La isla de las palabras
Por Patry Díaz
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La Isla de las Palabras es una desternillante y estrambótica fábula acerca del poder del lenguaje y una severa crítica al Autoritarismo.
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La isla de las palabras - Patry Díaz
Cuenta la leyenda que todas las palabras del idioma castellano vivían juntas en una isla llamada Isla de las Palabras, y que, un día, la convivencia pacífica entre ellas empezó a romperse. Las Llanas, palabras comedidas y amantes del orden, que conformaban la mayoría de la población, consideraron que había que reducir a las Agudas (peligrosas radicales), a las Esdrújulas (espirituales idealistas) y a las Sobreesdrújulas (artistas excéntricas), y poco a poco instauraron un régimen autoritario comandado por Reina. La deriva dictatorial llegó a su extremo el día que decidieron expulsar de la isla también a todas las tildes. El caos estaba servido…
La Isla de las Palabras es una desternillante y estrambótica fábula acerca del poder del lenguaje y una severa crítica al Autoritarismo.
logo-edoblicuas.pngLa isla de las palabras
Patry Díaz
www.edicionesoblicuas.com
La isla de las palabras
© 2021, Patry Díaz
© 2021, Ediciones Oblicuas
EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición ebook: 978-84-18397-11-0
ISBN edición papel: 978-84-18397-10-3
Primera edición: julio de 2021
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Azahara Gil Díaz
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
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Contenido
Contra el lenguaje
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XI
XIII
XIV
La autora
Contra el lenguaje
El lenguaje no es vehículo suficientemente efectivo para expresarnos, para comunicarnos. La ambigüedad, la multiplicidad de significados de las palabras nos obliga a construir universos individuales extraídos de nuestra experiencia, que es la que los crea y los dota de sentido.
Y nos tiende una trampa, extiende su código de signos, abre una compleja telaraña, su sistema, y nos atrapa.
No encuentro el lugar exacto desde el que se filtró, pero me ha puesto, por fin me he dado cuenta, una espesa venda de palabras en los ojos, un colador por el que solo pasan palabras dejando fuera todo lo demás, que tan solo se dejaba traslucir, obstaculizado por más palabras.
Construyo realidades de palabras que, como torres de naipes, se desmoronan fácilmente. No tienen fundamento. Esquemas de comportamientos de palabras, lo que no estaba nombrado no era, lo no-dicho no estaba. Y lo más importante: ¡qué ilusa creer que lo dicho, solo por haber sido dicho, era entendido a la perfección!
Un sistema de palabras dirigiéndose a otro sistema de palabras que, por supuesto, no pueden encajar.
Y a trompicones y a hostias, dándome cabezazos contra las palabras, añadiéndole más y más dosis de contenido para que fueran capaces de expresar lo que mi cuerpo no era capaz de hacer.
Frágiles envoltorios de palabras incomprensibles para mentes con grafías desordenadas uniéndose aleatoriamente.
Palabras lanzas que cortan las estructuras sencillas, las intuiciones reales.
Palabras.
Escrito anónimo
I
Cuenta la leyenda que, en un lugar recóndito de un océano sin nombre, al que tanto por motivos de seguridad como por los estrictamente legendarios no vamos a nombrar —básicamente porque si lo hiciéramos lo haríamos con un nombre falso, lo que es completamente anti-legendario, ya que, como todos sabemos, todas las leyendas, incluso las urbanas, son verídicas, así que no queriendo romper con la tradición consideraremos que toda esta historia transcurre en un universo paralelo—, había una isla que, como si de una sociedad secreta se tratase, estaba habitada por palabras.
Allí en la innombrable o, entre nosotros, «la Isla de las Palabras», vivían todas las palabras del castellano en armonía con todas sus características, sus peculiaridades, sus normas, sus excepciones y, por supuesto, con sus tildes1. Fueron a parar allí porque la autodenominada «EAR» al revés las había escondido-preservado como piedra filosofal del castellano. Como toda comunidad que se precie, la Isla de las Palabras tiene su historia. Pero antes de llegar a ella, necesitamos un poco de prehistoria.
¿Cuánto mide una tilde? No demasiado, pero ¿cuánto mide su alcance?, y ¿por qué las utilizamos? Básicamente porque sin tildes, el castellano tendría que haber sido concebido de otra manera o sencillamente, no sería castellano, sino que podría haber sido en su lugar cualquiera de las otras lenguas que, mejor o peor, o más o menos fácil de pronunciar, parió el latín.
No estamos hablando de su esencia gramatical, tampoco de una característica única que no exista en otras lenguas. Sirve, simplemente, para poder entendernos, y para darle saborcito y calor a nuestro hablar.
Todas las lenguas han tenido que pasar por un momento crítico y decisivo: la construcción de su vocabulario. Es un momento intenso y sumamente importante que ocurrió tal y como sigue. Hace muchos años hubo un señor muy listo y muy leído al que se le encomendó la ardua tarea de poner nombre a todas las palabras en castellano. Este señor, que por su sensibilidad y por detalles a los que hemos tenido acceso que no vamos a revelar ahora y espero quede entre nosotros, creemos que era una mujer, y que tuvo que utilizar un pseudónimo masculino como tantas otras en su época. Además de tener que ocultar su identidad, tenía otro secreto, adolecía de una profunda anglofilia. Por si ya no era en sí mismo bastante complejo el trabajo que debía realizar, se le sumó un pequeño extra. Una mañana, cuando ya andaba más o menos por la mitad de su encargo, recibió un envío postal. Era un marcador analógico, como los que se exhiben en los partidos de básquet para anotar los puntos. Se lo había enviado un señor, o señora, vete a saber, que en aquel momento estaba haciendo el mismo trabajo pero con el inglés. Lo consideraron una especie de partido y así andaban, anotando palabras.
Estos dos señores no paraban de leer y de recibir postales con nuevas palabras que se iba inventando la gente punto arriba, punto abajo en una lucha muy reñida. El cazador-recolector de palabras en castellano veía que su idioma iba muy por delante del inglés y, azotado por la lengua viperina de los vicios, aunque no sin antes luchar con todas sus fuerzas, eventualmente se dejó tentar por su filia, la cual le terminó pudiendo. Así que decidió usar algunas palabras que ya existían y, en lugar de crear nuevas, las derivó y las llamó familias. Las cambió un poco en su forma y, para poder diferenciarlas de las demás, a algunas les puso tildes. De este modo y no de otro, el inglés se coronó como máximo anotador pasando a tener un vocabulario más amplio que el castellano. Por esto y por un conocido señor llamado Shakespeare, del que también tenemos serias dudas de si era una señora, pero esa es otra historia. Por supuesto, existen muchas más teorías sin base ninguna, pero, sin lugar a dudas, nosotros preferimos esta.
Por muy fans que seamos y lo somos de la anglofilia histórica, hay que