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Contornos de lo político: ensayos sociológicos sobre memoria, protesta, violencia y Estado
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Contornos de lo político: ensayos sociológicos sobre memoria, protesta, violencia y Estado
Libro electrónico260 páginas3 horas

Contornos de lo político: ensayos sociológicos sobre memoria, protesta, violencia y Estado

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Esta obra es una apuesta por la idea sobre cómo hacer sociología. En esta colección de ensayos sobre la memoria social y la protesta en el conflicto oaxaqueño de 2006, las movilizaciones contestatarias del magisterio en contra de la reforma educativa del gobierno de Enr
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 ago 2022
ISBN9786075643830
Contornos de lo político: ensayos sociológicos sobre memoria, protesta, violencia y Estado

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    Contornos de lo político - Marco Estrada Saavedra

    Primera parte

    MEMORIA, HEGEMONÍA Y PROTESTA

    Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo tal y como verdaderamente ha sido. Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro.

    WALTER BENJAMIN

    1

    RECUERDOS FUTUROS:

    PROTESTA SOCIAL Y MEMORIA EN LA GRÁFICA

    DE LA COMUNA DE OAXACA

    Durante el verano y otoño de 2006 tuvo lugar un largo y violento conflicto social y político en Oaxaca entre el gobierno del estado y la denominada Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). Ésta se constituyó a raíz de la represión policiaca sufrida por los maestros integrantes de la Sección XXII del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), quienes se encontraban en plantón permanente en la plaza central de la capital oaxaqueña desde mediados de mayo de ese año. El agresivo desalojo de los plantonistas fue la respuesta gubernamental para poner fin al conflicto laboral entre las partes, en las que las negociaciones, tras seis semanas de encuentros regulares, habían fracasado.

    A pesar del hartazgo de parte de la población por la interrupción de las actividades cotidianas que provocaba el bloqueo del primer cuadro de la ciudad, hubo una sorprendente solidaridad con el magisterio. Tres días después de la operación policiaca, el 17 de junio de 2006, se formó la APPO con el concurso de sindicatos, organizaciones populares, comunidades ONG, colectivos y cientos de miles de ciudadanos no militantes en ninguna agrupación. Su objetivo central consistió en deponer al gobernador de Oaxaca de su cargo.

    A partir de entonces, Oaxaca —en particular, la región de los Valles Centrales— se encontró en un verdadero estado de ingobernabilidad, puesto que ninguno de los poderes constitucionales pudo ejercer con normalidad y continuidad sus funciones: el gobernador despachaba en la Ciudad de México, los diputados locales dejaron de sesionar o lo hacían de manera clandestina y los jueces no podían impartir justicia. Lo anterior fue resultado del control territorial que alcanzó la APPO con la instauración de un sistema de cientos de barricadas a lo largo y ancho de la capital para la protección de los asambleístas ante los ataques furtivos de unidades irregulares de la policía estatal; la operación y difusión de medios de comunicación públicos y privados ocupados por los appistas; la movilización permanente de sus integrantes; y, en fin, la conformación de un gobierno popular para la autogestión de asuntos y servicios públicos, que fue conocido como la Comuna de Oaxaca (Estrada Saavedra, 2016).

    En este contexto, diferentes colectivos de artistas urbanos se sumaron a la lucha social y política del pueblo oaxaqueño, apropiándose de los muros de la ciudad para expresar su resistencia visual al régimen de dominación oaxaqueño. Durante 2006 y los años siguientes, estos colectivos produjeron una enorme cantidad de pintas, stickers, tags, grafitis, carteles, bombas, murales y esténciles. Estas manifestaciones de la protesta appista implicaron la politización del arte urbano como instrumento de la lucha popular.

    En este sentido, conviene entender la APPO no sólo como un movimiento social y político, sino también como un movimiento estético cultural con una intensa actividad cultural autogestiva (Casa Vieja/La Guillotina, 2013: 11). Si se adopta esta perspectiva de observación, se amplían las genealogías que dan cuenta de la historia de la Asamblea —particularmente en relación con sus colectivos de artistas—. De esta manera se puede establecer un vínculo con la tradición de artistas militantes comprometidos con movimientos políticos (como José Guadalupe Posadas, los muralistas posrevolucionarios Xavier Guerrero, David Alfaro Siqueiros o Máximo Pacheco, el Taller de Gráfica Popular de Leopoldo Méndez, Luis Arenal y Pablo O’Higgins, o, por mencionar sólo uno más, la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios). En efecto, en la obra y las prácticas de los antecesores de los artistas oaxaqueños se reconoce el uso de la caricatura como medio de la sátira política, las formas de trabajar y exponer colectivamente y el empleo del arte como medio de propaganda política. Todos ellos son rasgos que caracterizan también las prácticas de los colectivos de la APPO (Caplow, 2013).

    Desde una perspectiva de la historia del arte, por otro lado, podemos ubicar la protesta gráfica de la APPO en la tradición de la iconografía política, cuya producción de imágenes es puesta al servicio del poder político o la ambición y pretensión de asumirlo y ejercerlo. Esta iconografía transmite ideas, contenidos visuales, afectos, emociones y valores de manera directa, intuitiva y sinóptica. La puesta en escena de la imagen está dirigida, asimismo, a diferentes públicos a los que interpela con intenciones y significados diversos. En este sentido, sigue determinadas estrategias icónicas para la representación sensual del poder político y la identificación simbólica y emocional con él, y contribuye al aseguramiento de sus fundamentos de legitimidad —o a su cuestionamiento cuando se le opone y combate (Fleckner, Warnke y Ziegler, 2014a y 2014b).¹

    Entre los que se han ocupado del estudio de los artistas urbanos de la APPO se registran las evocaciones del pasado y la cultura nacionales en algunas de sus obras señeras, como aquellas en las que se interviene la iconografía de Benito Juárez, Emiliano Zapata o la Virgen de Guadalupe (Leyva, 2008; Garduño y Salcido, 2008; Lache Bolaños 2009 y 2013; Porras Ferreyra, 2009; Nevear, 2009; Franco Ortiz, 2011; Kastner, 2011; Estrada Saavedra, 2012; y Caplow, 2013). Sin embargo, no se ha estudiado, de manera sistemática, cómo la memoria colectiva de la Asamblea expresa, en la gráfica de sus artistas urbanos, dimensiones de la memoria nacional mexicana ni cuáles son los significados de esta rememoración del pasado patrio en el conflicto oaxaqueño de 2006.

    En este capítulo me interesa analizar cómo la APPO se apropió de la historia patria. Para ello, asumo el supuesto de que las obras de los colectivos de artistas urbanos son artefactos culturales (Becker, 2015) que, al servir de soporte de la memoria colectiva y nacional (Assmann, 2014), nos permiten un acceso original a las creencias, expectativas e imaginarios de los participantes en la rebelión oaxaqueña. Aquí me ocuparé exclusivamente de sus trabajos cuyo contenido gráfico se refiere a la historia mexicana.² En particular, me interesa responder a las siguientes interrogaciones: ¿quiénes son los agentes de la memoria social? Y ¿qué, cómo y para qué se rememora? Se trata, en otras palabras, de estudiar las funciones de la memoria colectiva para la protesta social, por un lado, y la disputa por el significado y la actualidad del pasado nacional entre la APPO y el Estado nacional, por el otro.

    MEMORIA COLECTIVA

    La memoria no es una facultad mental exclusiva de los individuos. Familias, grupos, organizaciones, instituciones, naciones y todo tipo de colectivos humanos poseen también una memoria. En estos casos, no se trata de una facultad mental personal sino social. Maurice Halbwachs (2004) hablaba, precisamente, de memoria colectiva, la cual está conformada por recuerdos comunes o representaciones colectivas de un pasado común (real, imaginado, legendario o mítico). Los recuerdos son compartidos en tanto que otros nos hacen recordar, en su contenido se incorpora a otros individuos o tratan de un acontecimiento social que nos recuerda a otros —independientemente de que uno mismo haya presenciado o no el hecho rememorado—. En efecto, la memoria adquiere su carácter social porque se comunica, es decir, se habla sobre los recuerdos comunes. Por tanto, es una memoria estructurada por el lenguaje común y las experiencias compartidas. Además, al conmemorar —es decir, al hablar sobre y representar el pasado— los grupos sociales acuerdan una versión del pasado (Fentress y Wickham, 2003).

    Conviene enfatizar tres características más de la memoria colectiva o social: la primera es que se transmite principal, aunque no exclusivamente, por la vía oral. La segunda es que se declina en plural, es decir, existen tantas memorias sociales como colectivos humanos. Finalmente, este tipo de memoria estructura identidades grupales. En este sentido, conforma comunidades afectivas, cuyos miembros se identifican entre sí gracias a la carga emocional de recuerdos, símbolos y materiales compartidos. De tal suerte, la memoria social tiene la función de cohesionar grupos sociales y apoyar la formación y mantenimiento de una identidad colectiva (Assmann, 2014).

    MEMORIA E HISTORIA

    Maurice Halbwachs (2004) distinguía entre memoria colectiva e historia. Aunque el objeto de ambas es el pasado social, la primera es una memoria viva transmitida oralmente y, en consecuencia, es también la actualización cotidiana de ciertas prácticas y ritos en determinados lugares sociales del recuerdo. En cambio, la historia es elaborada por especialistas que la escriben y transmiten mediante textos y la consagran, por ejemplo, en museos o monumentos públicos. En forma esquemática, y sobre todo a partir del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX, la historia se concibió y se promocionó como historia nacional o, más precisamente, de los Estados nacionales. Por tanto, se trataba de una historia única, a diferencia de la memoria colectiva, que es múltiple. La unicidad de la historia puede entenderse como un acto político, porque supone la consagración de un conjunto de recuerdos (reales o legendarios) del pasado a costa de la marginación, exclusión u olvido de otros recuerdos —generalmente de grupos, estamentos o clase sociales subordinados—. Podemos hablar entonces de una vinculación estrecha entre memoria y poder, ya que el pasado sirve de fuente de legitimidad de la autoridad y la dominación, como se verá páginas más adelante.

    MEMORIA NACIONAL

    Existe un tipo especial de la memoria colectiva: la memoria nacional. Aunque ambas se caracterizan por contribuir a la formación y estabilización de identidades colectivas y, en consecuencia, producir robustos vínculos afectivos de identificación con grupos sociales y lealtad a éstos, la historia conmemorada en la memoria nacional está al servicio de la construcción y mantenimiento de una identidad política que pretende abarcar el conjunto de la población en el territorio de un Estado nación —independientemente de las múltiples comunidades, asociaciones, organizaciones y grupos a los que individual o colectivamente pertenezcan los integrantes de dicha población.

    El fundamento simbólico y material de sus recuerdos son experiencias históricas concretas, pero también leyendas, que las naciones transforman en ‘mitos’ mediante su reelaboración, interpretación y apropiación, a los que otorgan un efecto ‘autohipnótico’, el cual mantienen presente gracias a monumentos y lugares conmemorativos [así como símbolos, narraciones, ritos y prácticas cívicas diversas] (Assmann, 2014: 40). De tal suerte que, mientras la memoria colectiva es una memoria grupal, desde abajo, que se declina en plural y cuya duración no va más allá del entrelazamiento temporal de cuatro generaciones —y con frecuencia mucho menos tiempo dependiendo del grupo social en cuestión—, la memoria nacional, en cambio, se caracteriza por una temporalidad transgeneracional y por ser una construcción más homogénea anclada en instituciones políticas y que influye a la sociedad desde arriba (Assmann, 2014: 37). En efecto, mientras que las memorias sociales son plurales en la medida de que cada grupo tiene una propia y, por tanto, las maneras de significar la experiencia colectiva en el tiempo son heterogéneas y necesariamente contradictorias entre sí, la memoria nacional supone, como afirma Peter Novick, una simplificación en la medida en que observa los sucesos desde una perspectiva única y simplificada, no acepta la ambigüedad y reduce los sucesos a arquetipos míticos (citado en Assmann, 2014: 37). A lo anterior Aleida Assmann agrega que, en la memoria nacional, las imágenes mentales se vuelven íconos, y las narraciones mitos, cuya característica más importante es su fuerza de convencimiento y poder emocional. Estos mitos desprenden, ampliamente, la experiencia histórica de las condiciones concretas de su origen y se transforman en historias fuera del tiempo y transmitidas de generación en generación (Assmann, 2014: 40).

    PROTESTA GRÁFICA Y MEMORIA PATRIA

    Aunque ya he destacado, siguiendo a Maurice Halbwachs, la oposición (más analítica que real) entre memoria colectiva e historia, mi análisis se centrará en la expresión de la historia nacional en los recuerdos de la memoria de la APPO. En efecto, me ocuparé de una memoria social historizada o, en otras palabras, de la presencia de la memoria nacional en la memoria de la Asamblea.

    En primer lugar, los esténciles son soportes materiales de la memoria. Por tanto, se les puede aprehender como objetos que operan como marcas mnémicas (Ricoeur, 2003) o marcas simbólicas y espaciales de la memoria (Liftschitz y Arenas Grisales, 2012).

    Más allá de su carácter material y sensible, el contenido temático de estas obras hace referencia a recuerdos comunicados icónicamente. Así, la protesta gráfica conserva, reelabora y transmite la memoria social y nacional de sucesos, personajes e historias, pero no lo hace a través de palabras, sino mediante imágenes (eventualmente acompañadas de una leyenda). En este sentido, es un modo de concepto visual (Fentress y Wickham, 2003). Estas obras consiguen el reconocimiento del pasado por medio de procesos de convencionalización y simplificación de las imágenes. Gracias a ello, actualizan visualmente un conjunto de recuerdos y movilizan significados del pasado común social o nacional.

    Una tercera característica de estas expresiones de la protesta gráfica se puede destacar recurriendo a la fenomenología de Paul Ricoeur (2003). En ella, el filósofo francés propone abordar la memoria y el recuerdo mediante dos enfoques diferentes, pero complementarios: el cognitivo y el pragmático. El primero da cuenta del estatuto veritativo de la memoria; el segundo se ocupa de las posibilidades del uso y abuso de la memoria. Con base en esta distinción primaria, las obras que aquí nos interesan pueden ubicarse en un espacio conceptual intermedio. En efecto, hacen referencia a una realidad anterior, o sea, el pasado patrio re-conocido; pero también tienen una dimensión prospectiva en la medida en que ofrecen un marco de interpretación de las experiencias presentes y de anticipación de las del porvenir deseable. Con todo, por su carácter eminentemente político, en estas obras predomina el uso práctico de la memoria sobre su operación cognitiva. Incluso, como más adelante veremos, contienen una dimensión utópica que funge como compás de orientación de la acción colectiva.

    Estas obras son, finalmente, más que meros instrumentos de conocimiento y acción. Su especificidad se halla en su talante estético. Literalmente son obras de arte en la medida en que el sistema del arte las ha reconocido como tal (Luhmann, 1995; y Reinecke, 2007). Así, estos esténciles se encuentran a medio camino entre la fantasía creativa y el recuerdo social. Esta forma híbrida de la memoria (pasado patrio) y la imaginación (transfiguración ficticia) es producto del carácter artístico de la protesta simbólica. La adulteración de la verdad histórica sirve para generar emociones con la expectativa de interpelar y conmover al espectador (o actor).

    PROTESTA GRÁFICA Y STREET ART

    El conjunto de grafitis, esténciles, pintas, calcomanías y carteles producidos durante el conflicto de Oaxaca en 2006 constituyen una forma de protesta simbólica. Ésta se refiere a los elementos no discursivos (en términos lingüísticos y argumentativos), es decir, emotivos, plásticos, sonoros, dramatúrgicos, dancísticos y figurativos de la manifestación pública de un sistema de protesta.³ Estos elementos sintetizan ideas, intereses, esperanzas, emociones y deseos de los participantes en este sistema. Lo simbólico funge, por un lado, como un modo de aprehender y representar sentimientos, temas, problemas y sentidos de la protesta de manera intuitiva y evocativa, y, por el otro, como un medio de orientación de la comunicación y la acción (Estrada Saavedra, 2015).

    En estas páginas me ocuparé sólo de la protesta simbólica gráfica (o, con brevedad, protesta gráfica), que consiste en el uso de signos, palabras e imágenes grabados, impresos o plasmados, que, al intervenir una superficie, como un muro o cualquier elemento del mobiliario urbano, modifican el espacio físico y social apropiándoselo. El grafiti y el esténcil son productos de las culturas híbridas globales contemporáneas. Se trata de formas de comunicación que producen y transmiten significados combinando imágenes y palabras con referencias cultas, populares y mediáticas en el espacio público y urbano. Éste es intervenido para desplazar, así sea sólo de manera temporal, sus usos y significados dominantes al interpelar al peatón-espectador en las calles (García Canclini, 2009).

    Aunque el denominado street art, por un lado, comparte características con algunas vanguardias y corrientes artísticas del siglo XX, como el dadaísmo, el situacionismo, el pop art o el land-art —por ejemplo, en relación con el cuestionamiento de la concepción burguesa del arte,⁴ la crítica del statu quo, la interrupción momentánea de la vida y actividad cotidianas del habitante de las grandes urbes mediante la perturbación visual con el fin de provocar reacciones de diversión, estupor o reflexión en el peatón-espectador, etcétera—, y, por el otro, en las últimas décadas, cada vez más, ha empezado a ser considerado arte por el mismo sistema artístico (con la consecuente organización de exposiciones en galerías y museos, la aparición de críticos y publicaciones especializadas e, incluso, la conformación de un mercado para este tipo de obras), el hecho es que la gran masa anónima de sus productores —a diferencia de algunos pocos consagrados por dicho sistema— no se guía por los criterios y procedimientos de construcción social del arte imperantes en este sistema ni se interesa en ellos, y, en consecuencia, no persigue el reconocimiento artístico ni la ganancia económica a él inherentes (Reinecke, 2007).⁵

    LOS MEMORIOSOS

    Conocer sociológicamente, así sea con brevedad, a los productores de la protesta simbólica gráfica de la APPO nos permite entender mejor la selección

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