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Heredera
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Libro electrónico235 páginas3 horas

Heredera

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Información de este libro electrónico

Una infancia llena de miserias ha hecho de Lev un auténtico monstruo, un desgraciado que ha vendido su alma por dinero y poder, y espera que Leonor herede todo, todo menos lo peor de su ser.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 sept 2021
ISBN9788418856044
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    Estaría bien una continuación, pero es entretenido y engancha desde el principio.

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Heredera - Lea Berbecaru

Capítulo 1

Se sentía observado desde hacía unas semanas allá por donde iba, en su casa también tenía la sensación de que alguien le seguía; lo que no sabía era que esa sensación le iba a perseguir toda la vida. Estaba sentado en su despacho mirando hacia la puerta, con la sensación de que alguien iba a tirarla abajo. La miraba fijamente, estaba perdido en el color crema de esa maldita puerta que a veces le gustaría perder de vista. Tenía los dedos de las manos entrelazadas encima de las piernas, que estaban ligeramente separadas entre ellas. En el escritorio había un ordenador portátil que ni siquiera había salido al mercado, una pluma (Montblanc) visiblemente costosa y un montón de papeles colocados a la perfección en la esquina izquierda.

Podía escuchar los latidos de su corazón según pasaban los minutos, no quería que llegara la hora, la presión de sus latidos que iba en aumento no le dejaba pensar con claridad, pero lo controlaba. Controlaba todo.

Alguien tocó la puerta.

Tardó unos segundos en contestar.

—¿Si?

—Xena, Señor — dijo una voz de mujer

—Pasa

—La intervención policial será mañana a las seis de la mañana, más o menos.

—¿Estás segura?

—Si, si surge algún cambio se lo haré saber.

—Xena —suspira— mis ojos — dijo mirándola fijamente —gracias.

—Descuide, soy sus ojos.

Xena estaba delante de él con una postura recta que denotaba respeto hacia Él. Llevaba puesto un traje antibalas y tenía una coleta básica por peinado, su mirada era severa y directa; llevaba en sus manos un arma de calibre 5,45 y con un alcance efectivo de cuatrocientos metros, digno de su predecesor, que al cruzar la puerta bajó ligeramente hasta que quedó apuntando al suelo.

—Xena, ¿estamos rodeados verdad?

—No del todo, pero el vecino de la casa de delante no es periodista, es de la policía, y esa no es su casa, forma parte de la intervención. Alrededor solo tienen dos policías, pero son inofensivos, ¿quiere que nos encarguemos de ellos? — preguntó con una ternura que espantaba.

—Joder, no parecía policía, no sé cómo se me ha pasado…

—Realmente es inspector, pero no sabe nada.

—¿Cómo lo sabes?

—Simplemente lo sé, le he estado observando y no parece tener los reflejos de un inspector, más bien parece un muermo, lo que me lleva a pensar dos opciones: o es un inútil o es un genio.

—No le pierdas de vista por favor

—No se preocupe

—Dejad a los bases en alerta y reúne a todos, tengo que hablar con vosotros.

—Sí Señor.

Xena llamó a sus compañeros al despacho del Señor sin hablar entre ellos. Se aseguraron de que los bases retomaban posiciones antes de abandonar las suyas, bajaron las armas y se dirigieron al despacho. Entraron de uno en uno con una separación visible entre ellos. Cinco personas colocadas en un semicírculo frente al Señor, dos mujeres y tres hombres, vestidos con la uniformidad de Xenia.

—Llegó el día —dijo el Señor, que habría parado el tiempo de haber podido hacerlo.

—Si Señor — confirmó Xena.

—Mis ojos… Xena —dijo el Señor como si estuviese delirando— sois mis sentidos, cada uno de vosotros ha hecho un trabajo extraordinario a mi lado, mis fieles sentidos. ¿Estáis listos?

Todos asintieron.

—Por favor, decidme lo que necesitéis, lo que sea.

Volvieron a asentir.

—Le necesitamos cuerda, Señor, no olvide donde ha llegado —dijo uno de los hombres

—Marcos, mis oídos… si, quizá este trabajo llegue a enloquecer, pero por el momento no te preocupes, todo está bajo control… —respondió con actitud agradecida

—Bajo control lo tendremos siempre, usted encárguese del resto —dijo la mujer mirando fijamente al Señor.

—Sarah, mi querida Sarah, fuiste la primera en trabajar conmigo, te prometí… os prometí seguridad… y mucho, mucho dinero. Sarah… mi tacto, arriesgas mucho… —dijo el Señor mientras observaba fijamente uno de los cuadros de autorretrato que colgaba en la pared más grande del despacho.

—Nunca nos hemos quejado del sueldo que nos ofrece Señor — intervino otro de los tres hombres en la conversación.

—Nunca es suficiente y siempre se desea más…

Salieron del despacho para volver a sus posiciones, ya que no podían estar más de quince minutos fuera de ellas, con excepción de Xena, que era la que controlaba el grupo. Sus conocimientos de edificación y su experiencia en las fuerzas armadas en la categoría de francotirador dejaron impresionado al Señor, conocerla, en su opinión, fue un verdadero regalo.

—Xena… ¿ellas están durmiendo?

—Sí, Señor, hace un rato pase por la habitación de la pequeña y la Señora se ha quedado dormida con ella.

—Mira — dijo el Señor sacando un pequeño maletín de uno de los cajones de su escritorio, lo depositó sobre la mesa, y le hizo un gesto para que acercara — ¿sabes lo que son verdad? — preguntó mientras abría el maletín, salió una especie de humo congelado cuando lo abrió, al desvanecerse, dos jeringuillas de distinto tamaño podían apreciarse en el interior de ella, ambas contenían un líquido de color verdoso — cuando de la orden, lo haces. No quiero que mis errores las salpique.

—Descuide Señor, se lo que tengo que hacer. —afirmó Xena.

El Señor cerró el maletín y se lo entregó a Xena. Ella colocó el arma a su espalda y lo recogió con ambas manos, hizo un gesto de asentimiento, le dio la espalda al Señor y salió por la puerta. El Señor se volvió a quedar solo en ese despacho, que observaba de arriba abajo como si quisiese encontrar algo. Se levantó lentamente de la silla apoyando las manos sobre la mesa, se quedó unos segundos mirando sin parpadear hacia delante y comenzó a caminar hacia el cuadro con la imagen de su familia, la miró, y la apartó, dejando una caja fuerte a la vista. Puso la contraseña a mano, escrita: Thaumiel. Abrió la pequeña puerta, apartó con indiferencia los incontables billetes que tenía hasta que sacó la mano, sacó del fondo una caja pequeña que llevaba un símbolo dibujado, una estrella de siete picos, como dos triángulos entrelazados entre sí. Abrió la caja con cuidado, cogió de su interior un cristal mediano que contenía en el medio un microchip, miró con detenimiento el microchip mientras seguía escuchando los latidos de su corazón que iba en aumento.

Alguien toco la puerta.

—¿Está todo listo Señor?

—Si, hace un rato Xena fue a preparar todo para la intervención con el microchip

—Está bien ¿Quiere estar presente?

—Realmente no — respondió con tono agresivo— ¿ha llegado la doctora Argaz?

—Si, está en el salón, pocas horas después de la intervención pasará a corregir la pequeña cicatriz que se le quedará.

—Espero que salga todo bien— dijo el Señor entregándole el cristal que contenía el microchip.

—Descuide.

El hombre salió del despacho, seguido por el Señor. Avanzaron por el salón y subieron las escaleras, en absoluto silencio, hasta llegar a la habitación de la pequeña. Antes de entrar Xena Salió de la habitación.

—Ya está todo listo —dijo Xena mientras se quitaba unos guantes sanitarios

—Perfecto —le dijo el hombre— voy a ello..

—Si necesita algo…

—No te preocupes Xena, no durará mucho — dijo el hombre en señal de agradecimiento

—No falle —ordenó el Señor al hombre que ya había entrado a la habitación

—Va a estar bien —dijo el hombre mientras cerraba la puerta

El hombre cogió a la niña y la puso sobre la camilla que Xena había dejado preparada, le puso los seguros y se dirigió a uno de los armarios de la habitación. En el lateral del mueble había un pequeño agujero en el que metió la mano y tiró de él. Detrás del armario había una puerta de hierro, empezó a empujar hacia la camilla hacia la oscuridad de esa ala de la casa…

Capítulo 2

No fue hasta llegar al final de ese eterno pasillo cuando el hombre se dio cuenta de que la arquitectura de la casa estaba hecha a la carta, cada cosa, cada mueble, cada habitación donde tenía que estar, todo perfectamente útil y conectado. En el final del pasillo había un ascensor rojo, e hombre le dio al botón que estaba colocado justo a la derecha del ascensor y se abrieron las puertas. En el interior del ascensor había tres botones, uno indicaba la planta en la que se encontraban, otro indicaba una planta más abajo, y el último dos plantas más abajo. El hombre entró después de colocar la camilla de la niña en su interior, pulsó el botón que indicaba menos dos y el ascensor comenzó a bajar.

La niña estaba tumbada boca arriba con las manos ligeramente separadas del tronco ajustadas con una correa sin apretar. La niña trataba de abrir los ojos pero sus párpados pesaban tanto que le resultó imposible hacerlo, tras varios intentos el sueño se apoderó de ella. Cuando el ascensor llegó a su destino las puertas del mismo hicieron un ruido extrañamente agudo, como un grito seco en plena montaña que revocaba en eco. El hombre puso las manos en la camilla y la empujo ligeramente evitando que se moviera demasiado la niña. El pasillo era estrecho y una escasa iluminación que hacía que el final del pasillo no pudiera verse. Continuo todo recto cuidadosamente y pendiente de la niña. Mantenía los ojos entrecerrados por la poca luz de la zona.

Avanzó hacia delante sintiendo bajo sus pies el suelo desestructurado del pasillo. Mientras avanzaba se veía al final una puerta con un color tan apagado como el resto del cielo al lado de la aurora boreal, parecía insignificante. Se paró delante de la puerta y se colocó delante de la camilla de la niña. Miró por unos instantes alrededor de la puerta y fijó su mirada en la parte derecha de la misma en la que se encontraba un control de acceso. Tecleó la contraseña cuidadosamente y esperó unos segundos hasta que la puerta de abrió, la empujó con fuerza y se daba cuenta de lo pesada que era esa puerta. Suspiró mientras volvía a por la camilla y la empujó hacia el interior de la habitación que había detrás de la puerta.

La habitación, no era una habitación, aunque era lo que se esperaba el hombre que se topó con un apartamento, o al menos eso parecía a simple vista. Al entrar, algo parecido a un salón redondo ordenado con unos muebles básicos. En el centro del salón había una mesa rectangular con un círculo blanco mate en el centro que a simple vista parecía una decoración. Alrededor de la mesa estaban perfectamente colocadas ocho sillas. Un sofá que estaba en la parte de la derecha con dos sillones a cada lado y una mesita delante, con el mismo símbolo que la mesa central. Los muebles estaban situados de tal manera que parecía una casa de muñecas ambientada en los años cincuenta. Debajo de la mesa central se encontraba una alfombra con un diseño compuesto por triángulos rojos y un fondo negro.

—Qué fea — pensó el hombre mirando fijamente la alfombra — igual que la que Stella me hizo poner en el salón, la muy zorra — continuó esta vez haciendo mueca de enfado.

Quitó la vista de la alfombra y miró a su alrededor buscando una salida por la que continuar. Un sonido proveniente del pasillo que había detrás de la puerta principal le hizo girarse bruscamente. Se dirigió lentamente hacia la puerta pero el ruido había cesado. Se giró para continuar con su búsqueda hasta que escuchó la puerta abrirse.

—Señor— dijo la voz de una mujer

—Joder hija ¿no puedes avisar? — dijo el hombre asustado con la mano en el pecho

—Disculpe, el Señor supuso que necesitaría usted ayuda — dijo la joven sin extrañarle la situación

—Si, hija, si, muéstrame anda — dijo el hombre señalando a todas partes — y baja el arma, Xena, que me pones mal cuerpo, que manía tenéis …

—Un segundo —dijo colocando el arma a su espalda y soltando unas leves risas ante el comentario del hombre

—Tu ríete, pero menudos disgustos os darán eh… jajaja — replicó sonriendo

—Por aquí — señaló Xena mientras se dirigía hacia la mesa principal del salón

Se colocó delante de la mesa y le hizo una señal al hombre para que se acercase. Xena puso la mano encima del centro blanco de la mesa y empujó ligeramente hacia abajo. El centro se dio la vuelta por completo quedando al descubierto una pantalla.

—Wow ¿Quién ha inventado estos cacharros? — dijo el hombre mirando extrañado hacia la mesa

—Miré, la contraseña es 28021999 — señaló Xena mientras la tecleaba

Una vez Xena terminó de teclear el último número las dos partes que formaban la mesa se separaron y se anclaron a la vez al suelo una delante de la otra dejando al descubierto una abertura en el suelo.

—Yo lo cuento y no me creen — dijo el hombre abriendo los ojos como platos

—Un poco weird la verdad, pero es seguro — respondió Xena

—¿Un poco qué? — preguntó el hombre haciendo una mueca de sorpresa

—Nada. Avance por esta abertura, ahí encontrará todo lo que necesita para el proceso, estaré fuera, cualquier cosa…

—Si, descuida hija, lo que sea te llamo — dijo el hombre mientras comenzaba a empujar el carrito hacia la delante.

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Metió la mano en su bolsillo y sacó la caja de cristal que el Señor le había facilitado unos minutos antes. La abrió y cogió el microchip de su interior con unas pinzas en las que lo dejó estar y lo colocó en la mesa.

Cogió las tijeras de la mesa de pasteur y comenzó a cortar la manga de la niña y la colocó hacia arriba. Puso su mano mirando hacia el techo y la ajustó con dos correas. Extendió la mano y cogió un bote de líquido antiséptico y colocó un poco con un paño pequeño sobre la muñeca y parte del brazo de la niña. Volvió a poner el bote en su sitio y cogió el bisturí con el que comenzó a hacer una incisión en forma de T en el medio de su muñeca. Apartó el bisturí y lo colocó en la mesa, de la misma mesa que cogió las pinzas que sujetaban el microchip y lo puso ligeramente en la muñeca de la niña. Estaba nervioso. Pero actuaba con precisión. La misma precisión que utilizó para colocar el microchip. Una vez hecho, respiró hondo, con una tranquilidad incomparable ante el éxito de la colocación. Cerró la herida y la suturó de manera suave, acarició levemente la zona y la tapó durante unos minutos. Encendió las luces de la sala y apagó las quirúrgicas. La niña seguía dormida. Se cambió de ropa en el vestidor y se arregló para subir arriba. Cogió el teléfono y marcó.

—Xena, ya está todo listo. Ha ido bien.

—Enseguida voy.

A los pocos minutos de la llamada Xena apareció por la entrada y antes de dirigirle la palabra echó un vistazo a la sala.

—Suba, me quedo aquí. — ordenó Xena

—Si. Buenas noches Xena. Lleva cuidado — se

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