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Influencia. La psicología de la persuasión
Influencia. La psicología de la persuasión
Influencia. La psicología de la persuasión
Libro electrónico811 páginas15 horas

Influencia. La psicología de la persuasión

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Información de este libro electrónico

El libro más importante sobre la ciencia de la persuasión que puede cambiar tu vida.
Tienes en tus manos la obra maestra de la persuasión. Un libro extraordinario que te ayudará a ser más eficaz en el trabajo y en la vida diaria, a maximizar tu carisma, a mejorar tus relaciones y estrategias para convencer y llegar a acuerdos ventajosos, en definitiva, alcanzar el éxito a todos los niveles.
En este manual definitivo, Cialdini explica, con rigor científico y de forma sencilla, cómo provocar en las personas la respuesta deseada y cómo protegerse ante intentos poco éticos de persuasión.
Un compendio de sabiduría para convertirte en un hábil influyente.
Bibliografía: https://www.harpercollinsiberica.com/images/pdf/bibliografia-influencia.pdf
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 feb 2022
ISBN9788491397380
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  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Resulta que hace años yo con ayuda del traductor pude traducir y entender la obra en ese tiempo solo había 6 principios de influencia y estaban en inglés. Buenos recuerdos y buen libro.
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5
    me resulta un libro muy interesante sobre `psicologia de la persuacion, lo habia estado buscando.
    excelente aporte

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Influencia. La psicología de la persuasión - Robert B. Cialdini

Elogios a Influencia

«Si solo pudiera leer un libro sobre cómo ser más eficaz en el trabajo y en la vida diaria, escogería Influencia. Es una obra magistral que Cialdini ha conseguido que sea más maravillosa».

Katy Milkman, profesora de la Escuela de Negocios Wharton, presentadora del pódcast Choiceology y autora del libro How to change.

«¡Un libro extraordinario! Si lo que buscas es aumentar tus ventas, conseguir un buen acuerdo o mejorar tu relación con los demás, Influencia te ofrece unos principios científicamente comprobados que pueden cambiarte la vida».

Dr. Daniel L. Shapiro, fundador y director del Programa Internacional de Negociación de Harvard y autor del libro Negotiating the Nonnegotiable.

«Influencia tiene de sobra merecido su puesto como el libro definitivo sobre esta materia. He aprendido muchas cosas gracias a esta edición actualizada y seguro que tú también».

Tim Harford, autor del libro 10 reglas para comprender el mundo.

«Prepárate para quedar deslumbrado. Bob Cialdini es el valedor de la influencia y la primera versión de este libro es ya un clásico. Si estás tratando de ser influyente o entender la influencia de los demás sobre ti, este libro te enseñará a hacerlo».

Jonah Berger, profesor de la Escuela de Negocios Wharton y autor de los libros Contagioso: cómo conseguir que tus productos e ideas tengan éxito y The catalyst.

«Un esfuerzo y logro extraordinarios. Influencia sigue siendo un tratado magníficamente escrito sobre los principios básicos de la conducta humana, con la incorporación de un nuevo y oportuno principio».

Jeffrey Pfeffer, titular de la Cátedra Thomas D. Dee II de Conducta Organizativa de la Escuela de Estudios Superiores de Administración de Empresas de la Universidad de Stanford y autor del libro Power: why some people have it – and others don’t.

«Influencia es un clásico moderno en la literatura de negocios que ha tenido una profunda proyección en los ámbitos del marketing y la psicología. La nueva edición de Robert Cialdini consigue mejorar aún más un libro que ya era excelente, con nuevos y sólidos análisis y ejemplos».

Dorie Clark, autora de Reinventing you y profesora de formación ejecutiva en la Escuela de Negocios Fuqua de la Universidad de Duke.

«La nueva versión de Influencia es simple y llanamente una obra maestra. Se trata de un libro atemporal y, a la vez, digno de una lectura inmediata».

Joe Polish, fundador de Genius Network.

«Influencia es una lectura obligada para cualquiera que desee entender el proceso de la toma de decisiones. Es un libro sencillamente esencial dentro del catálogo de lecturas sobre psicología y economía conductual».

Barry Ritholtz, presidente y director de inversiones de Ritholtz Wealth Management.

«Cialdini ha convertido un clásico en una obra aún mejor. Esta edición actualizada de Influencia confirma su puesto como uno de los libros más importantes sobre negocios y modelos de comportamiento de los últimos cincuenta años. Las nuevas incorporaciones son fantásticas».

Daniel H. Pink, autor de When, Drive y Vender es humano.

«Influencia es el único libro que he mandado leer a mis alumnos de Conducta Organizacional en la Universidad de Stanford durante los últimos veinticinco años. A los estudiantes les encanta y, con el paso de los años, siguen hablando de lo útil que les ha resultado en su carrera profesional. La nueva versión es aún más práctica y está llena de matices y su lectura resulta todavía más divertida».

Robert I. Sutton, profesor de la Escuela de Estudios Superiores de Administración de Empresas de la Universidad de Stanford y autor de siete libros, entre los que se incluyen los éxitos de ventas Estúpidos no, gracias y Buen jefe, mal jefe.

«Como cualquier otro psicólogo que conozco (y como muchas otras miles de personas que sienten curiosidad por saber cómo funciona el mundo), yo inicié mi aprendizaje sobre la persuasión con Influencia de Bob Cialdini. Esta edición actualizada ocupa un destacado lugar junto a la desgastada primera edición que tengo junto a mi mesa. Influencia va a seguir aportando luz e inspiración al arte y la ciencia de la persuasión durante los próximos años».

Betsy Levy Paluck, profesora de Psicología y Asuntos Públicos y directora adjunta del Centro Kahneman-Treisman para la Ciencia del Comportamiento y las Políticas Públicas de la Universidad de Princeton.

portadilla

Para Hailey que, cada vez que la veo, me deja más fascinado.

Para Dawson que, cada vez que le veo, más me convenzo de que llegará a hacer grandes cosas.

Para Leia que, cada vez que la veo, me hace más feliz.

PRÓLOGO

Desde el principio, el libro Influencia estuvo destinado al lector de a pie y, como tal, intenté escribirlo con un lenguaje coloquial y nada académico. Confieso que lo hice con cierto temor de que alguno de mis colegas académicos viera el libro como una especie de psicología «pop». Me preocupé porque, tal y como comentó el experto en cuestiones legales James Boyle, «Nunca sabrás de verdad lo que es la condescendencia hasta que oigas a un académico pronunciar la palabra divulgativo». Por este motivo, cuando empecé a escribir Influencia, la mayoría de mis compañeros en el campo de la psicología social no pensaban que fuese muy seguro, profesionalmente hablando, escribir para un público no académico. De hecho, si la psicología social hubiese sido una empresa, se habría hecho famosa por contar con enormes departamentos de investigación y desarrollo pero ninguno de envíos. Nosotros no realizábamos envíos, salvo los que nos hacíamos unos a otros en artículos de revistas científicas que probablemente nadie más fuese a ver y, mucho menos, usar.

Por suerte, aunque decidí seguir adelante con un estilo popular, ninguno de mis temores se hizo realidad, pues mi libro Influencia no ha sido nunca menospreciado ni acusado de ser psicología «pop»[1]. Por tanto, en posteriores versiones, incluida esta, he mantenido el mismo lenguaje coloquial. Por supuesto, lo que es más importante, también presento las pruebas científicas de mis afirmaciones, recomendaciones y conclusiones. Aunque las conclusiones de Influencia cuentan con la luz y la constatación de recursos tales como entrevistas, citas y metódicas observaciones personales, dichas conclusiones están basadas de forma invariable en investigaciones psicológicas realizadas como es debido.

Observaciones sobre esta edición de Influencia

Dar forma a la actual edición de Influencia ha supuesto para mí un desafío. Por una parte, teniendo en cuenta el axioma de que «No hay que arreglar lo que no está roto», no estaba dispuesto a llevar a cabo ninguna cirugía reconstructiva importante. Al fin y al cabo, se han vendido más ejemplares de las anteriores versiones de los que jamás podría haberme imaginado, en montones de ediciones y en cuarenta y cuatro idiomas. Con respecto a esto último, mi colega polaca, la profesora Wilhelmina Wosinska, hizo una aseveración (aunque serena) sobre el supuesto valor del libro. Dijo: «¿Sabes una cosa, Robert? Tu libro Influencia es tan famoso en Polonia que mis alumnos piensan que estás muerto».

Por otra parte, según una de las citas preferidas de mi abuelo siciliano, que decía que «Si quieres que las cosas sigan como están, tendrán que cambiar», había argumentos para realizar actualizaciones oportunas[2]. Ha pasado ya algún tiempo desde la última publicación de Influencia y, entretanto, han tenido lugar algunos cambios que merecen ocupar su puesto en esta nueva edición. En primer lugar, ahora sabemos más que antes sobre el proceso de la influencia. El estudio de la persuasión, la conformidad y el cambio ha avanzado y las siguientes páginas han sufrido una adaptación para reflejar ese progreso. Además de a la actualización global del material, he prestado más atención a la cobertura actualizada del papel de la influencia en las interacciones humanas cotidianas, a cómo funciona el proceso de influencia en escenarios reales en lugar de en contextos de laboratorio.

En relación a esto, también he abundado en un elemento que han provocado las respuestas de anteriores lectores. Este elemento destaca las experiencias de individuos que han leído Influencia, que habían reconocido cómo alguno de los principios actuaba sobre ellos (o desde ellos) en algún caso en particular y que me escribieron para contármelo. Sus descripciones, que aparecen en el apartado de «Reseñas de los lectores» en cada capítulo, ilustran la facilidad y la frecuencia con que podemos ser víctimas del proceso de influencia en nuestra cotidianeidad. Ahora contamos con muchos relatos escritos de primera mano sobre la forma en que se aplican los principios del libro en situaciones profesionales y personales comunes. Me gustaría dar las gracias a las siguientes personas que, bien directamente o a través de los instructores de sus cursos, han contribuido con las reseñas de los lectores de pasadas ediciones: Pat Bobbs, Hartnut Bock, Annie Carto, Michael Conroy, William Cooper, Alicia Friedman, William Graziano, Jonathan Harries, Mark Hastings, Endayehu Kendie, Karen Klawer, Danuta Lubnicka, James Michaels, Steven Moysey, Katie Mueller, Paul Nail, Dan Norris, Sam Omar, Alan J. Resnik, Daryl Retzlaff, Geofrey Rosenberger, Joanna Spychala, Robert Stauth, Dan Swift y Karla Vasks. Quiero dar las gracias especialmente a quienes han elaborado nuevas reseñas de lectores en esta edición: Laura Clark, Jake Epps, Juan Gomez, Phillip Johnston, Paola, Joe St. John, Carol Thomas, Jens Trabolt, Lucas Weimann, Anna Wroblewski y Agrima Yadav. También me gustaría invitar a los lectores a que colaboren con comentarios similares para su posible publicación en una futura edición. Pueden enviármelos a ReadersReports@InfluenceAtWork.com. Por último, si desean más información relativa a Influencia pueden obtenerla en www.InfluenceAtWork.com.

Además de los cambios de esta edición que consisten en ampliaciones actualizadas de elementos que existían previamente en el libro, aparecen por vez primera otros tres. Uno de ellos es la exploración de aplicaciones de Internet sobre tácticas constatadas de influencia social. Está claro que las redes sociales y las páginas de comercio electrónico han sabido aprovechar las lecciones de la ciencia de la persuasión. De esta forma, cada capítulo incluirá ahora buzones electrónicos creados especialmente para ello, ilustraciones de cómo se ha realizado esta migración a tecnologías actuales. El segundo elemento novedoso es el uso destacado de notas como lugares donde los lectores podrán encontrar menciones a las investigaciones descritas en el texto, así como otras menciones y descripciones de materiales relacionados. Las notas permitirán ahora una descripción más inclusiva de los temas tratados. Por último, y como elemento más importante, he añadido al libro un séptimo principio universal de la influencia social: el principio de la unidad. En el capítulo dedicado a la unidad, describo la existencia de individuos que, convencidos de que un comunicador comparte una significativa identidad personal o social con ellos, se vuelven notablemente más susceptibles a los encantos persuasivos de ese comunicador.

INTRODUCCIÓN

Ahora puedo confesarlo sin problema. He sido un tonto toda mi vida. Hasta donde puedo recordar, he sido presa fácil de los discursos de vendedores ambulantes, recaudadores de donativos y agentes de todo tipo. Cierto es que tan solo algunos tenían propósitos deshonestos. Los demás, representantes de ciertas instituciones benéficas, por ejemplo, actuaban con la mejor de las intenciones. Da igual. El caso es que, con una inquietante frecuencia, me he visto en posesión de suscripciones a revistas que no deseaba leer o entradas a fiestas de empleados de saneamientos a las que no deseaba asistir. Probablemente, este largo historial de inocentón explique mi interés por el estudio de la persuasión: ¿qué factores son los que provocan que una persona diga que sí a otra? ¿Y de qué técnicas se valen con mayor eficacia estos factores para conseguir la persuasión? ¿Por qué una petición realizada de cierta manera termina siendo rechazada mientras otra en la que se solicita el mismo favor pero de una forma ligeramente distinta obtiene una respuesta positiva?

Así, como psicólogo social experimental, empecé a estudiar la psicología de la persuasión. En un principio, la investigación tomó la forma de experimentos realizados, en su mayor parte, en mi laboratorio y con estudiantes universitarios. Quería averiguar qué principios psicológicos influían en la tendencia a acceder a una petición. En la actualidad, los psicólogos conocen bastante bien estos principios, lo que son y cómo funcionan. Yo he llamado a estos principios armas de influencia y voy a tratar en este libro algunos de los más importantes.

Sin embargo, después de un tiempo, empecé a darme cuenta de que el trabajo experimental, aunque necesario, no era suficiente. No me permitía valorar la importancia de dichos principios en el mundo exterior, lejos del laboratorio de psicología y del campus universitario donde los estaba examinando. Estaba claro que, si deseaba entender del todo la psicología de la persuasión, iba a tener que ampliar mi ámbito de investigación. Tendría que acudir a los profesionales de la persuasión, a las personas que durante toda mi vida habían hecho uso de esos principios conmigo. Ellos saben lo que funciona y lo que no; así lo establece la ley de la supervivencia de los más fuertes. Su labor consiste en buscar nuestra conformidad; su sustento depende de ello. Los que no saben cómo hacer que los demás accedan a sus peticiones terminan cayendo pronto; los que sí, permanecen y salen adelante.

Por supuesto, los profesionales de la persuasión no son los únicos que conocen la existencia de estos principios y se sirven de ellos para conseguir sus objetivos. Todos los empleamos y, en cierto modo, terminamos siendo sus víctimas en nuestras interacciones diarias con vecinos, amigos, amantes y familiares. Pero quienes practican la persuasión cuentan con mucho más que el conocimiento vago y chapucero de lo que funciona que los demás tenemos. Tras pensarlo mucho, supe que eran la mayor fuente de información sobre la persuasión que tenía a mi disposición. Así, a lo largo de casi tres años, combiné mis estudios experimentales con un proyecto mucho más entretenido: me sumergí de una forma metódica en el mundo de los profesionales de la persuasión –agentes de ventas, recaudadores de fondos para beneficencia, comerciantes, captadores, etc.–.

Mi intención era observar desde dentro las técnicas y estrategias más comunes y eficaces de las que se sirve una amplia gama de profesionales de la persuasión. A veces, este programa de observación tomaba la forma de entrevistas con esos profesionales y, otras, con los enemigos naturales de algunos de ellos (por ejemplo, agentes de la policía que investigan delitos de estafa, periodistas de investigación, asociaciones de consumidores). En otras ocasiones, requería de un análisis a fondo de los materiales escritos a través de los cuales se han transmitido de generación en generación las técnicas de persuasión, como manuales de ventas y similares.

La mayoría de las veces, sin embargo, tomó la forma de observación participativa, un método de investigación en el cual el investigador se convierte en una especie de espía. Con identidad e intenciones falsos, el investigador se infiltra en el escenario deseado y se convierte en participante de pleno derecho del grupo que va a estudiar. De esta forma, cuando quería conocer las tácticas de persuasión empleadas por entidades dedicadas a la venta de revistas (o de aspiradoras, retratos o suplementos alimenticios) respondía a algún anuncio en el que buscaran vendedores en formación y conseguía que me enseñaran los métodos que seguían. Por medio de sistemas no idénticos aunque similares, pude introducirme en agencias de publicidad, de relaciones públicas y de recaudación de fondos para entidades benéficas con el fin de examinar sus técnicas. Buena parte del material que aparece en este libro procede, por tanto, de mi experiencia como fingido profesional de la persuasión, o aspirante a ello, en una gran variedad de organizaciones que se dedican a conseguir nuestra conformidad.

Hubo un aspecto de lo que aprendí durante mis tres años de observación participativa que me pareció de lo más ilustrativo. Aunque hay miles de tácticas empleadas por los profesionales de la persuasión para conseguir nuestra conformidad, la mayoría se pueden incluir en siete categorías básicas. Cada una de estas categorías se rige por un principio psicológico fundamental que dirige el comportamiento humano y que, de ese modo, proporciona a la táctica su poder. El presente libro está ordenado en torno a esos siete principios, cada uno de ellos en un capítulo. Estos principios –reciprocidad, simpatía, aprobación social, autoridad, escasez, compromiso y coherencia, y unidad– se analizan tanto en lo referente a su función en la sociedad como a la forma en que su enorme fuerza puede ser empleada por un profesional de la persuasión, que los incorporará hábilmente en solicitudes de compra, donativos, concesiones, votos o aprobación[3].

Cada principio se analiza en cuanto a su capacidad para provocar en las personas una forma determinada de conformidad automática e inconsciente: la disposición a decir que sí sin antes pensarlo. Las pruebas muestran que el ritmo siempre acelerado y la información apabullante de la vida moderna harán que esta forma de conformidad irreflexiva sea cada vez más predominante en el futuro. Por lo tanto, cada vez será más importante que la sociedad entienda el cómo y el porqué de la influencia automática.

Por último, en esta edición he ordenado los capítulos de tal forma que se ajusten a las conclusiones de mi colega el doctor Gregory Neidert en lo concerniente a cómo determinados principios resultan más útiles que otros, dependiendo de cuál sea el objetivo que el comunicador desee alcanzar con un mensaje. Por supuesto, cualquier aspirante a influyente desea provocar un cambio en los demás. Pero, según el Modelo de Motivaciones Fundamentales de la Influencia Social del doctor Neidert, el principal objetivo del comunicador afecta en ese momento a cuáles son los principios de influencia que dicho comunicador debe priorizar. Por ejemplo, el modelo establece que una de las principales motivaciones (objetivos) del que busca persuadir requiere que se cultive una relación positiva. La investigación demuestra que es más probable que los mensajes logren su objetivo si se consigue que los receptores alberguen antes sentimientos favorables con respecto al mensajero. Tres de los siete principios de influencia –reciprocidad, simpatía y unidad– parecen ser especialmente adecuados para esta tarea.

En otras situaciones, quizá cuando exista ya una buena relación, puede tener prioridad el objetivo de reducir la inseguridad. Al fin y al cabo, el hecho de tener una relación positiva con un comunicador no significa necesariamente que se pueda persuadir a los destinatarios del mensaje. Antes de que puedan cambiar de idea, la gente quiere asegurarse de que cualquier decisión a la que se les insta sea sensata. Según el modelo, en estas circunstancias, no se deben olvidar nunca los principios de aprobación social y autoridad pues, efectivamente, resulta lógico tener la certeza de que una decisión sea bien vista por semejantes o por expertos.

Pero incluso habiendo cultivado una relación positiva y logrado la reducción de la inseguridad, aún queda otro objetivo por alcanzar para aumentar la probabilidad de un cambio de conducta. En dicha situación, el de acción motivadora pasa a ser el objetivo principal. Es decir, un amigo muy apreciado puede ser para mí prueba suficiente de que casi todos crean que el ejercicio diario es algo bueno y que los principales expertos en medicina apoyan fervientemente sus beneficios para la salud, pero esa prueba puede no resultar suficiente para conseguir que yo lo haga. Ese amigo hará bien en incluir en cualquier petición los principios de coherencia y escasez. Dicho amigo podría hacerlo recordándome, por ejemplo, que en el pasado yo he hablado públicamente de lo importante que es mi salud (coherencia) y de los placeres tan únicos que echaría en falta si no la tuviera (escasez). Ese es el mensaje que casi con toda seguridad haría que yo pasara de tomar una sencilla decisión de actuar a la de dar pasos basados en esa decisión. Por consiguiente, es el mensaje que con más seguridad conseguirá que yo me levante por la mañana para ir al gimnasio.

De esta forma, el orden de los capítulos tiene en cuenta qué principios son los más indicados para alcanzar estos tres principios de los que buscan la persuasión: reciprocidad, simpatía y unidad para los casos en los que el cultivo de la relación sea primordial; seguidos de la aprobación social y la autoridad cuando lo más importante sea reducir la inseguridad; y después, la coherencia y la escasez en caso de que la acción motivadora sea el objetivo principal. Es importante dejar claro que no estoy insinuando que estos grupos de principios sean las únicas opciones para conseguir sus respectivos fines. Más bien, lo único que sugiero es que si están disponibles para conseguir cierto objetivo, el hecho de no servirse de ellos podría ser un gran error.

CAPÍTULO UNO

ARMAS DE INFLUENCIA

HERRAMIENTAS (DE PODER) DE LAS TRANSACCIONES

La civilización avanza al ampliar el número de operaciones importantes que podemos realizar sin pensar en ellas.

Alfred North Whitehead

La simplicidad es la máxima sofisticación.

Leonardo da Vinci

Este libro muestra numerosos resultados de investigaciones que, en un principio, pueden parecer desconcertantes, pero que se pueden explicar mediante el conocimiento de las inclinaciones naturales de los humanos. Hace un tiempo, llegué a una importante conclusión cuando leí un estudio por el que se ofrecía a unos voluntarios una bebida energética creada para aumentar las capacidades mentales. A algunos de los voluntarios se les cobró el precio de venta al público (1,89 dólares); a otros se les dijo que, debido a que el investigador había comprado una gran cantidad, solo tendrían que pagar 89 centavos. A ambos grupos se les pidió a continuación que resolvieran tantos rompecabezas como les fuera posible en treinta minutos. Yo esperaba que el segundo grupo, al sentirse bien por la reducción de precio, se esforzara más y resolviera más problemas. Me equivoqué. Ocurrió lo contrario[4].

El resultado me recordó a una llamada que había recibido unos años antes. Me la hizo una amiga que había abierto una tienda de joyería india en Arizona. Se sentía desconcertada por un hecho muy curioso. Acababa de ocurrir algo sorprendente y pensó que yo, como psicólogo, podría darle alguna explicación. Se trataba de un asunto relacionado con cierta partida de joyas con turquesas cuya venta le había supuesto muchas dificultades. Era plena temporada turística, la tienda estaba especialmente abarrotada de clientes y las joyas de turquesas eran de buena calidad en relación con el precio que ella pedía. Sin embargo, no las había vendido. Mi amiga había probado con un par de trucos de venta habituales para deshacerse de ellas. Intentó llamar la atención sobre ellas cambiándolas a una vitrina del centro, pero no hubo suerte. Incluso pidió a sus dependientas que «insistiesen» en esas joyas, pero tampoco lo consiguió.

Por fin, la noche antes de salir de viaje para comprar más material, garabateó con exasperación una nota dirigida a su jefa de dependientas: Todo lo que hay en esta vitrina a un precio x 1/2 con la esperanza de poder deshacerse de las malditas joyas, aunque perdiera dinero. Cuando volvió unos días después, no le sorprendió ver que se habían vendido todos esos artículos. Pero sí se quedó pasmada al descubrir que, como la dependienta había entendido que el «1/2» de su mensaje garabateado era un «2», toda la vitrina se había vendido por el doble de su precio original.

Fue entonces cuando me llamó. Yo creía saber lo que había pasado pero le dije que, para explicarle todo bien, tendría que escuchar antes otra anécdota mía. En realidad, no es sobre mí, sino sobre unos pavos, y está relacionada con la etología, la ciencia que estudia a los animales en sus entornos naturales. Las pavas son muy buenas madres, cariñosas, vigilantes y protectoras. Dedican gran parte de su tiempo a atender, calentar, limpiar y acurrucar a sus polluelos debajo de ellas; pero hay en su método algo que resulta extraño. Prácticamente todos esos cuidados los provoca una cosa: el continuo piar de los jóvenes polluelos. Otras características propias de los polluelos, como el olor, el tacto o su aspecto, parecen representar un papel menos importante en los cuidados maternales. Si un polluelo pía, su madre se ocupa de él; si no lo hace, la madre no le presta atención o, en algunos casos, lo mata.

La extrema dependencia del comportamiento de las pavas madres respecto a este sonido quedó claramente ilustrada en un experimento realizado con una pava y una mofeta disecada. Para cualquier pava, una mofeta es un predador natural cuya cercanía provocará fuertes graznidos, picotazos y rasguños. De hecho, el experimento mostró que incluso un ejemplar de mofeta disecada, al ser arrastrado con una cuerda hasta una pava madre, recibía un inmediato y furioso ataque. Sin embargo, cuando el animal disecado guardaba en su interior una pequeña grabadora que reproducía el piar de unos polluelos de pavo, la madre no solo toleraba el acercamiento de la mofeta, sino que incluso la cobijaba debajo de ella. Cuando se apagaba la reproducción, la mofeta disecada era de nuevo víctima de un furioso ataque.

Clic, activación

Qué ridículo parece el comportamiento de la pava en estas circunstancias: acepta a un enemigo natural solo porque pía y maltrata o mata a uno de su polluelos simplemente porque no lo hace. Actúa como un autómata cuyo instinto maternal estuviese controlado por ese único sonido. Los etólogos nos dicen que este tipo de comportamiento no es solo característico de los pavos. Se han empezado a identificar pautas de comportamientos puramente mecánicos en una gran variedad de especies.

Conocidas como pautas de acción fija, pueden incluir complicadas secuencias de comportamiento, tales como el cortejo completo o los rituales de apareamiento. Una característica fundamental de estas pautas es que los comportamientos que las componen se suceden prácticamente de la misma forma y en el mismo orden cada vez que ocurren. Es como si estas pautas fuesen casi como programas instalados en el interior de los animales. Cuando una situación requiere un cortejo, se activa el programa del cortejo; cuando la situación requiere realizar los cuidados de una madre, se activa el programa del comportamiento maternal. Se produce un clic y se pone en marcha el programa correspondiente; se activa y se inicia la secuencia habitual de comportamientos.

Lo más interesante de todo esto es la forma en que se ponen en marcha los programas. Cuando, por ejemplo, un animal actúa para defender su territorio, es la intrusión de otro animal de la misma especie la que da la entrada al programa de defensa territorial con estricta vigilancia, amenaza y, si es necesario, combate. Sin embargo, este sistema tiene una particularidad. No es el rival en su totalidad el que acciona el mecanismo, el desencadenante es alguna característica concreta. A menudo, ese desencadenante será un aspecto insignificante de la totalidad que supone el intruso que se acerca. A veces, es el tono de un color. Los experimentos de muchos etólogos han demostrado, por ejemplo, que un petirrojo macho, al actuar como si un rival hubiese entrado en su territorio, atacará con virulencia a un simple montón de plumas de petirrojo colocado allí. Al mismo tiempo, no prestará atención alguna a un ejemplar disecado de petirrojo que carezca de dichas plumas. Se han visto resultados similares con otra especie de pájaro, el pechiazul, para quien el desencadenante de la respuesta de defensa del territorio es un tono específico de las plumas azules del pecho[5].

Antes de mirar con engreimiento la facilidad con que esos desencadenantes pueden engañar a animales inferiores y provocar en ellos reacciones completamente inadecuadas para determinada situación, deberíamos tener en cuenta dos cosas. En primer lugar, que las pautas automáticas de acción fija de estos animales funcionan muy bien la mayoría de las ocasiones. Dado que solo los polluelos de pavo normales y sanos emiten ese sonido tan peculiar, es lógico pensar que las madres reaccionen con una respuesta maternal ante ese simple sonido. Al reaccionar a ese único estímulo, la mayoría de las pavas se comportarán casi siempre de forma adecuada. Se necesita que sufran algún engaño, como el de un científico, para que su respuesta automática parezca ridícula. Lo segundo que debemos saber es que también nosotros contamos con programas predeterminados y, pese a que normalmente actúan en beneficio nuestro, los desencadenantes que los activan pueden engañarnos y hacer que pongamos en marcha el programa pertinente cuando no debemos.

Esta forma paralela de automaticidad humana ha quedado bien patente en un experimento realizado por la psicóloga social Ellen Langer y sus colaboradores. De acuerdo con un conocido principio del comportamiento humano, cuando pedimos a alguien que nos haga un favor, tendremos más posibilidades de conseguirlo si le damos un motivo. A las personas les gusta tener motivos para hacer algo. Langer demostró este hecho nada sorprendente cuando pidió un pequeño favor a las personas que hacían cola para utilizar la fotocopiadora de una biblioteca: «Perdona, tengo cinco páginas. ¿Puedo usar la fotocopiadora? Porque tengo prisa». La efectividad de esta petición acompañada de un motivo fue casi total: el 94 por ciento de las personas dejaron que se saltara la cola. Comparemos ahora este porcentaje de éxito con los resultados que obtuvo cuando simplemente preguntó: «Perdona, tengo cinco páginas. ¿Puedo usar la fotocopiadora?». En estas circunstancias solamente el 60 por ciento accedió. A primera vista, parece que la diferencia esencial entre las dos peticiones estaba en la información adicional que proporcionó en la frase «porque tengo prisa».

Sin embargo, un tercer tipo de petición demostraba que no era así. Al parecer, no fue toda la secuencia de palabras sino solo la primera, «porque», lo que provocó el cambio. En lugar de ofrecer una razón real para obtener la conformidad, en el tercer tipo de petición Langer usó la palabra «porque» y, a continuación, sin añadir nada nuevo, se limitó a repetir lo que era obvio: «Perdona, tengo cinco páginas. ¿Puedo usar la fotocopiadora? Porque tengo que hacer unas fotocopias». El resultado fue, una vez más, que casi todos (el 93 por ciento) accedieron, a pesar de que no se había añadido ninguna razón real ni tampoco ninguna información nueva que justificara esa conformidad. Igual que el sonido del piar de los polluelos había desencadenado una respuesta maternal automática por parte de las pavas, aun cuando ese sonido lo emitiera una mofeta disecada, la palabra «porque» provocaba una respuesta de conformidad automática en los sujetos del experimento de Langer, a pesar de que no se les diera ninguna razón para dar su conformidad. Clic, activación[6].

Pese a que otros descubrimientos de Langer muestran que existen muchas situaciones en las que el comportamiento humano no funciona de forma mecánica ni se activa con un clic, tanto ella como otros investigadores están convencidos de que la mayor parte de las veces sí lo hace. Por ejemplo, veamos el extraño comportamiento de aquellos clientes de la joyería que no se abalanzaron sobre las joyas de turquesas hasta que se pusieron, por una equivocación, al doble de su precio original. No le veo ningún sentido a ese comportamiento a no ser que se considere desde el prisma del clic, activación.

Los clientes, la mayoría de ellos turistas adinerados con pocos conocimientos sobre las turquesas, se sirvieron de un principio simplista –un estereotipo– para realizar su compra: caro = bueno. Varias investigaciones demuestran que las personas que no están muy seguras de la calidad de un artículo, se sirven a menudo de este estereotipo. Así, a esos turistas, que querían comprar joyas «buenas», las de turquesas les parecieron decididamente más valiosas y deseables cuando su único valor que había aumentado era el del precio. Solo el precio se había convertido en el desencadenante de la calidad y solo un fuerte aumento del precio llevó a que se produjera un fuerte incremento en las ventas entre aquellos compradores tan ansiosos de calidad.

RESEÑAS DE LOS LECTORES 1.1

De un estudiante de Doctorado en Dirección de Empresas

Un hombre que regenta una tienda de joyas antiguas en mi ciudad cuenta siempre la anécdota de cómo aprendió la lección de influencia social de caro = bueno. Un amigo suyo quería hacer un regalo de cumpleaños especial a su prometida. Así que el joyero escogió un collar que habría vendido en su tienda por 500 dólares pero estaba dispuesto a dejar que su amigo lo comprara por 250. En cuanto lo vio, el amigo se enamoró de la joya. Pero cuando el joyero le mencionó el precio de 250 dólares, su expresión cambió y empezó a arrepentirse del trato porque lo que él quería era algo «bueno de verdad» para su futura esposa.

Cuando al día siguiente el joyero entendió qué era lo que había pasado, llamó a su amigo y le pidió que volviera a la tienda porque quería enseñarle otro collar. Esta vez, le mostró la nueva joya a su precio normal de 500 dólares. A su amigo le gustó tanto que la compró al instante. Pero antes de que le diera el dinero, el joyero le dijo que, como regalo de bodas, le iba a rebajar el precio a la mitad. El hombre estaba encantado. Ahora, en lugar de encontrar ofensivo el precio de 250 dólares, se mostró feliz –y agradecido– por comprarlo.

Nota del autor: Hay que tener en cuenta, al igual que en el caso de los compradores de las turquesas, que se trataba de una persona que quería asegurarse de que era un buen artículo y que despreció una joya de bajo precio. Estoy seguro de que, además de la regla de que caro = bueno, existe también un lado malo, una regla de que barato = malo que también se puede aplicar a nuestro modo de pensar. Al fin y al cabo, la palabra «barato» no solo significa que sea de bajo precio, sino también inferior.

Simplificar apostando por el atajo

Resulta fácil culpar a los turistas de sus ridículas decisiones al hacer sus compras, pero al estudiarlo con más atención puede verse desde una perspectiva más amable. Se trataba de personas a las que siempre se les había enseñado la regla de que «lo barato sale caro», y habían visto cómo esta regla se cumplía una y otra vez a lo largo de sus vidas. No tardaron mucho en entender que eso quería decir que lo caro era bueno. El estereotipo de caro = bueno les había funcionado en el pasado porque normalmente el precio de un artículo aumenta a la vez que su valor; un precio más alto refleja generalmente una mayor calidad. Así, cuando se vieron en la situación de desear adquirir buenas joyas de turquesas sin tener mucho conocimiento sobre ellas, es comprensible que se fiaran del viejo dato del precio para determinar las cualidades de las joyas.

Aunque probablemente no se dieron cuenta de ello, cuando los turistas reaccionaban solo al precio, simplemente estaban buscando un atajo entre sus probabilidades de salir ganando. En lugar de hacer uso de todas las posibilidades con las que contaban tratando de examinar de forma exhaustiva cada aspecto que repercute en el valor de las joyas de turquesas, lo simplificaron todo y se fiaron solo de uno de ellos, el que esperaban que revelara la calidad de cualquier artículo. Apostaron solo por el precio para saber lo que necesitaban. Esta vez, debido a que alguien había confundido «1/2» con «2», su apuesta les salió mal. Pero a la larga, durante todas las situaciones pasadas y futuras que se suceden en la vida, apostar por ese atajo supone la forma más racional de enfrentarse a ellas.

Nos encontramos ahora en condiciones de explicar el desconcertante resultado del primer estudio contemplado en este capítulo, el que mostraba cómo las personas a las que se les daba una bebida que supuestamente aumentaba su capacidad para resolver problemas, solucionaban más cuando pagaban más dinero por la bebida. Los investigadores relacionaron este resultado con el estereotipo de caro = bueno: esas personas declararon que esperaban que la bebida funcionara mejor si costaba 1,89 dólares que si costaba 89 centavos; y lo increíble es que esa simple expectación se hizo realidad. Un fenómeno similar ocurrió en otro estudio distinto en el que a los participantes se les daba un analgésico antes de recibir pequeñas descargas eléctricas. A la mitad se les dijo que el analgésico costaba 10 centavos cada uno, mientras que a la otra mitad se le dijo que el precio era de 2,50 dólares. Aunque, en realidad, todos recibieron el mismo analgésico, los que creían que era más caro lo clasificaron como mucho más efectivo a la hora de disminuir el dolor de las descargas[7].

Este tipo de comportamiento automático y estereotipado prevalece en buena parte de la actividad humana pues, en muchos casos, es la forma más eficaz de comportarse y, en otros, simplemente es necesaria. Vivimos en un entorno extraordinariamente complicado; quizá el más complejo y cambiante que haya habido nunca en este planeta. Para manejarnos en él necesitamos simplificar los atajos. No se puede esperar que identifiquemos y analicemos todos los aspectos de cada persona, acontecimiento y situación que nos encontremos en un solo día. No contamos con el tiempo, la energía ni la capacidad para hacerlo. En lugar de ello, debemos servirnos a menudo de nuestros estereotipos, de nuestras reglas de oro, para clasificar las cosas de acuerdo con unos pocos aspectos clave y, a continuación, reaccionar sin tener que pensar si está presente uno u otro desencadenante.

A veces, el comportamiento que se desarrolla no será el adecuado para la situación, porque ni siquiera los mejores estereotipos y desencadenantes funcionan siempre. Aceptamos sus imperfecciones porque, en realidad, no tenemos elección. Sin estas simplificaciones nos quedaríamos paralizados –catalogando, valorando y calibrando– mientras que el tiempo para actuar se agota a toda velocidad. Según todos los indicios, en el futuro recurriremos mucho más a estos estereotipos. Mientras los estímulos que saturan nuestras vidas sigan creciendo de una forma más compleja y variable, tendremos que depender cada vez más de nuestros atajos para poder manejarlos todos.

Los psicólogos han desvelado muchos de los atajos mentales que empleamos al tomar nuestras decisiones cada día. Conocidos como heurísticos críticos, estos atajos funcionan de forma muy parecida a la regla caro = bueno, permitiendo un pensamiento simplificado que la mayoría de las veces funciona bien pero que, en ocasiones, nos hace vulnerables a posibles equivocaciones que pueden ser graves. De especial importancia en este libro son esos heurísticos críticos que nos dicen cuándo debemos creer o hacer lo que se nos dice. Veamos, por ejemplo, el atajo que dice: «Si lo dice un experto, será verdad». Como veremos en el capítulo cinco, existe en nuestra sociedad una inquietante tendencia a aceptar de manera irreflexiva las afirmaciones e indicaciones de personas que, al parecer, son autoridades en una materia. Es decir, que en lugar de pensar en los argumentos de un experto y convencernos (o no), con frecuencia no prestamos atención a esos argumentos y nos dejamos convencer por el experto por el solo hecho de serlo. Esta tendencia a responder de forma mecánica ante una parte de la información en una situación dada es lo que hemos llamado respuesta automática o respuesta clic, activación; la tendencia a responder basándonos en un análisis completo de toda la información puede conocerse como respuesta controlada.

Gran parte de la investigación de laboratorio ha demostrado que es más probable que las personas traten la información de una forma controlada cuando tienen tanto el deseo como la capacidad de analizarla con atención; de no ser así, es probable que se sirvan de una forma más fácil de enfrentarse, la de clic, activación. Por ejemplo, en un estudio, un grupo de estudiantes escucharon la grabación de un discurso que defendía la idea de exigir a los alumnos del último curso que se sometieran a unos exámenes exhaustivos antes de poder lograr su licenciatura. Este asunto afectaba personalmente a algunos de los estudiantes, pues se les dijo que esos exámenes podrían entrar en vigor al año siguiente, antes de que ellos hubieran tenido oportunidad de licenciarse. Por supuesto, esta noticia provocó que quisieran analizar los argumentos a fondo. Sin embargo, para otros participantes en el mismo estudio, el problema carecía de importancia a nivel personal, pues se les dijo que los exámenes no empezarían hasta mucho después de que se hubiesen licenciado; por lo tanto, estos alumnos no tuvieron la necesidad imperiosa de analizar con detenimiento la validez de los argumentos. Los resultados de este estudio fueron claros: los alumnos sin implicación personal en el asunto fueron los primeros en quedar convencidos por la experiencia de quien pronunciaba el discurso en el ámbito de la educación; hicieron uso de la regla «si lo dice un experto, será verdad» y prestaron poca atención a la solidez de los argumentos del orador. Por otra parte, los alumnos a los que el problema afectaba personalmente no dieron importancia a la experiencia del conferenciante y prestaron atención principalmente a la calidad de sus argumentos.

Así pues, parece ser que en lo que respecta al peligro que representa la respuesta clic, activación, nos valemos de una red de seguridad. Nos resistimos a ceder a la superflua seducción de hacer caso a un solo factor (desencadenante) de la información y reaccionar a él cuando nos enfrentamos a un asunto que es importante para nosotros. No cabe duda de que este suele ser el caso. Pero no me quedo del todo satisfecho. Recordemos lo que hemos aprendido de que es probable que las personas respondan de un modo reflexivo y controlado solo cuando tengan tanto el deseo como la capacidad para hacerlo. He quedado impresionado al descubrir indicios que indican que la forma y el ritmo de la vida moderna no nos permiten tomar decisiones de manera completamente consciente, ni siquiera en muchos asuntos importantes a nivel personal. A veces, esos asuntos son tan complicados, el tiempo tan ajustado, las distracciones tan invasivas, la excitación emocional tan fuerte o la fatiga mental tan profunda, que no estamos en condiciones cognitivas como para actuar de manera consciente. Se trate o no de una cuestión importante, tenemos que tomar el atajo.

Es posible que esto último se entienda de una forma mucho más clara con el caso de las posibles consecuencias de vida o muerte provocadas por un fenómeno que los directivos de las compañías aéreas han calificado como capitanitis. Los investigadores de accidentes de la Administración Federal de Aviación estadounidense han visto que, con frecuencia, un error obvio cometido por un capitán de vuelo no era corregido por el resto de la tripulación y terminaba en un accidente. Al parecer, pese a la evidente y seria importancia personal de la situación, la tripulación hacía uso de la regla «Si lo dice un experto, será verdad» y no advertía el catastrófico error del comandante ni reaccionaba ante él[8].

Los oportunistas

Resulta extraño que, a pesar de lo extendido que está actualmente su uso y de su inminente importancia en el futuro, la mayoría de nosotros conozca tan poco nuestras pautas de comportamiento automático. Quizá la razón esté precisamente en la forma mecánica e irreflexiva en que tienen lugar. Cualquiera que sea la razón, es fundamental que conozcamos con claridad una de sus propiedades. Nos hacen enormemente vulnerables ante alguien que sepa cómo funcionan.

Para comprender bien la naturaleza de nuestra vulnerabilidad, acudamos de nuevo al trabajo de los etólogos. Resulta que estos estudiosos del comportamiento animal, con sus grabaciones de pájaros piando y sus montoncitos de plumas de colores, no son los únicos que han descubierto cómo activar los programas de comportamiento de distintas especies. Existe un grupo de organismos, conocidos como miméticos, que copian los desencadenantes de otros animales con el fin de confundir a los animales para que pongan en marcha un comportamiento adecuado para otro momento. Los miméticos sacan partido de esta acción completamente inadecuada en beneficio propio.

Veamos por ejemplo la trampa mortal que tienden las hembras de un género de luciérnagas (Photuris) a los machos de otro género (Photinus). Es comprensible que los machos Photinus se cuiden de evitar el contacto con las sanguinarias hembras del Photuris. Sin embargo, a lo largo de muchos siglos de selección natural, la cazadora Photuris ha encontrado un punto débil en su presa: un código de cortejo por el cual los miembros de la especie de las víctimas parpadean de un modo especial para indicar a la otra que están listos para el apareamiento. Imitando las destellantes señales de apareamiento de su presa, la asesina consigue darse un festín con los cuerpos de los machos cuyo comportamiento de cortejo desencadenado les hace volar mecánicamente hacia un abrazo no de amor, sino mortal.

En la lucha por la supervivencia, casi toda forma de vida tiene su organismo mimético, incluso hasta algunos de los agentes patógenos más primitivos. Al adoptar determinados rasgos fundamentales de hormonas o nutrientes útiles, estos inteligentes virus y bacterias pueden conseguir acceder a una célula hospedadora sana. El resultado es que la célula sana comete la ingenuidad de mostrarse dispuesta a introducir en sí misma enfermedades como la rabia, la mononucleosis y el resfriado común[9].

Por tanto, no debería sorprender que exista un potente pero triste paralelismo en el comportamiento humano. Nosotros también tenemos oportunistas que imitan factores desencadenantes de nuestro propio estilo de respuesta automática. Al contrario que la mayoría de las secuencias de respuesta instintiva de los no humanos, nuestros programas automáticos se desarrollan normalmente a partir de principios psicológicos o estereotipos que hemos aprendido a aceptar. Aunque varían con respecto a la fuerza, algunos de estos principios poseen una notable capacidad para dirigir la acción humana. Hemos estado sometidos a ellos desde épocas tan tempranas de nuestras vidas y nos han ido moviendo tanto desde entonces, que apenas somos conscientes de su poder. No obstante, a los ojos de otras personas, cada uno de estos principios es un arma que siempre se puede detectar y siempre está a punto, un arma de influencia automática. Pongamos por ejemplo el principio de la aprobación social, según el cual las personas tienen tendencia a creer o hacer lo que ven que creen o hacen los que le rodean. Actuamos de acuerdo con ello cada vez que miramos reseñas o valoraciones de productos antes de hacer una compra por Internet. Pero, una vez que estamos en la página de las reseñas, tenemos que enfrentarnos a los miméticos de nuestra propia marca, personas que falsifican reseñas auténticas e insertan otras falsas. Por suerte, en el «Buzón electrónico» 1.1 aparecen distintos modos de localizar esas falsificaciones.

BUZÓN ELECTRÓNICO 1.1

Cómo localizar reseñas falsas en Internet con un

90 por ciento de precisión, según la ciencia

Un nuevo programa informático identifica

reseñas falsas con increíble precisión.

Por Jessica Stillman. Colaboradora en Inc.com @EntryLevelRebel

Cuando compramos artículos por Internet, ya sea para nosotros o para nuestro negocio, es probable que las reseñas tengan un gran peso en nuestra toma de decisión. Buscamos las opiniones de otros compradores en Amazon, elegimos por la opción de las cinco estrellas en lugar de la que solo cuenta con cuatro estrellas y media, o reservamos el apartamento de Airbnb con los anteriores huéspedes más entusiastas.

Por supuesto, también sabemos que estas reseñas pueden ser falsas –bien pagadas por el vendedor o introducidas de forma maliciosa por la competencia–. Un equipo de investigadores de la Universidad de Cornell decidió que la creación de un programa informático que pudiera identificar recomendaciones falsas parecía algo que podría tener utilidad.

Y bien, ¿cuáles son los indicios de que una habitación de hotel que cuenta con cinco estrellas termine siendo estrecha o llena de moho, o de que un tostador muy bien valorado pueda estropearse antes de que le metas una simple rebanada de pan? Según las investigaciones de Cornell, hay que fijarse en si una reseña:

• No es detallada. Resulta difícil describir lo que en realidad no has experimentado, razón por la que a menudo las reseñas falsas elogian los aspectos generales en lugar de ir a los más específicos. «Es más probable que las reseñas de hotel verdaderas, por ejemplo, usen palabras concretas relativas al hotel, como baño, recepción o precio. Los impostores escriben más sobre cosas que preparan el escenario, como vacaciones, viaje de negocios o mi marido».

• Incluye más pronombres en primera persona. Según parece, cuando alguien quiere pasar por una persona sincera, habla más de sí misma. Probablemente esa sea la razón por la que palabras como «yo» y «mí» aparecen con más frecuencia en las reseñas falsas.

• Tiene más verbos que sustantivos. El análisis del lenguaje muestra que las falsas tienden a incluir más verbos porque sus redactores sustituyen a menudo anécdotas agradables (o preocupantes) por un enfoque realista. Las reseñas auténticas tienen muchos más sustantivos.

Por supuesto, estos indicios tan sutiles por sí solos no te convierten en un experto en la búsqueda de reseñas falsas, pero si se combinan con otros métodos de verificación de una reseña, como buscar distintos tipos de compradores confirmados o fechas y horas sospechosas, seguramente te irá mucho mejor que si actúas al azar.

Nota del autor: Cuidado con los miméticos. Las páginas de reseñas de Internet están en constante guerra con las reseñas falsas. Deberíamos unirnos a su lucha. Un conjunto de comparativas nos muestra el porqué. Desde 2014 hasta 2018, incrementaron las respuestas favorables a reseñas de Internet en todas las categorías (por ejemplo, los que leían las reseñas antes de comprar aumentaron de un 88 por ciento a un 92), salvo una: los que confiaban en una empresa que tenía reseñas positivas cayeron del 72 al 68 por ciento. Parece ser que los miméticos están minando nuestra confianza en el valor del atajo que buscamos.

Hay personas que saben muy bien dónde se encuentran las armas de influencia automática y las usan habitualmente y con destreza para conseguir lo que desean. Van de una reunión a otra pidiendo a otros que accedan a sus deseos y resulta deslumbrante la frecuencia con que lo consiguen. El secreto de su efectividad está en su modo de construir sus peticiones, su forma de pertrecharse con alguna de las armas de influencia existentes en el entorno social. Para ello, puede que simplemente sea necesaria una palabra bien elegida que se ajuste a un potente principio psicológico y ponga en marcha alguno de nuestros programas de comportamiento automático. Viene bien fiarse de los oportunistas si se quiere aprender con rapidez cómo aprovecharse de nuestra tendencia a responder mecánicamente de acuerdo con estos principios.

Volvamos a mi amiga la propietaria de la joyería. Aunque se benefició por casualidad la primera vez, no tardó mucho en empezar a explotar con regularidad de forma intencionada el estereotipo caro = bueno. Ahora, durante la temporada turística intenta antes impulsar la venta de una joya que le ha resultado complicado mover mediante un aumento sustancial del precio. Dice que esto le resulta increíblemente rentable, que le genera un enorme beneficio. Y, aun cuando no consigue su objetivo de primeras, siempre puede marcar después ese artículo con una etiqueta de «precio reducido» y venderlo a buscadores de gangas por su precio original mientras sigue aprovechándose de sus reacciones de que caro = bueno ante el precio inflado[10].

Jujitsu

Una mujer que practica jujitsu, el arte marcial japonés, usa apenas un mínimo de su propia fuerza contra su oponente. Sin embargo, sí explota el poder inherente en principios presentes por naturaleza, como la gravedad, la palanca, el impulso y la inercia. Si sabe cómo y dónde activar estos principios, le será fácil vencer a un rival físicamente más fuerte. Y lo mismo sucede con los que se sirven de las armas de influencia automática que existen a nuestro alrededor de modo natural. Los oportunistas pueden valerse del poder de estos principios contra sus objetivos empleando muy poco esfuerzo personal. Este último aspecto del proceso proporciona a los oportunistas otro enorme beneficio: la posibilidad de manipular sin que parezca manipulación. Incluso las propias víctimas tienden a ver su propia conformidad como una consecuencia de la acción de fuerzas naturales más que de los designios de la persona que se aprovecha de esa conformidad.

Quizá sea necesario poner un ejemplo. Existe en la percepción humana un principio, el del contraste, que afecta al modo en que vemos la diferencia entre dos cosas que se nos presentan una después de la otra. Si el segundo objeto es, más o menos, diferente del primero, tendemos a verlo más distinto de lo que en realidad es. Así, si levantamos primero un objeto ligero y, después, otro pesado, pensamos que el segundo es más pesado que si lo hubiésemos hecho sin levantar antes el más ligero. El principio del contraste está sólidamente establecido en el campo de la psicofísica y se puede aplicar a todo tipo de percepciones. Si estamos vigilando nuestro peso y en el almuerzo tratamos de calcular el número de calorías de una hamburguesa con queso, lo consideraremos mucho más alto en calorías (un 38 por ciento en un estudio) si calculamos primero las calorías de una ensalada. Al contrastarlo con la ensalada, la hamburguesa nos parece ahora mucho más rica en calorías. De la misma forma, si en una fiesta estamos hablando con una persona atractiva y se nos acerca otra que lo es menos en comparación, esta última persona nos parecerá menos atractiva aún de lo que realmente es. Algunos investigadores nos advierten de que las personas con un atractivo irreal que aparecen en los medios de comunicación (actores, modelos) pueden provocar que nos sintamos menos satisfechos con el aspecto de las posibles parejas reales que tenemos a nuestra disposición a nuestro alrededor. Estos investigadores demostraron que una creciente exposición a los exagerados atractivos sexuales de esos sensuales modelos que aparecen en los medios disminuye el deseo sexual por nuestras verdaderas parejas[11].

Otra demostración de contraste perceptivo es la que he utilizado en mis clases para presentar este principio a mis alumnos. Cada estudiante se va sentando por turnos delante de tres cubos de agua –uno de agua fría, otro a la temperatura ambiente y el otro con agua caliente–. Tras meter una mano en el agua fría y la otra en el agua caliente, se le dice al alumno que meta las dos a la vez en el agua que está a temperatura ambiente. La expresión de divertida perplejidad que inmediatamente aparece en sus caras lo dice todo: aunque las dos manos están en el mismo cubo, la que antes estaba en el agua fría la nota como si ahora la hubiese metido en caliente, mientras que la que estaba en la caliente ahora la nota como si estuviese en agua fría. La conclusión es que la misma cosa, en este caso el agua a temperatura ambiente, puede parecer muy distinta dependiendo de la naturaleza de lo que le haya precedido. Es más, la percepción de otras cosas, tales como una nota en los estudios de la universidad, se puede ver afectada de manera parecida. Por ejemplo, véase en la imagen 1.3 la carta que apareció en mi mesa varios años atrás y que una estudiante universitaria envió a sus padres.

Imagen 1.3: Contraste perceptivo y la universitaria

Queridos mamá y papá:

Desde que vine a la universidad no os he escrito y lamento mi falta de consideración por no haberlo hecho antes. Ahora os voy a poner al día, pero antes de que sigáis leyendo os pido que os sentéis. No leáis nada más hasta que os hayáis sentado, ¿vale?

Bueno, allá voy. Ahora me encuentro bastante bien. La fractura de cráneo y la conmoción cerebral que sufrí al saltar por la ventana cuando se incendió mi residencia poco tiempo después de llegar aquí, casi se han curado ya. Pasé tan solo dos semanas en el hospital y ahora ya casi puedo ver con normalidad y solamente me mareo y me duele la cabeza una vez al día. Por suerte, el incendio de la residencia y mi salto lo presenció un empleado de la gasolinera de al lado y fue él quien llamó a los bomberos y a la ambulancia. Fue también a verme al hospital y, como yo no tenía donde vivir después del incendio, tuvo la amabilidad de invitarme a vivir con él en su apartamento. En realidad, es un sótano, pero bastante bonito. Es un chico muy bueno, estamos profundamente enamorados y tenemos planes para casarnos. Aún no hemos fijado la fecha, pero será antes de que se me empiece a notar el embarazo.

Sí, papá y mamá, estoy embarazada. Sé lo mucho que deseáis ser abuelos y también sé que acogeréis bien al niño y le daréis el mismo amor, la dedicación y el cariño que me disteis a mí de niña. El motivo del retraso de la boda es que mi novio tiene una infección sin importancia que nos impide que superemos nuestros análisis de sangre prenupciales y, sin querer, me lo ha contagiado.

Ahora que ya os he puesto al día de todo, quiero deciros que no hubo ningún incendio en la residencia, que no he tenido ninguna conmoción cerebral ni fractura craneal, que no he estado en el hospital, que no estoy embarazada, ni prometida ni contagiada y que no tengo ningún novio. Pero sí que he sacado un suficiente en Historia de los Estados Unidos y un suspenso en Química y quiero que veáis esas notas con la adecuada perspectiva.

Vuestra querida hija,

Sharon

Nota del autor: Puede que Sharon haya suspendido Química, pero merece un sobresaliente en Psicología.

Hay que asegurarse de no desaprovechar esa pequeña arma de influencia que nos proporciona el principio del contraste. La gran ventaja de este principio no está solo en que funciona, sino también en que resulta prácticamente indetectable. Quienes lo utilizan pueden aprovecharse de su influencia sin que parezca que han manipulado la situación en su propio beneficio.

Los vendedores de ropa son un buen ejemplo. Supongamos que un hombre entra en una elegante tienda para comprarse un traje y un jersey. Si fueses tú el dependiente, ¿qué le enseñarías antes para conseguir que gaste la mayor cantidad posible de dinero? En las tiendas de ropa se les enseña a los dependientes a vender primero la prenda más cara. El sentido común podría sugerir lo

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