen», o como si los materiales que las componen envejeciesen. Incluso aunque persistan visualmente idénticas, causan una impresión distinta según quién las acompañe. Cerca de Salvador Dalí esta reina egipcia no sería la misma, desde luego.
Sin embargo, nosotros, los observadores, fluctuamos aún más. Si ese luminoso día de otoño no hubiese paseado en compañía de Philippe, puede que no me hubiese detenido frente a los labios de jaspe amarillo: desde luego, no los habría visto como él, porque lo que yo miraba era la compañía. La siguiente vez que los viese estaría influido, entre otros factores, por mi recuerdo de la primera. Por su parte, Philippe había contemplado ese fragmento cientos de veces, lo que sin duda teñía su reacción, como lo hacía el hecho de que, en esa ocasión, estuviese conmigo, atendiendo a mi respuesta a sus comentarios. Así ocurre con todo.
Habitamos, inevitablemente, en un mundo de perspectivas que se disuelven, en un presente que no deja de cambiar. El hoy siempre se mueve y, desde esa atalaya, el pasado, en apariencia, cambia de continuo. Esto ocurre en una escala amplia, histórica, pero también en nuestros encuentros personales con el arte, de un día para otro. Puedes detenerte ante Las Meninas de Velázquez mil veces, y cada una será distinta, porque tú has cambiado: cansado o lleno de energía, o distinto de tu yo previo de múltiples formas.
Philippe y yo nos habíamos embarcado en un proyecto conjunto: reunirnos en distintos lugares, según las oportunidades que surgiesen durante nuestros viajes. Nuestra idea consistía en escribir un libro que no fuese ni de historia del arte ni de crítica, sino un experimento sobre la contemplación compartida. En otras palabras, tratamos de acercarnos, no a la historia o a la teoría, sino a la misma experiencia de contemplar el arte, a lo que se siente en un momento concreto, que es, por supuesto, la única forma en la que cualquiera de nosotros puede mirar algo.
En el resultado han influido hechos casuales —espaldas doloridas, horas de cierre, deseos pasajeros—, como suele suceder. También está cargado de una emoción que normalmente se deja de lado al escribir sobre arte, o bien se reduce a un estereotipo: el amor.
La antigua palabra francesa «amateur» ha adoptado múltiples significados. En su origen quería decir «el que ama». En el inglés actual se refiere a lo no profesional. Tanto Philippe como yo hemos dedicado nuestra vida profesional, de un modo u otro, al arte, pero en su sentido original ambos somos amateurs: amamos el arte. Igor Stravinski escribió que su primer destino cuando visitaba una ciudad nueva era su galería de arte. Así nos sentimos Philippe y yo: para nosotros, una nueva colección, una iglesia, una mezquita o un templo desconocidos ofrecen una posibilidad emocionante. Verlas supone al menos la mitad del atractivo de viajar, y por eso este es, también, un infrecuente libro de viajes.
MG Philippe, ¿ha habido un momento único, una experiencia concreta, que pudo hacer que te dedicases al arte?
PdM Esa es la pregunta más difícil, y a la que más me gustaría responder inventándome algo, o con una media verdad. Pero ya que se me presenta un episodio en concreto, vamos a ello. En realidad, fue mi primer amor, una mujer en un libro.
Se trataba de la marquesa Uta de la catedral de Naumburgo, y la amé como a una mujer. Cuando tenía unos quince años mi padre trajo a casa un libro titulado Las voces del silencio, de André Malraux. Lo hojeé observando sus magníficas ilustraciones en blanco y negro, de cuatro tonos. Y de pronto allí estaba Uta, con su maravilloso collar y sus párpados entrecerrados, como si acabase de pasar una noche de amor. Se alza a unos siete metros en el coro oeste del edificio, así que no se puede ver tan de cerca. Pero ahí estaba yo, mirándola en un libro que sostenía en la mano. Sigo pensando que es la mujer más hermosa del mundo. Desde entonces he descubierto, para mi leve desencanto, que se la puede ver en innumerables sitios en internet, porque al parecer no soy el único que pienso que es enormemente seductora.
Detalle de la estatua votiva de Uta, en la catedral de San Pedro y San Pablo de Naumburgo, como aparece en Las voces del silencio de André Malraux (Gallimard, París, 1951). © Bildarchiv Foto Marburg.
Lo que se puede leer aquí es la transcripción de nuestras reacciones ante diversas obras, colecciones y museos, tal y como se produjeron en seis países durante un periodo de dos años. No hemos tratado de abarcarlo todo. El artista contemporáneo Damien Hirst tituló una de sus obras I want to spend the rest of my life everywhere, with everyone, one to one, always, forever, now [Quiero pasarme el resto de mi vida en todas partes, con todos, uno a uno, siempre, para siempre, ahora]. Así son, en lo que respecta a las imágenes y los objetos, los amantes del arte concienzudos. Tratan de experimentar la totalidad de la creación visual global de todas las épocas a la vez y, siempre que se pueda, simultáneamente.
PdM Escogimos los lugares que hemos visitado, en parte porque allí podían cruzarse o solaparse nuestras agendas, tan ocupadas, y en parte con algo de deliberado, según el impulso del momento, en la ciudad en la que nos encontrásemos. Hay muchos sitios que nos habría encantado visitar, y es posible que hubiéramos debido hacerlo, pero no fue así. Habría querido que Berlín, Viena, San Petersburgo, Estambul o El Cairo estuviesen en nuestros itinerarios mutuos. O que en París hubiésemos tenido tiempo para el Museo Nacional de la Edad Media, el Museo Cluny.
mg Tú y yo nos hemos pasado buena parte de la vida viendo arte; eso es lo que tenemos en común. Sin embargo, pertenecemos a distintas áreas del bosque del mundo artístico. Yo soy crítico y escritor, y suelo entrevistar a artistas.
Philippe, por su parte, ha permanecido durante treinta años, entre 1977 y 2008, en el centro, como director del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Antes fue un miembro destacado de sus conservadores y, con la excepción de su breve estancia como director del Museo de Bellas Artes de Houston, ha dedicado toda su carrera a esta institución, que alberga una de las mayores colecciones de arte del mundo.
PdM Como el museo ha sido mi mundo durante medio siglo, cabría pensar que esto será una reflexión museológica. En realidad, aunque compartiré algunas ideas relacionadas con los museos, lo fundamental va a ser el arte. Al fin y al cabo, si me he dedicado a los museos, es porque allí se encuentran las obras de arte, y puedes dedicarte a ellas en tu día a día, disfrutando de su materialidad, sosteniéndolas, trasladándolas y, sobre todo, compartiendo tu pasión con otros, con muchos otros. Lo que me atrae es el contenido, no el continente.
Este libro tiene dos autores, pero sus puntos de vista son muchos. Es una recolección de momentos, con frecuencia pasados ante una obra de arte, otros más distendidos, dedicados teorizar y no a reaccionar. A veces coincidimos, otras no. En ocasiones, una idea ha surgido durante un diálogo, sin que pueda precisarse a quién pertenece su invención.
PdM Hemos hilvanado nuestras reacciones, respuestas y charlas para crear un libro sobre cómo vivimos el arte, cómo lo miramos, cómo pensamos sobre él, y cómo —igual que ante el resto de la cara de la mujer egipcia— tratamos de recomponer lo que falta a partir de lo que tenemos ante nosotros. No es solo un libro sobre museos, aunque tengan un papel destacado, ya que es en los museos donde casi siempre —con placer, exultando, aburridos o enfadados— nos encontramos con el arte.
CAPÍTULO 1
una tarde en florencia
En junio de 2012 nos encontramos en una ciudad tan abarrotada de arte que su mismo nombre es sinónimo de cuadros y esculturas. Visitar Florencia sin entrar en sus iglesias y museos sería malvado. También es el lugar en el que se experimenta cómo las primeras se convierten en los segundos, los centros de adoración en templos donde se disfruta del arte. Nuestra primera escala no fue un fragmento, sino un todo: un ciclo de murales enormes, que permanecen en las mismas paredes en las que fueron pintados hace más de cinco siglos.
Philippe iba a quedarse unos días en Florencia para intervenir en un congreso, y yo volé a su encuentro. Mi hotel estaba en Oltrarno, el barrio de la orilla sur del Arno. Tan pronto como llegué nos reunimos, comimos y fuimos atravesando las calles ardientes y casi desiertas, directamente hasta la capilla Brancacci de la iglesia de Santa Maria del Carmine. Compramos las entradas y descubrimos, asombrados, que teníamos la capilla solo para nosotros.
PdM Esto es, como muchas cosas que vemos, un palimpsesto visual, una serie de imágenes colocadas unas junto a otras, o superpuestas, a lo largo del tiempo.
Masaccio y Filippino Lippi, detalle de la Resurrección del hijo de Teófilo y san Pedro en la cátedra (lateral derecho), 1425-27 y c. 1481-85. Fresco. Capilla Brancacci, Santa Maria del Carmine, Florencia.
Pietro Brancacci construyó esta capilla hacia el 1386, y unos cuarenta años más tarde es probable que su sobrino le encargase los frescos