Qué se sabe de... Los manuscritos del Nuevo Testamento
Por Juan Chapa Prado
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Qué se sabe de... Los manuscritos del Nuevo Testamento - Juan Chapa Prado
El libro antiguo y su difusión
CAPÍTULO 1
Para comprender mejor los manuscritos más antiguos del NT que nos han llegado es conveniente familiarizarse previamente con la propia materialidad del libro antiguo, que en bastantes aspectos era distinta a la actual.
1. Material sobre el que escribir en la antigüedad
En la antigüedad el soporte sobre el que escribir un texto o transmitir un mensaje escrito era muy variado. Se utilizaba piedra, madera, lino, cuero o incluso láminas de bronce. Más frecuentemente, y sobre todo para textos breves, restos de cerámica (óstraca). Pero el material por antonomasia empleado como soporte de la escritura era el papiro y posteriormente, y en menor medida, el pergamino. También era frecuente el uso de tablillas.
1.1. Tablilla
Entre los materiales de escritura más utilizados estaban las láminas de madera. Podían haber sido blanqueadas antes para escribir directamente sobre ellas o haber sido cubiertas con una capa de cera sobre la que inscribir el texto con un punzón (stylos). Estas tablillas (pinax, pinakion, en griego; pugillaris, en latín) estaban un poco rebajadas excepto en los bordes, de forma que pudieran contener la cera que se echaba en su interior. A veces se realizaban unos agujeros en uno de los laterales (en sentido horizontal o vertical) y se unían varias tablillas con un cordel para formar una especie de cuaderno. Hay representaciones pictóricas de estos «blocs de notas» en vasijas antiguas y testimonios literarios. Una carta privada del siglo IV d.C., P. Kellis 67.17-21, refiere, por ejemplo, la adquisición de uno de estos cuadernos de tablillas como regalo a alguien que acababa de aprender a escribir: «Envía un cuaderno (pinakídion) de 10 páginas de buenas proporciones y buena calidad a tu hermano Isíon. Acaba de hacerse experto en griego y lector en siriaco (?)». Por su parte, Plinio el Joven narra la práctica de su tío, que escribía en tablillas de cera (pugillares) con la ayuda de un estenógrafo, que era quien copiaba sus palabras al dictado (Epístolas 3.5.14-15). Existen, además, testimonios de que estas tablillas no solo eran utilizadas como registro de datos, sino también para escribir borradores de libros previos a la edición final.
1.2. Papiro
El papiro (pápyros), término del que deriva la palabra papel, recibe el nombre de la planta acuática con que se fabrica. Plinio el Viejo, en su Historia natural XIII, 74-81, describe con detalle el proceso de producción:
Según lo dicho, el papiro nace en los parajes pantanosos de Egipto o en las aguas remansadas del Nilo, donde se estancan tras el desbordamiento, sin que la altura del agua sobrepase los dos codos, con una raíz oblicua, de la anchura de un brazo, con tallos de sección triangular, de una longitud de no más de diez codos, que se va haciendo más fino al elevarse, terminando en un penacho parecido al del tirso, sin ningún tipo de semilla ni otra utilidad que la de su flor destinada a las guirnaldas de los dioses. Los lugareños utilizan las raíces como madera y no solo para hacer fuego, sino para fabricar diversos recipientes. Del mismo papiro entretejen embarcaciones y de su líber [corteza] tejen velas y esteras y también vestidos, así como jergones y sogas; incluso lo mastican crudo o cocido, tragándose nada más el jugo [...] El «papel» se confecciona a partir del papiro, escindiéndolo con una aguja en láminas muy finas y lo más anchas que se pueda. La primacía la tiene la del centro y después las cortadas sucesivamente desde él (71-72, 74; trad. García Arribas).
Tras explicar las nueve clases de papiro que existen continúa:
Se teje cada una de estas clases en una tabla humedecida con agua del Nilo: el limo del agua sirve como cola. En primer lugar se extienden sobre la tabla las láminas en posición vertical, por su parte anterior, de la mayor longitud que pueda dar el papiro, después el entramado se acaba con otras láminas trasversales una vez recortadas ambas partes. Se comprime después con prensas y las hojas de «papel» se secan al sol y se unen entre sí, disminuyendo siempre la calidad de las siguientes hasta llegar a la peor. Nunca un rollo tiene más de veinte (77).
Resumiendo lo que explica Plinio, el papiro es un tipo de junco de largo tallo en forma triangular que en la antigüedad prácticamente solo crecía en Egipto. El material de escritura se producía a partir de las fibras de su médula. Se formaba una capa de fibras colocando en paralelo unas junto a otras, sobre las que se disponía una segunda capa perpendicular a la primera. Golpeando con un martillo de madera, la savia de las fibras hacía que las dos capas quedasen pegadas. Tras secarse y ser pulidas con piedra pómez, se obtenía una hoja de color marrón claro, flexible y fuerte, lista para escribir en ella.
El papiro más antiguo que se conserva es un rollo en blanco de en torno el año 3000 a.C., que apareció en una tumba de la Primera Dinastía egipcia. El más antiguo escrito es del 2350 a.C. Se siguió utilizando bastante regularmente hasta el siglo XII d.C. aproximadamente.
1.3. Pergamino
El pergamino (gr. diphthéra, membrana o somátion; lat. membrana o vellum) se obtiene a partir de la piel animal, sobre todo de oveja o cabra, aunque también de asno, cerdo o ternera. El de mejor calidad, fabricado originalmente con piel de res no nacida o muy joven, se llama «vitela». El uso del pergamino es muy antiguo, aunque se popularizó a partir del siglo III a.C. y reemplazó al papiro como soporte para escribir un libro en el siglo IV-V d.C. Este cambio se produjo de forma gradual. Al principio el pergamino se utilizó, como las tablillas de cera, para escribir mensajes breves, notas o borradores. Pero a finales del siglo I d.C. Marcial se refiere ya al uso del códice de pergamino para obras literarias. La industria del pergamino se desarrolló en Pérgamo (Asia Menor), de donde recibe el nombre a partir de una antigua leyenda de que su invención había tenido lugar en esta ciudad. La piel se mojaba en una solución de carbonato de calcio durante varios días hasta que quedaba limpia. Luego se extendía sobre un marco, se secaba, se pulía con piedra pómez y se blanqueaba con tiza. Excepcionalmente, unos pocos manuscritos de lujo se fabricaban con pergaminos teñidos de púrpura (en ocasiones incluso escritos con tinta de plata y oro).
El pergamino, por otra parte, era más duradero que el papiro y, como la madera, tenía la ventaja de poder lavarse o rasparse para ser reutilizado. Antes de empezar a escribir se marcaban con un punzón de punta roma la posición de los bordes de una columna y el espacio entre líneas. Normalmente solo se necesitaba hacer esta operación por un lado, pues las marcas quedaban visibles también por el otro. Luego se trazaban con una regla líneas horizontales y los márgenes verticales (normalmente en el lado del pergamino que correspondía a la carne del animal). En muchos manuscritos se observan todavía estas líneas, así como las pequeñas incisiones realizadas por el escriba para hacer el trazado de los márgenes.
Inicialmente apenas se utilizaban los adornos. El escriba podía hacer, ocasionalmente, algún dibujo o se podía añadir alguna ornamentación al final, pero nada más. Los manuscritos iluminados y las miniaturas son producto del mundo medieval.
1.4. Instrumental de escritura
Para escribir sobre papiro o pergamino se utilizaba tinta y cálamo. La tinta en griego se llamaba mélan (que significa «negro»), haciendo referencia a su color (en latín se llama atramentum, derivado de ater, «negro»), aunque también se producía tinta de color rojo. Se confeccionaba con hollín mezclado con agua al que se añadía goma como adherente. Este producto se vendía en seco para luego ser utilizado mezclándolo con agua. Para escribir en papiro se usaba tinta vegetal. En cambio, los pergaminos se escribían habitualmente con una tinta de base metálica, que suele producir un ácido que daña las copias. A partir del siglo IV d.C. este tipo de tinta pasó también a utilizarse en papiro. A veces, los títulos, las primeras líneas de capítulo o incluso todo un manuscrito se escribía con tinta roja, hecha a partir de minerales (cinabrio o minio) o sepia. La tinta púrpura se hacía de un líquido segregado por dos tipos de gasterópodos: el múrex y la púrpura.
Además del punzón (gr. stylos; lat. stylus), que, como se ha visto, se utilizaba para escribir en las tablillas de cera y que podía tener el otro extremo plano o romo para borrar lo grabado o suavizar la cera, el instrumento de escritura por antonomasia era el cálamo (gr. kálamos, dónax; lat. calamos, canna), que se obtenía habitualmente a partir del tallo de un junco. Se afilaba con un cuchillo o piedra pómez y se hacía en el extremo una incisión en el medio, obteniendo así dos puntas, al modo de las plumillas modernas. Cuando se volvía roma por el uso se podía volver a afilar. La otra parte del cálamo se utilizaba a veces para revolver la tinta o borrar errores.
Además de pluma y tinta, los escribas, tanto de época antigua como medieval, utilizaban una regla (kanón) y un estilete (graphís) o un disco fino de plomo (kyklomólibdos) para trazar las líneas en el pergamino; un compás (diabetes, karkinoi) para mantener las líneas equidistantes unas de otras; una esponja (spongos) para borrar y secar la punta de la pluma; un trozo de piedra pómez (kíseris) para suavizar la punta de la pluma y las rugosidades del papiro o el pergamino; un cortaplumas (glyphanos o smile) para afilar la pluma; y un tintero (melanodokon o melanodocheion).
2. El libro en la antigüedad grecorromana
En la actualidad, estamos acostumbrados a asociar la palabra libro con un conjunto de hojas de papel que, una vez encuadernadas, forman lo que llamamos un volumen. Sin embargo, hasta el siglo III-IV de nuestra era el libro en general no tenía este formato. De hecho, la palabra volumen en latín significa una larga tira hecha de papiros sobre la que se ha copiado un texto y luego se ha enrollado. Por tanto, el libro en la antigüedad clásica tenía forma de rollo y se identificaba con él.
Desde los comienzos de la literatura griega hasta bien entrado el período romano el típico libro de literatura era un rollo de papiro escrito a mano (gr. chartes, kýlindros y también byblos, biblos, biblíon; lat. carta, volumen). Para confeccionarlo se utilizaban varias hojas de papiro (kollémata). La anchura de la hoja solía variar de entre 11 a 25 cm; la altura, de entre 20 a 40 cm. El borde derecho de una hoja se montaba ligeramente sobre el izquierdo de la otra. Después de pegarlas, se pulía la superficie de la juntura para permitir que corriera la pluma. Los rollos solían tener una longitud de 1,5 a 4,5 metros, aunque no era del todo extraño que algunos llegaran a los 9 metros. De todas formas, lo habitual es que, como dice Plinio, no pasara de las 20 hojas de papiro (unos 3 o 3,5 metros). Un rollo de 6 metros podía acomodar, por ejemplo, El banquete de Platón. No faltaban las excepciones, como la de un rollo conservado en el Museo Británico que tiene 40 metros de largo.
En el rollo, el texto copiado línea por línea por los escribas corría en perpendicular a la parte del rollo que se iba enrollando horizontalmente, distribuido en columnas regulares y márgenes justificados a derecha e izquierda. De manera habitual, la apariencia de cada columna en una obra literaria era estrecha: tenía una anchura que iba de 4,5 a 7 cm, lo que supone unos quince a veinticinco letras por línea, y una altura que variaba de 15 a 25 cm, con un espacio entre columnas de 1,5 a 2,5 cm. Las columnas no necesitaban ajustarse a los límites de la hoja de papiro, pues también se escribía encima de la juntura de las hojas.
El tipo de escritura que se utilizaba para escribir un libro se parece al de las inscripciones: letras mayúsculas situadas una junto a la otra sin ligaduras, ni trazos que suben o bajan por encima de las dos líneas imaginarias entre las que se escribe. Con esta forma de escritura formal (o también semiformal) están escritos un tercio del total de los libros en rollo que conservamos. Aunque las letras eran escritas con claridad y a menudo de forma caligráfica por copistas que, al parecer, eran escribas cualificados, no se dejaba espacio entre palabras. Como consecuencia, los libros se escribían en lo que se llama scriptio continua. Por ello, el texto de un rollo da la impresión de ser un todo ininterrumpido. Y si bien las líneas se dividían racionalmente al final de una palabra o de una sílaba, la columna aparecía por lo demás como un conjunto apretado de letras claras y distintas, colocadas una detrás de otra, formando un estrecho rectángulo de texto que se alternaba con unas tiras en blanco entre columna y columna. Los finales de las principales divisiones podían estar marcados por un trazo horizontal más o menos largo (—, a veces >—), que se llamaba parágraphos, situado entre dos líneas en el borde izquierdo de la columna. Cuando la división se daba a mitad de línea el parágraphos se combinaba con un espacio en blanco o un punto medio o alto situado en la línea anterior a la marca. El parágraphos le servía al lector como una pausa y como una marca visual para retomar la lectura del texto, ya que no había saltos de párrafo, ni encabezados, ni número de página o de columna. En las obras de teatro o en los diálogos filosóficos los cambios de interlocutor se marcaban habitualmente con un dicolon (:), un signo similar a nuestros dos puntos. Si un lector quería marcar un pasaje importante podía indicarlo escribiendo en el margen el llamado diplé (>), o también marcándolo con un poco de cera roja, pero no había nada en el libro que facilitara encontrar rápidamente un determinado pasaje.
Para leer el contenido del rollo, se desenrollaba con la mano derecha y se arrollaba con la izquierda. Conforme avanzaba la lectura, las columnas iban pasando por delante de los ojos del lector. Al final, el principio del libro quedaba en el interior y el final en el exterior, de forma que el rollo se debía «rebobinar» para que lo pudiera utilizar el siguiente usuario, cosa que no siempre sucedía. En el caso de los libros de más calidad, el rollo podía tener un cilindro de madera (gr. ómphalos; lat. umbilicus) pegado a la última hoja sobre el que se enrollaba el papiro. A veces tenía también otro cilindro al principio. La primera de las páginas de papiro que componían el rollo se dejaba en blanco y se llamaba protókollon.
Los libros profesionales solo se escribían sobre una cara, normalmente la que tenía las fibras del papiro en horizontal, pues era la superficie sobre la que el cálamo se deslizaba con más facilidad. El título de la obra se solía escribir al final del rollo, pero hay ejemplos de títulos al principio o en la parte de atrás de un volumen. A menudo, para identificarlos cuando estaban enrollados, se les colocaba una etiqueta de papiro o piel (gr. síllybos; lat. titulus) con el título del manuscrito.
En rollos muy lujosos el dorso estaba siempre en blanco y tenía márgenes amplios y letras bien separadas. Pero no era infrecuente que se copiara una obra literaria en la parte de atrás de un rollo, en el que, por ejemplo, se habían escrito unas cuentas o unas actas oficiales. O, viceversa, que se utilizara la parte de atrás de un rollo que contenía una obra literaria para escribir unas cuentas. De hecho, esto era tan habitual, que Catulo habla de cierta persona, que tenía muchísimos textos escritos «y no como es habitual, escritos en palimpsesto» (es decir, en rollos ya usados), sino con todo tipo de accesorios de lujo (un cilindro central con empuñaduras de marfil, un envoltorio de pergamino teñido de púrpura, etc.) (Catulo 22, 6-8).
3. El copista de libros
El libro era copiado por un escriba, pero detrás de esta palabra pueden entenderse muy variadas ocupaciones. Los escribas egipcios, por ejemplo, pertenecían a una hermandad de carácter sagrado que se encargaba de transmitir textos y de informar a la administración del país bajo la mirada del dios Thot. Los escribas en el mundo judío, además de notarios, eran expertos en la Ley de Moisés. Los escribas de los monasterios cristianos tenían un papel específico dentro de la comunidad, conforme un reglamento profesional estricto. En cambio, los escribas que copiaban libros en el mundo grecorromano eran personas con un oficio humilde. No conocemos sus nombres ni firman sus obras, y solo muy raramente se dirigen al