Diplomáticas mexicanas
Por Patricia Galeana
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La obra que presentamos contiene las semblanzas de diez destacadas mujeres que fueron protagonistas de la política exterior de México a lo largo del siglo XX, desde el triunfo de la Revolución mexicana hasta la primera canciller de nuestro país. Diplomáticas mexicanas presenta al público lector dos tipos de textos, los testimoniales y los académicos. Los primeros tienen el valor de constituir una fuente de primera mano para conocer a las grandes mujeres biografiadas. Los segundos están basados, mayoritariamente, en los propios expedientes de las pioneras de la diplomacia mexicana.
Diplomáticas mexicanas presenta al público lector dos tipos de textos, los testimoniales y los académicos. Los primeros tienen el valor de constituir una fuente de primera mano para conocer a las grandes mujeres biografiadas. Los segundos están basados, mayoritariamente, en los propios expedientes de las pioneras de la diplomacia mexicana.
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Diplomáticas mexicanas - Patricia Galeana
DIPLOMÁTICAS MEXICANAS
La desigualdad de género ha sido histórica y universal. Las mujeres han tenido que luchar por cada uno de sus derechos en todos los ámbitos; el diplomático no ha sido la excepción. Los gobiernos no daban su beneplácito a representantes mujeres, se consideraba que le restaban importancia a la representación, además de ser socialmente inaceptable.
Muchas cancillerías consideraban que las mujeres, por su condición de género, no podían asistir a reuniones o a lugares donde se obtenía información. Todas estas circunstancias hicieron más difícil el trabajo de las primeras diplomáticas.
México fue el primer país de América Latina en aceptar a una mujer embajadora, Alexandra Kollontai, representante de la URSS en 1926, mientras Guatemala rechazó a Gabriela Mistral en 1939.¹ Pero en contrapartida, debemos tener presente que México fue de los últimos seis países de América Latina en otorgar la ciudadanía plena a las mujeres, hasta 1953, después de la Convención de Derechos Políticos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de 1952, cuando quedó de manifiesto que no podía haber democracia en un país en donde más de la mitad de su población no tenía derechos políticos.
En correspondencia con la falta de ciudadanía para las mujeres, la Ley del Servicio Consular del Servicio Exterior Mexicano de 1923 especifica que las mujeres sólo pueden ser empleadas y no funcionarias, y el reglamento de 1934 excluye implícitamente a las mujeres, ya que señala que los miembros del servicio exterior deberán ser mexicanos por nacimiento, y los casados debían estar unidos a una connacional. Las enmiendas de 1940 y 1955 permitieron el ingreso limitado de mujeres, y fue hasta 1967 que se permitió su ingreso pleno.²
La historia se ocupó primero de estudiar a la política; después a la economía, aportación del materialismo histórico. Posteriormente, se estudió la historia social y cultural. Gracias al feminismo³ se inició el estudio de la historia con perspectiva de género, en los años sesenta del siglo pasado. Con esta óptica, nos dimos a la tarea de convocar a miembros del servicio exterior, de la academia y del ámbito cultural de nuestro país, para estudiar las acciones de las primeras diplomáticas mexicanas y visibilizar sus acciones.
La realización de la investigación enfrentó múltiples obstáculos en medio de la pandemia. Dos de las autoras se enfermaron de covid-19. Tuvimos la gran pena de que una de ellas falleció, la doctora Leticia López Orozco, historiadora que se encontraba elaborando la semblanza biográfica de Cordelia Urueta, artista plástica que fue designada canciller de tercera en el área consular en 1938.
La obra que presentamos contiene las semblanzas de 10 destacadas mujeres que fueron protagonistas de la política exterior de México a lo largo del siglo XX, desde el triunfo de la Revolución mexicana hasta la primera canciller de nuestro país. Hermila Galindo, quien contó con el primer nombramiento diplomático como comisionada cultural en 1920; Palma Guillén, primera ministro plenipotenciario en 1935; Cordelia Urueta, canciller de tercera en 1938; Amalia González Caballero, primera embajadora designada en 1956; María Lavalle Urbina, representante ante organismos multilaterales de derechos humanos en 1957; Paula Alegría, primera embajadora de carrera en 1962; Rosario Castellanos, escritora designada embajadora en 1971; Emilia Téllez, primera subsecretaria de Relaciones Exteriores en 1976; Graciela de la Lama, sanscritista designada embajadora en 1980, y Rosario Green, primera canciller de México en 1998.
Hermila Galindo fue pionera de la diplomacia de la Revolución mexicana, promotora de la unión indolatinoamericana y redactora de la Doctrina Carranza. La líder sufragista recibió el primer nombramiento diplomático otorgado a una mujer, como comisionada cultural en España y América del Sur el 26 de marzo de 1920.
Palma Guillén, primera ministro plenipotenciario, representó a nuestro país en Colombia (1935-1936) y en Dinamarca (1937). Fue también miembro de la delegación permanente de México ante la Sociedad de Naciones en los prolegómenos de la segunda guerra mundial, cuando se escribieron páginas gloriosas de nuestra política exterior, en defensa de Austria ante la invasión nazi (1938), y de Finlandia ante la Unión Soviética (1939).
Tanto el texto de Galindo como el de Guillén fueron elaborados por la autora de estas líneas.
Las notas biográficas de la destacada pintora Cordelia Urueta fueron los últimos escritos de la historiadora del arte Leticia López Orozco, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien se encontraba concluyendo su texto cuando se contagió de covid y murió a los cinco días. Publicamos su texto póstumo con profundo pesar por su partida.
La doctora López Orozco nos da el contexto histórico y cultural en que se formó la artista, quien gracias a haber tenido cargos diplomáticos, pudo enriquecer su formación autodidacta en París y Nueva York, convirtiéndose en una de las artistas mexicanas más reconocidas internacionalmente.
La semblanza de Amalia González Caballero, más conocida como Amalia Castillo Ledón por el apellido de su esposo –como se usaba en ese tiempo–, fue elaborada por la historiadora Enriqueta Tuñón, quien define a la primera mujer designada embajadora de México como una feminista liberal. González Caballero se formó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM –igual que Palma Guillén– y se especializó en literatura.
Amalia Castillo Ledón representó a México en la Conferencia Internacional de San Francisco de 1945; fue vicepresidenta y presidenta de la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM, 1947-1949), y embajadora de México en Suecia en 1956, en Finlandia en 1957 y en 1958 en Suiza.
Castillo Ledón fue también la primera mujer en ser subsecretaria de la Secretaría de Educación Pública en el área de Asuntos Culturales, y la primera en ser oradora en la ceremonia del grito de Independencia de México.⁴ Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres de la Ciudad de México.
El maestro emérito de la UNAM, Sergio García Ramírez, hace la semblanza de María Lavalle Urbina. Testigo de su obra, el jurista García Ramírez hace una remembranza emotiva de quien representó a México en organismos multilaterales. Maestra normalista y licenciada en Derecho, Lavalle Urbina fue defensora de derechos humanos en foros nacionales e internacionales. Tuvo una brillante trayectoria en los tres Poderes de la Unión. Fue una de las dos primeras senadoras en la historia de México y la primera mujer que presidió a la Cámara de Senadores. Fue también magistrada en el Tribunal de Justicia del Distrito Federal y subsecretaria de Educación.
María Lavalle defendió los derechos de las mujeres en la Comisión Jurídica y Social de la Mujer de Naciones Unidas (1957-1968) y también en la Comisión Interamericana de Mujeres de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Benemérita de su estado natal, Campeche, medalla Belisario Domínguez, recibió el reconocimiento de la ONU por su defensa de los derechos humanos. Sus restos descansan también en la Rotonda de las Personas Ilustres.
La biografía de Paula Alegría fue elaborada por el embajador Carlos Pujalte y la consejera de Cooperación Internacional, Paloma Ojeda. Alegría Garza fue la primera embajadora de carrera del Servicio Exterior Mexicano (SEM). Los autores muestran la dificultad de las mujeres para ingresar al SEM y analizan la legislación y sus reglamentos.
Profesora normalista con maestría en Ciencias de la Educación y doctorado en Historia, Alegría estudió la historia de la educación de las mujeres y la situación laboral de ellas y de los menores. Los autores destacan que fue también pionera en el desarrollo profesional del trabajo social en México. Participó en la delegación de México presidida por Jaime Torres Bodet para la creación de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Paula Alegría se integró formalmente al personal de carrera del SEM en 1959, tras realizar los exámenes correspondientes, y en 1962 fue designada embajadora en Dinamarca, cuyo gobierno la condecoró en reconocimiento a su labor diplomática.
La escritora Elena Poniatowska hace la semblanza de Rosario Castellanos con quien tuvo una estrecha amistad. La autora nos entrega un texto entrañable que incluye algunas de sus poesías. Narra la vida y la obra de la que considera la más importante escritora mexicana contemporánea. Castellanos destacó en todos los géneros literarios, tanto en la poesía como en la prosa, en la novela, en el cuento y el ensayo. Mujer de letras, maestra de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Castellanos fue una activa feminista defensora de su género y de los pueblos originarios, y denunció la injusticia que sufrían, particularmente en Chiapas.
Como embajadora de México, Rosario Castellanos logró importantes acuerdos científicos y culturales con Israel. Poniatowska destaca que Golda Meir la consideró más propositiva que la mayoría de los diplomáticos. Es de las ocho mujeres cuyos restos reposan en la Rotonda de las Personas Ilustres, junto con Amalia González Caballero y María Lavalle Urbina.
La biografía de Emilia Téllez fue elaborada por el embajador José Piña, quien colaboró con ella cuando fue la primera mujer subsecretaria de Relaciones Exteriores del gobierno mexicano. El autor refiere cómo María Emilia Téllez Benoit destacó desde su tesis profesional sobre la Plataforma Continental
, por la que recibió mención honorífica, y aprobó en primer lugar, por encima de 60 aspirantes, el examen de oposición para el ingreso al SEM.
Téllez fue catedrática de Derecho Internacional Público en la UNAM y tuvo una brillante carrera diplomática, que es puntualmente referida por el embajador Piña, hasta ser ascendida al rango de embajadora extraordinaria y plenipotenciaria en 1976, y designada subsecretaria de Relaciones a cargo de la cooperación internacional, asuntos culturales y del Archivo Histórico Genaro Estrada.
La semblanza de Graciela de la Lama fue elaborada por la economista Alicia Girón, directora del Programa Universitario de Estudios sobre Asia y África de la UNAM. La autora refiere las aportaciones para los estudios asiáticos y africanos de quien era especialista en sánscrito y filosofía india, por la creación del centro correspondiente en el Colegio de México.
Como embajadora de nuestro país en la India, De la Lama logró que la primera ministra Indira Gandhi participara en la I Reunión Internacional sobre Cooperación y Desarrollo (Cancún, 1981). La autora destaca el liderazgo de México en el Movimiento de los Países No Alineados. De la Lama participó también en la primera Cumbre de Países para la Paz y el Desarme (Nueva Delhi, 1985). Fue después embajadora en Egipto. Cabe destacar que fue la primera mujer designada en las dos embajadas que encabezó.
La obra concluye con la semblanza de Rosario Green, primera secretaria de Relaciones Exteriores de México, elaborada por la embajadora Olga Pellicer.
La embajadora Pellicer hace una remembranza testimonial de la primera canciller de México: Rosario Green. Colega y amiga entrañable de la académica, diplomática y política, que fue secretaria de Relaciones Exteriores de nuestro país, la embajadora Pellicer refiere cada etapa de su vida, desde su formación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, sus posgrados en México y en el extranjero. De igual forma, nos da cuenta de su trabajo académico en el Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México y en el Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos en la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), así como su obra sobre las relaciones México-Estados Unidos.
La autora hace un recorrido por la vida diplomática de la embajadora Green en momentos claves de la historia del mundo, como la caída del muro de Berlín, y de México, ante la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la salida del G77 y el ingreso a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Destaca su trabajo como defensora de los derechos humanos y como subsecretaria de Asuntos Políticos de la ONU.
La embajadora Pellicer analiza el legado de la canciller Green. Señala la importancia del fortalecimiento institucional que realizó, como fue el caso del Instituto México de Cooperación Internacional, que después como senadora impulsaría para crear la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AMEXCID). Refiere también cómo logró establecer una relación cordial con Estados Unidos. La autora subraya la importancia de haber establecido la multilateralización del combate al narcotráfico, así como el reconocimiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la ratificación del Estatuto de Roma, y la entrada en vigor del Acuerdo General con la Unión Europea, entre otras grandes aportaciones que la primera canciller hizo a la política exterior de México.
Diplomáticas mexicanas presenta al público lector dos tipos de textos: los testimoniales y los académicos. Los primeros tienen el valor de constituir una fuente de primera mano para conocer a las grandes mujeres biografiadas. Los segundos están basados, mayoritariamente, en los propios expedientes de las pioneras de la diplomacia mexicana.
Antes de concluir estas líneas, cabe reiterar la dificultad que enfrentaron los autores para tener acceso a la información en medio de la pandemia. En este sentido, manifestamos nuestro reconocimiento al Archivo Histórico Genaro Estrada de la SRE por facilitarnos el acceso a los expedientes de nuestras biografiadas, gracias a ello pudimos realizar la presente obra.
Agradecemos, asimismo, al Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la UNAM y a Siglo XXI Editores por hacer posible la publicación.
DRA. PATRICIA GALEANA
¹ Amanda M. Kiddle, Mexico’s relations with Latin America during the Cardenas Era, Albuquerque, University of New Mexico Press, 2016, p. 55.
² Nora Ramírez Flores, La mujer en la diplomacia mexicana
, en Anuario Mexicano de Derecho Internacional, México, IIJ-UNAM, 2006, vol. VI, pp. 771-772, disponible en
³ Norberto Bobbio et al., Diccionario de política, México, Siglo XXI Editores, 1986, p. 514.
⁴ Amalia González Caballero, Discurso pronunciado el día 16 de septiembre de 1938 frente a la Columna de la Independencia, México, s/e, 1938. Citado en Tuñón, Enriqueta, ¡Por fin… ya podemos elegir y ser electas!, México, Ed. Plaza y Valdés, INAH, 2002, p. 48.
HERMILA GALINDO
PATRICIA GALEANA*
El México del siglo XX surgió al triunfo de la Revolución, con la promulgación de la Constitución que nos rige. En el artículo 89 estableció las facultades del Ejecutivo, entre las que se incluye: Dirigir la política exterior y celebrar tratados internacionales
.¹
Desde el inicio de la vida independiente mexicana, en el Decreto de la Regencia
de 1822 se establecieron las reglas para los nombramientos, instrucción y sueldos del personal diplomático.² Así, nuestro país contaría con un personal especializado para sus relaciones con el mundo. La Constitución de 1824 señaló como facultades del presidente el nombramiento de los enviados diplomáticos y cónsules.
Evidentemente, en esos años no había mujeres en tales responsabilidades, no eran ciudadanas y por lo tanto no podían tener cargos públicos. Aun cuando la población femenina participó en todas las revoluciones de México, desde la de independencia hasta la de 1910, el Constituyente de 1917 no les reconoció sus derechos políticos ni les otorgó la ciudadanía. Al respecto, se presentaron tres iniciativas al Congreso Constituyente: una de Hermila Galindo, otra de Salvador González Torres y una más de Inés Malváez.
ORIGEN Y FORMACIÓN
Hermila Galindo era una maestra de taquimecanografía, originaria de Durango,³ que se unió a la revolución maderista. Al triunfo de la Reforma liberal, las mujeres habían tenido acceso a la educación y muchas se convirtieron en maestras normalistas, primera profesión que la sociedad aceptó para la población femenina. A continuación, se incorporaron a las oficinas como secretarias taquimecanógrafas y es en esta actividad donde Galindo fue maestra.
Huérfana de madre a los tres años, Hermila estudió lo que se llamaba una carrera corta, en la Escuela Industrial de Señoritas en Chihuahua. En ella estudió español e inglés, taquimecanografía y telegrafía, así como teneduría de libros. Empezó a trabajar a los 13 años, daba clases de taquimecanografía en Torreón, donde inculcaba a sus alumnos la necesidad de acabar con la dictadura de Porfirio Díaz.
En 1909, en el aniversario del natalicio de Benito Juárez, Galindo tomó en taquigrafía el discurso del abogado Francisco Martínez Ortiz, en el que exaltaba a Juárez y atacaba a Díaz. A partir de este momento trabajó en los despachos de los abogados más prestigiados, incluyendo al licenciado Benito Juárez Maza. Con sus transcripciones se inició en la propaganda política contra la dictadura, tanto en Torreón como después en Durango.
Mujer brillante y lectora infatigable, conocía las ideas de August Bebel⁴ sobre el feminismo socialista:
La mujer de la nueva sociedad será plenamente independiente en lo social y lo económico, no estará sometida lo más mínimo a ninguna dominación ni explotación, se enfrentará al hombre como persona libre, igual y dueña de su destino.⁵
También fue lectora de John Stuart Mill,⁶ promotor del sufragismo femenino, quien en La esclavitud femenina escribió: todo lo que solicitamos se reduce a la abolición de los privilegios y el proteccionismo de los que gozan los hombres
.⁷
Era conocedora de la obra de Alexandra Kollontai,⁸ feminista y primera embajadora en la historia, representante de la Unión Soviética, quien afirmó que:
La clase obrera, para cumplir con su misión social, necesita no una esclava impersonal del matrimonio, de la familia, una esclava que posea las virtudes pasivas femeninas, sino una individualidad que se alce contra toda servidumbre, necesita un miembro consciente, activo y en pleno disfrute de todos los derechos de la colectividad de clase.⁹
REVOLUCIONARIA Y DIPLOMÁTICA
La Revolución mexicana, primer movimiento revolucionario de carácter social del siglo XX, fue resultado de la concentración del poder y de la riqueza de la dictadura porfirista, que acabó con las libertades y multiplicó la pobreza. El proceso revolucionario fue largo; tiene su antecedente en la demanda del Partido Liberal para que Porfirio Díaz cumpliera con las Leyes de Reforma y continúa con el movimiento anarcosindicalista de los hermanos Flores Magón que difundieron sus ideas en el periódico Regeneración.
Después, la Revolución pasa por tres etapas: la primera encabezada por Francisco I. Madero, que triunfa en seis meses y logra que renuncie Díaz, pero no puede consolidar su gobierno y es derrocado por la contrarrevolución. La segunda etapa es la constitucionalista, encabezada por Venustiano Carranza, que en año y medio derroca al usurpador, Victoriano Huerta. Viene posteriormente la etapa de la lucha por el poder de los grupos revolucionarios, la más larga y sangrienta.
Hermila Galindo había militado en el Partido Democrático de los seguidores de Madero en Durango. Después del cuartelazo contra el presidente demócrata, se adhirió al Club Abraham González, que la nombró oradora para dar la bienvenida al jefe del ejército constitucionalista, Venustiano Carranza, a la ciudad de México en agosto de 1914. En su discurso comparó a Carranza con Juárez y le pidió salvar a la patria. Trabajó políticamente formando clubes revolucionarios en Veracruz, Tabasco, Campeche y Yucatán.
Carranza quedó impresionado por la capacidad política y oratoria de Hermila y la invitó a trabajar en su gobierno. Ella fue su secretaria particular. Se ha considerado que influyó en él para que promulgara la Ley del Divorcio en diciembre de 1914. Personajes como Félix Palavicini apoyaron la medida, para poderse divorciar de su primera esposa y casarse con una mujer más joven.¹⁰
Si bien desde las Leyes de Reforma se había establecido el divorcio en la Ley del Matrimonio Civil, éste era igual al eclesiástico, sólo de separación de cuerpos, pero no se disolvía el vínculo matrimonial y, por ende, las personas no se podían volver a casar. Mientras que en la Ley del Divorcio promulgada por Carranza sí se disolvía el vínculo matrimonial.
Carranza explica en el preámbulo de dicha ley, que cuando un matrimonio no funciona, la mujer debe ser emancipada:
la mujer cuyo matrimonio llega a ser un fracaso se convierte en una víctima del marido, se encuentra en una condición de esclavitud […] si la ley no la emancipa […], por lo que sin duda el establecimiento del divorcio tendería […] a levantar a la mujer y a darle posibilidades de emanciparse.¹¹
Hermila siguió dando encendidos discursos y escribiendo vehementes artículos. En ellos, llamaba al Primer Jefe, Carranza, a salvar al pueblo irredento y ultrajado
de la patria: a todos los oprimidos, víctimas de los regímenes pasados, como era el caso de los indígenas tratados como bestias.¹²
Tenía una columna en el periódico El Pueblo titulada Crónica dominical
. Ahí publicó el artículo La mujer como colaboradora de la vida pública
, en el que afirmaba que la población femenina tenía derecho a aspirar a una vida mejor, ya que estaba dotada de las mismas cualidades que el hombre, tanto en inteligencia como en voluntad. Destacó que al desarrollar sus facultades intelectuales llegaría a constituir un elemento de primer orden en la vida social y política. Señaló que "los revolucionarios están obligados a darle todo género de facilidades para que […] pueda colaborar en la gran obra de emancipación política y reconstrucción nacional".¹³ En todos sus artículos reivindicó a su género.
En esos años de lucha revolucionaria, la imagen internacional de México no era muy favorable. En 1910, la dictadura había celebrado apoteóticamente el Centenario de la Independencia, inauguró suntuosos palacios y recibió a 32 delegaciones de todas partes del mundo para el desfile del Centenario.¹⁴ Al estallar la Revolución, se empañó la imagen del país.
México había vivido bajo el acoso internacional desde que se consumó su independencia. Las grandes potencias querían ocupar el lugar de la antigua Metrópoli. En 1836, España reconoció la independencia y ese mismo año se separó Texas y empezó el proceso que acabaría con la pérdida de más de la mitad del territorio nacional a manos de Estados Unidos en 1848. Francia bombardeó Veracruz en 1838 e invadió el país en 1862, ocupándolo hasta 1867 para establecer un imperio subsidiario del suyo. Así surgió la Doctrina Juárez, que reclamaba el respeto a la soberanía nacional, la igualdad de los Estados, la no intervención, la autodeterminación de los pueblos y la proscripción del uso de la fuerza.
A lo largo del siglo XIX, en el proceso de formación del Estado nacional mexicano, cada cambio de gobierno implicó la búsqueda del reconocimiento internacional, que era otorgado a cambio de ser declaradas naciones privilegiadas en materia comercial.
Al finalizar el siglo, Porfirio Díaz estableció una dictadura de más de tres décadas. El vecino del norte vio bien al dictador, por tener al país en orden. Además, en el régimen porfirista se cambió la legislación de tradición hispana, en la que el suelo y el subsuelo son propiedad de la nación, quien lo otorga a los particulares, para establecer la usanza estadunidense, en la que el particular es dueño del suelo y del subsuelo. Sin embargo, dejaron de tener simpatía por el gobierno de Díaz cuando éste suprimió la autorización para las maniobras estadunidenses en Bahía Magdalena.
Cuando Francisco I. Madero inició su lucha contra el dictador, primero tuvo simpatías en el vecino del norte. La revolución maderista triunfó en seis meses, inició en noviembre y en mayo renunció Díaz. Sin embargo, cuando Madero asumió el gobierno, el embajador del presidente William Taft, Henry Lane Wilson, quiso controlarlo, y como Madero no lo permitió, vino la ruptura. El presidente mexicano estableció el registro del petróleo que extraían las empresas extranjeras, que eran principalmente estadunidenses, y les impuso un gravamen de 20 centavos por tonelada. En este contexto,