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Marrón: Memorias
Marrón: Memorias
Marrón: Memorias
Libro electrónico182 páginas2 horas

Marrón: Memorias

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Información de este libro electrónico

El debut de Rocío Quillahuaman, una de las ilustradoras más conocidas de nuestro país gracias a sus animaciones humorísticas.
Rocío Quillahuaman nació en Lima, y diez años después se trasladó con su familia a España. Su primera experiencia al llegar fue la de que destripasen su peluche de Winnie de Pooh en el aeropuerto, en busca de droga. A partir de ahí tan solo le quedó acostumbrarse a vivir en un mundo profundamente racista y misógino, que no perdía una sola oportunidad de recordarle continuamente que, allá donde estuviese, estaba fuera de lugar.
Marrón, su primer libro, son unas memorias rabiosas, a corazón abierto, en las que repasa los momentos más significativos de su infancia y adolescencia. Un viaje lleno de humor hacia la búsqueda de sí misma, y de un lugar (y las personas) que al fin pueda reconocer como casa.
IdiomaEspañol
EditorialBlackie Books
Fecha de lanzamiento19 oct 2022
ISBN9788419172754
Marrón: Memorias

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    Vista previa del libro

    Marrón - Rocío Quillahuaman

    portadilla

    La perrita Blackie sabía que el verdadero hogar de una tiene mucho más

    que ver con las personas que con las coordenadas.

    portadilla

    Índice

    Cubierta

    Marrón

    Créditos

    Prólogo. Tres años en el infierno por una buena causa

    1. Winnie the Pooh

    2. Mi barrio, mi mundo

    3. Esta latina no es como los otros, es como nosotros

    4. Casi ninguna habitación propia

    5. Querida Shakira

    6. La niña funcionaria

    7. Hubiese sido romántico si no hubiese sido racista

    8. El papeleo continúa

    9. La forastera

    10. El color rojo vive, la lucha sigue

    11. No todas las señoras se llaman Teresa

    12. Tres refugios

    13. Yo perreo sola y a escondidas

    14. El paseo

    15. El derecho de ser una más

    16. La libertad es como mearse encima

    17. Mi propia casa

    Epílogo. ¿Cómo has podido escribir tantas palabras juntas, hija?

    Agradecimientos

    ROCÍO QUILLAHUAMAN nació en 1994 en Lima, Perú. A los once años llegó con su familia a Barcelona así que es peruana, pero también es de Barcelona. Iba a ser una gran médico, pero pensó que era más importante dedicarse a contar historias. Su profesión es dibujar mal. No se considera ilustradora ni animadora, pero hace ilustraciones y animaciones. Tampoco se considera escritora, pero ha escrito este libro, su primer libro. Le gusta pasear, ir a la biblioteca de su barrio, ver las mismas películas y series una y otra vez, comer arroz y estar tranquila en casa con su marido y su perrito.

    Diseño de colección y cubierta: Setanta

    www.setanta.es

    © del texto: Rocío Quillahuaman, 2022

    © de la edición: Blackie Books S.L.U.

    Calle Església, 4-10

    08024 Barcelona

    www.blackiebooks.org

    info@blackiebooks.org

    Maquetación: Acatia

    Primera edición digital: octubre de 2022

    ISBN: 978-84-19172-75-4

    Todos los derechos están reservados.

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación sin el permiso expreso de los titulares del copyright.

    A mi madre Oralia, a mis hermanas

    Hayde y Cristina, y a Néstor.

    Prólogo

    Tres años en el infierno

    por una buena causa

    Nací en Lima pero no me considero limeña. Vivo en Barcelona pero no me siento barcelonina. Hago ilustraciones y animaciones para ganarme la vida pero no soy ni ilustradora ni animadora. He escrito este libro pero no puedo estar más lejos de lo que sea que signifique ser escritora. No sé qué buscan las escritoras cuando deciden escribir un libro. En mi caso, hace tres años me propusieron escribir este libro y dije que sí solo porque estaba buscando una única cosa.

    Podría estar hablando del adelanto, pero me refiero a algo más importante que el dinero. Cuando me planteé si era buena idea escribir un libro sobre mi vida, todo apuntaba a que no lo era. ¿Quien va a querer leer que de niña vivía en un cerro y me aburría tanto que una vez me comí las legañas de mi perro? A nadie le va a interesar ninguna de mis insignificantes vivencias, pensaba. A nadie. Entonces me di cuenta. Cuando pensaba en «nadie», no estaba pensando en cualquiera... ¡Estaba pensando en la gente blanca!

    ¡Pues ya está! Una vez más estaba poniendo en duda la validez de mis experiencias en comparación con sus vidas. Una podría pensar que las experiencias de la gente racializada van a interesar a la gente blanca porque son vivencias diferentes a las suyas. Que van a sentir curiosidad. Que están cansados de escuchar, ver y leer una y otra vez historias en las que ellos son los protagonistas. Pero he observado, en el tiempo que llevo viviendo, que no se cansan nunca. Y las historias de gente como yo, chicas jóvenes marrones, quedan siempre apartadas, encasilladas como diferentes y marginadas como nosotras mismas.

    Toda mi vida he consumido películas, series y libros en los que los protagonistas eran blancos. Desde pequeña he aceptado sus vidas como universales y la mía como diferente. Sus experiencias, sus aprendizajes, sus vivencias... No fue hasta que fui mayor cuando pude encontrar voces con las que me sentía más representada. Algunas personas creen que la identificación y la representación son una estupidez, que buscarse a una misma en obras culturales es ridículo. Yo solo sé que cuando eres una persona racializada la cosa es bien distinta. Pienso en cuando era niña, en lo bien que me habría venido leer la historia de alguien que sintiera las mismas dudas y confusiones que yo sentí cuando llegué a Barcelona con once años. Me habría encantado ver un libro que plasmara esa historia, mi historia, en la sección de novedades de la biblioteca.

    Para mí, la representación es importante. ¡Cómo no va a serlo cuando te intentan borrar de todas partes! Enciendes la tele, ves una exitosa serie que trata diferentes tramas de adolescentes en un instituto público, y ninguno de los protagonistas es latino. ¿Cómo puede ser eso posible? Si has estudiado en un instituto público en Barcelona, sabes que estamos por todas partes. ¡Pero nunca nos retratarán como protagonistas! Seremos una sombra fuera de foco, al fondo, que alguna vez dirá un monosílabo. Los protagonistas serán ellos, y sus problemas serán los problemas importantes. Nosotras no existimos.

    Ser consciente de todo esto fue lo que me llevó a escribir este libro. Estaba resignada a quedarme como estaba: destinada a sentirme diferente y especial. Pero la verdad es que mi vida no tiene nada de especial, no es extraordinaria: como muchas otras chicas, llegué a este país de pequeña con mi familia en busca de una vida mejor a la que teníamos allá donde nacimos. Hay muchísima más gente que no conozco que ha tenido una vida muy parecida a la mía y, aunque somos muchas, nuestra historia apenas está representada. Por eso, esta ausencia se convirtió en mi búsqueda.

    Todo iba bien hasta que me di cuenta de que para escribir el libro tenía que mirar atrás y hurgar en las llagas de mi pasado. Oops, era demasiado tarde, ya había cobrado el adelanto. Y fue ahí donde empezó mi odisea. Si he tardado tres años en escribir este libro es porque esta búsqueda ha sido una pesadilla.

    En serio, ha sido un absoluto infierno. Lo que empezó siendo una decisión política en busca de la representación se convirtió en una tortura para mí. He tenido que indagar en un pasado que había enterrado no solo en otro continente, sino también en mi memoria. He tenido que enfrentarme a recuerdos que no quería recordar. He vuelto a vivir momentos que ojalá no hubiera revivido. Y no solo mientras escribía me enfrentaba a esta tortura, también lo hacía mientras paseaba a mi perro, trabajaba o tomaba el sol en la playa. Cada momento feliz de mi vida, desde que empecé a escribir, se ha visto ensombrecido un poco por este libro. Escribirlo ha supuesto para mí un viaje a un lugar al que en realidad no quería volver nunca más. Un sitio oscuro, aterrador, triste.

    Vale, tal vez esté exagerando un poco. Sería una necia si no reconociese que este sufrimiento trajo consigo aspectos positivos con los que no esperaba encontrarme. Gracias a encararme con mi pasado al escribir, ahora puedo recordar sin miedo mi infancia en Lima. Una infancia que me había negado a recordar durante mucho tiempo y que yo sola había borrado de mi memoria. Como aquella serie de instituto que borraba a latinos... yo también me había borrado de mi propia vida. Este libro me ha servido para aceptar mi pasado y darle a mi historia la importancia que se merece. Con cada línea que he escrito he tenido que vencer muchas inseguridades y miedos, pero si este libro está publicado es porque en cada línea he vencido. ¡Bien por mí!

    Estoy contenta de haberlo hecho porque he encontrado más cosas de las que buscaba. Han sido tres años muy jodidos, pero he seguido escribiendo por la misma razón que me llevó a empezar. Cada vez que un recuerdo deprimente me azotaba, cada vez que revivía con nitidez un momento aterrador, cada vez que sentía rabia y vergüenza, cada vez que me ponía triste, pensaba en esa primera búsqueda y seguía. Puedo decir que escribir mi historia me ha hecho valiente.

    En este libro encontrarás recuerdos de mi infancia que creía (o querría) haber olvidado y los momentos más importantes de mi vida. Está Perú y está Barcelona. Puede parecer que no hay conexión entre las historias que comparto, pero precisamente así es mi vida: un montón de acontecimientos confusos, entre dos países muy distintos, y que conforman lo que soy.

    He pasado por todo este infierno para que cuando una niña latinoamericana encuentre este libro en la biblioteca, sienta alivio al ver que alguien con una historia parecida a la suya existe también para el resto del mundo, y así, quizás, encuentre compañía. Y si esto ocurre una sola vez, haber pasado por estos tres tormentosos años habrá valido la pena. He escrito este libro para todas esas chicas que son marrones como yo.

    I

    Winnie the Pooh

    De niña nunca fui fan de Winnie the Pooh. Vi unos cuantos episodios, pero nunca me llamó la atención. Me parecía aburridísimo. Nunca hablé con nadie sobre él. Nunca pedí que me regalasen nada con su cara. Ni siquiera le conté a nadie que me parecía aburridísimo. Nada. Borré su existencia de mi mente tan pronto vi aquellos pocos capítulos. A pesar de mi indiferencia, me regalaron un peluche suyo. Un peluche gigante de Winnie the Pooh.

    Fue justo antes de que mi madre, una de mis hermanas mayores y yo nos fuésemos de Lima para vivir en España. Mi otra hermana llevaba en Barcelona ya un año. Yo iba a quinto de primaria en un colegio público de chicas llamado Juana Alarco de Dammert. Estaba situado en una zona de clase media alta, pero ninguna de las niñas que íbamos allí vivíamos en esa zona, veníamos de barrios pobres que estaban bastante lejos. Todas las mañanas nos subíamos a un bus que nos dejaba en el colegio y que luego, a mediodía, nos recogía y devolvía a nuestros barrios. Mi barrio estaba en un cerro y había pobreza por todas partes, aunque era peor en los barrios de mis compañeras de clase.

    Mi madre no se fiaba de los colegios de la zona en la que vivíamos. Nos quería lo más lejos posible de todo aquello, de la pobreza, de la desgracia y del peligro, y por eso se empeñó en que todas sus hijas estudiásemos en la zona alta. Supongo que también lo hizo porque la educación allí era mejor, pero sospecho que la ubicación era más importante que la educación. Ese debía ser el pensamiento que pasaba por la cabeza de todas las madres de todas las niñas que íbamos a ese colegio. Madres que tenían pocos recursos y que se esforzaban y trabajaban más para poder pagar los gastos extras en movilidad.

    Es por eso por lo que cuando mi madre y yo fuimos al colegio a despedirnos y mis compañeras de clase me esperaban con un peluche gigante de Winnie the Pooh que habían pagado entre todas con el dinero de sus madres, aquellas madres a las que no les sobraba el dinero, tuve que sonreír y abrazar a todo el mundo, fingiendo agradecimiento y felicidad.

    El regalo fue una sorpresa, pero no una sorpresa feliz. Fue una sorpresa porque yo no me llevaba demasiado bien con mis compañeras de clase. No entendía a qué venía un regalo así, para empezar. Era una empollona, me elegían delegada constantemente y abusaba de mi poder. Por ejemplo, una vez, unas madres hicieron sopa de pescado (chilcano) para todas en el patio y no dejé que unas compañeras fueran a probarla hasta que acabaran unos ejercicios que tenían pendientes. No volví a hacer nada parecido porque noté que después de eso perdí la simpatía de varias compañeras. Sin embargo, el día que se supo que me iba a España mi popularidad volvió a renacer. De golpe, todo el mundo estaba triste y emocionado por que me fuese, me llenaron de dedicatorias de amor y me desearon buena suerte. Todas nos llevábamos estupendamente. Quizá porque, en el fondo, sabíamos que no nos volveríamos a ver y estábamos abrumadas por los sentimientos encontrados que teníamos. Quién sabe, quizás algunas estuvieran tristes de verdad, quizá me habían perdonado lo de la sopa. Pero yo, aunque estaba agradecida por el detalle del regalo, cuando cogí el peluche en mis manos supe con seguridad que más que un regalo acabaría siendo un castigo.

    El oso de Winnie the Pooh era gigante. No era grande, era enorme. Ocupaba medio cuerpo mío con once años. Me costaba cogerlo con las manos porque no llegaba a rodearlo y pesaba mucho para cogerlo con una sola mano. Era imposible. Además, era bastante feo y la calidad del material con el que estaba hecho era pésima. No daban ganas de abrazarlo, no era blandito, sus brazos eran rígidos y no se podían aplastar. La textura no era nada suave y parecía que estaba

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