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Geografía insólita del Imperio español: Un viaje por la geografía mundial en busca de los vestigios más desconocidos del imperio español
Geografía insólita del Imperio español: Un viaje por la geografía mundial en busca de los vestigios más desconocidos del imperio español
Geografía insólita del Imperio español: Un viaje por la geografía mundial en busca de los vestigios más desconocidos del imperio español
Libro electrónico335 páginas6 horas

Geografía insólita del Imperio español: Un viaje por la geografía mundial en busca de los vestigios más desconocidos del imperio español

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Información de este libro electrónico

¿Sabía que España gobernó más de la mitad de los actuales Estados Unidos de América? ¿O que fray Junípero Serra es el único español representado en el Capitolio de Washington? ¿Conocía que el Galeón de Manila surcó durante doscientos cincuenta años el océano Pacífico, desde Filipinas a México, realizando la mayor ruta comercial del mundo? ¿Y que ese océano fue un «lago español» durante más de trescientos años? Adéntrese en un formidable viaje desde Puerto Rico a Guinea Ecuatorial, desde Flandes a Guam, con las exóticas islas Marianas, Carolinas y Filipinas, en busca de los ignotos vestigios del Imperio español.
Estas páginas nos desvelan la gloria de un imperio que no conoció fronteras, sorteó mares y océanos y descubrió para el mundo occidental dos continentes: América y Oceanía.
Todo arrancó con el primer viaje a América del navegante Cristóbal Colón en el año 1492, y concluyó en 1976, cuando España se retiró del Sahara español. Durante esos quinientos años la lengua española se expandió de tal modo que hoy es la segunda más hablada de la humanidad, solo por detrás del chino. Allá donde se establecían los españoles se cultivaba la cultura erigiendo universidades, se observaban las leyes humanitarias del catedrático burgalés Francisco de Vitoria, y se impartía la fe católica.
El autor, un apasionado viajero que conoce la totalidad de los ciento noventa y tres países registrados en Naciones Unidas, ha recorrido sistemáticamente, una por una, las cincuenta posesiones que España llegó a administrar por el orbe, desde la isla de Pascua a Taiwán y desde las Molucas a Guinea Ecuatorial.
Un libro para no olvidar nuestra importancia en la Historia, y para que nuestros descendientes se sientan orgullosos de la inconmensurable aportación de España a la humanidad.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento7 abr 2021
ISBN9788418709913
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    Muy buen libro que recuerda la rica historia del imperio español.

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Geografía insólita del Imperio español - Sánchez García

INTRODUCCIÓN

En el transcurso de la primera de las siete vueltas alrededor del mundo que realizaría para llegar a estudiar todos los países de las Naciones Unidas, me encontré en un poblado de Guatemala con un ciclista francés de mediana edad que se dirigía a la provincia canadiense de Quebec. Me contó que el objetivo de sus viajes no era conocer el mundo entero, como era mi caso, sino aquellos territorios de los cinco continentes que en un momento u otro de la historia habían formado parte del Imperio francés. Por el camino atravesaría varias ciudades de Luisiana donde aún se preserva la lengua francesa.

Poco años más tarde, hallándome en la ciudad de Lahore, Pakistán, hice amistad en una cafetería con un joven viajero portugués que se dirigía a las antiguas posesiones portuguesas de Goa, Diu y Damán, más Dadra y Nagar Haveli, todas ellas en la India, pues su meta era visitar todos los antiguos dominios del Imperio portugués esparcidos por el mundo. Me contó que tras esos enclaves en la India volaría al Extremo Oriente para conocer la ciudad de Malaca, en Malasia; luego visitaría varias islas de Indonesia que habían pertenecido a Portugal. Finalmente viajaría a la ciudad de Macao, en China, y a Nagasaki en Japón.

Estos dos encuentros me hicieron reflexionar. Yo hasta entonces viajaba para aprender lecciones de humanidades que absorbía de todos los países del mundo que visitaba, pero no había otro motivo adicional relacionado con España. Claro, al visitar los 193 países del planeta incluiría en ellos la veintena de los americanos donde se habla el español, además de otros que habían sido administrados por España, tales como Filipinas, Guinea Ecuatorial o fragmentos de Marruecos. Pero esos dos encuentros con viajeros me hicieron prestar a partir de entonces una atención especial a los países y territorios que habían formado parte del Imperio español, pues ha sido de los más importantes de la historia de la humanidad, abarcando territorios de los cinco continentes. No en vano ya en tiempos de Carlos V se le denominaba «el imperio donde nunca se pone el sol».

Hoy el francés, el inglés y el español son las tres únicas lenguas que son habladas de manera oficial en los cinco continentes.

Por extensión máxima alcanzada en algún momento, los mayores imperios de la historia de la humanidad han sido:

— Imperio mongol: unos 35,5 millones de kilómetros cuadrados.

— Imperio británico: unos 34 millones.

— Imperio ruso: unos 23 millones.

— Imperio español: unos 21 millones.

— Dinastía imperial Qing: unos 15 millones.

Les siguen el Imperio francés con unos 12 millones, el Califato omeya con unos 11, el Imperio portugués con unos 10, etc.

Los imperios importantes del pasado, tales como el Macedonio, el Romano o el Otomano, apenas pasaron de los 5 millones de kilómetros cuadrados.

El Imperio mongol constituye el más extenso de territorio continuo, mientras que el Imperio español tiene la peculiaridad de haber sido el más largo, alcanzando unos 15.000 kilómetros, los que distan desde Alaska a Tierra del Fuego, y se prolongó desde el año 1492 (descubrimiento de América) hasta 1824 (al perder la batalla de Ayacucho), unos 332 años, aunque algunos historiadores lo alargan hasta el año 1898, cuando España perdió Filipinas, Guam, Puerto Rico y Cuba. Y hay quienes lo prolongan hasta el año 1976, cuando España se desentendió del Sahara Español.

Por otra parte, los ingleses jamás se mezclaron con las gentes de los territorios que nominalmente administraban, ni en Australia ni en la India ni en África ni en las trece colonias de los hoy Estados Unidos de América, mientras que los españoles produjeron un mestizaje con los indígenas americanos y filipinos creando nuevas razas.

Muchos de los ingleses que emigraban a las colonias del Imperio inglés eran reos y gente de mal vivir, mientras que en el Imperio español existía un control y solo se aceptaban para el viaje a América a las personas probas. Por ejemplo, a Miguel de Cervantes, que soñaba con viajar a América, le fue rechazado el permiso por la Casa de la Contratación de Sevilla al saberse que cuando trabajaba de recaudador de impuestos no pudo justificar unas pérdidas de dinero del que era responsable.

Así pues, conocer todas las antiguas posesiones del Imperio español era un objetivo ambicioso y excitante que tomé como un reto. Y aunque hubo un tiempo (de 1560 a 1640) cuando los imperios portugués y español se unieron abarcando juntos más de 30 millones de kilómetros cuadrados, me ceñiré únicamente al Imperio español, aun cuando también he llegado a conocer moderadamente bien todos los países y territorios del Imperio portugués.

Me preguntaba si alguien se había propuesto en el pasado visitar todas las posesiones del Imperio español, y más adelante averigüé que no; nunca nadie acometió esa empresa, o al menos nadie ha escrito sobre ella. Sí, seguramente a más de un viajero y apasionado de la historia de España se le ha debido ocurrir viajar a todos esos territorios, pero del dicho al hecho hay un buen trecho. Y es que no son solamente la veintena de países americanos, sino también más del 50 % de la superficie de los actuales Estados Unidos de América, la práctica totalidad de islas de las Antillas Menores, la mayoría de los archipiélagos de Oceanía (todo el océano Pacifico fue un «lago español» durante trescientos años), diversos enclaves en África y en Asia, además de Filipinas, país que administró España durante tres siglos y medio, sin olvidarnos de los dominios españoles en el continente europeo.

Para acometer tal tarea dividí el mundo en los siguientes sectores geográficos:

— Posesiones en Europa.

— Virreinato Colombino (o Virreinato de las Indias): 1492-1535.

— Virreinato de Nueva España: 1535-1821.

— Virreinato del Perú: 1542-1824.

— Virreinato de Nueva Granada: 1717-1723, 1739-1810, 1815-1822.

— Virreinato del Río de la Plata: 1776-1814.

— Capitanía General de las Filipinas: 1565-1899.

— Posesiones en África.

No realicé estos viajes por el Imperio español de manera sistemática siguiendo un orden cronológico, es decir, iniciándolos en la isla que Cristóbal Colón bautizó San Salvador (hoy Guanahani, en Las Bahamas) el 12 de octubre del año 1492 y concluyéndolos en el Sahara Español en 1976, ya que habría tenido que viajar en zigzag de América a Europa, luego Oceanía, tras ello Asia, vuelta a Europa, ahora África, de nuevo en América, otra vez África, etc., pues me habría sido prácticamente imposible, además de absurdo, y de intentarlo me habría gastado una fortuna de la que no disponía. Pero sí que pude, en diferentes viajes que se extendieron a lo largo de treinta años, llegar a conocer todas las posesiones españolas en los cinco continentes.

Además de la inspiración que recibí de los viajeros francés y portugués, me animé a escribir sobre mis viajes al Imperio español al constatar la ignominiosa ignorancia que se tiene en la propia España sobre esos siglos de nuestra historia. Incluso a los niños se les priva en las escuelas de conocer la historia de su propio país y de sus antepasados.

Algo que a los propios españoles les sorprende es saber que los territorios de los cinco continentes que eran administrados primero desde Toledo y luego desde Madrid (con un intervalo de cinco años desde Valladolid) no eran colonias, sino prolongaciones de España en forma de virreinatos, y sus ciudadanos poseían la nacionalidad española, ventaja de la que no gozaban los indígenas de los territorios ocupados por franceses, portugueses, ingleses u holandeses en América. Las colonias las utilizaban esos países europeos para expoliar las riquezas, mientras que en España se percibía el justo Quinto Real, dejando el 80 % restante de los minerales (que se incrementaría hasta el 90 %) en los países americanos para su desarrollo, gracias a lo cual se construyeron en América centenares de ciudades, puertos, astilleros, caminos, imprentas, bibliotecas, hospitales, catedrales, museos, teatros, etc., además de 26 universidades con cátedras en lenguas nativas amerindias (más numerosos colegios mayores), mientras que franceses, portugueses, holandeses y demás europeos no erigirían ni una sola. Tan solo Inglaterra erigiría la universidad de Harvard en 1636, pero solo para europeos.

Comenzaré a describir los dominios del Imperio español con mis viajes por Europa, procurando no hacer el texto tedioso como si se tratara de enumerar los sitios donde he estado a manera de listín telefónico, sino que para agilizarlo escogeré los lugares más representativos, narrando mis observaciones y descubrimientos de huellas españolas, la relación que todavía hoy guardan con España y, a veces, también las pequeñas aventuras que me acontecieron en ellos.

I. EUROPA

SICILIA

Volé desde Barcelona a Palermo, capital de la isla de Sicilia. Había asignado un mes para conocer las posesiones principales de la Italia española, dedicando una semana para la isla de Sicilia, tres días para la isla de Malta, una semana para Nápoles con sus alrededores, y el resto de días los invertiría en conocer la fortaleza española de L’Aquila, en la región de Abruzo, más la isla de Cerdeña. No visitaría los Presidios de Toscana en ese viaje, pues ya conocía dos de ellos (Orbetello y Porto Santo Stefano) por una visita anterior a Italia.

Precisamente Sicilia fue el primer territorio italiano que España (o la entonces Corona de Aragón) regentó a partir del año 1282, y al conquistar el rey de Aragón Alfonso V en el año 1442 el Reino de Nápoles ambas entidades quedaron bajo una misma corona, que incluía asimismo la isla de Malta, la isla de Cerdeña, los Presidios de Toscana, más otros pequeños fragmentos. Tras el Tratado de Utrecht de 1713 la España de los Habsburgo perdería todos estos dominios, aunque con la nueva dinastía Borbón en España se recuperarían por unas décadas más algunos territorios italianos, como Sicilia y Nápoles.

Sicilia es la isla más grande del mar Mediterráneo y tanto su historia como su belleza son extraordinarias. La isla fue posesión de fenicios, cartagineses, griegos, romanos, vándalos, ostrogodos, bizantinos, árabes, normandos, franceses, españoles, alemanes… y actualmente constituye una región de la Italia unificada. En cuanto a Palermo, ciudad fundada por los fenicios en el siglo viii antes de nuestra era, está considerada una de las más antiguas de Europa.

Visité su mercado central, también la catedral Santa Vergine Maria Assunta, con influencia arquitectónica aragonesa, más la maravillosa Capilla Palatina cuya belleza y elegancia me sedujo de inmediato. Sus mosaicos me parecieron exquisitos; a uno le entraban ganas de llorar de emoción ante tal perfección lograda por los artistas. Esa capilla era una pequeña joya. El permanecer dentro de ella observando la delicadeza de sus mosaicos con sus motivos produjo que me entrara un sentimiento tierno, de recogimiento.

Pero al ir buscando huellas de la historia de España lo que más me satisfizo de Palermo en esos días fue cuando me encontré por casualidad en el centro con una plaza octogonal denominada Quattro Canti, por los cuatro imponentes edificios de arquitectura barroca erigidos a principios del siglo xvii orientados hacia los cuatro puntos cardinales, albergando cuatro figuras alegóricas de las estaciones del año, cuatro fuentes que eran réplicas de las Quattro Fontane en Roma, cuatro santos patrones de Palermo, más cuatro estatuas de tamaño natural representando los primeros cuatro reyes de la dinastía Habsburgo que reinaron en Sicilia: Carlos V, Felipe II, Felipe III y Felipe IV.

Según me confirmaron en el hotel donde estaba alojado, el nombre verdadero de ese lugar era Piazza Villena, en honor del virrey de Sicilia y Nápoles: Juan Fernández Pacheco, marqués de Villena y duque de Escalona, que sería el fundador de la Real Academia Española (RAE) en Madrid.

Todavía visité en esa semana otros lugares meritorios en esa isla, como fueron las ruinas de la ciudad griega de Agrigento y después las de Siracusa, donde Arquímedes exclamó «¡Eureka!». También alcancé las faldas del monte Etna, y un día más tarde navegué a la pequeña isla Stromboli, donde por las noches admiraba las erupciones de su volcán.

Estaba listo para abandonar la isla de Sicilia satisfecho gracias a los vestigios españoles en Palermo que había conocido, pero encontrándome de tránsito en Messina me paseé por el centro cuando, en una plaza llamada Lepanto, encontré un monumento dedicado a Don Giovanni de Austria.

Me fijé bien y comprobé que era idéntico al que había visto años atrás en la ciudad de Ratisbona (Regensburg en alemán), donde había nacido don Juan hacia el año 1545 fruto de la relación del emperador Carlos V con la joven y bella Bárbara Blomberg durante el transcurso de una de las Dietas Imperiales del Sacro Imperio Romano Germánico, a las que acudía regularmente el emperador.

Pero el de Catania era anterior pues fue erigido por un escultor contemporáneo de Juan de Austria en 1572.

Era lógica su localización en Messina pues de allí partió la Liga Santa compuesta por España (cuya flota zarpó de las atarazanas de Barcelona) y las repúblicas italianas junto a los Estados Pontificios y la Orden de Malta, para atacar al Imperio otomano en la batalla de Lepanto de 1571.

Cuatro personajes de gran calibre capitaneaban esa Liga Santa: don Juan de Austria en primer lugar, seguido de Álvaro de Bazán (nacido en Granada; fue grande de España, además de almirante, y jamás perdió una batalla), Alejandro Farnesio (genio militar nacido en Roma que era sobrino de Felipe II y de don Juan de Austria), y Luis de Requesens (militar y marino barcelonés que fue el mentor de don Juan de Austria y posteriormente gobernador del Milanesado y de los Países Bajos).

El octavo día volé desde el aeropuerto de Catania hacia otra isla que fue administrada por España: Malta.

Quattro Canti en Palermo: arriba Santa Cristina de Bolsena.

En el medio el emperador Carlos V. Abajo la alegoría de la primavera.

MALTA

Pasé en Malta y sus islas Gozo y Comino tres días con sus tres noches instalado en un hotel céntrico de La Valeta, la capital del país. Esa ciudad se considera la más densa del mundo en monumentos históricos; es decir, durante tres días tenía a mi disposición más de 300 atracciones turísticas para visitar en una superficie de menos de 1 kilómetro cuadrado.

No los visité todos, naturalmente, sino los más básicos y relacionados con la historia de España que me recomendaron en la oficina de turismo, donde me regalaron folletos en español.

Entré en la concatedral de San Juan donde observé sus capillas españolas, en el antiguo Palacio del Gran Maestre, en numerosas iglesias y fortificaciones varias. Pero lo mejor era callejear sin objetivo respirando la atmósfera íntima e histórica de la ciudad. La Republic Street era muy popular y siempre estaba llena de gente. Sin embargo, era una delicia pasear por las calles empinadas menos frecuentadas.

Desde el primer momento sentí la íntima relación de Malta con España. Por los folletos turísticos aprendí que en el año 1282 Malta pasó a manos de la Corona de Aragón, que la poseyó durante dos siglos y medio, hasta 1530, cuando el rey Carlos I de España cedió las islas a los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, quienes acababan de perder la isla de Rodas ante los turcos. Y apenas 35 años más tarde, durante el conocido Gran Sitio de Malta, Felipe II evitó que los turcos invadieran la isla enviando soldados desde Sicilia para aliviar el asedio otomano, cuya flota fue derrotada.

Ese asedio fue una de las mayores hazañas de la Edad Moderna; las fuerzas turcas eran cinco veces superiores a las cristianas y, sin embargo, fueron repelidas gracias al arrojo de sus defensores principales: el noble francés y Gran Maestre de la Orden de Malta Jean Parisot de La Valette (que daría nombre a la ciudad de La Valeta) y el berciano García de Toledo Osorio, que tras el sitio fue recompensado por Felipe II concediéndole un ducado y un principado.

Así como en la isla de Sicilia me tuve que esforzar para encontrar huellas de los españoles, en Malta fue todo lo contrario: ellas venían a mí. Durante mi estancia entré al azar en la iglesia Nuestra Señora de Sarriá en el barrio de la Barceloneta, visité exteriormente el antiguo Albergue de Castilla, sito en la plaza Castilla, que era sede del primer ministro de Malta y al lado se hallaba la iglesia de Santiago el Mayor, de clara reminiscencia española. También siguen en pie el antiguo Albergue de Aragón con la iglesia Nuestra Señora del Pilar, y la Casa de Cataluña, o un palacete del siglo xvii donde se alojaban los caballeros de la orden provenientes de Cataluña, siendo en la actualidad sede del Ministerio de Economía.

El Albergue de Castilla en La Valeta.

Hoy es sede del primer ministro de Malta.

Aunque en la isla se hablaban como idiomas oficiales el maltés y el inglés, yo me empeñaba en utilizar siempre la lengua de Dante, pues la considero la más simpática del mundo; además, allí la dominaba la mayoría de los habitantes debido a los muchos turistas que procedían de la vecina Italia.

Vi que la población de Malta incluía muchos inmigrantes magrebíes, legales y no legales, por lo que el árabe también era una lengua práctica en ese país. De hecho, el maltés es una lengua semítica muy parecida al árabe, mezclada con el italiano, siciliano, español, etc., pero se escribe con caracteres latinos.

Había muchos turistas de crucero que llegaban por la mañana a La Valeta, se paseaban unas pocas horas comprando suvenires, comían donde les llevaba un guía turístico y tras ello regresaban a su barco para embarcarse hacia otro destino mediterráneo.

El cuarto día volé de regreso a la isla de Sicilia y de allí inmediatamente me dirigí a Nápoles a través de la bellísima y escalofriante costa Amalfitana.

NÁPOLES

El primer día Nápoles me pareció la Calcuta de Europa y me gustó precisamente por esa atmósfera caótica, al igual que acabé amando Calcuta.

Me alojé en un hostal junto a la estación de tren, pues era un lugar adecuado para explorar la ciudad a pie.

A partir del segundo día encontré Nápoles fascinante; posee una poderosa personalidad que te absorbe, te deslumbra, te seduce. Visité el centro, en especial los Barrios Españoles (Quartieri Spagnoli), donde me sentía en casa, ya que allí se alojaban en el pasado nuestros bravos soldados de los Tercios de Flandes.

Durante los siete días que permanecí en esa ciudad me dio tiempo a visitar en viajes radiales de ida y vuelta dos lugares íntimamente relacionados con España. El primero de ellos fue el Palacio Real de Caserta, adonde llegué en autobús. Compré el billete de entrada al palacio y durante más de cuatro horas recorrí todas sus salas, sus tesoros, los jardines…. ese palacio era digno rival de los de Versalles y Madrid, y hasta me pareció más extenso que ellos. Lo mandó erigir el madrileño Carlos de Borbón, que entonces ostentaba el cargo de rey de Nápoles como Carlos VII (y Carlos V como

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