El arte de actuar
Por Stella Adler
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Stella Adler
Nació en 1901 en el Lower East Side de Nueva York, hija de una pareja de actores que fundaron la compañía Independent Yiddish Art Company, donde ella debutó en escena a los cuatro años. Estudió en la Universidad de Nueva York; a los dieciocho se presentó en los escenarios de Londres y a los veintiuno en los de Broadway. En 1925 se incorporó al American Laboratory Theatre, escuela y compañía que seguía las enseñanzas de Stanislavski, transmitidas por actores de la compañía de este, el Teatro del Arte de Moscú. En 1931 se incorporó, con Elia Kazan, Sanford Meisner y otros, al Group Theatre fundado, entre otros, por Lee Strasberg. De 1937 a 1943 fue actriz en Hollywood. Al volver a Nueva York, fundó en 1949 su propia escuela, el Stella Adler Conservatory of Theatre (luego llamado Stella Adler Studio of Acting), que con el tiempo, en 1985, abriría una sede también en Los Ángeles; impartió clases asimismo en la Escuela Dramática de Yale y en la Universidad de Nueva York. Siguió actuando en obras de Broadway pero a partir de 1961 se centró exclusivamente en la docencia. Por su escuela pasaron actores que llegarían a ser tan célebres como Marlon Brando, Warren Beatty, Steve MacQueen, Martin Sheen y Melanie Griffith. Murió en 1992 en Los Ángeles.
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El arte de actuar - Stella Adler
Prólogo
Para mí, Stella Adler era mucho más que una profesora de interpretación. Por medio de su trabajo, ofrecía la información más valiosa: cómo identificar la naturaleza de nuestros propios mecanismos emocionales y, por lo tanto, la de los demás. Nunca se prestó a vulgares explotaciones, como ha sido el caso de otros supuestos «métodos» de interpretación bien conocidos. Por esta razón, sus contribuciones a la cultura teatral siguen siendo, en su mayoría, desconocidas y no han recibido el aprecio y el reconocimiento que merecen.
Por lo que yo sé, es la única artista de Estados Unidos que fue a París a estudiar con Konstantín Stanislavski, quien era, asimismo, un atento observador del comportamiento humano y una prominente figura del teatro ruso. Stella volvió con un profundo conocimiento de su técnica y lo incorporó a sus clases. Poco sabía ella la influencia que llegarían a tener en la cultura teatral del mundo entero. Casi toda la cinematografía mundial está influida por el cine estadounidense, que, a su vez, está influido por las enseñanzas de Stella Adler. Somos muchos los que la adoramos y mucho lo que le debemos.
Le estoy agradecido por las inestimables contribuciones que ha hecho a mi vida y me siento un privilegiado por la relación personal y profesional que me ha unido siempre a ella y a su familia.
MARLON BRANDO
Clase 1
Primeros pasos en el escenario
En los próximos meses me oiréis decir muchas veces que la interpretación no es algo que tenga que ver con vosotros. Pero quiero que sepáis desde el principio que sois importantes.
Vivís en un mundo que apenas os da tregua. Aún no habéis tenido tiempo de tomaros el café de la mañana, u os habéis llevado uno de la cafetería. Vuestro hijo está en casa llorando, o vuestro marido no os quiere, o vuestro novio no os ha llamado. Todos tenemos problemas.
Luego está la persona distraída que no sabe dónde tiene la cabeza. Llega tarde sin motivo. Llega tarde sin más. Es su forma de vivir.
Tenéis que entender que, mientras estéis en esta aula, el mundo exterior se queda precisamente ahí, en el exterior. Toda vuestra atención tiene que estar aquí dentro. No necesitáis a vuestro padre, ni a vuestra madre, ni a vuestro marido. No os hacen falta vuestros hijos. Os da igual lo que diga The New York Times.
Necesitáis, al cien por cien, el más honorable egoísmo.
Estáis a punto de iniciaros en una profesión con dos mil años de antigüedad. Sin embargo, la mayor parte de ese tiempo, ser actor no ha significado lo mismo que ahora.
Hoy en día los actores se encuentran con ciertos requisitos, ciertas realidades desconocidas, e incluso imposibles, hace cincuenta años. Habría causado el mayor asombro que a una actriz se le exigiese una audición para el papel de Julieta, por ejemplo. Cuando yo era joven no teníamos que hacer audiciones. Formabas parte de una compañía de teatro, y ellos te habían visto actuar. Prácticamente te habían criado.
Ni siquiera se les habría ocurrido poner en escena Romeo y Julieta si no hubieran estado seguros de que contaban, en la propia compañía, con un Romeo competente, una Julieta competente, una buena Nodriza y un buen Fray Lorenzo. Te habían visto crecer como actor durante años. Sabían lo que eras capaz de hacer y lo que no.
Te unías a la compañía y viajabas por ciudades pequeñas. Interpretabas papeles secundarios. Así era como aprendías a actuar. Te enseñaban a empuñar una lanza. Veían que la estabas cogiendo mal y te enseñaban a hacerlo bien. Así aprendías a empuñar una lanza y, con el tiempo, a interpretar a Hamlet.
Vosotros no sois tan afortunados. Solo creéis que lo sois porque os han llenado la cabeza de sueños sobre actores a quienes «descubrieron» cuando trabajaban de dependientes en una tienda. Pero, aunque estos sueños se hicieran realidad y llegarais de la noche a la mañana a lo más alto, seríais pésimos actores, porque nunca habríais aprendido a empuñar la lanza. Y además nunca llegaríais a saber por qué sois pésimos.
Empuñar una lanza te convierte en una persona distinta. Tenéis que entender lo que significaba empuñar una lanza en aquella época. Hoy en día no hay razón para blandir una lanza. No la misma razón, al menos. En otros tiempos, había razones de peso para hacerlo, y para hacerlo bien. ¿Era con motivo de una gran ceremonia? ¿Por una guerra? Tenéis que saberlo y entenderlo; es la esencia de nuestro trabajo.
Hoy se puede llegar directamente a lo más alto sin aprender a empuñar una lanza. Ahora llueven actores y actrices del cielo. Puedes empezar siendo el primer actor o la primera actriz. Puedes empezar donde ellos quieran. Es un fenómeno totalmente nuevo.
Antes nadie le preguntaba al dependiente de una tienda si quería interpretar a D’Artagnan. Formabas parte de una compañía. Interpretabas a un joven. O tal vez a un anciano. Actuabas en una pequeña comedia, en un pequeño drama. Nadie que hiciera de Falstaff podía hacer también de Romeo. En una compañía así, descubrías la medida de tus capacidades.
Los actores de ahora no contáis con este inestimable recurso. Nadie conoce la medida de sus capacidades. La única forma de conocerla, de aprender vuestro trabajo rápidamente –porque eso es lo que la interpretación os exige hoy en día–, es a través de un estudio, de una escuela.
Se ha extendido la idea, un tanto presuntuosa, de que no es posible aprender a actuar... actuando. Se dice que uno tiene que aprender a actuar en un aula. En fin, yo aprendí a actuar actuando. Pero esto se ha acabado. Había gente que recorría el país en carromato. También esto ha quedado atrás. El aula no es lo ideal, pero es lo único que tenéis. Por eso estáis aquí.
Estáis aquí para aprender una tradición con dos mil años de historia. Las raíces del teatro se remontan a la Antigua Grecia. El río de literatura dramática va de los romanos a los isabelinos, a los jacobeos, a la Restauración, al Renacimiento francés, al Romanticismo, al realismo ibseniano y al Naturalismo, hasta desembocar en el golfo del siglo XX. La tradición engloba todas las características regionales y nacionales, todas las lenguas, todos los estilos cambiantes, todas las épocas, todos los estratos sociales, las costumbres y principios morales de cada año, los cambios en la forma de vestir de una generación a otra, toda clase de mobiliario, el mismísimo sonido de la música: la evolución que nos ha llevado de la taza de barro al vaso de papel.
Esta es la herencia del actor, del estudiante de teatro de hoy.
Es una cantidad abrumadora de palabras a disposición del intérprete, pero de algún modo tiene que ser consciente de que están ahí. Los actores jóvenes de ahora tienden a la pequeñez. Tratan de proteger sus pequeños sentimientos acomodados en una silla pequeña, vestidos con un vaquero ceñido y contemplando el pequeño mundo que se extiende ante ellos.
Siguen únicamente el ritmo de su generación, recluidos en un rincón de su calle y ajenos a cualquier objeto o período que no se acomode a su paso.
El resultado es un desprecio por el mundo en general y cierta extrañeza ante cualquier cosa que no relacionen de inmediato con sus hábitos diarios.
Ha llegado el momento de quitarse la venda de los ojos.
Venís de círculos sociales distintos, de vecindarios distintos. Lo que os ha reunido, aquí y ahora, es que tenéis talento. Creedme. Lo que os lleva a decir: «Quiero hacer algo» es el punto de partida del talento.
Lo importante, lo que tenéis que recordar siempre, es que habéis tenido el valor de buscar el camino; la madurez y la sensatez de hacer una llamada, rellenar una solicitud y encontrar la forma de llegar hasta mí. Ahora decid: «He dado el primer paso». Que nadie os niegue este mérito. Os lo habéis ganado.
En esta sociedad, donde se derruyen edificios viejos para levantar otros nuevos, el objetivo de muchos de vosotros va a ser ganar dinero. Hasta quien se ordena sacerdote acaba de algún modo intentando sacar tajada de su profesión. Nunca le he preguntado a un sacerdote sobre este asunto, pero algún día lo haré. Es un propósito que está dentro de vosotros. Es lo que piensa vuestra madre, lo que piensa vuestro padre. Todo el mundo os dice que tenéis que triunfar. Para algunos, triunfar significa hacer televisión, cine, trabajar sin parar. Significa recibir el aplauso del público. Significa sentirse valorado.
Os voy a contar un gran secreto. Nadie triunfa en el mundo de la interpretación a menos que crea en su interior, mientras viva, que es bueno en lo que hace. Si no creéis que sois buenos, ¡ni todo el dinero del mundo os convencerá de lo contrario! ¡Nunca os bastarán los aplausos! ¡Ninguna forma de éxito os hará creer que lo sois! Este sentimiento del artista o del actor, esta confianza, tiene que nacer de él, sea como sea. Y es lo que intentaremos conseguir aquí. Y cuando tengáis la confianza, ya no me necesitaréis. No necesitaréis a nadie. Colaboraréis con el director, pero nunca diréis: «¡Ayudadme!».
Una actriz debe tener seguridad. Tenéis que viajar quince mil kilómetros para encontrar a la persona que os enseñe la técnica que os haga sentir seguras. Tenéis que seguir mejorando para sentiros seguras. No os pongáis objetivos mediocres. Es imposible ponerse un objetivo mediocre y no acabar perdiendo seguridad. La seguridad te ayuda a mejorar. El médico que no mejora en su campo es un matasanos. El actor que no mejora es un sacasillas.
Apuntad lo siguiente: «Mi objetivo es ser independiente de la señorita Adler y de todo el mundo. Tengo tantos conocimientos como tú; por lo tanto, no te necesito». Yo os ayudaré a llegar a este punto.
Algunos me preguntan: «¿Enseña usted el método Stanislavski?» o: «¿Sigue usted el método?».
Veréis, el propio Stanislavski –y puedo deciros con gran orgullo que soy la única persona que conozco que de verdad ha trabajado con él– era un maestro muy conservador.
Si leéis su libro os daréis cuenta. Pero no lo leáis, porque no tiene ni pies ni cabeza. Él provenía de una cultura totalmente ajena a la nuestra, así que no lo entenderéis. En sus dos siguientes libros, no hace más que hablar de la belleza de una vocal y del significado de una ese, y de cómo una ese puede significar un millón de cosas. Acabaréis hechos un lío. Le preocupaban cosas que no tenían nada que ver con la supuesta interpretación del método.
El señor Stanislavski tenía su método. ¿Lo entendéis? Era un método que integraba el estilo de interpretación francés, que se fundamentaba en la Commedia dell’Arte. Integraba la escuela italiana de interpretación operística. Para él, el mejor actor era Salvini, y este decía: «¿Qué es actuar? Voz, voz y voz». Es lo que integraba también Stanislavski.
El método es algo que aprenderéis conmigo. Soy una de las dos millones de personas a las que ha inspirado. Pero mi contribución particular será la de haceros independientes del método. Así tendréis la solidez suficiente para reformularlo y adaptarlo a vuestro caso.
Hoy en día está muy de moda ser actor del método. Es, por tanto, hora de cambiar. Cuando se pone tan de moda es porque algo va mal.
Una vez un actor me dijo: «Soy un actor del método que...» y se puso a farfullar algo. Yo le contesté: «Lárgate. No quiero a nadie así aquí. Estás demasiado corrompido».
No tendréis oportunidad de aprender esto diez veces en vuestra vida. Sois afortunados porque vengo de la misma sociedad que vosotros. A mí no me ha devorado. No me ha anulado. Lo ha intentado, pero he salido ilesa y, de un modo u otro, vosotros también lo conseguiréis.
Sé que tenéis que ganaros la vida, y sé que tenéis que triunfar. Soy consciente de que en nuestra sociedad es inútil fingir que el éxito no importa. Pero, ante todo, tenéis que entender que pronto tendréis delante un reflejo de lo que sois, una radiografía completa.
Y esta radiografía dirá: «Esto es lo que soy capaz de hacer, y en esto es en lo que debo seguir trabajando». Así, el éxito y el dinero estarán en consonancia con lo que podéis llegar a ser. En cada recodo del camino tendréis que preguntaros: ¿estoy dispuesto a dedicar todo este trabajo y progreso a conseguir ese éxito y ese dinero? (Y habrá veces en que, de éxito y de dinero, nada.)
Hoy la sociedad os apremia para que triunféis antes de estar preparados. Os debilita. Ha debilitado a los grandes artistas en potencia, jóvenes, espléndidos y encantadores, que sois ahora. Os ha debilitado tanto que estáis al borde de la destrucción. Solo que no lo sabéis porque queréis triunfar.
Quiero que seáis capaces de decir: «Pueden darme el papel o no, pero sé que soy actriz. Sé cómo vivir de mi trabajo, tanto si me dan el papel como si no. Lo sé aunque no me den la oportunidad».
¿Cómo lo hago yo? ¿Cómo lo haría? Porque a mí nunca se me habría ocurrido actuar en una obra comercial pudiendo actuar en un buen teatro. Conocía a los grandes: Stanislavski, Guthrie, Reinhardt. Como directores no eran de tan estrechas miras. Necesitaba ganarme su respeto. Si dices: «Quiero hacer televisión», cuando te quiten la televisión, ¿qué vas a hacer? ¿Cómo sobrevivirás? Si a Guthrie le quitan la televisión, sigue siendo Guthrie. Y lo mismo ocurre con Reinhardt.
Yo, en vuestro lugar, por cada dólar que quisiera ganar con el teatro, diría: «Quiero averiguar, y es lo que haré, cómo vivir y trabajar sin ese dólar». Por cada hora que dediquéis a intentar ganar dinero con el teatro, dedicad una hora a trabajar en algún otro sitio. Esa hora será solo para vosotros.
No solo os pagarán con dinero, sino con experiencia, con la oportunidad de sobrevivir, de tener por fuera la sensación de éxito pero también por dentro la capacidad de desarrollaros. Si aprendéis a trabajar y a desarrollaros, veréis que el mundo exterior no puede destruir vuestra vida. Si tenéis que trabajar ocho horas al día, reservad un par para vosotros solos, sin dinero de por medio. Este «¿Quién eres tú?» tiene que reforzarse.
Cuando acabéis de trabajar conmigo, tendréis que ser capaces de decir: «Mi vida es mi vida, esté donde esté». No podéis fracasar solo porque alguien no os da trabajo. Y la forma de no fracasar consiste en encontrar, por cada hora que dediquéis a ganar dinero, otra vía que os ayude. Estáis destinados a repartir el tiempo durante unos años. Ahí está la diferencia entre querer interpretar un papel y vivir de una forma que incluya ese papel.
Aunque el objetivo de triunfar os haya absorbido –como puede ser muy bien el caso de algunos–, esta formación os será útil porque siempre sabréis qué es lo que tenéis que aportar a cualquier experiencia en el teatro.
De lo contrario, os ofrecerán el éxito y lo aceptaréis, y, cuando os lo quiten, os sentiréis frustrados. Es demasiado precario para durar toda la vida. Tenéis que controlarlo todo hasta el último momento; y, puesto que sois actores, eso es lo que debéis controlar.
Yo os ayudaré a exigiros el máximo, pero primero tenéis que ver claro vuestro objetivo.
La primera tarea que os pongo es anotar este objetivo. Podéis escribir: «Mi objetivo es ofrecer alegría, risas y diversión con el teatro, para lo cual necesito saber bailar y un cuerpo que se mueva. Aprenderé a cantar. Tendré que estudiar música. Tendré que aprender a manejar todo lo que es cómico, lo que es rápido, lo que es bueno, lo que me exija el máximo en todo momento. Y no solo al principio, sino más adelante, cuando actúe en una obra de Gilbert y Sullivan».
Pronto veréis que, para alcanzar vuestra verdadera dimensión, tenéis que proyectaros, tenéis que expandiros. En escena no podéis hablar como habláis en el día a día. No funciona. Proyectarse es un gran privilegio; y una responsabilidad que recae únicamente en el propio artista. Depende por completo de vosotros. Y no es fácil. Pero, cuando se logra, el mundo entero se expande.
Al principio os dije que se os permitía cierto egoísmo, un egoísmo orientado al trabajo. Tenéis que venir aquí con sensación de sosiego, lo que resulta imposible si vais pensando cosas como: ¿dónde he dejado el libro? ¿Me habrá llamado alguien?
Os pido sosiego. Que lo dejéis todo fuera. Dejad el periódico. Dejad el bolso. Dejad el pintalabios. Si lo hacéis, veréis cómo os quitáis un peso de encima.
Ahí fuera, podéis confundiros de fecha. Podéis incluso traicionar a quien sea. Podéis decir que no vais a una fiesta porque... no sé, me da igual. Pero no podéis saltaros una clase. La única excusa permitida para faltar a clase es que estéis muertos. No me vengáis con que os habéis resfriado, o con que os duele la espalda, o con que tenéis hora en el psicólogo. Nada de eso tiene cabida en el teatro.
Tenéis que estar sanos como una manzana. Vuestra salud tiene que ser de hierro, y vosotros ser conscientes de que la tenéis. Los actores no estornudan en el escenario. No cogen una pulmonía. No tienen escalofríos. No les pica nada, y no les duelen los pies. No padecen lumbago. No les pasa nunca nada.
Una buena salud es algo que os debéis a vosotros y a vuestra profesión. He sido actriz toda mi vida y nunca me ha dolido la cabeza. No podéis desfallecer nunca. Este ha de ser el único aspecto de vuestra vida que tengáis totalmente controlado.
Cualquier defecto que tengáis debéis solucionarlo vosotros. Ni yo ni nadie va a cuidaros. Tenéis que conocer vuestros defectos y corregirlos. Stanislavski ceceaba mucho. Cuando trabajé con él en París, me dijo: «No puedo quedar contigo por la mañana, tengo que dedicar dos horas a trabajar en mi ceceo». Esto fue dos años antes de su muerte, cuando ya había cumplido los setenta y estaba al frente del Teatro del Arte de Moscú. Era consciente del problema que tenía, y trabajaba en él. Todos vosotros tenéis trabajo por delante. Es un privilegio contar con esta oportunidad para trabajar.
Si vuestro cuerpo o vuestra voz no están a la altura, vuestra interpretación tampoco lo estará. ¿Lo entendéis? Estará atenazada como si estuvierais encerrados y no os pudierais mover. No es que no podáis actuar. Es que nueve décimas partes de vosotros están atrapadas en esa prisión.
En tiempos de gran desorden, el orden es lo único que os salvará la vida. Los estudiantes de arte dramático no podrían haber elegido una profesión más ordenada, dado que el telón se sube a las ocho, y uno tiene que estar allí puntual como un reloj.
La informalidad no es buena aliada del actor. He visto estudiantes en Rusia ponerse en pie cuando entraba su profesor. Como artistas, observan una formalidad dictada por la tradición. Cuando te presentan a un estudiante ruso, te hace una leve reverencia. Cuando el que viene de fuera recibe un trato personalizado que lo hace sentirse especial, la especial naturaleza del teatro se ve ratificada.
Si os empeñáis en ser informales a todas horas, acabaréis volviéndoos displicentes. En Heartbreak House, Shaw crea el personaje de una chica que controla tanto sus emociones que acaba por no tener corazón. En lugar de adoptar una actitud despreocupada, haríais mejor entregándoos sin tapujos aun a riesgo de que resulte un error. Si os esforzáis, encontraréis vuestra cabeza, vuestro corazón y vuestra alma, y ganaréis confianza.
Voy a tratar de sacar lo mejor de vosotros. Y tenéis que entender de qué hablo cuando digo lo mejor de vosotros. Lo mejor de vosotros no es lo mejor de Barrymore o lo mejor de Olivier, o lo mejor de mí, sino lo mejor de vosotros. Cada persona tiene su propia pauta. Y, conforme a esa pauta, todos somos estrellas. Aunque Olivier se hubiera pasado la vida intentando ser vosotros, no lo habría conseguido. Solo vosotros podéis serlo.
¡Menudo privilegio! Nadie puede llegar a donde podéis llegar vosotros si lo hacéis. Así que hacedlo. Necesitamos lo mejor de vosotros: vuestra mejor voz, vuestro mejor cuerpo. No nos vale de nada que imitéis a otro, porque entonces seríais los segundos mejores. Y ser el segundo mejor de otro no es mejor que ser lo peor de vosotros.
Si estuvierais aquí para aprender danza, la clase se centraría en vuestras piernas. Si estuvierais aquí para aprender piano, se centraría en el instrumento. El actor utiliza las piernas. Utiliza la voz, los ojos, las manos. Utiliza cada parte de su cuerpo. Su cuerpo es su instrumento.
El actor está totalmente expuesto; en mitad del escenario con los focos iluminándolo de lleno. Se observa cada uno de sus movimientos. No tiene dónde esconderse. Si tenéis tendencia a esconderos, os habéis equivocado de sitio. Todo lo que hace el actor tiene consecuencias. En el texto no hay líneas prescindibles. Cada frase está colocada como las vías del Orient Express.
El actor tiene que desarrollar el cuerpo, tiene que trabajar la voz. Pero, sobre todo, tiene que trabajar la cabeza.
Hoy buena parte de lo que se considera interpretación no es más que encontrarse a uno mismo dentro de algún personaje. Esto no me interesa. Claro que tenéis que aportar vuestra experiencia a los personajes que interpretáis, pero tenéis que entender desde el principio que Hamlet no era «un tipo como vosotros».
En el teatro con el que me crié, los actores no querían solo interpretarse a sí mismos, como ocurre ahora en tantos casos. Tampoco querían encarnar solamente a personajes que fueran distintos a ellos. Querían encarnar a personajes más grandes que ellos.
En nuestro teatro, los actores no suelen llegar a la altura de los personajes. Lo que hacen es rebajar a los personajes a su nivel. Me temo que vivimos en un mundo que celebra la pequeñez. ¿Exagero? Sí. ¿Hay excepciones? Por supuesto. ¿Muchas? No.
Hubo un tiempo en que, para hacer de Edipo, tenías que ser un actor de renombre. Hasta hace treinta o cuarenta años, para interpretar cualquier papel importante, tanto si era Hamlet como Willy Loman, tenías que dar la talla. Apuntad: tenéis que crecer. Y esto es lo que habéis venido a trabajar aquí.
Cuando trabajas con la obra de un gran autor, tienes que estar al nivel de sus cotas más altas. Tienes que tomar la medida del escritor y encontrar esa estatura y esa dimensión dentro de ti. Vuelvo a la palabra «estatura». La interpretación depende estrechamente de la estatura. He aquí la clave de todo.
Hay muchas cosas fáciles de entender sobre el arte de actuar. Muchos actores captan a la primera lo que tienen que hacer con la voz, lo que tienen que conseguir con el cuerpo. Algunos de los ejercicios que vais a hacer tal vez os parezcan mecánicos, pero os aseguro que serán mecánicos solo en la medida en que queráis que lo sean. Todos apuntan a algo más grande.
Vuestra tarea no es solo hacer el ejercicio, sino hacerlo como si fuera algo más importante. O aprendéis a respetar cada ejercicio como si fuera la noche del estreno en La Scala o la noche del estreno en La Scala no será más que un ejercicio. ¿Lo entendéis?
Una parte de lo que hacemos como actores está del todo bajo nuestro control. La técnica es, ante todo, una forma de controlar lo que hacemos en el escenario. Y también una forma de ayudarnos a alcanzar algo más profundo, menos tangible, más difícil, contra lo que tenemos que aprender a luchar hasta