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Libro electrónico505 páginas8 horas

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Información de este libro electrónico

Max y Wanda crecieron juntos, siempre fueron los mejores amigos del mundo... hasta que ella descubrió que lo amaba y ese amor, sin ella pretenderlo, les empezó a separar al no ser correspondido. 
Wanda buscó su propia felicidad lejos de Max y eso les separó y destruyó por completo su amistad.
Han pasado diez años, Wanda se acaba de divorciar y ha decidido regresar a la empresa que dirige Max. Piensa que, si es capaz de enfrentarse a él, podrá con todo... aunque en el fondo sabe que no es más que una excusa para recuperar a su mejor amigo.
El tiempo les ha cambiado y ya no son los mismos... ya nada es igual y la guerra entre ambos va a estallar... ¿Quedará algo de lo que fueron o el tiempo les ha hecho tan diferentes como incompatibles?
Un deseo que latió, un corazón renovado y otro demasiado roto para tener fuerzas de amar de nuevo... ¿o quizá no?
Amor, pasión, tensión, erotismo y mucho, mucho salseo en este esperado desenlace final de la trilogía que tanto está dando que hablar entre las lectoras de novela romántica.
Llega Moruena Estríngana. ¡Que la pasión te haga arder!
 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 nov 2021
ISBN9788408248637
Siempre aquí
Autor

Moruena Estríngana

Moruena Estríngana nació el 5 de febrero de 1983. Desde pequeña ha contado con una gran imaginación, pero debido a su problema de dislexia no podía escribir bien a mano. Por eso solo escribía pequeñas poesías o frases en sus libretas mientras su mente no dejaba de viajar a otros mundos. Dio vida a esos mundos con dieciocho años, cuando su padre le dejó usar un ordenador por primera vez, y encontró en él un aliado para dar vida a todas esas novelas que estaban deseando ser tecleadas. Empezó a escribir su primera novela antes de haber acabado de leer un solo libro, ya que hasta los diecisiete años no supo que si antes le daba ansiedad leer era porque tenía un problema: la dislexia. De hecho, escribía porque cuando leía sus letras no sentía esa angustia y disfrutaba por primera vez de la lectura. Sus primeros libros salieron de su mente sin comprender siquiera cómo debían ser las novelas, ya que no fue hasta los veinte años cuando cogió un libro que deseaba leer y empezó a amar la lectura sin que su problema la apartara de ese mundo. Desde los dieciocho años no ha dejado de escribir. El 3 de abril de 2009 se publicó su primer libro en papel, El círculo perfecto, y desde entonces no ha dejado de luchar por sus sueños sin que sus inseguridades la detuvieran y demostrando que las personas imperfectas pueden llegar tan lejos como sueñen. Actualmente tiene más de cien textos publicados, ha sido número uno de iTunes, Amazon y Play Store en más de una ocasión y no deja de escribir libros que poco a poco verán la luz. Su libro Me enamoré mientras mentías fue nominado a Mejor Novela Romántica Juvenil en los premios DAMA 2014, y Por siempre tú a Mejor Novela Contemporánea en los premios DAMA 2015. Con esta obra obtuvo los premios Avenida 2015 a la Mejor Novela Romántica y a la Mejor Autora de Romántica. En web personal cuenta sus novedades y curiosidades, ya cuenta con más de un millón de visitas à http://www.moruenaestringana.com/ Sigue a la autora en redes: Facebook   https://www.facebook.com/MoruenaEstringana.Escritora X  https://X.com/moruenae?lang=es Instagram  https://www.instagram.com/moruenae/?hl=es

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    Vista previa del libro

    Siempre aquí - Moruena Estríngana

    9788408248637_epub_cover.jpg

    Índice

    Portada

    Portadilla

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Capítulo 34

    Capítulo 35

    Capítulo 36

    Capítulo 37

    Capítulo 38

    Capítulo 39

    Capítulo 40

    Capítulo 41

    Capítulo 42

    Capítulo 43

    Capítulo 44

    Capítulo 45

    Epílogo

    Biografía

    Créditos

    Click Ediciones

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    Siempre aquí

    Moruena Estríngana

    Prólogo

    Wanda se marchó de la ciudad que la vio crecer siguiendo a su pareja y todas esas promesas que se hicieron de una vida perfecta; deseando que el amor que sentía por su mejor amigo Max se apagara. Lo había logrado tantas veces desde que se dio cuenta de que lo amaba con solo doce años, que pedía de nuevo a la vida poder dejar de amarlo, porque el dolor de su pérdida era tan fuerte que respirar se había convertido en una tortura.

    Pero eso no pasó y por el camino se perdió a ella misma, porque el tiempo no cura siempre todas las heridas; solo las deja olvidadas, hasta que te golpeas con la realidad y te das cuenta de que solo estás hecha de los remiendos que te ha dejado todo aquello que te destrozó, y tus heridas están lejos de sanar.

    Ahora estaba de vuelta tras años que prefería olvidar y, lo más inquietante, al lado de Max. Ese ser extraño, al que un día amó y al que hoy no sabe cómo tratar.

    Capítulo 1

    Wanda

    Llego a las nuevas oficinas donde Max se ha instalado con el novio de su prima. Es un lugar precioso. Se nota que han cuidado hasta el mínimo detalle para que sea un lugar acogedor y, sobre todo, para que nadie los asocie con la antigua sede de Cupi.

    Lo de los padres y los tíos de Max es muy fuerte.

    Él estaba muy unido a su madre de niño, pero con los años todo cambió. Ella se empezó a preocupar más por sus disfraces, por sus sueños y sus metas, y cada vez pasaba menos tiempo en casa. Todo esto le afectó, aunque don orgulloso no lo dijo nunca.

    Lo conocía y los había visto juntos. Su madre era rara, pero con Max cambiaba. No sé cómo pudo olvidarse de eso; como al crecer Max ella dejó de estar ahí.

    Él no lo admitirá nunca, pero la traición de su madre lo afectó mucho. Creo que por eso se quedó hasta el final, porque era incapaz de creer que la mujer a la que adoraba de niño lo traicionaría.

    A mí todo esto no me sorprende, porque yo no los quería.

    Iba a casa de Max por él, por su hermana y su prima, pero nunca sentí un vínculo especial por los adultos de la familia. Tal vez porque, cuando empezaron a tener dinero, dejaron de hablar a mis padres, como si dirigir la palabra a gente de menos posibles económicos fuera algo malo. Les hicieron tantos feos que los empecé a odiar. Siempre que me decían algo, saltaba y eso no le gustaba a la madre de Max. Creo que me veía como una amenaza para volver a su hijo contra ella; algo que nunca haría.

    Sé que Max la quiere y, por eso, no me corresponde a mí meterme en medio.

    * * *

    Entro en la cafetería y veo a Blake sacando un bizcocho de plátano recién hecho. Conocí a Blake cuando vine a buscar trabajo y me pareció un gran tipo.

    —Dime que lleva canela y galletas de caramelo por encima.

    —Lo lleva. La receta me la pasó tu madre. —Lo miro extrañada—. Vino ayer a hablar con Max y luego me preguntó si tenía pan de plátano, que era tu preferido. Como le dije que no, me escribió su receta y me indicó que, si quería, le diera mi toque.

    Me sirve un poco para que lo pruebe.

    Cojo el bizcocho, lo pruebo y tengo que reconocer que es mejor que el de mi madre.

    —Por tu cara ya veo que te gusta. Te paso un túper para que lo pruebe tu madre también.

    —No, mejor me lo como yo todo. Es mejor que el suyo y la hundiría. —Blake se ríe—. Por cierto, hola.

    —Bienvenida a tu primer día de trabajo.

    —No me lo recuerdes. Aún me cuesta aceptar que estoy tan loca como para trabajar cerca del capullo de Max.

    —Del capullo de Max —dice Wyatt poniéndose a mi lado—. Esto cada vez está más interesante.

    —No es para tanto.

    —Por tu cara no lo parece —me señala Blake—. ¿Cómo te preparo el pan de plátano?

    —Tostado en la plancha con mantequilla, por favor. Y un café doble con chocolate amargo y un chorrito de leche.

    —Perfecto. —Blake me guiña un ojo y se marcha a la cocina tras coger el pan de plátano sobrante.

    Miro el bizcocho, recordando la de veces que compartí este dulce con Max. Siento rabia porque todo terminara como acabó.

    —¿Qué te ha hecho el bizcocho? —Wyatt coge un poco y lo prueba—. Está muy bueno.

    —Estoy recordando que voy a ver a Max después de tantos años. Con sinceridad, no sé si lo voy a soportar. Seguro que sigue teniendo esa misma cara de idiota de cuando nos enfadamos.

    No tenía cara de idiota, claro que no. Max siempre fue el chico más guapo que tuve la suerte de conocer. Tenía a todas las mujeres locas. Siempre estaba ligando y no le faltaban las atenciones femeninas…, para mi desgracia.

    Era un rompecorazones, porque siempre las dejaba por lo mismo: porque no las amaba. Ni siquiera estaba cerca de enamorarse.

    —Recuérdame por qué quieres trabajar aquí. —Veo en los ojos grises de Wyatt que se está divirtiendo mucho con todo esto.

    —Porque si soy capaz de soportarlo a él, podré con todo lo que la vida me ponga por delante. Además, soy la mejor. Soy mucho mejor que él con las cuentas.

    —Eso lo veremos, pero me alegra tenerte cerca. Esto va a estar muy divertido.

    —Y tanto que sí —suelta Oliver, que lo mira todo desde una mesa. También lo conocí cuando vine a la entrevista—. De verdad, no me quiero perder nada de lo que pase entre vosotros —y tras decir esto se marcha.

    —Mira, ya no tienes que contarle a Max lo mucho que te jode tenerlo cerca. En unos minutos Oliver pondrá a todos al corriente.

    —¿Tan cotilla es? —pregunto con miedo. Mis suegros informaban a mi exmarido de todo lo que hacía. No podía hacer nada sin que le pasaran un informe y hasta le decían si comía mucho o poco. Me sentía observada a cada paso que daba.

    Es por eso por lo que saber que en este lugar también estaré bajo la lupa de los cotilleos me inquieta. Me trae amargos recuerdos, ya que en mi hogar debía seguir miles de normas para que Billy no se enfadara conmigo por mi forma de comportarme.

    Aparto esos recuerdos de mi mente. Solo pensar en ellos me da escalofríos.

    —Sí, su marido dice que cuenta cotilleos hasta dormido —me informa Wyatt.

    —Joder, no esperaba que Max supiera tan pronto que no lo soporto.

    —Bueno…, llevas años sin hablarle y me consta que Max no es tonto. Debe de saberlo. —Asiento.

    Blake regresa con mi pedido y me lo como inquieta. Si la gente supiera que cuanto más fuerte parezco, más rota me siento, sería mi perdición.

    Estar aquí puede acabar siendo una de las peores ideas que he tenido en mi vida.

    Una vez más siento que no encajo.

    Saco el móvil y llamo a mi madre.

    —¿Ya te has enfrentado a Max? —me pregunta nada más descolgar.

    —No me voy a enfrentar a él. Puedo ser una profesional.

    —¡Ja! Os he visto a los dos cuando os enfadáis. Eso parece una guerra dialéctica para ver quién puede dejar peor al otro, y así ganar.

    Lo pienso y sé que es cierto.

    —Intentaré que eso no pase. —Sé que estoy perdida, porque es pensar en tener delante a Max y los miles de reproches que siento por lo que pasó afloran en mí—. Te quería dar las gracias por lo del pan de plátano y sé que hablaste con don perfecto.

    —Quería ver dónde trabajarías y me encontré con Max. Se ofreció a invitarme a un café. Hablamos de cómo estaba y, por si te interesa saberlo, está tocado por lo de la bruja de su madre.

    Sonrío.

    —Normal. Sigue aferrado a ella…

    —Bueno, como sea, ten cuidado e intenta que no estalle una guerra.

    Sonrío por cómo lo dice.

    —Me portaré bien con Max.

    —Lo dudo —responde mi madre.

    —Es cierto, aunque solo te llamaba para darte las gracias por el pan de plátano.

    —De nada, hija. ¿Le ha salido bien a Blake?

    —Sí, eso parece.

    —Me alegro, y ahora a trabajar, que vas a llegar tarde. Nos vemos, hija.

    Cuelgo sabiendo que debo recordar que Max es solo mi jefe e intentar que, al verlo, todo el dolor que dejó nuestro distanciamiento no estalle.

    Capítulo 2

    Wanda

    Wyatt me dice cuál es mi despacho cuando subo a mi planta.

    Como jefa de sección tengo despacho propio, lo que me sorprende, porque no esperaba tener tanto rango nada más comenzar.

    Wyatt me indica todo lo que esperan de mí y le confirmo que puedo con todo, aunque por dentro estoy aterrada.

    Acabo de terminar la carrera a distancia porque mi exmarido me dijo que con su sueldo no necesitaba trabajar. Yo lo acepté por gilipollas. Es la triste verdad. No tengo que depender de nadie para vivir. Soy más que la mujer que espera aburrida en casa a su marido.

    Dios, he callado tanto… Como si me hubiera dado un golpe que me hiciera poner en pausa todo lo que era para ser perfecta.

    Me marcho a mi despacho y me siento tras la mesa para ver todo lo que hay que hacer y organizarme. De nuestro equipo se espera que cada aplicación nueva sea estudiada; se debe hacer un estudio de mercado y considerar las posibles ventas o pérdidas. Saber cómo irá y si es bueno invertir en ella o para la empresa supondrá una pérdida considerable si sale mal. También tenemos que hacer seguimiento de las aplicaciones en las que hemos invertido para eliminarlas si dan pérdidas antes de que sea demasiado tarde.

    —Una cosa más —dice Wyatt entrando en el despacho con una tarjeta que deja en mi mesa—. Como este departamento es más de Max, él quiere supervisarlo y que trabajéis juntos.

    —Vamos, controlarme.

    —Es el jefe —responde Wyatt sin más—. Cuando hagas el informe de trabajo, llámalo.

    —¿Dónde está?

    —En una reunión con un joven emprendedor que tiene una gran idea para una aplicación, pero no sabe si firmar o no con nosotros para crearla. Creo que espera más dinero.

    —Lo normal. —Miro la tarjeta—. Lo llamaré. No quiero ser yo la que no haga bien su trabajo.

    —Bien, y cualquier cosa que necesites, mi despacho está justo enfrente.

    —¿Y el de Max? —Wyatt observa la puerta que hay en mi despacho y que lleva a otro—. ¿Estoy comunicada con su despacho?

    —Ya te he dicho que quiere supervisarlo todo.

    —También los eructos que me pueda tirar… ¿O eso ya es personal? —Demasiado tarde me arrepiento de mis palabras. Cuando estoy tensa soy un poco bruta hablando y, si estoy enfadada, entonces doy miedo. Al final he vuelto a ser quien era, para bien o para mal. En verdad, creo que nunca cambié. Solo me anulé.

    —Eso es personal, pero si vas a hacer el Shrek, mejor controlarte por si asustas a alguien —me señala divertido.

    —Lo sé. He vivido bajo una dictadura donde en mi propia casa no podía bajar la guardia, y no hice nada…

    —A veces cuesta ver que estás hundido. No es tan fácil como todos creen.

    Sé que Wyatt me entiende, lo que me une más a él.

    Asiento y se marcha.

    Organizo el trabajo y me marcho a donde está mi equipo. Somos cinco y me parecen todos muy competentes.

    Me presento y les pregunto algunas cosas para que el ambiente esté más unido y parezca menos jefa.

    Cuando hemos hablado un poco, tengo una ligera idea de cómo es cada uno y, en función de eso, empiezo a pedirles trabajo.

    Me sorprende lo rápido que me hago con el control de todo. Sobre todo porque, a mis treinta y un años, me creía mayor para empezar de cero.

    Al acabar la jornada matutina, entro en el despacho antes de bajar a comer y miro la tarjeta de Max. La muevo entre mis dedos, pensando en si llamarlo o no.

    Al final lo dejo para más tarde, con intención de llamarlo al acabar el día.

    Quiero creer que puedo comportarme de manera distante y profesional con él, pero es que estuve enamorada de este hombre como nunca y lo quise más que a nadie. Lo era todo para mí… ¿Cómo puedo mirarlo y no recordar cada lágrima que el amor por él me hizo derramar? ¿Cómo puedo no echarle en cara que me dejara ir sin más?

    Empiezo a creer que voy a ser incapaz de contener a la fiera que llevo dentro cuando lo tenga delante, porque hablará este enfado por mí y el resentimiento que siento por tantos años añorándolo.

    Max

    Oliver ya ha hecho de las suyas.

    Me encuentro que en el chat de la empresa ha contado, sin querer, según él, que Wanda ha venido en plan guerrera conmigo.

    Si tenía dudas de cómo sería trabajar con ella, ahora no tengo ninguna: un infierno.

    Llego al despacho por la tarde.

    Wanda no me ha llamado. En verdad, esperaba que su orgullo no le dejara hacerlo hasta que no le quedara más remedio.

    Subo en el ascensor y al llegar voy hacia la zona de trabajo donde sé que estará. Es muy metódica y le gusta dejarlo todo perfecto antes de darlo por zanjado.

    Es mejor que yo, pero claro, esto no se lo pienso reconocer, porque no dejaría de echarme en cara que ella es más eficiente en el trabajo.

    Hemos sido muy competitivos el uno con el otro. Si jugábamos juntos y uno de los dos ganaba, al otro le costaba aceptar que había perdido. Siempre pedíamos la revancha. En clase, si uno sacaba un nueve, el otro quería un diez. No podía ser menos.

    Y así con todo.

    No la he visto en diez años. Se marchó dejando la carrera a medias y por lo que he sabido no la acabó hasta hace poco.

    No sé qué quedará de ella, en qué mujer se habrá convertido.

    Miro hacia donde creo que estará y la veo de espaldas con un vestido blanco y negro de media manga, por encima de la rodilla. Es estrecho por arriba y cae suelto desde la cintura. Algo que no ha cambiado, al parecer. Le gustaban los vestidos con detalles de otra época, como cuellos cuadrados o dibujos que parecieran antiguos.

    La observo trabajar y se ríe por algo que dice Marcos, uno de mis empleados.

    Su risa es contenida. Cuando se ríe de verdad es una bruta y hace unos hipos muy raros. Por eso mismo la provoqué muchas veces hasta que se reía sin parar.

    Tenerla cerca remueve algo dentro de mí…

    Cuando me doy cuenta de por dónde van mis pensamientos, me marcho a mi despacho para organizar unas cosas, mientras espero a que me llame.

    No va a ser fácil tenerla aquí.

    No ha sido fácil vivir sin ella, y ahora debo aceptar que somos otros, que lo vivido no volverá. Tal vez empañe los recuerdos de una infancia donde ella siempre estuvo ahí.

    * * *

    Falta exactamente un minuto para que acabe su jornada laboral cuando me llama y, si hubiera tenido que apostar cuándo lo haría, hubiera dicho que justo en este instante.

    Parece que la sigo conociendo a pesar de todo.

    Descuelgo el móvil y, al cabo de tantos años, nos dirigimos la palabra de nuevo.

    —Te ha costado llamarme.

    —No, pero soy una profesional y quería darte un informe de todo el día de trabajo. No lo sería si me dejara algo. —Sonrío por su forma de decirlo. Su voz sigue siendo dulce y preciosa, con ese toque coqueto sexi que le sale sin querer—. Los dos sabemos que soy la mejor y, gracias a mí, tu empresa no se irá a pique como la de tu madre.

    —Joder…, empiezas fuerte. ¿Ya me has declarado la guerra?

    Noto latir dentro de mí una emoción que creía muerta desde hace años. Aunque sé que este encuentro no será fácil, en su voz he leído el resentimiento y sé que ella en la mía también. Son muchos años de reproches que están a punto de explotarnos en la cara.

    Me aflojo el nudo de la corbata como si lo necesitara para respirar.

    —Solo constato un hecho. ¿Prefieres que mienta y no diga lo que se me pasa por la cabeza porque eres mi jefe y me puedes despedir? Soy tan buena que me sobran los trabajos.

    —Genial, pues tal vez sea lo mejor. Así evito que en mi propia empresa alguien me quiera destituir.

    —Gilipollas —rumia entre dientes y sonrío—. Nunca te tuve por un cobarde —me reta.

    —Y no lo soy. Por eso, ven a mi despacho y hablamos de lo maravillosa que eres a la cara. No tardes. —Cuelgo y miro el móvil sabiendo que esto no va a ser fácil.

    La verdad es que esperaba que las cosas, después de tantos años y tras haber tenido razón con lo capullo que era su exmarido, fueran mejor. Pero no lo parece.

    Escucho sus pasos y espero a que entre, que sus ojos verdes, al cabo de diez años, se encuentren una vez más con los míos. Seguro que al vernos nadie podría imaginarse que un día fuimos los mejores amigos del mundo.

    Wanda

    Dejo el móvil sobre la mesa y miro la puerta que comparto con Max. Me he pasado con lo de su madre, pero, cuando estoy enfadada o tensa, digo cosas de las que luego me arrepiento. He intentado contenerme y ser profesional, pero ha sido escuchar su voz y todo el enfado que siento por lo que pasó ha brotado dentro de mí.

    Tomo aire y voy hacia el despacho de Max sabiendo que trabajar con él no será fácil y no, no tengo miles de trabajos donde se me quiera por ser tan buena. No tengo experiencia y, en estos diez años, han salido miles de personas con la misma carrera que yo y, mientras yo me hacía pequeña con mi exmarido, ellos se comían el mundo. Nadie me ha querido contratar salvo Wyatt y Max.

    Pongo la mano en el pomo de la puerta y, tras un instante de duda, abro recordando que no puedo dejar que nadie más me haga sentir pequeña.

    Lo busco por el despacho sintiendo los nervios correr por mi cuerpo.

    No tardo en verlo, porque me espera apoyado en la mesa mirándome fijamente.

    Aguanto la respiración mientras sus ojos azules y los míos se contemplan después de tanto tiempo, y noto una sacudida por tenerlo delante de la que juro que no me siento orgullosa.

    Sus ojos azules son más intensos de lo que recordaba. Es raro saber que siempre ha estado en mi mente, pero que con el tiempo desfiguré su imagen hasta que los recuerdos fueron más bien borrones de sentimientos y emociones. Al final, con el paso del tiempo, los recuerdos son más instantes de sentimientos, en vez de caras.

    Ha cambiado. Su mirada es más profunda. Lleva una sexi barba de varios días que realza los ángulos de su cara. Sus labios gruesos siguen ahí. Esos labios que más de una noche soñé con besar sabiendo que para mí sus besos estaban vetados.

    Lo noto más alto, pero sé que es imposible, porque Max ya era alto cuando me fui. Mide casi un metro noventa, claro que antes no tenía tanto músculo ni la camisa blanca se le ceñía al torso de esa forma, marcando sus músculos.

    El pelo rubio está más oscuro que hace años, aunque sigue teniendo las puntas más rubias; parece más tirando a castaño. Lo lleva a la moda y está jodidamente sexi.

    Con los años su belleza se ha realzado, su cuerpo se ha creado para el deseo y el aura que lo rodea es de esas que te hacen sentir que estás ante un líder. Una persona que irradia luz y voz de mando.

    Todo sería más fácil si estuviera calvo o barrigón.

    Lo imagino y se me escapa una risilla.

    —¿Te hace gracia mi imagen?

    —Estás muy viejo, la verdad —miento.

    —Pues mira, como tú. Por si lo has olvidado, cumplimos los treinta y dos el mismo día y para eso no queda mucho.

    —Como si me hubiera podido olvidar que nací el mismo día que un gilipichis.

    —¿Gilipichis?

    —Me parece un poco fuerte llamar a mi jefe gilipollas a la cara.

    —Ah, qué suerte la mía.

    —Como si tú no me hubieras mirado de arriba abajo también, y, por si lo dudas: me conservo mejor que tú.

    —Sobre todo por esas arrugas en la frente cuando frunces el ceño. Creo que antes no estaban.

    Lo miro con rabia. Si quiere guerra se la pienso dar.

    —Bueno, tú antes no estabas tan acicalado para parecer un globo o un chuloplaya.

    —¿Yo un chuloplaya? Ya te gustaría tener a tu alcance un cuerpo como el mío.

    —O tú como el mío, porque mis tetas son naturales, no como las de tus últimos ligues, ya que siempre te gustaron mucho las delanteras grandes.

    —Eso era cuando estaba con las hormonas revolucionadas. De eso hace mucho tiempo. Ahora me gusta apreciar a la mujer por quién es y darle el placer que se merece sin importarme una mierda si tiene más o menos tetas.

    Intento por todos los medios que el tono sensual de sus palabras no me haga imaginarlo medio desnudo dando placer a una mujer.

    Cierro los ojos y aparto esa imagen de Max de mi mente, porque lo que menos necesito es desear a este hombre al que ahora mismo odio por no buscarme hace tantos años.

    —Has dicho mierda —digo para volver a la guerra y dejar de lado todo lo demás—. Yo te puedo decir gilipollas, si empezamos con las palabrotas. —Alza una ceja—. ¿Qué? ¿Te crees que me importa una mierda lo buen amante que eres? Pues no. He tenido muy buenos amantes en estos últimos meses.

    —Normal que, tras tantos años con un puto mueble, tengas ganas de algo más que el misionero.

    —¡Eso tú no lo sabes! ¡Nunca te hablé de mi intimidad!

    —Cierto, pero tu exmarido nos contaba sus hazañas sexuales y siempre hablaba del misionero.

    —Dudo mucho que Billy fuera contando eso, y menos a ti, que no te soportaba.

    —Te recuerdo que tu exmarido era un capullo, de lo que te advertí, por cierto.

    —No lo recuerdo bien —miento y pone su cara de sabelotodo que no soporto.

    —¿Ahora también eres mentirosa?

    —Bueno, tú eres un chulito. ¿Qué más da lo que sea ahora? De todos modos, no estamos aquí para hablar de tu fea cara ni de tu cuerpo hiperacicalado. Ni de tus horribles ojos. Son muy simples… Azules, ya ves, están de moda los verdes como los míos. —Alza una ceja—. Dejando eso a un lado, ¿puedes comportarte como mi…?

    —Tu jefe —añade cuando ve que me cuesta decirlo.

    —Mi eso, y ser un profesional. Lo mismo a tu nivel de inteligencia no le da para más. ¿Te has saturado? Si quieres te puedes echar una siesta para reiniciarte. Esperaré.

    —Hola, chicos. —Wyatt entra y, aunque parece divertido, se controla—. Tenéis al cotilla número uno tras la puerta. Solo le faltan las palomitas y, a menos que queráis que esto se os vaya de madre, os aconsejo que bajéis el tono de los insultos. Que es muy divertido ver como os mentís el uno al otro para ver quién gana, pero no me fio de todos los que trabajan aquí y no quiero que alguien piense que no sabemos ser profesionales.

    —Recuérdame por qué contraté a Oliver —dice Max cansado.

    —Porque lo quieres, y ahora sed profesionales los dos y, por si acaso, me quedo aquí para que habléis estrictamente de trabajo.

    Capítulo 3

    Max

    Miro a Wyatt, que se sienta tras mi mesa como si fuera el árbitro de nuestro encuentro.

    Ya me comentó que no le hacía ninguna gracia que los chismes nos pudieran poner en un problema. Hemos avisado a Oliver y, aunque lo intenta, es ver un cotilleo y se lanza de cabeza.

    Observo a Wanda y toma aire antes de mirarme con lo que parece un gesto frío, pero no lo consigue. En sus ojos verdes sigue corriendo ese fuego que la hace única. Es tan intensa como un caluroso día de verano. Me cuesta imaginar que el capullo de su exmarido la anulase hasta el punto de conformarse con lo que tenía, y todo por una puta encuesta donde decía que era perfecto para ella.

    Desde ese instante odié las encuestas de mi madre.

    Wanda frunce el ceño y me centro en ella para dejar cerrados los recuerdos. Siempre fue una mujer preciosa, pero ahora lo es todavía más. Los años la han dotado de una belleza increíble y de un cuerpo de atractivas curvas que he devorado sin dudarlo. Igual que ella a mí.

    Es imposible no hacerlo.

    Desde que la he visto soy muy consciente de ella. De como algo cambia dentro de mí cuando la tengo cerca. Como si de golpe el mundo cobrara un color más intenso a nuestro alrededor cuando estamos juntos.

    Pero eso queda en un segundo plano.

    No nos soportamos, aunque eso no quita que deba admitir que es jodidamente deseable…, pero no para mí.

    En lo que menos pienso ahora mismo es en tener algo con alguien, y menos con ella. La mujer que claramente no ha venido en son de paz. Pues si quiere guerra, se la voy a dar.

    Este juego lo pienso ganar yo.

    —¿Puedes exponerme tu trabajo de hoy y tus ideas como profesional o en la universidad no te han enseñado cómo hacerlo por ser de las más mayores?

    —Se acabó la paz —dice Wyatt—. Ni un minuto, chicos.

    —¡Sé ser profesional!

    —No, no lo sabéis ser ninguno —apunta Wyatt y apoya los codos en la mesa, al mismo tiempo que junta las manos. Nos estudia a uno y a otro—. Esto no va a salir bien.

    —Tú la contrataste —le recuerdo.

    —Sí, es muy buena, y tú lo sabes. La necesitamos. Pero juntos la vais a liar…

    —¿Podéis no tratarme como si no estuviera aquí? Mira, lo tengo todo anotado. —Va a su despacho y me trae una carpeta—. Espero que sepas leer. Lo he anotado todo por si no soportaba tenerte delante de mí.

    —Pues mira, no lo soportas —señala Wyatt.

    Cojo la carpeta y la abro.

    Leo todo mientras Wanda espera a ver qué me parecen sus ideas, y tengo que reconocer que son todas muy buenas.

    Alzo la cabeza y la veo observarme con suficiencia.

    «Va de listilla», pienso, y repaso sus cuentas. Veo un error en una ecuación y sonrío.

    —Esto no está bien. —Giro la carpeta y lo mira echando chispas—. ¿Acaso te hemos dado el puesto que no te corresponde?

    Wanda me quita la carpeta con malas formas y va a su despacho.

    Al poco regresa con los papeles y me los tira a la cara.

    —Soy mucho mejor que tú y juro que te lo pienso demostrar. A menos que te dé miedo saber que te puedo dejar en evidencia ante tus empleados.

    —Lo dudo, sinceramente. Mientras tú jugabas a las casitas, yo no he dejado de trabajar. Tengo más experiencia que tú.

    Wanda me da un bofetón que sé que me merezco. Ahora mismo me siento un miserable. El problema es que, cuando Wanda se enfada, siempre me quema con su fuego y entro en una guerra dialéctica donde no puedo evitar querer ser el mejor.

    Pensaba que con los años esto había cambiado, pero a la vista está que no. Es mucho peor.

    —Eres un ca-pu-llo y te lo deletreo por si la única neurona que te queda no me entiende.

    Se marcha y da un portazo que seguro que han oído todos.

    La escuchamos recoger sus cosas e irse.

    —Te has pasado —me dice Wyatt tranquilo.

    —Lo sé. Me pone de los nervios.

    —¿De verdad? Nunca lo hubiera imaginado.

    Me paso la mano por el pelo y voy al mueble bar para servirme una copa.

    Me la bebo de un trago y miro al que ahora es mi amigo.

    —Esto no va a salir bien.

    —No.

    —¿Podrías no ser tan sincero?

    —No. ¿La despedimos?

    —No, ella es muy buena y, cuando trabajamos juntos y en armonía, somos invencibles. Al menos, eso pasaba de niños. Luego… todo se estropeó y no sé la razón —admito.

    —Seréis muy buenos juntos si dejas de ser un capullo. Esa ecuación estaba mal sin querer. Seguro que hizo ese informe mientras hacía otras cosas. No ha parado de trabajar en todo el día.

    —Lo sé… No puedo evitarlo. Wanda y yo enfadados somos… peligrosos.

    —Ya lo he visto, pero no sé qué te enfada de ella al cabo de tantos años.

    —Ni lo sabrás. Vamos a trabajar. A ver si el día puede mejorar.

    —Lo dudo, porque me marcho a casa para ver si Peggy está mejor. Hoy se ha despertado con muchos vómitos. A ver si se le pasa pronto.

    —Pues sí. Cuídala mucho.

    —Te aseguro que sí.

    Se marcha y me quedo solo.

    Recojo los papeles de Wanda y observo su letra, que es preciosa. Siempre ha sido muy organizada. Le gusta tenerlo todo bien hecho y con miles de colores. De niña le regalaba bolígrafos de colores porque le encantaban.

    Me pongo tras la mesa y miro las notas como si en ellas estuviera la respuesta de cómo tratarla para evitar que todo lo que he sentido al verla no se cargue esta empresa.

    Está claro que no le he perdonado que lo eligiera a él, que me llamara mentiroso y no me creyera. Me abandonó como mi madre. Ella, que mejor que nadie sabía lo que su traición me haría.

    Wanda

    Llego a mi casa agitada tras lo que he vivido con Max.

    Cierro la puerta y me quito la ropa con rabia. Me pongo el pijama enfadada y molesta y, cuando me siento en la cama, trato de calmarme.

    ¿Acaso esperaba una reacción diferente? Tal vez por parte de él, no. Esperaba que su orgullo hablara por él. Sigue enfadado porque no le hice caso… Como si una persona no tuviera derecho a equivocarse. Es un don perfecto tocanarices. Hace años lo soportaba, porque yo también iba de lista con él muchas veces, pero ahora no puedo.

    Lo peor es este enfado que siento conmigo misma porque, cuando lo vi, su presencia no me fue tan indiferente como debería. Algo se removió dentro de mí y, por si fuera poco, está jodidamente sexi y deseable. Su cercanía hacía latir algo en mí y, aunque no quería, cada vez que respiraba, su perfume se colaba por mis fosas nasales, lo que me hacía añorar abrazarlo y sentir paz entre un millar de emociones.

    Estoy muy enfadada con él por sabelotodo y conmigo por tonta.

    Ceno pensando en todo y sabiendo que el pasado nunca volverá. Somos los pedazos que quedan de nuestros errores. Muchos de ellos son imposibles de juntar de nuevo y hacer que encajen, lo que impide que todo sea como fue.

    Capítulo 4

    Wanda

    Llego a trabajar muy pronto y entro en la cafetería.

    Blake sonríe al verme.

    —Buenos días.

    —Buenos días —lo saludo sentándome en un taburete.

    —La liaste bien con Max ayer, ¿eh?

    —Sí, menuda imagen dimos —digo avergonzada.

    —Tranquila. Bri ya me había contado que enfadados erais peligrosos.

    —Sí, somos dos bombas de relojería.

    —Bueno, tú por lo menos no trataste de matarlo. —Blake sonríe recordando lo que su novia le hizo sin querer en el campamento hace años.

    —Bueno, alguna zapatilla a la cabeza le tiré… —Sonríe—. Tengo que ser profesional.

    —Solo date tiempo.

    —Ya, pero es mi primer trabajo. Nadie me quería por mi edad e inexperiencia… No puedo arriesgarme a perderlo por mucho que no soporte a Maximilian.

    —Max odia que lo llamen por su nombre completo.

    —Ya, lo llamé así muchas veces para joderlo. —Sonrío.

    —Esto va a salir mal —afirma sincero—. Y me preocupa, porque, tras lo que pasó con la empresa de Cupi, estamos en el punto de mira. Esperan cualquier cosa para no creer en nuestra solvencia.

    —Lo sé. En realidad, a mí no me extrañó que Fausta se lo cargara todo —le confieso y Blake alza una ceja sin comprenderme—. Fausta no me quería cerca de su hijo porque yo le recordaba de dónde venían. Nunca me lo ocultó, o eso sentía siempre. Era un pálpito al mirarla, ¿sabes? —Asiente—. ¿Sabes dónde empezó todo con Fausta?

    —En un barrio humilde y trabajador —responde Blake.

    —Sí, pero eso es un lastre para quien se cree de golpe un dios.

    —Eres la primera que me dice que, antes de que pasara lo de Bri, ya esperaba todo esto.

    —Lo que le hicieron a Bri solo fue una jugada egoísta y lo de Peggy lo mismo, pero como yo ya había visto esa cara, no me sorprendió. Es como si de esa mujer me esperara cualquier cosa y siento que lo peor puede estar todavía por venir. Es como si algo dentro de mí me avisara.

    —No se lo digas a Bri —me pide y lo miro—. Sé que en el fondo espera que su madre regrese y tenga una buena explicación que lo justifique todo. Y más ahora que la familia crece con el embarazo de Peggy.

    —Eso no pasará, pero no diré nada. Nunca lo hice, porque temía que ellos no me creyeran. Sobre todo, Max. Nunca tuve pruebas tangibles. Solo eran sensaciones cuando la miraba. Pero, aunque quieran, dudo que una buena razón explique todo esto.

    —Es lo que ellos esperan. Aunque Bri vaya de dura y diga que no creerá nada de lo que puedan decirle, sé que, si tiene una buena explicación, acabará por creerla. Quizás la tengan… A veces es mejor esperar que imaginar lo que puede pasar.

    —Si quieres creer eso para justificar no contarle nada a Bri, me parece bien, pero yo sé la verdad y esa cara de buena nunca fue la suya. Un padre va a muerte con sus hijos. No los usa como peones para no perder su imperio.

    —Es posible —me dice Blake triste y sé que este tema le afecta.

    Decido callarme todo lo que he experimentado. Sobre todo, la última charla que tuve con Fausta antes de que todo

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