Diez días que sacudieron el mundo
Por John Reed
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Diez días que sacudieron el mundo - John Reed
Título original: Ten Days That Shook the World
© de la traducción: Íñigo Jáuregui
Edición en ebook: enero de 2023
© Nórdica Libros, S.L.
C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)
www.nordicalibros.com
ISBN DIGITAL: 978-84-19735-07-2
Diseño de colección: Filo Estudio - www.filoestudio.com
Corrección ortotipográfica: Ana Patrón
Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
John Reed
(Portland, 1887 - Moscú, 1920)
Fue testigo excepcional de los acontecimientos que cambiaron el rumbo de la historia en la primera mitad del siglo XX. Acompañó a Pancho Villa durante la revolución mexicana como corresponsal de guerra y viajó a lo largo de todo el frente oriental durante la Primera Guerra Mundial.
En Petrogrado (hoy San Petersburgo) presenció el II Congreso de los Sóviets de Obreros, Soldados y Campesinos de toda Rusia, que coincidió con el inicio de la Revolución de Octubre. Al regresar a Estados Unidos, fundó el Partido Comunista de Estados Unidos. Fue acusado de espionaje, se vio obligado a escapar de su país y a refugiarse en la Unión Soviética, donde murió el 17 de octubre de 1920. Le enterraron en la Necrópolis de la Muralla del Kremlin, en Moscú, junto a los más notables líderes bolcheviques.
Contenido
Portadilla
Créditos
Autor
Introducción
Prefacio
Cronología
Notas y explicaciones
Diez días que sacudieron el mundo
Capítulo 1. Los antecedentes
Capítulo 2. Se acerca la tormenta
Capítulo 3. La víspera
Capítulo 4. La caída del gobierno provisional
Capítulo 5. El paso adelante
Capítulo 6. El comité de salvación
Capítulo 7. El frente revolucionario
Capítulo 8. La contrarevolución
Capítulo 9. La victoria
Capítulo 10. Moscú
Capítulo 11. La conquista del poder
Capítulo 12. El congreso campesino
Apéndices
Contraportada
He leído con el máximo interés y atención constante el libro de John Reed, Diez días que sacudieron al mundo, y lo recomiendo sin reservas a los trabajadores del mundo. Éste es un libro que me gustaría ver publicado por millones de ejemplares y traducido a todas las lenguas, ya que ofrece una verídica y muy vívida exposición de los hechos que son tan importantes para comprender debidamente lo que es la revolución proletaria y la dictadura del proletariado. Estos problemas se han discutido ampliamente, pero antes de aceptar o rechazar estas ideas, se ha de comprender plenamente el sentido de esa decisión. El libro de John Reed contribuirá sin duda a aclarar esta cuestión, que es el problema fundamental del movimiento obrero universal.
Nikolái Lenin
(Vladímir Ilich Uliánov)
Este libro es un fragmento de intensa historia, tal como yo la veo. No pretende ser más que el relato detallado de la Revolución de Noviembre, cuando los bolcheviques, al frente de los trabajadores y soldados, tomaron el poder estatal ruso y lo pusieron en manos de los sóviets.
Naturalmente, trata en gran parte del «Petrogrado Rojo», la capital y el corazón de la insurrección. No obstante, el lector debe comprender que lo que ocurrió en Petrogrado se produjo casi por duplicado, con mayor o menor exactitud y a diferentes intervalos de tiempo, en toda Rusia.
En este libro, el primero de una serie que estoy escribiendo, me limitaré a hacer una crónica de los acontecimientos que observé y viví en persona, y de los avalados por pruebas fiables, precedida por dos capítulos que resumen los antecedentes y las causas de la Revolución de Noviembre. Soy consciente de que estos dos capítulos son de difícil lectura, pero resultan esenciales para entender lo que sigue.
Muchas preguntas asaltarán al lector. ¿Qué es el bolchevismo? ¿Qué clase de estructura gubernamental montaron los bolcheviques? Si los bolcheviques defendieron la Asamblea Constituyente antes de la Revolución de Noviembre, ¿por qué luego la derrocaron mediante las armas? Y si la burguesía se opuso a la Asamblea Constituyente hasta que el peligro del bolchevismo se hizo visible, ¿por qué la defendieron después?
Estas y muchas otras preguntas no pueden responderse aquí. En otro volumen, De Kornílov a Brest-Litovsk, trazo el curso de la revolución hasta, e incluyendo, la paz alemana. Allí explico el origen y las funciones de las organizaciones revolucionarias, la evolución del sentimiento popular, la disolución de la Asamblea Constituyente, la estructura del Estado soviético, y el transcurso y resultado de las negociaciones de Brest-Litovsk…
Al considerar el surgimiento de los bolcheviques, es necesario comprender que la vida económica rusa y el Ejército ruso eran el resultado lógico de un proceso que empezó allá por 1915. Los corruptos reaccionarios que controlaban la corte del zar se propusieron destruir Rusia con el fin de concertar una paz por separado con Alemania. La falta de armas en el frente, que había causado la gran retirada en el verano de 1915, la escasez de víveres en el Ejército y en las grandes ciudades, el colapso de las manufacturas y el transporte en 1916, todo ello, como sabemos ahora, formaba parte de una gigantesca campaña de sabotaje, que fue frenada a tiempo por la Revolución de Marzo.
Durante los primeros meses del nuevo régimen, a pesar del caos inherente a una gran revolución en la que ciento sesenta millones de personas, entre las más oprimidas del mundo, alcanzaron de pronto la libertad, tanto la situación interna como el poder combativo del Ejército, de hecho, mejoraron.
Pero la «luna de miel» fue corta. Las clases pudientes querían una mera revolución política, que quitaría el poder al zar y se lo daría a ellas. Querían que Rusia fuera una república constitucional, como Francia o Estados Unidos, o una monarquía constitucional, como Inglaterra. Las masas populares, por su parte, querían una verdadera democracia industrial y agraria.
William English Walling, en su libro El mensaje de Rusia, un relato de la revolución de 1905, describe muy bien el estado de ánimo de los trabajadores rusos, que después apoyarían el bolchevismo casi unánimemente:
[Los trabajadores] Comprendieron que, incluso bajo un gobierno libre, si el poder caía en manos de otras clases sociales, seguirían muriéndose de hambre […].
El trabajador ruso es revolucionario, pero no violento, dogmático, ni estúpido. Está preparado para las barricadas, pero las ha estudiado, y es el único entre los trabajadores del mundo que sabe de ellas por experiencia. Está dispuesto a combatir hasta el final a su opresor, la clase capitalista, pero no ignora la existencia de otras clases. Simplemente pide que las otras clases tomen partido en el conflicto encarnizado que se avecina […].
Todos [los trabajadores] estaban de acuerdo en que nuestras instituciones políticas [estadounidenses] eran preferibles a las suyas, pero no estaban ansiosos por cambiar un déspota por otro (por ejemplo, la clase capitalista) […].
Los trabajadores de Rusia no fueron fusilados a centenares en Moscú, Riga y Odesa, encarcelados a millares en todas las prisiones rusas, y exiliados a los desiertos y las regiones árticas, a cambio de los dudosos privilegios de los trabajadores de Goldfields y Cripple Creek […].
Y así se desarrolló en Rusia, en mitad de una guerra extranjera, la revolución social, además de una revolución política, que culminó en el triunfo del bolchevismo.
J. Sack, director en este país de la Oficina de Información Rusa, opositora al Gobierno soviético, dice lo siguiente en su libro El nacimiento de la democracia rusa:
Los bolcheviques organizaron su propio gabinete, con Nikolái Lenin como presidente y León Trotski como ministro de Asuntos Exteriores. La inevitabilidad de su llegada al poder se hizo evidente casi inmediatamente después de la Revolución de Marzo. La historia de los bolcheviques, después de la revolución, es la historia de su crecimiento constante.
Los extranjeros, especialmente los norteamericanos, resaltan frecuentemente la «ignorancia» de los trabajadores rusos. Es cierto que éstos carecían de la experiencia política de los pueblos de Occidente, pero estaban muy bien entrenados en la organización voluntaria. En 1917, las sociedades cooperativas de consumidores rusos tenían más de doce millones de afiliados, y los propios soviéticos son un magnífico ejemplo de su genio organizativo. Además, probablemente no haya en el mundo un pueblo tan bien formado en la teoría socialista y en su aplicación práctica.
William English Walling los describe así:
La mayoría de los trabajadores rusos sabe leer y escribir. Durante muchos años el país ha estado en una situación tan revuelta que han tenido la ventaja de ser liderados no solo por individuos inteligentes de su misma extracción, sino por buena parte de la clase culta, igualmente revolucionaria, que ha aportado a los trabajadores sus ideas a favor de la regeneración política y social de Rusia.
Muchos escritores explican su hostilidad al Gobierno soviético argumentando que la última fase de la Revolución rusa fue simplemente una lucha de los elementos «respetables» contra los brutales ataques del bolchevismo. Sin embargo, fueron las clases pudientes las que, al notar el poder creciente de las organizaciones populares revolucionarias, decidieron destruirlas y detener la revolución. Con este objetivo, las clases pudientes terminaron recurriendo a medidas desesperadas. Para hundir el ministerio de Kérensky y a los sóviets, se desbarató el transporte y se provocaron disturbios internos; para hundir a los comités de fábrica, se cerraron plantas y se desviaron el combustible y las materias primas; para destruir a los comités del Ejército en el frente, se restauró la pena capital y se urdió una derrota militar.
Esto era echar leña, y de la buena, al fuego bolchevique. Los bolcheviques respondieron predicando la lucha de clases y afirmando la supremacía de los sóviets.
Entre estos dos extremos, apoyados más o menos incondicionalmente por otras facciones, estaban los llamados socialistas «moderados», los mencheviques y socialrevolucionarios, y varios bandos menores. Estos grupos también sufrían los ataques de las clases pudientes, pero su poder de resistencia estaba mermado por sus teorías.
Básicamente, los mencheviques y los socialrevolucionarios creían que Rusia no estaba madura económicamente para una revolución social, y que sólo era posible una revolución política. Según su interpretación, las masas rusas no estaban suficientemente instruidas para tomar el poder. Cualquier intento de hacerlo causaría inevitablemente una reacción, mediante la cual algún oportunista sin escrúpulos podría restaurar el viejo régimen. De esto se deducía que, cuando los socialistas «moderados» se vieran obligados a asumir el poder, tendrían miedo de hacerlo.
Creían que Rusia debía recorrer las mismas fases de desarrollo político y económico conocidas en Europa occidental, para llegar finalmente, junto con el resto del mundo, al socialismo plenamente desarrollado. Por eso, lógicamente, coincidían con las clases pudientes en que Rusia debía ser primero un Estado parlamentario, aunque con ciertas mejoras respecto a las democracias occidentales y, en consecuencia, insistían en la colaboración de las clases pudientes en el gobierno.
De ahí a apoyarlas no había más que un paso. Los socialistas «moderados» necesitaban a la burguesía, pero la burguesía no necesitaba a los socialistas «moderados». Y así resultó que los ministros socialistas se vieron obligados a ir cediendo poco a poco en todo su programa, mientras las clases pudientes se mostraban cada vez más apremiantes.
Al final, cuando los bolcheviques desbarataron ese compromiso hueco, los mencheviques y los socialrevolucionarios se encontraron luchando en el bando de las clases adineradas. En casi todos los países del mundo asistimos hoy al mismo fenómeno.
En vez de ser una fuerza destructiva, tengo la impresión de que los bolcheviques fueron el único partido en Rusia con un programa constructivo y con el poder de implantarlo en el país. Si no hubieran alcanzado el gobierno cuando lo hicieron, tengo pocas dudas de que los ejércitos de la Alemania imperial habrían tomado Petrogrado y Moscú en diciembre, y Rusia estaría de nuevo sometida a un zar.
Todavía, después de un año entero de gobierno soviético, se suele hablar de la insurrección bolchevique como de una «aventura». Desde luego que fue una aventura, una de las más maravillosas en que se ha embarcado la humanidad, porque se hizo historia al frente de las masas obreras, subordinándolo todo a sus vastos y sencillos deseos. Ya se había montado el mecanismo por el que las grandes fincas se distribuirían entre los campesinos. Los comités de fábrica y los sindicatos estaban allí para poner en marcha el control obrero de la industria. En cada pueblo, ciudad, distrito y provincia había sóviets con diputados de los trabajadores, soldados y campesinos, preparados para asumir la tarea de la administración local.
Al margen de lo que se piense del bolchevismo, es innegable que la Revolución rusa es uno de los grandes acontecimientos de la historia humana, y el surgimiento de los bolcheviques, un fenómeno de importancia mundial. Igual que los historiadores investigan hasta los más ínfimos detalles de la historia de la Comuna de París, también querrán saber qué ocurrió en Petrogrado en noviembre de 1917, el espíritu que alentó al pueblo, qué aspecto tenían sus jefes, cómo hablaban y actuaban. Ésta es la razón por la que he escrito este libro.
Durante la lucha, mis sentimientos no fueron neutrales. Pero, al contar la historia de aquellos días heroicos, he intentado mirar los hechos con los ojos de un reportero concienzudo e interesado en consignar la verdad.
J. R.
Nueva York, 1 de enero de 1919
Al lector medio le resultará extremadamente confusa la multiplicidad de las organizaciones rusas —grupos políticos, comités y comités centrales, sóviets, dumas y sindicatos—. Por esta razón, daré aquí unas breves definiciones y aclaraciones.
PARTIDOS POLÍTICOS
En las elecciones de la Asamblea Constituyente, había diecisiete listas en Petrogrado, y en algunas ciudades de provincia hasta cuarenta, pero el siguiente resumen de los objetivos y la composición de los partidos políticos se limita a los grupos y facciones mencionados en este libro. Por falta de espacio, sólo se indicará la esencia de sus programas y el carácter general de sus electores.
1. Monárquicos de diverso tipo, octubristas, etc. Estas facciones, antaño poderosas, no existían ya abiertamente. O bien trabajaban en la clandestinidad, o sus miembros se unieron a los kadetes, quienes, poco a poco, terminaron defendiendo su programa político. Representantes en este libro: Rodzianko, Shulgin.
2. Kadetes. Así llamados por las iniciales de su nombre, constitucionales demócratas. Su nombre oficial es «Partido de la Libertad del Pueblo». Compuesto bajo el zarismo por liberales pertenecientes a las clases pudientes, los kadetes eran el gran partido de la reforma política, que más o menos se correspondería con el Partido Progresista estadounidense. El Gobierno kadete fue depuesto en abril porque se declaró a favor de los objetivos imperialistas aliados, incluyendo los del Gobierno zarista. A medida que la revolución se iba convirtiendo cada vez más en una revolución socioeconómica, los kadetes se volvieron más conservadores. Sus representantes en este libro: Miliukov, Vinaver, Shatski.
Grupo de los Hombres Públicos. Después de que los kadetes se volvieran impopulares por sus relaciones con la contrarrevolución de Kérensky, se formó el Grupo de los Hombres Públicos en Moscú. Algunos de sus delegados recibieron carteras en el último gabinete Kérensky. El grupo se declaró no partisano, aunque sus líderes intelectuales eran hombres como Rodzianko y Shulgin. Estaba compuesto por los banqueros, comerciantes e industriales más «modernos», que fueron lo bastante inteligentes para comprender que había que combatir a los sóviets con sus propias armas, es decir, mediante la organización económica. Representantes de este grupo: Lianózov, Konoválov.
3. Socialistas populares o trudoviques (Partido del Trabajo). Partido pequeño numéricamente, compuesto por intelectuales cautos, líderes de las sociedades cooperativas y campesinos conservadores. Aunque se decían socialistas, los populares en realidad apoyaban los intereses de la pequeña burguesía: empleados, comerciantes, etc. Herederos por línea directa de la tradición conciliadora del Partido del Trabajo en la IV Duma Imperial, compuesta en gran parte por representantes campesinos. Kérensky era el jefe de los trudoviques en la Duma Imperial cuando estalló la revolución de marzo de 1917. Los socialistas populares son un partido nacionalista. Sus representantes en este libro: Peshejanov y Chaikovski.
4. Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. En sus orígenes, socialistas marxistas. En un congreso celebrado en 1903, el partido se escindió en dos facciones por discrepancias tácticas: la mayoritaria (Bolshinstvo) y la minoritaria (Menshinstvo). Estos dos bandos se convirtieron en partidos distintos, ambos llamados «Partido Obrero Socialdemócrata Ruso» y declaradamente marxistas. Desde la revolución de 1905 los bolcheviques eran en realidad una minoría, y volvieron a ser mayoría en septiembre de 1917.
a) Mencheviques. Este partido incluye a socialistas de diversa índole que creen que la sociedad debe evolucionar de forma natural hacia el socialismo, y que la clase trabajadora ha de conquistar primeramente el poder político. También es un partido nacionalista. Era el partido de los intelectuales socialistas. Esto significa que, al haber estado todos los medios educativos en manos de la clases pudientes, los intelectuales reaccionaron instintivamente de acuerdo con su formación y apoyaron a las clases pudientes. Entre sus representantes en este libro están Dan, Lieber, Tseretely.
b) Internacionalistas mencheviques. El ala radical de los mencheviques, internacionalistas, opuestos a cualquier coalición con las clases pudientes, pero reticentes a escindirse de los mencheviques conservadores, y contrarios a la dictadura de la clase trabajadora que proponían los bolcheviques. Trotski fue miembro de este grupo durante mucho tiempo. Entre sus líderes: Mártov y Martínov.
c) Bolcheviques. El autodenominado Partido Comunista, para subrayar su completa ruptura con la tradición de socialismo «moderado» o «parlamentario», que es la dominante entre los mencheviques y los llamados socialistas mayoritarios en todos los países. Los bolcheviques proponían la insurrección inmediata del proletariado y la toma del poder gubernamental para precipitar la llegada del socialismo, tras asumir por la fuerza el control de la industria, la tierra, los recursos naturales y las instituciones financieras. Este partido expresa principalmente los anhelos de los obreros de las fábricas, pero también de una parte importante de los campesinos pobres.
El nombre bolchevique no puede traducirse como «maximalista». Los maximalistas son un grupo aparte (ver parágrafo 5b). Entre sus líderes: Lenin, Trotski, Lunacharsky.
d) Socialdemócratas Internacionalistas Unificados. También llamados Grupo de la Nueva Vida (Novaya Zhizn), por el nombre del influyente periódico que era su órgano. Un pequeño grupo de intelectuales con muy poco seguimiento entre la clase trabajadora, a excepción de Maksim Gorki, su líder. Intelectuales, con un programa casi idéntico al de los internacionalistas mencheviques, salvo que el grupo Novaya Zhizn se negaba a atarse a ninguna de las dos grandes facciones. Contrarios a las tácticas bolcheviques, permanecieron no obstante en el Gobierno soviético. Otros representantes en este libro: Avilov, Kramarov.
e) Yedinstvo. Un grupo muy pequeño y menguante, compuesto casi enteramente por los discípulos personales de Plejánov, uno de los pioneros del movimiento socialdemócrata ruso de la década de 1880, y su gran teórico. Ya anciano, Plejánov era extremadamente patriótico, demasiado conservador hasta para los mencheviques. Tras el golpe de Estado bolchevique, Yedinstvo desapareció.
5. Partido Social-Revolucionario. Llamados eseritas por las iniciales de su nombre. En sus orígenes, el partido revolucionario de los campesinos y de las organizaciones de combate, es decir, de los terroristas. Tras la Revolución de Marzo, en él se inscribieron muchos que nunca habían sido socialistas. En esa época abogó por la abolición de la propiedad privada en la tierra únicamente, aunque los propietarios debían ser compensados de alguna manera. Al final, el creciente sentimiento revolucionario de los campesinos obligó a los eseritas a abandonar la cláusula de «compensación», y llevó a los intelectuales más jóvenes y exaltados a escindirse del partido en otoño de 1917 para formar uno nuevo, la Izquierda Social-Revolucionaria. Los eseritas, llamados en adelante Derecha Social-Revolucionaria por los grupos radicales, adoptaron la postura política de los mencheviques y trabajaron con ellos. Terminaron representando a los campesinos más prósperos, a los intelectuales y a la población no instruida políticamente de los lejanos distritos rurales. Entre ellos, sin embargo, había mayores diferencias en cuanto a opiniones políticas y económicas que entre los mencheviques. Algunos de sus líderes mencionados en estas páginas: Avkséntiev, Gotz, Kérensky, Chernov, Babushka Breshkóvskaya.
a) Izquierda Social-Revolucionaria. Aunque teóricamente compartían el programa bolchevique de la dictadura proletaria, al principio eran reacios a seguir las tácticas despiadadas de los bolcheviques. No obstante, la Izquierda Social-Revolucionaria permaneció en el Gobierno soviético, compartiendo algunas carteras ministeriales, especialmente la de Agricultura. Se retiró del Gobierno en varias ocasiones, pero siempre volvía. Los campesinos, a medida que abandonaban cada vez en mayor número las filas de los eseritas, se afiliaron a la Izquierda Social-Revolucionaria, que se convirtió en el gran partido campesino, que apoyaba al Gobierno soviético y defendía la confiscación sin compensaciones de las grandes propiedades agrícolas y su administración por los propios campesinos. Entre sus líderes: Spiridónova, Karelin, Kamkov, Kalagayev.
b) Maximalistas. Un derivado del Partido Social-Revolucionario, surgido en la revolución de 1905, cuando era un poderoso movimiento campesino que exigía la inmediata aplicación del máximo programa socialista. Después, un grupo insignificante de campesinos anarquistas.
PROCEDIMIENTO PARLAMENTARIO
Las reuniones y congresos rusos se organizan según el modelo europeo, más que por el estadounidense. La primera medida suele ser la elección de oficiales y del presídium.
El presídium es un comité rector, compuesto por representantes de los grupos y facciones políticas presentes en la asamblea, en proporción a su número. El presídium establece el orden del día, y sus miembros pueden ser llamados por el presidente para dirigir la reunión temporalmente.
Cada cuestión (vopros) se formula de modo general y luego se discute. Una vez concluido el debate, las diferentes facciones envían sus resoluciones y cada una de ellas vota por separado. Puede ocurrir, y normalmente ocurre, que el orden del día se rompa en la primera hora. Con la excusa de la «emergencia», casi siempre aceptada por los asistentes, cualquiera en la sala puede levantarse y decir lo que sea sobre cualquier tema. Son los propios asistentes los que controlan la reunión, y las funciones del presidente se limitan prácticamente a mantener el orden tocando una campanilla y a dar el turno a los intervinientes. Casi todo el trabajo real de la sesión se hace en las asambleas de los diferentes grupos y facciones políticas, que casi siempre votan en bloque y son representados mediante delegados. El resultado es que, en cada nuevo punto importante o en cada votación, la sesión hace un receso para que los diferentes grupos y facciones políticas puedan reunirse.
La asamblea es muy ruidosa. Se aclama o se increpa a los oradores, desoyendo los planes del presídium. Algunos de los gritos habituales son: Prosim! (¡Por favor!), Pravilno! o Etovierno! (¡Es cierto!), Do volno! (¡Ya basta!), Doloi! (¡Fuera!), Posor! (¡Qué vergüenza!) y Teeshe! (¡Silencio!).
ORGANIZACIONES POPULARES
1. Sóviets. La palabra sóviet significa «consejo». Bajo el zarismo, el Consejo de Estado Imperial se llamaba Gosudarstvennyi Soviet. No obstante, desde la revolución, el término sóviet ha venido asociándose con un cierto tipo de parlamento elegido por miembros de organizaciones económicas proletarias: el sóviet de los trabajadores, de los soldados o de los delegados campesinos. Así pues, he limitado la palabra a estos órganos, y en el resto de ocasiones la he traducido como «consejo».
Además de los sóviets locales, elegidos en cada ciudad y pueblo de Rusia —y en las grandes ciudades, los sóviets de barrio (raionny)—, están también los sóviets oblastny o gubiernsky (de distrito o provinciales), y el Comité Ejecutivo Central de los Sóviets de Rusia, llamado Tsik por sus iniciales (ver, más abajo, «Comités Centrales»).
En casi todas partes, los sóviets de los delegados obreros y soldados se unieron poco después de la Revolución de Marzo. No obstante, las secciones de los trabajadores y de los soldados siguieron reuniéndose por separado para tratar los asuntos relativos a sus intereses particulares. Los sóviets de los delegados campesinos no se unieron a los otros dos hasta después del golpe de Estado bolchevique. Ellos también estaban organizados como los trabajadores y los soldados, con un comité ejecutivo de los sóviets campesinos de Rusia, ubicado en la capital.
2. Sindicatos. Aunque de tipo mayoritariamente industrial, los sindicatos rusos seguían agrupados por oficios, y en la época de la Revolución bolchevique tenían entre tres y cuatro millones de afiliados. Estos sindicatos también se organizaron en un organismo nacional, una especie de federación rusa de los trabajadores, que tenía su comité central ejecutivo en la capital.
3. Comités de fábrica. Eran organizaciones creadas espontáneamente en las fábricas por los trabajadores en su intento de controlar la industria y aprovechar el caos administrativo inherente a la revolución. Su función era tomar y dirigir las fábricas por medio de la acción revolucionaria. Los comités de fábrica tenían su organización nacional, con un comité central ubicado en Petrogrado, que colaboraba con los sindicatos.
4. Dumas. La palabra duma viene a significar «órgano deliberativo». La antigua Duma Imperial, que pervivió durante seis meses después de la revolución con una forma democratizada, pereció de muerte natural en septiembre de 1917. La duma municipal a la que se hace referencia en este libro, a menudo llamada «Autogobierno Municipal», era el Consejo Municipal reorganizado. Se elegía por votación directa y secreta, y la única razón por la que no logró contener a las masas durante la Revolución bolchevique fue el declive general en la influencia de la representación puramente política frente al poder creciente de las organizaciones basadas en grupos económicos.
5. Zemstvos. Se puede traducir aproximadamente como «consejos nacionales». Bajo el zarismo, fueron organismos medio políticos y medio sociales, desarrollados y controlados principalmente por intelectuales progresistas pertenecientes a las clases terratenientes. Su función más importante era la educación y el servicio social entre los campesinos. Durante la guerra, los zemstvos se fueron quedando a cargo de la alimentación y la indumentaria de todo el ejército ruso, así como de las compras a países extranjeros. Su trabajo entre los soldados del frente fue muy parecido al de la YMCA norteamericana. Tras la Revolución de Marzo, los zemstvos se democratizaron, con objeto de convertirse en los organismos de gobierno local en los distritos rurales. Pero, al igual que las dumas municipales, no podían competir con los sóviets.
6. Cooperativas. Eran las sociedades cooperativas de consumidores obreros y campesinos, que tenían varios millones de afiliados por toda Rusia antes de la revolución. Fundadas por progresistas y socialistas «moderados», el movimiento cooperativo no tuvo el apoyo de los grupos socialistas revolucionarios, porque era un sustitutivo de la entrega completa de los medios de producción y distribución a los trabajadores. Después de la Revolución de Marzo, las cooperativas se extendieron rápidamente, dominadas por los socialistas populares, los mencheviques y los socialrevolucionarios, y actuaron como una fuerza política conservadora hasta la Revolución bolchevique. No obstante, fueron las cooperativas las que alimentaron a Rusia cuando se hundió la vieja estructura comercial y de transporte.
7. Comités del Ejército. Los comités del Ejército estaban formados por los soldados destinados en el frente para combatir la influencia reaccionaria de los oficiales del antiguo régimen. Cada compañía, regimiento, brigada, división y cuerpo tenía su comité, y por encima de todos ellos se elegía un Comité del Ejército. El Comité Central del Ejército colaboraba con el Estado Mayor. El colapso administrativo en el Ejército causado por la revolución echó sobre los hombros de los comités del Ejército casi todo el trabajo del departamento de intendencia, y en algunos casos hasta el mando del Ejército.
8. Comités de la Flota. Las organizaciones correspondientes en la Marina.
COMITÉS CENTRALES
En la primavera y el verano de 1917, se celebraron asambleas nacionales de las organizaciones más diversas en Petrogrado. Hubo congresos nacionales de sóviets de obreros, soldados y campesinos, congresos sindicales, comités de fábrica, comités del Ejército y de la Flota, aparte de todas las secciones del servicio militar y naval, las cooperativas, las nacionalidades, etc. Cada una de estas convenciones elegía un comité central, o un comité ejecutivo central, para defender sus intereses en la sede del Gobierno. A medida que el Gobierno provisional se fue debilitando, estos comités centrales se vieron obligados a asumir cada vez más competencias administrativas.
Los comités centrales más importantes mencionados en este libro son:
—Unión de Sindicatos. Durante la revolución de 1905, el profesor Miliukov y otros progresistas fundaron asociaciones de profesionales (médicos, abogados, físicos, etc.), que se unieron en una organización central, la Unión de Sindicatos. En 1905 la Unión de Sindicatos actuó juntamente con la democracia revolucionaria, pero en 1917 la Unión de Sindicatos se opuso al levantamiento bolchevique y unió a los funcionarios del Gobierno, que hicieron huelga contra la autoridad de los sóviets.
—Tsik. Comité Ejecutivo Central Nacional del Sindicato de Ferroviarios. Así llamado por las siglas de su nombre.
OTRAS ORGANIZACIONES
—Guardia Roja. Los obreros armados de las fábricas. La Guardia Roja se constituyó por primera vez durante la revolución de 1905, y volvió a aparecer en marzo de 1917, cuando se necesitaba una fuerza que mantuviera el orden en la ciudad. En esa época estaban armados, y todos los esfuerzos del Gobierno provisional por desarmarlos fueron más o menos inútiles. En cada gran crisis de la revolución, los guardias rojos aparecían en las calles, sin entrenamiento ni disciplina militar, pero llenos de ardor revolucionario.
—Guardias blancos. Voluntarios burgueses, surgidos en las últimas fases de la revolución para defender la propiedad privada de los intentos bolcheviques por abolirla. Muchos de ellos eran estudiantes universitarios.
—Tekhinsti. La llamada «División Salvaje» del Ejército, compuesta por mahometanos de Asia Central, y adeptos del general Kornílov. Los tekhinsti eran famosos por su obediencia ciega y su crueldad en la guerra.
—Batallones de la Muerte o Batallones de Choque. El batallón femenino se conoce mundialmente como el Batallón de la Muerte, pero hubo muchos Batallones de la Muerte compuestos por hombres. Creados en el verano de 1917 por Kérensky para fortalecer la disciplina y el ardor guerrero del ejército y ofrecer un ejemplo de heroísmo. Los Batallones de la Muerte estaban compuestos en su mayor parte por jóvenes y fervientes patriotas, en su mayoría hijos de las clases pudientes.
—Unión de Oficiales. Organización formada por oficiales reaccionarios para combatir políticamente el creciente poder de los comités del Ejército.
—Caballeros de San Jorge. La Cruz de San Jorge se otorgaba por alguna acción destacada durante el combate. Su titular se convertía automáticamente en caballero de San Jorge. La influencia predominante en la organización era la de los defensores del ideal militar.
—Unión de los Campesinos. En 1905 la Unión de los Campesinos era una organización revolucionaria campesina. En 1917, sin embargo, se había convertido en un brazo político de los campesinos más prósperos, cuyo objetivo era combatir el creciente poder y los fines revolucionarios de los diputados de los sóviets campesinos.
CRONOLOGÍA
En este libro he adoptado nuestro calendario y no el antiguo calendario ruso, que va trece días por delante del nuestro.
FUENTES
Gran parte del material de este libro procede de mis notas. No obstante, también me he apoyado en un archivo heterogéneo de varios cientos de periódicos rusos de diverso tipo, que cubren casi todos los días de la época descrita. También he recurrido a archivos del periódico inglés Russian Daily News, y a dos periódicos franceses, Journal de Russie y Extente. Pero mucho más valioso que éstos es el Bulletin de la Presse, publicado diariamente en la Oficina Francesa de Información de Petrogrado, que informa de todos los acontecimientos y discursos importantes y recoge los comentarios de la prensa rusa. De éste, tengo un archivo casi completo desde la primavera de 1917 hasta finales de enero de 1918.
Además de lo anterior, tengo en mi poder casi todas las proclamas, decretos y órdenes gubernamentales, así como los tratados secretos y otros documentos oficiales hallados en el Ministerio de Asuntos Exteriores cuando lo ocuparon los bolcheviques.
imagenCapítulo 1
Hacia finales de septiembre de 1917, un profesor de sociología extranjero que viajaba por Rusia vino a verme a Petrogrado. Algunos empresarios e intelectuales le habían dicho que la revolución se había ralentizado. El profesor escribió un artículo al respecto y luego recorrió el país, visitando ciudades industriales y comunidades campesinas, donde, para su asombro, la revolución parecía ir más rápido. Entre los asalariados y jornaleros era habitual oír la frase: «La tierra para los campesinos, las fábricas para los obreros». Si el profesor hubiera ido al frente, habría oído al ejército entero hablando de paz…
El profesor estaba desconcertado, aunque no tenía motivo. Las dos observaciones eran correctas. Las clases pudientes se habían vuelto más conservadoras, y las masas, más radicales.
Había un sentimiento general entre los empresarios y los intelectuales de que la revolución ya había ido bastante lejos, que estaba durando demasiado, y que las cosas debían asentarse. Este sentimiento lo compartían los principales grupos socialistas «moderados», los oborontsi[1] mencheviques y los socialrevolucionarios, que apoyaban al Gobierno provisional de Kérensky.
El 14 de octubre el órgano oficial de los socialistas «moderados» afirmó:
El drama de la revolución tiene dos actos: la destrucción del antiguo régimen y la creación de uno nuevo. El primer acto ya ha durado bastante. Ha llegado el momento de pasar al segundo y representarlo lo más rápido posible. Como dijo un gran revolucionario: «Apresurémonos, compañeros, en terminar la revolución. El que la prolongue demasiado no recogerá sus frutos».
Sin embargo, el obrero, el soldado y las masas campesinas sentían que el «primer acto» aún no había terminado. En el frente, los comités del Ejército chocaban constantemente con los oficiales que no se acostumbraban a tratar a sus hombres como a seres humanos. En la retaguardia, se encarcelaba a los comités agrarios elegidos por los campesinos por intentar aplicar las normas del Gobierno sobre la tierra. En las fábricas, los trabajadores2 luchaban contra las listas negras y los cierres patronales. Además, los exiliados políticos que regresaban eran expulsados del país como ciudadanos «indeseables», y algunos retornados del extranjero a sus pueblos fueron juzgados y encarcelados por actos revolucionarios cometidos en 1905.
Para las variadas formas del descontento popular, los socialistas «moderados» tenían una única respuesta: «Esperad a la Asamblea Constituyente, que se reunirá en diciembre». Pero esto no contentaba a las masas. La Asamblea Constituyente estaba muy bien, pero había algunas cosas muy concretas que debían alcanzarse, con Asamblea Constituyente o sin ella, por las cuales se había hecho la revolución y los mártires revolucionarios se pudrían en sus fosas comunes en el Campo de Marte: la paz, la tierra y el control obrero de la industria. La Asamblea Constituyente se había pospuesto una y otra vez, y probablemente volvería a aplazarse hasta que el pueblo se calmara y quizá modificara sus exigencias. De cualquier forma ya habían pasado ocho meses desde la revolución y se veían pocos resultados.
Entretanto, los soldados empezaron a resolver la cuestión de la paz desertando directamente, los campesinos quemaron las casas de los terratenientes y ocuparon las grandes propiedades, los obreros hicieron huelgas y sabotajes. Naturalmente, como era de esperar, los industriales, terratenientes y oficiales del Ejército ejercieron su influencia en contra de cualquier compromiso político.
La política del Gobierno provisional alternaba unas reformas ineficaces con duras medidas represivas. Un edicto del ministro socialista de Trabajo ordenó que, en adelante, los comités obreros sólo podrían reunirse después de la jornada laboral. En las tropas destacadas en el frente se arrestó a los «agitadores» de los partidos de la oposición, se cerraron los periódicos radicales y se aplicó la pena capital a los propagandistas revolucionarios. Se hicieron intentos por desarmar a la Guardia Roja y se envió a los cosacos para mantener el orden en las provincias.
Estas medidas tuvieron el respaldo de los socialistas «moderados» y de sus jefes en el Gobierno, que creyeron necesario colaborar con las clases pudientes. El pueblo los abandonó rápidamente y se pasó a los bolcheviques, que abogaban por la paz, la tierra, el control obrero de la industria y el gobierno de la clase trabajadora. En septiembre de 1917 se produjo una crisis. En contra del sentimiento abrumadoramente mayoritario en