La Argentina entre dos guerras, 1916-1938: De Yrigoyen a Justo
Por George V. Rauch
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La Argentina de la década de 1930 era un país admirado, respetado, temido y envidiado por sus vecinos. A nivel cultural, por su grado de alfabetización, y a nivel económico, industrial y militar porque se hallaba a la cabeza no solo de Sudamérica, sino también de toda América Latina. La Argentina de aquel entonces era, como lo han afirmado autores argentinos y extranjeros, un país opulento. ¿Dónde está hoy aquel país? Al decir de Margaret Mitchell, "si queréis hallarlo, buscadlo en los libros de historia. Es una civilización que el viento se llevó". Tras intentos anteriores, en los que incluso abordaría comparaciones clásicas con otras experiencias nacionales, el autor retoma el tema del enigma o "misterio" argentino procurando llamar la atención sobre aspectos humanos, culturales, relacionales, internacionales, políticos, económicos y sociales que conforman una trama múltiple y lo hacen remontar a los orígenes formativos, el posterior aluvión inmigratorio, los logros y las transformaciones y convulsiones posteriores que concluyeron en una inocultable declinación, que hace tiempo no solo ha concitado la preocupación de propios, sino también, y en no pocos casos, de extraños "premios nobel, estudiosos, personalidades, literatos" que lo han registrado con expresiones aleccionadoras y también indelebles. Ello permite evocar un recorrido que conecte el arribo inicial y posterior de fragmentos o desprendimientos primariamente europeos, luego diversificados, y la evolución acaecida hasta una frustrante contemporaneidad, donde un pasado de inmigración ya ha conocido expresiones de lo opuesto.
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La Argentina entre dos guerras, 1916-1938 - George V. Rauch
Friends, Romans, countrymen, lend me your ears;
I come to bury Caesar, not to praise him.
The evil that men do lives after them
The good is oft interred with their bones
William Shakespeare, Julio César, tercer acto, segunda escena
Acrónimos y siglas
Prefacio
Hay ciertos acontecimientos y ciertas figuras históricas cuyas vidas y logros han sido distorsionados y vilificados por las leyendas de ciertos sectores de la memoria colectiva hasta tal punto que la verdad histórica ha quedado oscurecida u olvidada, incluso cuando está respaldada por evidencia empírica. Tal es el caso de dos de las figuras más relevantes de la política argentina durante 1916 y 1938: Hipólito Yrigoyen y Agustín P. Justo.
Mi preocupación sobre los orígenes de la industrialización argentina, una labor de investigación de décadas, por simple lógica me llevó a investigar documentos de embajadores, agregados comerciales y militares y cónsules norteamericanos e ingleses, y, por ende, a incursionar en materia política. Hallé estos documentos más verídicos, realistas y honestos que la plétora de trabajos realizados por historiadores revisionistas tanto de izquierda como de derecha, por una sencilla razón: aquellos diplomáticos y agregados deseaban reportar a sus respectivos gobiernos lo que veían en la Argentina factualmente, verídicamente, pues no tenían ningún hueso que roer. En cambio, los revisionistas procuraban demonizar, desacreditar a los gobiernos de los años 30 por meras razones políticas, que los llevaron absurdamente a negar los verdaderos logros en materia económica y social de aquellas épocas. La Argentina de la década de 1930 era un país admirado, respetado, temido y envidiado por sus países vecinos. A nivel cultural, por su grado de alfabetización, y a nivel económico, industrial y militar se hallaba a la cabeza no solo de Sudamérica, sino de toda América Latina. En cuanto a política social se refiere, el país no estaba a la altura de vecinos como Chile y Uruguay. Debemos recordar que Estados Unidos recién llegó a contar con una legislación obrera adecuada en 1933, cuando Franklin Delano Roosevelt asumió la presidencia. Las leyes promulgadas en Estados Unidos eran similares a las promulgadas por Otto von Bismark en Alemania en las décadas de 1880 y 1890. Sin embargo, la Argentina de aquel entonces era, como lo han afirmado autores argentinos y extranjeros, un país opulento. Espero que la presente obra sirva para clarificar tales mitos para poder apreciar mejor a la verdadera Argentina de aquellos tiempos.
* * *
Debo agradecer las atenciones y colaboraciones de viejos y grandes amigos, entre ellos Arne L. Brunner, Ingo Würster, Lorenz Geyer, Opa
Westphal y Julio Horacio Rubé, quienes generosamente compartieron su valioso tiempo durante la gestación de este trabajo. En especial quiero agradecer la paciente y abnegada dedicación de mi esposa Helene, quien me acompañó en múltiples viajes a los archivos nacionales de Estados Unidos e Inglaterra y al Archivo Histórico del Ejército Argentino.
La dedicatoria de este libro es una y simple: a mi esposa Helene, que hoy nos mira desde el cielo.
Burlington, Carolina del Norte, octubre de 2020
CAPÍTULO 1
La primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, 1916-1922
En la mañana del 12 de octubre de 1916, Hipólito Yrigoyen, líder de la Unión Cívica Radical (UCR), tomó el juramento tradicional del cargo ante el Congreso y asumió la presidencia de la Argentina. Después de la ceremonia, Yrigoyen fue transportado en carroza por la avenida de Mayo desde el edificio del Congreso hasta la Casa Rosada. Una multitud jubilosa, enardecida, estimada en cien mil personas, se alineaba a lo largo de esta gran vía. Los hoteles de la zona habían alquilado sus balcones a precios exorbitantes. Los ansiosos espectadores que aguardaban en los tejados y balcones cercanos prorrumpieron en vítores y aplaudieron al ver que la carroza presidencial se aproximaba. Yrigoyen se puso de pie en el carruaje, sonriendo y saludando a la multitud. Un grupo de seguidores entusiastas desengancharon a los caballos y tiraron del carruaje. Buenos Aires celebró la transferencia pacífica del poder de la elite gobernante a la UCR, un nuevo partido político que representaba a las clases medias y trabajadoras. Yrigoyen fue el primer presidente argentino en ser electo bajo la ley 8.871, conocida popularmente como Ley Sáenz Peña. Había sido promulgada por el Congreso el 10 de febrero de 1912, y estableció el sufragio masculino secreto, obligatorio y universal, los principios por los que el partido radical había bregado durante mucho tiempo.¹
Una vez en la Casa Rosada, en una sencilla ceremonia el presidente saliente, Victorino de la Plaza, delegó el mando a su sucesor. Curiosamente, esta fue la primera vez que estos hombres se encontraron, un hecho que no pasó desapercibido para la prensa de Buenos Aires. Ese día, La Nación publicó un artículo en el que señalaba que Yrigoyen no había expresado ningún deseo de reunirse con el presidente De la Plaza, ni haber solicitado detalles sobre el funcionamiento del gobierno. Por primera vez desde 1862, un jefe ejecutivo delegó su cargo a un sucesor sin intercambiar una sola palabra antes de la ceremonia oficial. Irónicamente, Yrigoyen llegó a la Casa de Gobierno mediante el proceso electoral; dada la opción, hubiera preferido llegar a hacerlo a través de una revolución.²
Rara vez un presidente de la República Argentina asumió el cargo bajo circunstancias más auspiciosas, y rara vez habría un hombre más querido u odiado.
Yrigoyen, el hombre del misterio
Hipólito Yrigoyen, sobrino de Leandro N. Alem, era una figura bastante oscura en ese momento. Nacido en 1852, cursó estudios en una escuela religiosa a los siete años. Poco se sabe de sus años de formación, aunque se dice que trabajó como carrero. En 1872, tal vez en deferencia a la creciente influencia de su tío, fue nombrado comisario para el distrito de Balvanera y fue despedido años más tarde por cometer irregularidades en el proceso electoral. En 1873 ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. En 1878 fue elegido diputado a la Legislatura provincial de Buenos Aires. En 1880, después de la derrota de Carlos Tejedor, líder del Partido Autonomista, fue electo diputado al Congreso Nacional. No parece haber jugado un papel activo: Yrigoyen se ausentaba constantemente y rara vez participó en debate alguno.³
Sin embargo, cuando renunció a ese cargo en 1882, después de solo un año y cuatro meses había acumulado suficiente capital para adquirir considerables parcelas de tierra. Yrigoyen llegó a poseer 25 leguas cuadradas de fértiles campos, se convirtió en invernador ganadero e ingresó en el negocio del engorde de ganado. Este repentino enriquecimiento hizo que sus frecuentes críticas moralistas a la clase dominante debido a su corrupción fueran huecas y oportunistas, ya que contenían más que un toque de hipocresía.
Yrigoyen ni fumaba ni bebía. Frecuentaba la compañía de mujeres, y tuvo una serie de amoríos, de los que engendró varios hijos, pero nunca se casó. Según uno de sus biógrafos, ejerció la abogacía en la firma de su tío, probono en la mayoría de los casos, aunque de hecho nunca completó la carrera. Fue designado presidente del Consejo de Educación, y más tarde enseñó en una escuela normal. Una diferencia significativa debe tenerse en cuenta: la reputación de Alem por su valentía demostrada en los campos de batalla de Cepeda y de Paraguay le valió el respeto de muchos. Su manera franca y palabra elocuente le merecieron el respeto y el afecto de muchos que una vez lo habían rechazado como el hijo del ahorcado
. La naturaleza generosa de Alem prevaleció, y perdonó las afrentas pasadas. Su sobrino, Yrigoyen, por el contrario, continuaría avivando sus quejas hacia la elite gobernante. Esto explicaría su naturaleza bastante malhumorada y su consecuente conciencia de sí mismo, lo que lo llevó a guardarse mucho para sí cuando no se dedicaba a la política.⁴
En una época en la que abundaban los oradores elocuentes en Argentina, Yrigoyen rara vez hablaba en público, y prefería ponerse en contacto con individuos o pequeños grupos de dos o tres personas. Su estilo de hablar era divagando. En las palabras de un testigo ocular:
A la edad de dieciocho años, el camarada Enzo Navone y yo comenzamos a visitar los diferentes comités de los nuevos partidos políticos. Visitamos el Comité Radical de Balvanera y nos encontramos con nada menos que Hipólito Yrigoyen. Elegante en su traje negro y sombrero de hongo, desplegó toda la gama de trucos del político experimentado y veterano de mil batallas dialécticas. Su discurso abundó en expresiones y manierismos de la jerga de los suburbios y su gramática dejó algo que desear. Ajustaba el tono de tales discursos según la audiencia. Nos quedamos desencantados por toda la experiencia, y decidimos visitar un Comité Socialista. El ambiente y las personas que conocimos eran completamente diferentes y nos sentimos más como en casa aquí. Había una biblioteca bien surtida de la que prestaban libros.⁵
Vale la pena señalar el efecto que el encuentro cara a cara de Yrigoyen produjo en Carlos Ibarguren, que al principio era un admirador sincero y más tarde sería uno de sus críticos más severos:
La impresión que dejó en mi espíritu esta breve audiencia con Yrigoyen fue simpática; en el trato de este personaje había indudablemente una atracción singular, demostraba un deseo tal de agradar, de seducir que su afabilidad rayaba en lo melifluo. Su físico, nada vulgar, revelaba una personalidad original, alto, flexible, de ademanes reposados, de rostro moreno, diríase de Oriente, pues su fisonomía daba esa impresión, sobre todo cuando adoptaba actitudes serias o solemnes que le imprimían un aspecto enigmático de Buda. Maestro en el arte de engatusar y de tejer, como las telas de arañas extendidas para atrapar adeptos y vencer enemigos.⁶
Yrigoyen aparecía muy raramente en público y no permitía que lo fotografiasen. Debido a sus convicciones, evitaba la ostentación y el lujo, no bebía café ni alcohol, excepto durante las comidas. Fue un ferviente espiritista que trató de contactar al espíritu del dictador paraguayo Francisco Solano López. No le gustaban las comodidades modernas, como el cine, el automóvil o el teléfono. Una vez en el poder, confiaba en los servicios de un viejo sirviente de confianza para llevar mensajes. Estos hábitos bastante curiosos lo cubrieron con un aura de misterio que lo convirtió en un mito entre las clases bajas y un objeto de burla para las clases medias y altas. Tenía una personalidad dominante, incluso amigos y seguidores lo caracterizaron como un mandón. Yrigoyen ni formuló políticas ni hizo discursos públicos, sino que, como el London Times observaría más tarde, se movía de maneras misteriosas, creando tras de sí un velo que le confería el aspecto de una deidad
.⁷
Yrigoyen era un introvertido típico, egocéntrico y autocrático. Mientras que sus predecesores dejaron la tarea de llenar vacantes en los ocho ministerios y otras organizaciones gubernamentales a sus ministros del gabinete y a los funcionarios de dichos organismos, él personalmente seleccionó no solo a los subsecretarios de todos los ministerios del gobierno, sino a todos los empleados, desde los maestros de escuela primaria y secundaria, hasta los empleados de los niveles más bajos. Los asuntos exteriores de la nación eran manejados únicamente por Yrigoyen, quien respondía todos y cada uno de los telegramas recibidos. Cuando advertía que un funcionario o líder en la maquinaria del partido radical comenzaba a tener sus propios partidarios, Yrigoyen conjuraba una manera inteligente de sacarlo del medio. Una vez confió al conde von Luxburg, el embajador alemán, que él era el responsable por la política exterior. El sello distintivo de cualquier primer mandatario exitoso es la capacidad de seleccionar hombres de talento como sus jefes de departamento, así como contar con la generosidad de espíritu necesaria para permitirles desarrollarse y brillar por sí mismos. Los ocupantes anteriores de la Casa Rosada habían seleccionado hombres de probada capacidad como miembros del gabinete. Julio Argentino Roca, por ejemplo, eligió a Amancio Alcorta como ministro de Relaciones Exteriores, al general Luis M. Campos como ministro de Guerra, al comodoro Martín Rivadavia para el Ministerio Naval, a Osvaldo Magnasco como ministro de Justicia y Educación Pública. En cambio, Yrigoyen eligió a hombres que nunca habían ocupado cargos públicos: en palabras de uno de sus biógrafos, seleccionó a personas que en su mayor parte no valían nada. El ministro de Educación Pública tenía la mentalidad de un maestro de escuela primaria provincial, el de Guerra era un civil tranquilo y amable sin ninguna aptitud conocida, cuya lealtad al presidente era la de un perro fiel (hacia su amo), el de Finanzas era un agente, un destinatario en la compra y venta de ganado. Los mejores entre los ocho ministros eran hombres prácticamente desconocidos, sin personalidad ni (grandes) hechos que pudieran llamar suyos.⁸
La primera presidencia, 1916-1920
Según los historiadores radicales, Yrigoyen llegó a la presidencia decidido a mejorar las condiciones de la clase trabajadora. Sin embargo, accedió al poder sin el más mínimo indicio de un programa para lograr este objetivo. En cambio, para atraer a la masa de trabajadores, las mimó y halagó. En el Congreso, los diputados radicales provinciales allanaron el camino para muchos de sus compañeros provinciales que, deslumbrados por el encanto de la Capital, llegaron a Buenos Aires. Para asegurar su lealtad, el gobierno se vio obligado a crear puestos de trabajo por cientos. El número de empleados municipales de la ciudad de Buenos Aires creció de 11.732 en 1914 a 14.097 en 1920 y a 14.801 al final de su mandato en 1922. Del mismo modo, los recién graduados de las escuelas normales o de las universidades de la ciudad podían contar con una palabra
de los jefes políticos del partido radical para asegurarse un trabajo en cualquiera de los diversos ministerios gubernamentales. También empleó el sistema de clientelismo liberalmente para fortalecer al partido entre las clases medias urbanas.⁹
Para atraer votos de la clase trabajadora, Yrigoyen manipuló su imagen. Después de asumir la presidencia donó su salario, como lo había hecho antes. Sin duda, los radicales, tal como otros gobiernos anteriores, recurrieron al clientelismo para atraer a los votantes, pero demostraron poca motivación para promulgar legislación capaz de mejorar la suerte de la clase trabajadora. Los primeros gremios obreros en la Argentina se establecieron en la segunda mitad del siglo XIX, comenzando con los tipógrafos en 1867, los panaderos en 1886, los maquinistas de locomotoras y foguistas en 1887 y los carpinteros en 1889. Las organizaciones buscaban mejorar las condiciones de trabajo, así como sus salarios. Cuando la patronal trató de ignorar estas demandas, la clase trabajadora respondió con paros. Entre los primeros en declararse en huelga fueron los tipógrafos en 1874, seguidos por los panaderos en 1886, los ferroviarios en 1886 y los carpinteros en 1889. Estas acciones ocurrieron con mayor frecuencia durante las décadas siguientes. Hubo cuatro huelgas importantes en 1890, siete en 1892, nueve en 1894, diecinueve en 1895 y veintiséis en 1896. A principios del nuevo siglo, tales paros ocurrieron en números cada vez más crecientes: 231 en 1902 y 198 en 1910.¹⁰
Cuando Roca asumió la presidencia por segunda vez, las relaciones con Chile se hallaban en un punto crítico por una larga y molesta disputa fronteriza. Una vez que esta cuestión se resolvió con éxito en 1902, el presidente centró su atención en las cuestiones sociales, y percibió la necesidad de una legislación laboral adecuada que estableciera relaciones entre capital y trabajo, instituyera deberes y derechos recíprocos y mitigara abusos. En 1904, decididos a resolver los problemas sociales de manera humanitaria, Roca y los líderes de la generación del 80 enviaron al Congreso una propuesta de proyecto de ley nacional de derecho laboral. La legislación proyectada contenía no menos de 465 artículos que se ocupaban de una amplia gama de temas, tales como contratos laborales, accidentes de trabajo, duración de la jornada laboral, higiene y seguridad en el lugar de empleo, trabajo en el hogar, y la creación de tribunales de conciliación y arbitraje. El Partido Socialista lo aprobó con entusiasmo pero, curiosamente, el proyecto produjo la seria oposición de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), la Unión General de Trabajadores y, como era de esperar, de la Unión Industrial.¹¹
En 1907 Alfredo B. Palacios, diputado socialista del distrito de la Boca, presentó un proyecto de ley que regulaba el trabajo de niños y mujeres. En ese mismo año el diputado Julio A. Roca, hijo del expresidente, propuso un aumento en el presupuesto del Ministerio del Interior para permitir la creación de una entidad para desarrollar una legislación laboral adecuada. A pesar de la oposición en el Senado, el proyecto fue aprobado, y un decreto presidencial de fecha 14 de marzo de ese año estableció el Departamento Nacional del Trabajo, que en el transcurso de los siguientes doce años promulgaría más de cincuenta leyes laborales, aunque algunas de sus disposiciones se aplicarían gradualmente. A través de los valientes esfuerzos tanto de anarquistas como de líderes laborales socialistas, la jornada laboral de ocho horas fue instituida por el uso el 1 de mayo de 1904, y oficialmente sancionada como ley 11.544 el 12 de septiembre de 1929. Se aprobaron leyes que establecían el descanso dominical (1905), que regulaban el trabajo de las mujeres y los menores (1907) y la ley 9.868 relacionada con accidentes de trabajo, promulgada el 29 de septiembre de 1915.¹²
Antes de su elección en 1916 Yrigoyen hizo uso de la maquinaria del partido radical para distribuir alimentos y otros favores entre los votantes potenciales. Rara vez se interesaba en cuestiones sociales ni tenía la previsión de idear ningún programa socioeconómico para mejorar la condición de la clase trabajadora. Dicha legislación laboral, que existía en los estatutos, era obra en gran parte de la oligarquía
y líderes socialistas, como Alfredo B. Palacios y Nicolás Repetto.¹³
La economía argentina durante la Primera Guerra Mundial
Al estallar la Primera Guerra, Inglaterra impuso un bloqueo naval contra Alemania y las otras potencias centrales, que se extendió hasta el límite de 5 kilómetros el hemisferio occidental. Como resultado, el comercio exterior de la Argentina disminuyó 26% entre 1913 y 1914, como se puede ver en los cuadros 1.2 y 1.3. La economía argentina ya estaba en medio de una fuerte recesión en 1913, como resultado de las guerras de los Balcanes, que afectaron la Bolsa de Londres. Como consecuencia, los mercados financieros argentinos y los depósitos bancarios decayeron. Esto a su vez provocó un repentino drenaje de las reservas de oro en la Caja de Conversión, que cayeron de 266.865.177 pesos oro en 1913 a 231.053.506 a finales de abril de 1914, y a 194.452.621 para el 1 de agosto. El 20 de julio, el diputado Miguel Coronado pidió el establecimiento de una comisión especial para tomar las medidas apropiadas para controlar la crisis económica que enfrentaba la nación. El estallido de la Primera Guerra Mundial causó un breve pánico que se comprobó cuando, el 2 de agosto, el Congreso promulgó un decreto declarando el 3 de agosto día feriado, y cerrando la Caja de Conversión. Transcurrido ese período, el Congreso aprobó la ley 9.506 el 30 de septiembre de 1914, que prorrogó el plazo estipulado por el decreto por treinta días. En consecuencia, la Caja de Conversión permanecería cerrada hasta el 25 de agosto de 1927.¹⁴
Cuadro 1.1. Comercio internacional argentino, 1912-1918
* El peso oro equivalía a 96,5 centavos de dólar, o sea, 48 peniques de libra esterlina.
Fuente: Ernesto Tornquist, El desarrollo económico de la República Argentina en los últimos cincuenta años (Buenos Aires, 1920) p. 134.
Cuadro 1.2. Comercio internacional argentino, 1912-1918
(millones de pesos oro, 48 peniques)
Fuente: Ernesto Tornquist, El desarrollo económico de la República Argentina en los últimos cincuenta años, p. 134.
Cuadro 1.3. Comercio internacional argentino, 1912-1918
Fuente: Ernesto Tornquist, El desarrollo económico de la República Argentina en los últimos cincuenta años, p. 134.
Cuadro 1.4. Comercio internacional argentino, 1912-1918
(millones de pesos oro, 48 peniques)
Fuente: Ernesto Tornquist, El desarrollo económico de la República Argentina en los últimos cincuenta años, p. 134.
Cuadro 1.5. Intercambio argentino con las potencias centrales y Bélgica, 1912-1918 (millones pesos oro, 48 peniques)
Fuente: Ernesto Tornquist, El desarrollo económico de la República Argentina en los últimos cincuenta años, p. 137.
La falta de importaciones impactó gravemente en los sectores industriales, que dependían de los materiales importados, como la industria de la construcción. Como consecuencia, el valor de los permisos de construcción en Buenos Aires disminuyó de 142,2 millones de pesos papel (pesos moneda nacional, m$n) en 1913 a 56,1 en 1914 y 22,2 en 1917. La caída de la inversión extranjera paralizó las construcciones ferroviarias, mientras que la industria en general fue perjudicada por la abrupta reducción de las importaciones de maquinarias, materias primas y equipos.¹⁵
El bloqueo británico cerró efectivamente el comercio con las potencias centrales, y el comercio con Bélgica terminó con la invasión alemana. Las exportaciones cayeron de 519,6 millones de pesos oro en 1913 a 405,1 millones en el año siguiente, pero se recuperarían en 1915, cuando los niveles previos a la guerra fueran superados debido a un aumento en las compras por parte de las potencias aliadas. Las importaciones disminuyeron 14% en el mismo período y no recuperarían sus niveles previos a la guerra hasta 1919, como se puede ver en los cuadros 1 y 2. Los ingresos por objetos de la tierra, que conformaban la mayor parte de los ingresos del gobierno, cayeron de 207,5 millones de dólares en 1913 a 125,1 en 1914 y a 100,7 millones para el año siguiente, como se ve en el cuadro 1.6. Dado que Argentina carecía de una base industrial adecuada, dependía totalmente de fuentes extranjeras para material de transporte, materiales eléctricos y de construcción.
Las importaciones disminuyeron 14% en el mismo período y no recuperarían sus niveles previos a la guerra hasta 1919, como se puede ver en los cuadros 1.1 y 1.2. Los ingresos por productos de la tierra, que conformaban la mayor parte de los ingresos del gobierno, descendieron de 207,5 de millones de dólares en 1913 a 125,1 en 1914 y caerían a 100,7 para el año siguiente, como se ve en el cuadro 1.6. Dado que la Argentina carecía de una base industrial adecuada, dependía totalmente de fuentes extranjeras para sus equipos de transporte, equipos eléctricos, materiales de construcción, maquinaria industrial, combustible y materias primas. El carbón galés proporcionaba el 90% de las importaciones de carbón de la Argentina. Más del 70% del carbón proveniente de Gales era empleado por empresas de capital británico, especialmente los ferrocarriles. Las importaciones de combustible disminuyeron de 4,8 millones de toneladas en 1913 a 1 millón en 1917, como se ve en el cuadro 1.7. Por la escasez de combustibles los ferrocarriles e industrias argentinos se vieron obligados a utilizar leña local, principalmente de las provincias del norte. Los ferrocarriles estatales de trocha angosta transportaron 2,4 millones de toneladas en 1917, y un total de 17,5 millones de toneladas de carbón de leña durante 1914-1917. Sin embargo, la leña no era un sustituto ideal, ya que 3 toneladas simplemente proporcionaban la energía equivalente a una sola una tonelada de carbón.¹⁶
Cuadro 1.6. Importación de bienes capitales, 1913-1919
(millones de pesos oro)
Fuente: Adolfo Dorfman, Historia de la industria argentina (Solar-Hachette, Buenos Aires, 1970).
La crisis energética también afectó a la Armada, ya que la mayoría de sus buques consumían carbón. Para mantener la flota operativa, el ministro de Marina ordenó realizar exploraciones con el fin de localizar yacimientos de carbón. Los exploradores navales pronto ubicaron yacimientos de carbón en la provincia andina de San Juan y en el territorio de Santa Cruz, en la Patagonia. Cuando fueron llevados a cabo experimentos con el carbón argentino en un laboratorio naval, estos revelaron que era tan bueno como el carbón chileno, que había sido utilizado durante mucho tiempo por la marina de ese país. En ocasión de que ciertas publicaciones oficiales objetaron la calidad del carbón argentino, oficiales de la Armada refutaron críticas y enfatizaron la necesidad de un plan de desarrollo minero. El ministro de Agricultura, sin embargo, insistió en que la responsabilidad de la exploración de minerales recaía sobre su Oficina de Minas y negó a la Marina el permiso para encarar la minería del carbón. En todo caso, el gobierno no aprobó los fondos requeridos. Como resultado, la producción fue mínima y alcanzó solo unas 5.000 toneladas métricas en 1918.¹⁷
Cuadro 1.7. Importaciones argentinas de combustibles, 1913-1917
(en toneladas)
Fuente: L. Brewster Smith, Harry T. Collings y Elizabeth Murphey, The Economic Position of Argentina during the War (Department of Commerce, Bureau of Foreign and Domestic Commerce, Miscellaneous Series 88, U.S. Government Printing Office, Washington DC, 1920) p. 93.
Desarrollo industrial
Según el Censo 1914, en la Argentina existían 48.779 establecimientos industriales con 410.201 empleados, una inversión de capital de 1.787.662.000 dólares y una producción anual de 1.861.780.00 millones de dólares. Pero el Censo Industrial de 1935 eliminaría más de 4.000 empresas anteriormente clasificadas como establecimientos industriales que en realidad eran empresas comerciales, como talleres de reparación de calzado, estudios fotográficos, peluquerías y tiendas de costura. De los 39.000 establecimientos industriales, la mayoría eran aquellos dedicados a elaborar alimentos, incluidos frigoríficos, ingenios azucareros, molinos de harina, y los que fabricaban muebles y los artículos de cuero.¹⁸
Debido a la falta de yacimientos de hierro y depósitos de carbón, la industria metalúrgica se limitaba a un reducido número de talleres de reparación de ferrocarriles y tranvías, y pequeñas fundiciones que empleaban chatarra o lingotes importados. Durante la guerra, una serie de artículos previamente importados fueron fabricados localmente. La Argentina también exportó a los beligerantes grandes cantidades de mantas de lana, cuero, monturas, botas, zapatos, alcohol, queso, mantequilla, caseína y cigarrillos. La fabricación de anilinas a partir del algarrobo comenzó en 1918, y dicho producto fue exportado a Italia. Las bañaderas –otrora importadas de Estados Unidos–, así como los utensilios de cocina y las variedades más baratas de vasos, jarras y lámparas también se produjeron en cantidad. Una firma comenzó a producir bombillas eléctricas mientras que una planta de papel de reciente creación entregaba 20 toneladas de papel prensa por día a un periódico de Buenos Aires. Desde el punto de vista técnico, muchas de estas industrias carecieron de los técnicos especializados y la experiencia necesaria, y en muchos casos de las materias primas. No es de extrañar que, en el período de posguerra, cuando se reanudaran las importaciones, estos productos no lograron competir con productos extranjeros y las plantas que los producían cesaron sus actividades.¹⁹
En respuesta a la recesión económica, a finales de 1916 Yrigoyen presentó al Congreso un proyecto de ley sobre la colonización agrícola-ganadera. Era un programa similar a los adoptados por Australia y Nueva Zelanda que incluiría una subdivisión de la tierra, que pasaría a manos de los colonos, y no solo beneficiaría a la agricultura y el ganado, sino también a los productos agrícolas. También preveía una emisión de 250 millones de pesos para consolidar la deuda pública, 16 millones de pesos para desarrollar la industria petrolera y excavar cuarenta nuevos pozos, la emisión de 100 millones de m$n para establecer un banco agrícola y una marina mercante. En lugar de intentar llegar a un consenso, Yrigoyen lanzó un ataque fulminante contra los conservadores, acusándolos de abandonar al país a su propio destino en períodos de crisis económica
. El diputado radical Horacio B. Oyhanarte continuó, en la misma vena, culpando al ancien regime que había gobernado a través de treinta años de infamia
y era el único responsable de la crisis económica, y ello provocó un ardiente debate parlamentario. El diputado conservador Gustavo Martínez Zuviría criticó al gobierno radical por carecer de un plan financiero. La Cámara de Diputados aprobó el proyecto a mediados de febrero de 1917 pero, antes de que el Senado pudiera actuar, la administración abandonó el apoyo al préstamo propuesto, alegando que el alto costo del dinero prestado por los bancos lo hacía poco práctico.²⁰
A partir de agosto de 1914 las importaciones se desplomaron y la guerra secó el crédito extranjero e interno. Por lo tanto, el mercado interno se contrajo. El desempleo urbano aumentó del 6,7% en 1913 al 13,7% en 1914 y al 19,4% en 1917. Si bien la guerra llevó enormes beneficios a algunos, también implicó inflación. El costo de vida subió de 92% en 1924 a 157% en 1918. Algunas de las necesidades básicas de cada día, como el queso, el aceite de oliva y el querosén, que se importaban, aumentaron en más de 500%. El precio de ciertos productos básicos nacionales, como la carne, también se incrementó, ya que los compradores de los países aliados ofrecían precios más altos para los suministros muy necesarios, pero los salarios no fueron aumentados y los salarios reales declinaban. Descontentos, los trabajadores exigieron salarios más altos y mejores condiciones de trabajo. Cuando la patronal se negó a negociar, los obreros se declararon en huelga.
Cuadro 1.8. Entradas gubernamentales producto de impuestos aduaneros (en miles de pesos oro)
Fuente: Ernesto Tornquist, El desarrollo económico de la República Argentina en los últimos cincuenta años, pp. 285-286.
Yrigoyen y la clase obrera
Las huelgas marítimas
El 30 de noviembre, miembros de la Federación Obrera Marítima (FOM) organizaron una huelga contra dos líneas navieras costeras que operaban desde la Boca, el antiguo distrito portuario de Buenos Aires, la Compañía Argentina de Navegación y la Compañía de Navegación Antonio Delfino, subsidiaria de la Línea Sudamericana de Hamburgo. Estas empresas habían entablado una feroz competencia por el comercio costero y el lucrativo servicio de pasajeros entre Buenos Aires y Montevideo. Esto provocó una guerra de tarifas que hizo imperativo reducir costos. Como resultado, desde 1914 los salarios fueron reducidos de un promedio de 120 pesos a 90. La huelga había sido programada para coincidir con el comienzo de los embarques de la nueva cosecha. Yrigoyen ordenó la intervención de Ramón Gómez, ministro del Interior. En una entrevista de prensa, Gómez defendió a la clase obrera y denunció a las empresas por no haber negociado. Finalmente, a finales de diciembre ambas partes acordaron someter el asunto al arbitraje por parte del jefe de policía. El arbitraje concedió a los huelguistas sus demandas salariales y la huelga terminó. En 1918, la FOM contaba con una membresía total de 9.100 afiliados entre tripulaciones de buques costeros, remolcadores y barcazas operaban en el puerto de Buenos Aires y otros 3.226 en otros puertos de la Argentina, con un total de 12.336 miembros a nivel nacional. Esto representaba el 95% de todos los trabajadores marítimos empleados; un logro importante dentro del movimiento sindical argentino. La FOM era ahora la piedra angular de los planes de la FORA para establecer un movimiento laboral nacional. Como contrapeso al sindicato de trabajadores, Pedro Christophensen, un naviero noruego, y otros miembros del poderoso Centro de Navegación Atlántica, varias empresas de ferrocarriles, empresas de tranvías y otras de servicios públicos, así como organizaciones de firmas de exportación e importación, crearon la Asociación del Trabajo.²¹
En septiembre de 1918, la FOM exigió voz cada vez que se producía una nueva vacante de empleo. Después de un breve intento de negociación en diciembre, que fracasó, en enero de 1919 el Centro de Cabotaje, entidad compuesta por las empresas de navegación interior y costera, impuso un cierre patronal. La Asociación Laboral y las compañías de navegación estaban considerando seriamente un boicot naviero. Teniendo en cuenta que Inglaterra necesitaba suministros de alimentos, el Foreign Office le pidió a sir Reginald Tower, el embajador británico en Buenos Aires, que utilizara su influencia con las firmas que integraban el Centro de Cabotaje y cancelaron el boicot. En enero, cuando los remitentes acordaron aumentar los salarios, a cambio la FOM acordó deponer las medidas. Con las elecciones que se avecinaban en el horizonte, Yrigoyen intervino y decidió poner fin a la huelga imponiendo un gravamen portuario adicional destinado a ser un salario de bloqueo para indemnizar a los trabajadores.²²
La huelga de trabajadores municipales
En marzo de 1917, los recolectores de basura empleados por la Municipalidad de Buenos Aires fueron a la huelga. Los ingresos municipales habían disminuido de 51,5 millones de pesos en 1914 a 43,6 en 1915 y a 39,8 en 1916. Severamente faltas de fondos, las autoridades intentaron imponer recortes salariales para reducir los gastos. Los recortes se habían hecho antes de que el partido radical llegara al poder y fueron seguidos por pequeños paros laborales. En ese momento, los socialistas en el Congreso se levantaron en defensa de los trabajadores municipales. Cuando se produjo una gran huelga en 1917, el gobierno radical culpó al Partido Socialista. Esto no era más que un pretexto que sirvió para justificar la reacción del gobierno. Golpeó con una mano pesada, disparando a todos los huelguistas y ordenando a la policía reprimir por la fuerza cualquier intento de organizar piquetes. Dado que la mayoría de los huelguistas eran españoles, algunos funcionarios municipales hablaban públicamente de deshacerse de todos los extranjeros. La mayoría de los dueños de tiendas de comestibles en Buenos Aires eran españoles, y trabajaron estrechamente con los radicales, proporcionando apoyo financiero a cambio de favores. Esta exhibición de xenofobia sirve para ilustrar el grado de hipocresía y cinismo demostrado por la jerarquía radical. El Partido Socialista produjo pruebas documentadas de que las autoridades municipales estaban reemplazando a los huelguistas por hombres reclutados en comités radicales. La policía, por su parte, abusó de muchos de los gallegos
, como comúnmente se denomina a los españoles en la Argentina, hasta que el embajador español finalmente intervino y presentó una protesta diplomática.²³
Las huelgas ferroviarias
Yrigoyen ha sido retratado por los fieles del partido radical como el padre de los pobres
y amigo de la clase obrera. Aparentemente el presidente interpretaba el papel del Estado como el de un mediador que promovería la armonía entre las clases, en lugar de reprimir a los obreros. En la práctica, su apoyo a la clase obrera fue condicional y oportunista. Los sindicatos ferroviarios eran muy susceptibles a las maquinaciones del ala de la UCR controlada por Yrigoyen. Dichos sindicatos se agruparon en grandes talleres de reparación que empleaban a 1.500 y 2.000 trabajadores respectivamente. Estos trabajadores calificados poseían un alto nivel de alfabetización y eran fáciles de movilizar para acciones laborales. Durante las huelgas ferroviarias que ocurrieron a lo largo de 1917, Yrigoyen intentó motivar a los trabajadores a cambiar las lealtades de los sindicatos dominados por socialistas o anarcosindicalistas. Cuando esto fracasó, el caudillo intervino en las huelgas, obligando a las compañías ferroviarias a modificar las reglas de trabajo, aumentar los salarios y restablecer al personal que había sido despedido. Cuando estas tácticas fracasaron y las huelgas continuaron, Yrigoyen provocó un enfrentamiento entre La Fraternidad, un sindicato con inclinaciones socialistas, y la Federación Obrera Ferroviaria (FOF), la más militante y de tendencias anarcosindicalistas, destruyendo así la solidaridad sindical. Yrigoyen logró su objetivo y los sindicatos se dividieron; así, destruyó sin escrúpulos el movimiento.²⁴
Las huelgas de los frigoríficos de 1917-1918
A principios de noviembre de 1917, se produjeron una serie de paros en el frigorífico Swift en Berisso, un suburbio de La Plata. En respuesta, el gobierno despachó infantes de marina para proteger las instalaciones de la compañía y la huelga fracasó. En diciembre, una delegación obrera entregó a la dirección de La Blanca y La Negra dos grandes frigoríficos en Avellaneda, un suburbio industrial de Buenos Aires, una lista de demandas que incluía salarios más altos, jornada de ocho horas, pago adicional por horas extras y asistencia médica para accidentes laborales. Cuando estas demandas fueron rechazadas, los trabajadores fueron a la huelga. Los frigoríficos emplearon rompehuelgas y solicitaron protección a la policía, que envió un destacamento montado. Cuando un grupo de varios cientos de trabajadores se manifestaron cerca de las puertas de La Negra, matones de la compañía abrieron fuego mientras la policía montada cargaba contra los manifestantes y los atacaba con sables. Como resultado, dos trabajadores murieron y varios resultaron heridos. La mayoría de los trabajadores de frigoríficos de Berisso eran inmigrantes europeos de Europa Oriental con pasaportes rusos. Según un testigo ocular de esos acontecimientos, ya que los rusos no se habían naturalizado y no votaban, el gobierno no vio razón alguna para apoyarlos. Además, no eran miembros de un sindicato, y la huelga pronto se derrumbó
.²⁵
La Semana Trágica de 1919
Uno de los fracasos más tristemente célebres de la primera presidencia de Yrigoyen fue un intento de conciliación en enero de 1919, que culminó en las masacres laborales más graves en la historia de la Argentina. La Semana Trágica tuvo su origen en la planta metalúrgica de Pedro Vasena e Hijos (Compañía Argentina de Hierro y Acero). Los talleres Vasena empleaban a más de 2.000 trabajadores en sus plantas de Avellaneda y otros 3.000 en La Plata –ambas en la provincia de Buenos Aires– y en Nueva Pompeya, un suburbio de clase obrera de la ciudad de Buenos Aires. La firma poseía un tren de laminación con una capacidad anual de unas 15.000 toneladas y barras de hierro de palanquilla y laminados de acero obtenidos de la chatarra. En 1910, el precio percibido por sus productos osciló entre 58 y 77 dólares por tonelada métrica. Debido a la escasez inducida por la guerra, durante 1919-1920 los precios oscilaban entre 149 y 175 dólares.²⁶
Cuando se negaron las demandas obreras de salarios más altos y menos horas, los trabajadores de Vasena declararon una huelga. Como resultado de los disturbios, hubo muchos muertos y heridos, pero su número empalidecería en comparación con aquellos que caerían víctimas de otros enfrentamientos por producirse. La inflación hizo que los salarios reales cayeran. La empresa Vasena era conocida entre los barrios de clase trabajadora por los salarios de hambre, por las jornadas laborales de once horas y por el absoluto desprecio por la seguridad en el lugar de trabajo. El 3 de enero, los trabajadores dispararon contra un grupo de policías que escoltaban carros cargado con metales destinados a la planta de Nueva Pompeya. Como resultado, un sargento de policía resultó herido y murió dos días después. El martes 7 de enero, los huelguistas entraron en el fuego cruzado de una trampa inteligentemente colocada. La policía estaba armada con armas Winchester y Mauser a repetición, y los trabajadores, con un escaso número de revólveres. En el enfrentamiento resultante, cinco trabajadores cayeron muertos y veinte heridos.²⁷
El miércoles, en solidaridad con los trabajadores de Vasena, una huelga que comenzó en la zona portuaria pronto se convirtió en una huelga general. El viernes 9 de enero se trasladó el cortejo fúnebre de los trabajadores asesinados por la policía en el Vasena, seguido por una multitud. Enloquecidos por los rompehuelgas empleados por la compañía y los provocadores agentes de policía, la muchedumbre convirtió su dolor en ira, y esa ira produjo un frenesí de destrucción. Los asistentes atacaron la estación de tranvías y las oficinas de las obras de Vasena, donde el directorio y miembros de la Asociación del Trabajo estaban reunidos. La policía abrió fuego contra la multitud, estimada en unas mil personas, y se produjo una batalla campal. Esa tarde, el general Luis J. Dellepiane, comandante de la guarnición de Campo de Mayo, en las afueras de la Capital Federal, llegó a la cabeza de un batallón de infantería equipado con ametralladoras reforzado por artillería de campaña liviana y empleó a estas tropas para reprimir a los huelguistas. El número estimado de muertes oscila entre 142 y 200. No hay fundamentos ni versiones consistentes de los eventos que ocurrieron en esa semana llena de acontecimientos. Según otra versión, cuando Yrigoyen se enteró de que Dellepiane marchaba hacia la Capital, temiendo un golpe de Estado, ofreció su renuncia. Este rumor fue propagado en los cafés de Buenos Aires frecuentados por radicales y sus simpatizantes para culpar únicamente a Dellepiane por la brutal represión ejercida para sofocar las huelgas. Según estos rumores, Dellepiane actuó sin el conocimiento o la autorización del presidente.²⁸
Esta explicación es poco convincente por varias razones. En primer lugar, porque Dellepiane era un simpatizante radical de la vieja escuela. En segundo lugar, debido a la actitud dominante mostrada por Yrigoyen a lo largo de su carrera política Su estilo de gobierno se resume en una de sus famosas frases: Yo soy el presidente, soy el vicepresidente, y yo soy los ministros
. En tercer lugar, debido a la estricta adhesión de Dellepiane al lema del Ejército de Subordinación y valor
, como lo demostraría su posterior historia. En cuarto lugar, porque Dellepiane autorizó a las tropas bajo su mando a distribuir revólveres y municiones a voluntarios civiles, presumiblemente con el permiso de Yrigoyen.
El astuto caudillo culpó a socialistas y anarquistas por los acontecimientos de la Semana Trágica. Eran los chivos expiatorios tradicionales sobre las que por lo general ventilaba su spleen. Por último, ya que Yrigoyen deseaba evitar un intento de revolución social
ordenó la movilización de tropas desde Campo de Mayo hasta Buenos Aires, y luego confió el mando de ellas, así como las de todas las fuerzas policiales y bomberos, a un general de prestigio y calidad
, es decir, Dellepiane.²⁹
Las huelgas patagónicas
Durante la Primera Guerra Mundial, la lana argentina se exportaba a los aliados, cuya demanda se incrementó de 49,6 millones de pesos oro en 1914 a 101 millones en 1918. Luego del armisticio, los precios de la lana cayeron dramáticamente. Como resultado de las importaciones en tiempo de guerra, el mercado de Londres estaba sobreabastecido de lana y los almacenes británicos se hallaban abarrotados con 2,5 millones de fardos de lana australiana y neozelandesa invendibles. Al mismo tiempo, en la Argentina los ganaderos de ovinos de la Patagonia se enfrentaron con grandes reservas de lana sin vender. Para afrontar la crisis económica, los empleadores despidieron a muchos trabajadores y redujeron los salarios, mientras que el precio de los alimentos básicos se duplicó. La Patagonia es una vasta región en el extremo sur del continente compartido por la Argentina y Chile, con una extensión de 1.073.060 kilómetros cuadrados de los cuales 911.843,2 pertenecen a la Argentina y 131.233,6 a Chile. El sector argentino de la Patagonia estaba subdividido en territorios nacionales hasta la década de 1950, cuando fueron declarados provincias. La provincia de Santa Cruz limita con la de Chubut al norte, con Chile al sur y con el océano Atlántico al este. Tiene una superficie de 243.934 kilómetros cuadrados y, según el censo de 1914, 9.928 habitantes. En 1920 Río Gallegos, la capital territorial, era una ciudad de unos 3.500 habitantes. A principios del siglo XX, la Patagonia argentina era descripta como el lejano oeste
: remota, despoblada, subdesarrollada y refugio para parias y forajidos. Las principales actividades económicas eran el frigorífico y la cría de ovejas. La cría de ovejas fue la principal actividad económica hasta que se establecieron cuatro frigoríficos, dos propiedad de la Swift, uno de Armour y el otro de un sindicato de ganaderos argentinos.³⁰
Al inicio de la Primera Guerra Mundial, la Sociedad Obrera de Río Gallegos, fundada en 1910, y la FORA promovían activamente la sindicalización de los peones en las estancias de ovejas y difundían literatura anarquista. Una serie de huelgas azotó a la Patagonia argentina durante 1914-1918, huelgas que producirían la inevitable secuela de detenciones, redadas policiales y cierre de comités sindicales. Los líderes sindicales