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Brothersong. La canción de los hermanos
Brothersong. La canción de los hermanos
Brothersong. La canción de los hermanos
Libro electrónico707 páginas12 horas

Brothersong. La canción de los hermanos

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Información de este libro electrónico

Último volumen de la saga éxito de ventas en Latinoamérica.
En las ruinas de Caswell, Carter Bennett descubrió demasiado tarde aquello que siempre estuvo frente a sus ojos… Desesperado por respuestas, ha abandonado a su manada para ir detrás del hombre que hasta hace poco no era más que un lobo perdido. Para ir detrás de Gavin Livingstone. Pero los lobos no son animales solitarios, y cuánto más tiempo pasa por su cuenta, más se sumerge en la locura que amenaza a los Omegas. Aunque… ese no es el único peligro que lo aguarda en el camino, y lo que hallará cambiará por siempre la vida de los lobos. Porque Gavin podría ser más que un eslabón perdido. Podría ser otro de los terribles secretos de Thomas Bennett. Y los pecados del padre siempre caen sobre sus hijos.
EL FINAL HA LLEGADO, ¿ACOMPAÑARÁS A LA MANADA EN SU ÚLTIMA CANCIÓN?
IdiomaEspañol
EditorialVRYA
Fecha de lanzamiento23 ago 2022
ISBN9789877478303
Brothersong. La canción de los hermanos
Autor

TJ Klune

TJ Klune is the New York Times and USA Today bestselling, Lambda Literary Award-winning author of The House in the Cerulean Sea, Under the Whispering Door, In the Lives of Puppets, Somewhere Beyond the Sea, the Green Creek series for adults, the Extraordinaries series for teens and more. Being queer himself, Klune believes it's important – now more than ever – to have accurate, positive queer representation in stories.

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  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    No hay nada más maravilloso que esta saga de hombres lobo que me hicieron reír y llorar.
    Es atrapante.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    WOW, como describo está sensación? ESTA familia ah tomado mí corazón y yo se lo doy,mientras sea está familia que tantas risas, lágrimas,alegrías me saco <3

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Brothersong. La canción de los hermanos - TJ Klune

DESAPARECIDO

–U n lobo –dijo mi padre una vez– es tan fuerte como su lazo. Sin él, sin algo que le recuerde su humanidad, se perderá.

Lo miré con los ojos bien abiertos. Pensé que nadie podría ser tan grande como mi padre. Él era lo único que podía ver.

–¿En serio?

Mi padre asintió y tomó mi mano. Estábamos caminando en el bosque. Kelly quiso venir con nosotros, pero papá dijo que no podía.

Kelly lloró y solo se detuvo cuando le aseguré que jugaríamos a las escondidas cuando regresara.

–¿Lo prometes?

–Lo prometo.

Tenía ocho años y Kelly tenía seis. Nuestras promesas eran importantes.

La mano de mi padre atrapó la mía y me pregunté si sería como él cuando creciera. Sabía que no sería un Alfa. Ese sería Joe, aunque no comprendía cómo mi hermano de dos años podría convertirse en el Alfa de nada. Cuando mis padres nos explicaron que Joe sería algo que yo nunca podría ser, sentí celos, pero se desvanecieron cuando Kelly dijo que estaba bien porque eso significaba que él y yo siempre seríamos iguales.

Nunca me preocupé por ello después de ese día.

–Pronto –dijo mi padre–, estarás listo para tu primera transformación. Sentirás miedo y confusión, pero mientras tengas tu lazo, todo estará bien. Podrás correr con tu madre, conmigo y con el resto de nuestra manada.

–Ya hago eso –le recordé.

–Es verdad, ¿no? –rio–. Pero serás más rápido. No sé si podré seguirte el ritmo.

–Pero… –estaba impactado–. Eres el Alfa. De todos.

–Lo soy –concordó–, pero eso no es lo importante. –Se detuvo debajo de un gran roble–. Lo importante es el corazón que late en tu pecho. Y tienes un gran corazón, Carter. Late con tanta fuerza que creo que podrías ser el lobo más rápido que haya existido.

–Guau –exhalé. Mi papá soltó mi mano antes de sentarse en el suelo y apoyar su espalda en el árbol. Cruzó las piernas y me hizo un gesto para que lo imitara. Lo hice a toda velocidad porque no quería que cambiara de opinión sobre lo rápido que sería. Mis rodillas chocaron con las de él mientras copiaba su pose.

–El lazo es algo valioso para el lobo –sonrió mientras hablaba–, algo que custodia con ferocidad. Puede ser un pensamiento o una idea. El sentimiento de la manada o de su hogar. –Su sonrisa se apagó levemente–. O de en dónde debería estar el hogar. Tómanos de ejemplo; estamos aquí en Maine, pero no sé si este es nuestro hogar. Estamos aquí porque nos lo pidieron, por mis responsabilidades. Pero cuando pienso en casa, pienso en un pequeño pueblo en el oeste y lo extraño de sobremanera.

–Podemos regresar –le dije a mi papá–. Eres el jefe. Podemos ir a donde queramos.

Sacudió la cabeza.

–Tengo responsabilidades. Y agradezco tenerlas. Ser el Alfa no se trata de hacer lo que quiero, sino de equilibrar las necesidades de muchos. Tu abuelo me enseñó eso. Ser Alfa significa poner a los demás por encima de ti mismo.

–Y ese será Joe –dije con dudas. Cuando lo vi por última vez estaba sentado en una silla alta en la cocina y mamá lo estaba regañando por haberse metido cereales en la nariz.

–Algún día –rio–, pero no por un largo tiempo. Hoy se trata de ti. Eres tan importante como tu hermano, al igual que Kelly. Aunque Joe será el Alfa, recurrirá a ti en búsqueda de dirección. Un Alfa necesita a alguien, como ustedes dos, en quien pueda confiar, a quien pueda acudir cuando esté inseguro. Y tendrás que ser fuerte para él. Por eso estamos aquí. Hoy no necesitas saber qué es tu lazo, pero te pediré que empieces a pensar en ello y qué podría ser para ti…

–¿Puede ser una persona?

Papá hizo una pausa.

–¿Por qué preguntas?

–¿Puede ser?

–Puede ser. –Me miró por un largo rato–. Pero que tu lazo sea una persona puede ser… complicado.

–¿Por qué?

–Porque la gente cambia. No permanecemos siempre iguales. Aprendemos y crecemos y las nuevas experiencias nos moldean en algo más. A veces, la gente no está… bien. No son quienes deberían ser o la imagen que nosotros tenemos de ellos. Pueden cambiar de maneras que no esperamos y, si bien queremos recordar los buenos tiempos, ellos solo pueden concentrarse en los malos. Y su mundo se ensombrece.

Había una expresión en su rostro que nunca había visto y me hizo sentir incómodo. Pero desapareció antes de que pudiera preguntar al respecto.

–¿El lazo es secreto?

–Puede serlo –asintió–. Tener un lazo es… un tesoro. Algo que no se parece a nada más en el mundo. Algunos hasta dicen que es más importante que tener una compañera.

–Eso no me interesa. –Hice una mueca–. Las chicas son raras. No quiero una compañera, eso es estúpido.

Soltó una risita.

–Te recordaré tus palabras cuando llegue el día. Y no puedo esperar por ver la expresión en tu rostro.

–¿Qué es tu lazo? Puedes contármelo. No le diré nada a nadie.

–¿Lo prometes? –Inclinó su cabeza contra el árbol.

–Sí –asentí con ganas.

Cuando mi padre sonreía de verdad, podías verlo en sus ojos. Era como si una luz emanara de su interior.

–Son todos ustedes. Mi manada.

–Ah.

–Suenas decepcionado.

–No lo estoy. –Encogí los hombros–. Es solo que… siempre hablas de la manada y manada y manada. –Arrugué el rostro–. Supongo que tiene sentido.

–Me alegra que pienses eso.

–¿Para mamá es igual?

–Sí. O por lo menos solía serlo. Los lazos pueden cambiar con el tiempo. Al igual que las personas, cambian. Si bien en algún momento pudo haber sido la idea de la manada, puede convertirse en algo más puntual. Más individualizado. En su caso, son sus hijos. Kelly, Joe y tú. Comenzó contigo y luego se expandió por Kelly y Joe. Ella haría cualquier cosa por ustedes.

Un fuego ardió en mi pecho, seguro y cálido.

–El mío no cambiará.

Mi padre me miró con cautela.

–¿Por qué?

–Porque no lo permitiré.

–Hablas como si ya supiera qué es.

–Porque lo sé.

Se inclinó hacia adelante y tomó mis manos.

–¿Me lo dirías?

Levanté la mirada hacia él, era demasiado joven para comprender la profundidad de mi amor por él. Lo único que sabía era que mi padre estaba allí y me preguntaba algo que se sentía importante. Algo solo entre nosotros. Un secreto.

–No puedes decirle a nadie.

Retorció los labios.

–¿Ni siquiera a mamá?

–Bueno, supongo que a ella sí. –Fruncí el ceño–. ¡Pero a nadie más!

–Lo juro –afirmó y, como era el Alfa, sabía que lo decía en serio.

–Kelly –dije–. Es Kelly.

Mi papá cerró los ojos y su garganta hizo ruido cuando tragó saliva.

–¿Por qué?

–Porque me necesita.

–Eso no…

–Y lo necesito a él.

Abrió los ojos y creí ver un destello rojo.

–Explícamelo.

–Él no es como Joe. Joe será el Alfa y será grande y fuerte como tú y todos lo escucharán porque sabrá qué hacer. Tú le enseñarás. Pero Kelly siempre será un Beta como yo. Somos iguales.

–Me di cuenta.

Necesitaba que lo entendiera.

–Cuando tengo pesadillas, no se burla de mí y me dice que todo estará bien. Cuando se lastimó la rodilla y tardó mucho en curarse, limpié su herida y le dije que estaba bien llorar, a pesar de que somos chicos. Los chicos también pueden llorar.

–Es verdad –susurró mi padre.

–Y pienso en él todo el tiempo –le expliqué–. Cuando estoy triste o enojado, pienso en él y me siento mejor. Eso es lo que hacen los lazos, ¿no? Te hacen feliz. Kelly me hace feliz.

–Es tu hermano.

–Es más que eso.

–¿Cómo?

Estaba frustrado. No sabía cómo poner en palabras mis pensamientos. Buscaba palabras que le demostraran cuán profundo era.

–Es… él es todo –dije al fin.

Por un momento, pensé que había dicho algo equivocado. Mi padre se quedó mirándome de manera extraña y me estremecí. Pero en vez de rebatirme, me acercó a él y me sentí como un cachorro otra vez mientras giraba y me acomodaba entre sus piernas, contra su pecho. Me envolvió en sus brazos y apoyó su mentón sobre mi cabeza. Inhalé y sentí una voz en mi cabeza que nunca había sido más que un susurro.

ManadaManadaManada.

–Me sorprendes –dijo mi padre–. Todos los días me sorprendes. Soy tan afortunado de que alguien como tú sea mío. Nunca olvides eso. Si dices que tu lazo es Kelly, que así sea. Serás un buen lobo, Carter. Y no puedo esperar para ver el hombre en el que te convertirás. No importa en dónde esté, no importa lo que haya sucedido, siempre recordaré el regalo que me has dado. Gracias por compartir tu secreto. Lo mantendré a salvo.

–Pero no irás a ningún lado, ¿verdad?

Rio otra vez y, aunque no pude verlo, sabía que su sonrisa llegaba a sus ojos.

–No. No iré a ningún lugar. No por un largo tiempo.

Nos quedamos allí, debajo de un árbol en una reserva en las afueras de Caswell, Maine, por lo que parecieron horas.

Solo nosotros dos.

Y cuando finalmente volvimos a casa, Kelly nos estaba esperando en el porche mientras masticaba su labio inferior. Se iluminó cuando me vio y casi se tropieza mientras bajaba las escaleras. Logró mantenerse erguido y me tacleó sobre el césped en tanto nuestro padre observaba. Mi hermano alzó las manos sobre su cabeza y aulló triunfante, un sonido quebradizo que no se parecía para nada a los demás lobos.

–Guau. ¡Eres tan fuerte! –le sonreí.

Tocó mi nariz.

–Te fuiste una eternidad. Me aburrí. ¿Por qué tardaste tanto?

–Ahora estoy aquí –le dije–. Y no te dejaré otra vez.

–¿Lo prometes?

–Sí, lo prometo.

Mientras abrazaba a mi lazo con fuerza, me contaba emocionado que Joe se había metido dos cereales en la nariz y que mamá se había enojado con el tío Mark cuando se rio, me dije a mí mismo que siempre cumpliría esa promesa.

–Por el amor de Dios –estallé–. ¿Tienes que seguirme a todos lados? Amigo, en serio. Aléjate.

El lobo me fulminó con la mirada.

Incliné mi cabeza y escuché.

Todos estaban en casa. Podía oír a mamá y a Jessie riéndose de algo en la cocina.

Volví a mirar al bosque. El lobo resopló. Empecé a correr y él me siguió.

Me reí cuando mordisqueó mis talones, urgiéndome a seguir y, en mi cabeza, pretendí que podía oír su voz de lobo decir más rápido, más rápido debes correr más rápido para que pueda perseguirte y atraparte para poder comerte.

Nos adentramos en el bosque, pasamos por el claro y llegamos a los límites de nuestro territorio. El lobo nunca corrió delante de mí, se mantenía siempre a mi lado, su lengua caía por un costado de su boca.

Corrimos kilómetros, el aroma de la primavera era tan verde que podía saborearlo.

Finalmente, me detuve, mi pecho subía y bajaba agitado y me ardían los músculos por el esfuerzo.

Colapsé en el suelo con las manos y piernas extendidas mientras el lobo formaba círculos a mi alrededor con la cabeza erguida. Esnifaba el aire y crispaba las orejas. Cuando decidió que no había ninguna amenaza, se recostó a mi lado, apoyó la cabeza en mi pecho y acurrucó su cola sobre mis piernas. Resopló molesto sobre mi rostro.

Puse los ojos en blanco.

–Hay que mantener las apariencias. Tengo que proteger mi reputación. ¿Sabes cuánto me molestarían si alguien se enterara? –Le di un golpecito en la frente. El lobo gruñó y mostró los dientes–. Sí, sí. Y, a decir verdad, no estaba mintiendo. Me sigues a todos lados. Un hombre tiene que poder cagar en paz sin que un perro gigante rasguñe la puerta del baño. No me encontrarás mirándote fijo cuando estás en cuclillas en el patio trasero.

Cerró los ojos.

–No me ignores.

Volví a darle un golpecito.

Abrió un ojo. Para no ser humano, ciertamente podía transmitir su exasperación.

–Como sea, hombre. Yo solo digo la verdad.

Estornudó sobre mí.

–Maldito cretino –mascullé y limpié mi rostro–. Solo espera, ya me vengaré. Croquetas para perro. Me aseguraré de que solo recibas comida balanceada de ahora en adelante.

Nubes espesas pasaron sobre nuestras cabezas. Me reí cuando una libélula aterrizó entre sus orejas e hizo que se aplanaran. Las alas translúcidas se agitaron antes de que saliera volando.

Era un gran peso sobre mí.

En un momento, creí que me aplastaba. Ahora sentía que era como un ancla que me mantenía en mi lugar. Debería molestarme más de lo que hacía.

El lobo gruñó, una pregunta sin palabras, su aliento se sentía caliente en mi pecho a través de mi camiseta.

–Lo mismo de siempre. Quién, cómo, por qué. Ya sabes cómo es.

¿Quién eres?

¿Cómo terminaste así?

¿Por qué no puedes volver a transformarte?

Preguntas que le había hecho una y otra vez.

Gruñó y sus labios subieron por sus dientes.

–Lo sé, amigo. No importa, ¿lo sabes? Lo descifrarás cuando estés listo. Solo que… ¿tal vez podría ser más temprano que tarde? Quiero decir, sería malo que tú… deja de gruñirme, ¡imbécil! Ay, vete a la mierda, amigo. No uses ese tono conmigo.

Movió la cabeza y tocó mi brazo con su hocico.

Lo ignoré.

Presionó con más fuerza e insistencia.

–Eres un malcriado. –Suspiré–. Ese es el problema. Crees que estás muy cómodo. Y es verdad. Tal vez demasiado.

Pero hice lo que quería y apoyé mi mano sobre su cabeza y rasqué detrás de sus orejas. Cerró los ojos otra vez mientras se acomodaba.

Estábamos a la deriva, solo nosotros dos. El mundo a nuestro alrededor se desdibujaba, era como un sueño. Las horas pasaban, a veces nos quedábamos dormidos y otras veces solo… estábamos.

–Puedes hacerlo, ¿lo sabes? –dije.

–Si quieres hacerlo –dije.

–No sé qué te sucedió –dije.

–No sé de dónde vienes o qué tuviste que enfrentar –dije.

–Pero estás a salvo aquí –dije.

–Estás a salvo con nosotros. Conmigo. Podemos ayudarte. Ox… es un buen Alfa. Joe también. Podrían ser tuyos, si quisieras.

–Y, entonces, tal vez podría oír tu voz. Quiero decir, no es que sea homosexual, pero creo que sería… lindo.

El lobo estaba temblando. Lo miré, creí que algo estaba mal, pero no era eso.

El maldito se estaba riendo de mí.

–Imbécil.

Lo aparté de mí de un empujón.

Se recostó sobre su espalda, con las patas al aire, su cuerpo se sacudía mientras se rascaba con la tierra. Luego se dejó caer sobre un costado y abrió la boca con un bostezo feroz.

–¿Sería tan malo? –susurró–. ¿Volver a transformarte? No puedes quedarte en esta forma para siempre. No puedes perderte en tu lobo. Olvidarás cómo regresar a casa.

El lobo miró en otra dirección.

Ya había presionado suficiente por hoy, siempre podía intentar de vuelta mañana. Teníamos tiempo. Me senté y estiré los brazos sobre mi cabeza.

Su cola golpeaba el suelo.

–Está bien, ¿en dónde nos quedamos la última vez? Ah, cierto. Entonces, Ox y Joe decidieron que era momento de convertirse en compañeros. Y, en realidad, intento no pensar en eso porque es mi hermano pequeño, ¿lo sabes? Y si pienso en eso, quiero golpear a Ox en el rostro porque es mi hermanito. Pero qué demonios sé yo, ¿no? Entonces, Ox y Joe… bueno. Ya sabes. Se acostaron. Y eso fue raro y ay, tan asqueroso porque pude sentirlo. Ay, cállate, no me refiero a eso. Quiero decir que pude sentir cuando su lazo de compañeros se creó. Todos pudimos. Fue como una… una luz que ardió dentro de todos nosotros. Mamá dijo que nunca había oído que una manada tuviera dos Alfas antes, pero tenía sentido que fuera así para nosotros por lo locos que estamos. Ox es… bueno. Es Ox, ¿no? El Jesús Hombre Lobo. Y luego Joe y él salieron de la casa y nunca quiero oler eso en mi hermano pequeño otra vez. Era como si se hubiera revolcado en su leche y Kelly y yo teníamos ganas de vomitar porque qué mierda. Lo torturamos por eso. Ese… ese fue un buen día.

Le eché un vistazo.

Me observaba con ojos violetas.

–Y así fue como terminó. Por lo menos la primera parte. Todavía faltan Mark y Gordo…

La cola del lobo aleteó peligrosamente y su cuerpo se tensó.

–¿Por qué te pones así cada vez que nombro a Gordo? –Mi mano se quedó quieta–. Sé que eres un Omega y todo eso y que probablemente tienes magia maldita de Livingstone dentro de ti, pero no es su culpa. Realmente tienes que superar lo que sea que esté mal contigo. Gordo es buena gente. Quiero decir, sí, es un imbécil, pero también lo eres tú. Tienen más en común de lo que piensas. A veces hasta tienen las mismas expresiones.

Me miró de mala manera.

Me reí y me dejé caer contra el césped con las manos detrás de mi cabeza.

–Bien. Compórtate así. No tenemos que hablar de eso hoy. Siempre tenemos mañana.

Nos quedamos allí, solo nosotros dos, hasta que el cielo comenzó a teñirse de rojo y naranja.

Cuando me senté detrás del escritorio de mi difunto padre por última vez, en una mañana fría de invierno, me pregunté qué pensaría de mí.

Una vez me dijo que las decisiones difíciles debían tomarse con la cabeza fría. Era la única manera de asegurarse de que fueran las correctas.

La casa estaba callada. Todos habían salido.

Mi padre era un hombre orgulloso, fuerte. Hubo un tiempo en el que creía que nunca podría equivocarse, que su poder era absoluto y todo conocedor.

Pero no era así.

Para ser alguien como él, un lobo Alfa de una larga descendencia de lobos, era terriblemente humano por los errores que había cometido, la gente que había herido y los enemigos en los que había confiado.

Ox.

Joe.

Gordo.

Mark.

Richard Collins.

Osmond.

Michelle Hughes.

Robert Livingstone.

Se equivocó sobre todos ellos. Las cosas que había hecho.

Y, sin embargo… todavía era mi padre.

Lo amaba.

Si hacía un gran esfuerzo, si realmente lo intentaba, casi podía olerlo incrustado en los huesos de esta casa, en la tierra de este territorio que había enfrentado tanta muerte.

Lo amaba.

Pero también lo odiaba.

Pensé que eso significaba ser hijo: creer en alguien con tanta fuerza que no ves sus fallas hasta el día en que son visibles. Thomas Bennett no era infalible. No era perfecto. Ahora podía verlo.

Hace algunos días, estaba al límite.

Debajo de mí había un vacío.

Vacilé. Pero pensé que había estado en caída libre por un largo tiempo, solo no me había dado cuenta.

El último paso sucedió con más facilidad de la que esperaba. Ya me había preparado. Vacié mis cuentas bancarias. Armé mis valijas. Me preparé para hacer lo que creí que tenía que hacer.

Lo que me trajo aquí. Ahora.

Este momento en el que supe que nada sería lo mismo.

Miré al monitor de la computadora sobre el escritorio.

Encontré una versión de mí mismo devolviéndome la mirada, no me reconocí. Este Carter tenía ojos muertos enmarcados con círculos violetas. Este Carter había perdido peso y sus pómulos eran más pronunciados. Este Carter estaba pálido. Este Carter sabía lo que era perder algo valioso y, sin embargo, estaba a punto de empeorar las cosas. Este Carter había recibido un golpe tras otro y, ¿para qué?

Este Carter era un extraño.

Y, sin embargo, seguía siendo yo.

Mi mano tembló mientras la acomodaba sobre el ratón, sabía que si no lo hacía ahora, no lo haría nunca.

Ese es el punto, susurró mi padre. Eres un lobo, pero sigues siendo humano. Das todo lo que tienes y, sin embargo, sigues sangrando. ¿Por qué lo empeorarías? ¿Por qué te harías esto? ¿A tu manada? ¿A él?.

Él.

Porque todo regresaba a él.

Pensé que siempre sería así.

Por eso mismo cuando toqué el ícono en la pantalla para empezar a grabar, su nombre fue lo primero en salir de mis labios.

–Kelly, yo…

Y, ah, las cosas que podría decir. La mera magnitud de todo lo que él era para mí. Cuando era niño, mi madre me dijo que nunca olvidaría a mi primer amor. Que incluso cuando todo parezca oscurecerse, cuando todo esté perdido, siempre habría una pequeña luz palpitante de un recuerdo bien guardado dentro de mí.

Ella hablaba de una chica sin rostro.

O chico.

No sabía que ya había conocido a mi primer amor.

Tenía la garganta seca. Estaba tan cansado.

–Te amo más que nada en este mundo. Por favor, recuerda eso. Sé que esto dolerá, y lo lamento. Pero tengo que hacerlo.

Desvié la mirada, no podía observar hablar a este hombre quebrado más de lo que fuera necesario.

–Verás, había una vez un niño. Y era lo mejor que me había pasado en la vida. Me dio el coraje para defender mis creencias, para pelear por aquellos a quienes quiero. Me enseñó la fuerza del amor y la hermandad. Me hizo mejor persona.

Intenté sonreír para hacerle saber que estaba bien. Se extendió en mi rostro, ajena y rígida, antes de quebrarse y desaparecer.

–Tú, Kelly –dije con voz ronca–. Siempre tú. Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Miré por la ventana, había escarcha sobre el vidrio. La nieve empezaba a caer.

–Eres mi primer recuerdo. Mamá te tenía en brazos, y yo te quería para mí, quería ocultarte para que nadie te lastimara. –Era borroso, los límites de mi recuerdo se desdibujaron como si solo hubiera sido un sueño. Mamá tenía ropa deportiva y el rostro libre de maquillaje, su piel lucía suave y brillante. Hablaba en voz baja, pero no oía sus palabras; era un murmullo delicado que desaparecía ante la imagen de quién sostenía.

Una pequeña mano se estiró, abrió y cerró los dedos.

Y allí, en los recovecos de mi mente, la escuché decir tres palabras que cambiaron todo lo que era.

Dijo: Mira, te conoce. No comprendí entonces el terremoto que causó dentro de mí.

Toqué con un dedo su mejilla regordeta y me maravillé por la manera en que su piel se ahuecaba.

Me miró y parpadeó con ojos brillantes y azules, azules, azules.

Emitió un sonido. Un pequeño chillido.

Y renací.

–Eres mi primer amor –dije en esta habitación vacía, perdido en el recuerdo de cómo su mano encerraba con cuidado mi dedo–. Lo supe cuando sonreías cada vez que me veías, y era como mirar al sol.

Tragué saliva y desvié la mirada de la ventana.

–Eres mi corazón –le dije sabiendo que era posible que nunca me perdonara–. Eres mi alma. Amo a mamá, me enseñó a ser amable. Amo a papá, me enseñó a ser un buen lobo. Amo a Joe, me enseñó que la fortaleza viene de adentro.

Mi inhalación se congestionó en mi pecho, pero insistí. Tenía que escuchar esto de mí, tenía que saber el por qué.

–Pero tú eres mi mejor maestro. Porque contigo entendí la vida. Qué significaba amar a alguien ciegamente y sin reservas. Tener un propósito. Tener esperanza. He sido hermano mayor la mayor parte de mi vida, y es lo mejor que podía ocurrirme. Sin ti, no sería nada.

Me dolía respirar.

–Sé que te enfadarás, pero espero que entiendas, al menos un poquito. –Volví a mirar la pantalla–. Porque tengo un agujero en el pecho. Un vacío. Y sé por qué.

Vete. Contigo. Yo. Iré. Contigo. No. No. Los. Toques.

–Tengo que encontrarlo, Kelly. Tengo que encontrarlo porque creo que, sin él, siempre habrá una parte de mí que se sienta incompleta. Debería haberte escuchado más cuando Robbie no estaba. Debería haber luchado más. No lo entendía entonces. Ahora sí, y lo siento. Lo siento mucho. Quizá no quiera saber nada de mí. Quizá él…

No. Atrás. No quiero. Esto. No quiero. Manada. No quiero. Hermano. No quiero. . Niño. Eres. Un niño. No soy. Como tú. No soy. Manada.

–Tengo que intentarlo –supliqué en esta habitación vacía–. Y sé que Ox y Joe y todos los demás lo están buscando, los buscan a los dos, pero no es suficiente. Kelly, él nos salvó. Ahora lo entiendo. Nos salvó a todos. Y tengo que hacer lo mismo por él. Tengo que hacerlo.

Mi sangre se aceleró hacia mis orejas. Mi visión se tornaba borrosa. Había un gran peso sobre mi pecho y no podía respirar.

–Te hice una promesa una vez. Te dije que siempre volvería por ti. Lo dije en serio entonces y lo digo en serio ahora. Siempre regresaré por ti. Esté donde esté, haga lo que haga, estaré pensando en ti e imaginando el día en el que volveré a verte. No sé cuándo será, pero después de que me patees el trasero, me grites y me insultes, por favor dame un abrazo como si nunca fueras a soltarme porque no quiero que lo hagas jamás.

Intenté decir algo más, continuar, pero el peso era aplastante así que bajé la cabeza y hundí mis garras en el escritorio.

–Mierda. No puedo respirar. No puedo…

Mis hombros temblaron y me dejé llevar. Mis ojos ardían mientras ahogaba un sollozo. Tenía que terminar mientras pudiera. Sentía que ya era demasiado tarde. Para mí. Para él.

Para todos nosotros.

–Recuerda algo por mí, ¿sí? Cuando la luna esté llena y brillante y estés cantando con toda la fuerza de tus pulmones, yo miraré la misma luna, y estaré cantando para ti. Para ti. Siempre por ti.

Me limpié los ojos. La pantalla estaba borrosa y el extraño que me devolvía la mirada lucía atormentado y perdido.

–Te amo, hermanito, más de lo que puedo poner en palabras. Tienes que ser valiente por mí. Obliga a Joe a ser sincero. Molesta a Ox todo lo que puedas. Enséñale a Rico a ser un lobo. Muéstrale a Chris y a Tanner las profundidades de tu corazón. Abraza a mamá y a Mark. Dile a Gordo que se relaje. Haz que Jessie le patee el culo a cualquiera que se pase de la línea. Y ama a Robbie como si fuera lo último que fueras a hacer en la vida.

Y, ay, Dios, había tantas cosas que tenía que decir, tantas cosas que nunca le había dicho, tanto que tenía que oír de mí. Que el único motivo por el que era una buena persona era por él. Que nuestro padre estaría orgulloso de en quién se había convertido. Que cuando me había perdido en el Omega y lo sentía llamándome y amenazaba con hundirme en un océano violeta, me aferré con todas mis fuerzas a mi lazo raído y me negué a soltarlo, a que me lo arrebataran.

Estoy vivo gracias a ti, quería decir.

Pero no lo hice.

Regresaré por ti, y nada nos dañará de nuevo, jamás –dije.

»Nos vemos, ¿sí?

Y eso fue todo.

Eso fue todo.

Una vida entera reducida en unos pocos minutos en los que les suplicaba a mi manada que comprendiera la terrible decisión que estaba a punto de tomar.

Detuve la grabación.

Pensé en borrarla.

Solo… borrarla y olvidarme de todo esto.

Sería tan sencillo.

La borraría y luego me pondría de pie, abandonaría la oficina. Me sentaría en los escalones del porche hasta que alguien regresara a casa y le contaría lo que había hecho y lo que estaba a punto de hacer. Tal vez sería mamá. Sonreiría al verme, pero su sonrisa se desvanecería cuando notara la expresión en mi rostro. Se apresuraría hacia mí y le contaría todo. Que creí que me estaba volviendo loco, que no supe qué era Gavin hasta que fue demasiado tarde. Que debería haber luchado más por él, que debería haberle dicho que no podía marcharse con Robert Livingstone, que no podía irse con su padre, que no podía dejarme. No ahora que comprendía. Ahora comprendía lo que debería haber sabido hace mucho tiempo.

O tal vez sería Kelly. Tal vez sabría que algo no estaba bien.

El polvo se agitaría debajo de las llantas de su vehículo, la barra de luces en el techo estaría brillando y la sirena sonaría con fuerza. Abriría la puerta con violencia y la expresión en su rostro sería una mezcla de preocupación y enojo.

–¿Qué estás haciendo? –preguntaría.

–No lo sé –respondería–. Estoy perdido, Kelly. No sé qué está sucediendo, no sé qué está sucediendo, por favor, por favor, por favor sálvame. Por favor átame para que no pueda abandonarte. Por favor, no me dejes hacer esto. No dejes que me marche. Grítame. Golpéame. Destrúyeme. Te amo, te amo, te amo.

En cambio, guardé el video.

Me puse de pie. Era ahora o nunca.

Antes de abandonar la oficina, miré hacia atrás una vez.

Por un momento, creí ver a mi padre detrás de su escritorio con la mano extendida hacia mí.

Parpadeé. No había nada allí. Un truco de la luz.

Cerré la puerta por última vez.

Y, sin embargo…

Vacilé en el porche, el bolso de tela a mis pies.

Me dije a mí mismo que era porque estaba absorbiéndolo. Este lugar. Nuestro territorio. Los últimos vestigios de casa antes de lo que fuera que me esperara allí afuera.

Pero era un mentiroso.

Miré por la calle de tierra, la nieve caía en ráfagas y se pegaba a los árboles. Nadie vino.

Y seguí esperando.

Un minuto se hicieron dos y luego tres y luego siete. Cuando pasaron diez minutos, supe que era ahora o nunca. Había esperado suficiente.

Tomé mi bolso, bajé los escalones y caminé hasta mi camioneta.

Me subí y cerré la puerta detrás de mí.

Miré hacia la casa.

Imaginé que Kelly estaba conmigo en el asiento del pasajero.

–Aférrate a mí –dijo.

–Tan fuerte como puedas –dijo.

–Sé que duele –dijo.

–Sé cómo se siente –dijo.

Mis manos sujetaron el volante con más fuerza.

–Sé que lo sabes.

Suspiré y me estiré hacia mi bolso. Abrí un pequeño bolsillo lateral y tomé una fotografía. Toqué las sonrisas congeladas de mis hermanos antes de acomodarla en el tablero detrás del volante.

Y luego me marché.

Apenas me alejé lo suficiente, me detuve.

Junté lo que quedaba de mi fuerza.

Encontré las ataduras dentro de mí, brillantes, vivas y fuertes.

¿Puedo hacer esto?

Descubrí que podía.

Cortarlos fue más sencillo de lo que esperaba. Por lo menos al principio. Cuando terminé, abrí la puerta de la camioneta y vomité en el suelo con el rostro cubierto de sudor.

Sentí arcadas mientras las ataduras se desvanecían.

Mi boca tenía sabor amargo. Escupí en el suelo.

–Kelly –murmuré–. Kelly, Kelly, Kelly.

Era suficiente.

El lazo.

Era suficiente.

Me recompuse y miré por el espejo retrovisor. El extraño me devolvió la mirada. Mis ojos brillaron.

Naranja.

Todavía naranja.

Cerré la puerta. Inhalé y miré a la carretera delante de mí.

No había otro coche a la vista. Regresé al camino.

Unos pocos minutos después, pasé por un cartel que me indicaba que estaba abandonando Green Creek, Oregón y que ¡regresara pronto!

Lo haría.

Era una promesa.

ASÍ / TE TENGO

Fue así:

Nací.

No lo recordaba.

Era uno.

No lo recordaba.

Fuimos dos.

No lo recordaba.

Y luego lo recordé.

Porque mi madre estaba allí, sentada en una silla. Estaba cansada, pero sonreía. Su cabello estaba peinado hacia atrás en un rodete relajado y su piel lucía suave.

–Carter –dijo–, ¿te gustaría conocer a tu hermano?

Él había estado en su estómago y ahora estaba aquí.

Mi padre estaba en el marco de la puerta, observándonos.

No recuerdo nada más. Cómo entré en la habitación, en dónde había estado antes, qué estaba haciendo. No importaba. Esto era importante.

Muy importante.

–Ten cuidado –dijo mi padre.

Había una cosa rosa y arrugada en los brazos de mi madre. Tenía nariz, boca y ojos entrecerrados. Bostezó.

–¿Mío? –pregunté.

–Sí –dijo mi madre–. Tuyo. Nuestro.

–Mío –repetí e intenté tomar la cosa rosa de los brazos de mi madre. Quería llevármela, esconderla para que nadie más tocara lo que era mío.

–No, Carter, no –dijo mi padre–. Eres demasiado pequeño, podrías lastimarlo.

–No lastimar –dije–. No lastimar.

–Sí –replicó mi mamá–. Muy bien. No lastimar. No lo lastimamos. No lastimamos a Kelly.

–Kelly –dije por primera vez.

–Tu hermano.

–Kelly, Kelly, Kelly.

Me miró. Se estiró hacia mí.

–Mío –susurré.

Fue así:

Gritos.

Gordo gritaba.

Papá gritaba.

Mamá gritaba.

Kelly estaba en su cuna y agitaba los brazos.

–Kelly –dije y empujé una silla hasta la cuna. Fue difícil. Era pequeño, me subí a la silla mientras Kelly empezaba a llorar. Trepé por las barras de la cuna. Mi padre dijo que era un buen escalador.

Fui cuidadoso.

No lastimaría a mi hermano.

Entré en la cuna y descendí hasta él. Me acosté a su lado y cubrí sus orejas con mis manos porque yo era un lobo, al igual que él, y oíamos cosas que los demás no podían. Había mucho ruido.

Gordo estaba gritando.

Mi padre suplicaba.

–Kelly –dije y me golpeó en la mano. Fue un accidente. No dolió.

Recordé lo que hacía mi madre cuando mi hermano estaba así.

–Ya está, ya está –dije y acaricié su mejilla–. Ya está, ya está.

Dejó de llorar. Me miró con ojos húmedos.

Le di un beso en la nariz.

Sonrió.

Fue así:

Cajas.

Muchas cajas.

Todo estaba empacado.

–Nos marcharemos –dijo mi padre.

–¿Por qué? –pregunté.

–Porque tenemos que hacerlo.

–¿Por qué? –repliqué.

–Porque es lo que debemos hacer.

–¿Por qué?

–No tengo elección.

–¿Por qué?

Ese fue el día que aprendí que hasta mi padre podía llorar.

Fue así:

–¿Gordo?

Me miró. No lucía como antes. No habló. No sonrió. Le saqué la lengua porque siempre lo hacía reír.

No funcionó.

–No puedes olvidarme –dijo.

–¿Olvidarte? –pregunté.

–No puedes –replicó.

No comprendí.

Fue así:

Estaba mirando por la ventana.

El tío Mark y Gordo estaban en el porche.

–Por favor –dijo Mark.

–Púdrete –replicó Gordo.

–No quiero esto.

–Sin embargo, aquí estás.

–Regresaré por ti.

–No te creo.

Ese fue el día que aprendí que podía saborear lo que olía.

Era como si todo el bosque estuviera en llamas.

Fue así:

Hubo saltos y huecos. Agujeros en mi memoria, los límites raídos y borrosos. Tenía dos años, tres y luego seis, seis, seis y Kelly dijo:

–¡Carter!

Estábamos sentados en el césped delante de una casa. Había un lago detrás de nosotros. Mamá dijo que no podíamos ir al lago sin ella porque podíamos ahogarnos. Estaba sentada en el porche con la mano sobre su estómago. Mamá y papá me dijeron que allí había otro bebé. No sabía por qué. Ya nos tenían a Kelly y a mí.

Mark no estaba, se escondía en el bosque. Siempre estaba en el bosque. Papá dijo que estaba melancólico. Mamá dijo que ellos habían hecho que Mark que sintiera así y papá nunca volvió a repetirlo después de eso.

No sabía qué significaba melancólico, pero no sonaba bien.

–Carter –repitió Kelly y lo miré.

Tenía unos pantalones cortos, era verano. Su rostro estaba pegajoso, su cabello despeinado y me estaba sonriendo. Había un pozo en la tierra en frente de él en dónde había estado cavando. Le dije que era el pozo más grande que había visto.

–¿El más grande? –Miró su trabajo y luego a mí otra vez.

–Sí. Eres un buen excavador.

–Buen excavador –concordó.

Vinieron otros niños. Lobos. Cachorros.

–Carter, ven a jugar con nosotros –dijo uno.

–Está bien –respondí–. ¿Kelly también puede venir?

–No –dijo el chico–. Es un bebé y los bebés son estúpidos.

Kelly lloró y derribé al niño por haber hecho llorar a mi hermano.

Mamá me separó de él, su nariz estaba sangrando.

–Carter –dijo mamá–. ¿Qué rayos crees que estás haciendo?

–Kelly no es estúpido –le gruñí al niño mientras se ponía de pie. Intenté perseguirlo, pero mamá me retuvo.

–¡Te acusaré! –gritó el niño antes de salir corriendo y los demás lobeznos lo siguieron.

Mamá me hizo girar, su rostro estaba cerca del mío, fruncía el ceño.

–No le pegamos a los demás.

–Dijo que Kelly era estúpido.

–Eso no importa, no le pegamos a los demás. No es amable.

Estaba equivocada. No lo dije en voz alta, pero lo pensé. Lo pensé con intensidad. Estaba equivocada porque si alguien llamaba estúpido a Kelly, definitivamente lo golpearía. Lo haría con toda la fuerza que pudiera. Lo golpearía hasta que ya no pudieran decir esas palabras.

–Ah –dije.

–Sí. Ah. Tienes que pensar antes de actuar. No puedes usar tus puños para resolver todos tus problemas. –Luego sonrió, su mano se posó en su estómago mientras se erguía–. Alguien se despertó. Uf.

El bebé en su estómago.

No me importaba ese bebé.

Todavía no era real.

–Carter –esnifó Kelly y fui hacia él.

Lo alcé, era muy fuerte.

Él apoyó su cabeza en mi hombro y, como no quería volver a meterme en problemas, prometí en mi cabeza que nadie volvería a llamarlo estúpido.

–¿Cavas conmigo? –preguntó–. ¿Pozo más grande?

–Está bien –accedí y eso fue lo que hicimos. Era mejor que jugar con los otros.

Fue así:

Papá dijo que nuestro hermano llegaría pronto. Que teníamos que portarnos bien y no hacer ruido para que mamá pudiera concentrarse.

–Necesitará toda su energía –dijo arrodillado delante de Kelly y de mí. Mi hermano se estiró y tocó su rostro, papá abrió la boca y amagó con morder los dedos de Kelly y lo hizo reír–. Mamá está siendo muy valiente. ¿Pueden ser valientes ustedes también?

–Valiente –concordó Kelly.

–Quédense aquí con el tío Mark. Cuando termine, vendré a buscarlos para que lo conozcan.

Y luego se marchó.

–Tardará un largo tiempo –dijo Mark.

–Largo tiempo –replicó Kelly porque repetía lo que decían los demás todo el tiempo. Era molesto salvo cuando lo hacía conmigo.

–Pero mamá estará bien –dijo.

–Bien –repitió Kelly.

Mark sonrió, pero lucía como un fantasma.

Tardó un largo tiempo.

Nos cansamos de esperar y cuando Mark nos preparó para dormir, me olvidé de todo. Mark dijo que Kelly y yo podíamos dormir en la misma cama y Kelly tenía pasta dental en la comisura de su boca.

Nos acostamos enfrentados con la cabeza en la misma almohada.

Mark besó mi mejilla y luego la de Kelly.

–Buenas noches, cachorritos –dijo.

Kelly bostezó. Mark dejó la puerta abierta y la luz del pasillo encendida. El cielo afuera estaba oscuro.

–¿Carter? –dijo Kelly.

–¿Qué?

–¿Tenemos que tener un hermanito?

No lo sabía, así que le dije:

–Creo que sí.

–Ah, ¿puedo sostenerlo?

–Tal vez. Quizás tengas que esperar.

–¿Por qué?

–Porque los bebés son frágiles –dije recordando las palabras de mi padre–. Son pequeños y frágiles.

–¿Qué es frágil?

–Significa asqueroso. –No tenía idea.

Arrugó la nariz.

–Como pedos.

Me reí. Yo le había enseñado esa palabra y mamá y papá no estuvieron muy felices conmigo.

–Sí, es un pedo.

–Pedo, pedo, pedo –dijo Kelly y luego cerró los ojos–. No sé si me gustan los hermanos pequeños.

–Yo sí –le dije–. Me gustan mucho los hermanos pequeños. –Pero ya estaba dormido.

Mantuve los ojos abiertos todo el tiempo que pude porque papá estaba con mamá y Kelly necesitaba que lo protegiera. No era un Alfa, pero podía pretender serlo.

–Tengo ojos rojos –susurré en la oscuridad–. Y soy grande y fuerte.

No recuerdo haberme quedado dormido.

Fue así:

–Su nombre es Joe –anunció mamá.

–Joseph Bennett –dijo mi padre–. Su hermanito.

–Joe –Kelly susurró asombrado. Yo no estaba muy feliz al respecto.

Luego lo vi.

Y supe lo que era. Lo que sería.

–Alfa –dije.

Mi mamá se sorprendió.

–¿Qué dijiste, Carter? –Mi padre dio un paso adelante.

–Alfa –repetí y mi voz estaba cargada con tanto asombro que creí que flotaría en el aire.

–¿Cómo lo sabes? –preguntó papá.

Encogí los hombros. Mamá y papá se miraron un largo rato.

–Sí –dijo mi padre al fin–. Sí, Joe será un Alfa. ¿Puedo contarles un secreto sobre los Alfas?

Kelly y yo giramos hacia él. Esto era importante. Ahora sabía lo que significaba esa palabra. Los Alfas tenían muchos secretos y cuando compartían uno, era importante.

Papá se arrodilló delante de nosotros. Tomó nuestras manos y dijo:

–Un Alfa es un líder. Pero no puede liderar solo. Los necesitará a ustedes, a los dos, para que lo ayuden. No es nada sin sus hermanos. Ustedes serán su manada y lo harán fuerte. Son tan importantes como él. Llegará un momento en el que el color de sus ojos será muy importante, pero ustedes son igual de importantes. No puedes formar rojo sin naranja. ¿Lo entienden?

Ambos asentimos, aunque no teníamos idea de qué estaba hablando.

Joe lloró.

Fuimos a él.

Kelly tocó su mejilla.

Besé su mano.

–No hay nadie como él –susurró nuestra madre–. Pero tampoco hay alguien como ustedes. Son especiales a su manera. Creo en ustedes. –Bajó la mirada hacia Joe con una sonrisa cansada en su rostro–. Creo en todos ustedes.

Fue así:

Joe creció.

Encontré mi lazo.

Me transformé.

El dolor fue exquisito y yo…

soy lobo

oler

oler todo

correr rápido correr rápido correr correr correr

cazar quiero cazar y

padre lobo

madre lobo

joe ríe está riendo dice eres tan lindo carter eres tan lindo

no soy lindo

soy increíble

kelly dice

guau

kelly dice

mírate

kelly dice

eres tan grande

kelly dice deja de lamerme carter deja de lamerme deja de

no me detengo

nunca me detengo y

Llegó el día que papá se llevó a Kelly.

–No tienes que preocuparte –me dijo mamá. Sonaba como si estuviera intentando no reírse. La fulminé con la mirada, pero besó mi frente y despeinó mi cabello.

–¿Por qué Carter está preocupado? –preguntó Joe cuando mamá volvió a entrar y me dejó en el porche–. Kelly está con papá.

–Porque hoy es un día importante –explicó mamá mientras yo caminaba de un lado a otro.

Se marcharon por horas. Para cuando regresaron, estaba a punto de arrancarme la piel del cuerpo.

Kelly estaba sonriendo.

–¿Lo hiciste? –Corrí hacia él y lo sujeté por los hombros–. ¿Lo descifraste?

–Sí –puso los ojos en blanco–, pero es un secreto.

–¡Yo te dije la mía! –Lo miré de mala manera y se rio.

Papá nos estaba observando. Parecía que diría algo, pero sacudió la cabeza.

–¿Quién tiene hambre?

Pero antes de que pudiéramos entrar en la casa, apareció un hombre. No me cayó bien. Hizo que sintiera un cosquilleo en la piel.

–Osmond –dijo papá.

El recién llegado nos miró sin darnos importancia antes de volver a mirar a papá.

–Tenemos que hablar.

–¿No puede esperar a mañana? Estamos a punto de cenar.

–Tiene que ser ahora.

–Está bien. –Papá suspiró y nos miró–. Entren, estaré con ustedes en breve.

Los observé marcharse.

–¡Vamos! –dijo Kelly desde el porche.

Esa noche alguien golpeó mi puerta. Se abrió levemente y apareció la cabeza de Kelly.

–Deja de tocarte.

–Púdrete –susurré lo suficientemente alto para que pudiera oírme, pero no tanto como para que escuchen mamá y papá.

Se escabulló y entró en mi habitación, luego cerró la puerta detrás de él. Se acercó a mi cama y me hizo un gesto para que le hiciera un lugar.

–Tienes tu propia cama –le gruñí.

–Sí, sí, mueve tu gordo trasero.

Lo golpeé en el rostro con una almohada.

Se rio antes de acostarse a mi lado y estirar los brazos y piernas. Oí su espalda crujir antes de que se relajara y apoyara su pierna sobre la mía.

Esperé.

–Eres tú –dijo.

–¿Qué cosa? –Apenas podía respirar.

–Ya sabes qué.

Lo sabía y quería aullar y hacer temblar la casa.

–¿Estás seguro?

–Sí, amigo. Estoy seguro.

–Ah. –Y luego–. ¿Por qué?

Giró la cabeza para mirarme, sus ojos resplandecían en la oscuridad.

–¿Por qué soy tu lazo? –preguntó.

–Porque eres mi hermano.

–Joe también es tu hermano.

–Tú llegaste primero.

Exhaló.

–Lo he sabido por un largo tiempo.

–Pero nunca dijiste nada.

–Pensé que era obvio. –Encogió los hombros.

Me hizo sentir nervioso. Nada tan monumental me había hecho sentir tan pequeño.

–Los lazos cambian.

–No cambiará.

–No lo sabes.

–Lo sé. No importa qué suceda. Si tengo un compañero…

–Ugh.

–Cállate, sabes a qué me refiero.

–Eso es bastante gay, amigo.

–No digas eso. –Me golpeó en el pecho–. No es amable.

–Es verdad. Lo lamento. Yo… –no tenía palabras.

–¿Está bien? –preguntó en voz baja. Sonaba inseguro y yo no podía soportarlo.

–Sí, está bien.

Nos quedamos callados por un rato, solo inhalábamos y exhalábamos.

–Hermanos de lazo –dijo–. Eso es lo que somos. Un par de hermanos atados.

Y era como si fuéramos pequeños otra vez, solo nosotros dos, y nos estábamos riendo, riendo, riendo, intentando no hacer ruido, pero fallamos miserablemente. Papá se detuvo del otro lado de la puerta y cubrimos la boca del otro con nuestras manos. Su aliento era caliente contra mi palma y era asqueroso,

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